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Hormigas en la mano
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Hormigas en la mano
Libro electrónico53 páginas37 minutos

Hormigas en la mano

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Información de este libro electrónico

El abuelo Jeremías es un personaje misterioso, callado, con un pasado algo oscuro. Sin embargo, entabla una buena relación con su nieto, ya que los dos comparten el interés por la música. Lo que más desea Ezequiel es tocar la guitarra y ser una estrella de rock. Antes de morir, Jeremías le deja un extraño secreto; Ezequiel lo ignora, le parece ridículo, pero mucho después, de manera casual, descubre que es cierto y lo pone en práctica. Se convierte así en un guitarrista excelente y logra sumarse a una banda. El grupo triunfa y él conoce los beneficios de la fama. Pero hay un problema: el secreto genera un éxito temporario. ¿Hasta dónde está dispuesto Ezequiel a llegar por su ambición?
IdiomaEspañol
EditorialQuipu
Fecha de lanzamiento31 oct 2020
ISBN9789875043404
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    Vista previa del libro

    Hormigas en la mano - José Montero

    Índice de contenido

    Tapa - Hormigas en la mano

    Portada

    Hormigas en la mano

    Biografías

    Legales

    Sobre el trabajo editorial

    Contratapa

    Hormigas en la mano

    José Montero

    Ilustraciones:

    Gonzalo Ruggieri

    Hormigas en la mano

    El abuelo Jeremías era un misterio para Ezequiel. Tenía fama de loco, de gritón, hasta de mala persona. Su cara estaba atravesada por arrugas que disimulaban una cicatriz en la mejilla izquierda. Sin embargo, lo que a Ezequiel más le llamaba la atención eran las manos. Esas manos grandes, con dedos retorcidos por el reuma, por los años y por el trabajo duro, según decía.

    La tía Delfina daba una versión distinta. El abuelo, aseguraba, había sido toda la vida un vago. Alguien poco afecto al esfuerzo que había malgastado su juventud en fiestas, mientras el resto de la familia trabajaba.

    De acuerdo con esta versión, el abuelo Jeremías solo era bueno para tocar la guitarra, para cantar y para contar chistes. Por eso lo invitaban a todas las reuniones, porque era garantía de alegría y diversión. Y si había quedado con los dedos atrofiados era por tanto guitarrear, decía la tía. Aunque no sería de extrañar, agregaba, que se hubiese estropeado las manos por meterse en peleas. La cicatriz, al parecer, era el recuerdo de un baile que había terminado con golpes y cuchillazos.

    Ezequiel nunca se animó a preguntarle a su abuelo si eso era cierto. Resultaba difícil hablar con él. Era callado. Casi no hacía preguntas y, cuando se las hacían a él, respondía con monosílabos y con palabras ambiguas.

    Pese al silencio, el abuelo le dejó enseñanzas. Con él, Ezequiel aprendió a sujetar bien la guitarra, a dar los primeros acordes, a obtener los sonidos justos.

    Jeremías no le daba clases en un sentido tradicional. Simplemente escuchaba los progresos de Ezequiel con el instrumento y le hacía correcciones, sugerencias, lo frenaba con un gesto cuando algo no le gustaba y asentía secamente cuando, por el contrario, algo le parecía correcto.

    Hablaban tan poco que a Ezequiel le sorprendió aquella vez que el abuelo, de pronto, dijo: De joven, cuando tenía que tocar en una fiesta importante, la noche anterior me hacía picar las manos por hormigas coloradas. Pero tienen que ser siempre del mismo hormiguero.

    A los pocos días, el viejo Jeremías murió y el comentario cayó en el olvido.

    Y del olvido regresó años después, cuando Ezequiel ya tenía dieciocho años y sintió, una tarde, la tremenda picadura de una hormiga colorada en su pie descalzo, mientras ensayaba con la guitarra en el fondo de su casa.

    La reacción de Ezequiel fue quitarse la hormiga y arrojarla al piso para matarla. Sin embargo, cuando estaba con la ojota en la mano, a punto de dar el golpe fatal, cambió de idea.

    Se repuso del dolor y apoyó un dedo de su mano derecha en el suelo, junto a la hormiga, invitándola a subir.

    El insecto

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