La trama del miedo
Por Olga Drennen y Eatyourcarrots
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La trama del miedo - Olga Drennen
Índice de contenido
La trama del miedo
Portada
El baldío
Canción de cuna
El encuentro
El reloj del abuelo
Estás allí todavía
El encanto
La tejedora de Colón
Un mismo sueño
Extraños vecinos
Peste
Biografías
Legales
Sobre el trabajo editorial
Contratapa
La trama del miedo
Olga Drennen
Ilustraciones:
*Eatyoucarrots
El baldío
Una tarde, Ramiro nos dijo que había visto algo extraño en el baldío de la esquina de la escuela. Las chicas saltamos con horror como si nos hubiera picado una araña pollito. En primer lugar, porque el solo oír la palabra baldío
, nos daba escalofríos. Después, porque teníamos que reconocerlo, pasaban cosas raras allí. Era bien sabido que todo vagabundo que buscaba refugio entre los matorrales, o desaparecía sin dejar rastro, o tenía un accidente. Los perros gruñían y los gatos escapaban del lugar como alma que lleva el diablo. Hasta los matorrales parecían afectados por algo dañino. Crecían oscuros, torcidos, con formas grotescas.
Por eso, cuando Ramiro vino a hablarnos del baldío, todas nos asustamos.
—Algo extraño, ¿cómo qué? –le preguntamos.
—¡Qué sé yo! Fue a la salida. Cuando ustedes aparecieron en la calle. Se formó una niebla con figura casi
humana. Horrible.
Le teníamos terror a esa esquina, en especial después de lo de Jazmín. Una chica no puede evaporarse así como así, casi a la vista de todos, justo al salir del colegio.
—No digan pavadas –contestaba el resto de nuestros compañeros–, seguro que se la llevaron en un auto. ¿Cómo pueden ser tan tontas? Ese día llovía a baldes, seguro que no la vimos por eso.
Pero nosotras estábamos seguras. Habíamos visto a Jazmín cuando cruzaba el baldío y después, nadie volvió a verla ni supo nada de ella.
—Para mí que las chicas tienen razón –opinó Ramiro con una sonrisa maligna.
Ramiro había entrado en nuestra división ese mismo año. Se convirtió, desde el principio, en una espina clavada en la garganta de docentes y alumnas. Desde el principio, contestó con descaro a los profesores y a las chicas nos molestó todo el tiempo. En cambio, con los varones trataba de ser un poco más amistoso. De todos modos, pocos lo aguantaban al pobre.
Venía con los peores antecedentes. No había quién ignorara que lo habían expulsado de muchas escuelas, por haber hecho disparates de todo tipo y color.
Lo recibimos con un poco de desconfianza. Su aspecto decía bien a las claras que no era un santo. Tenía un gesto burlón, y en todo momento se mostró dispuesto a hacer lío.
Con Jazmín, en cambio, las cosas fueron distintas. Perteneció al grupo desde primer año. Era una chica dulce que hablaba poco y caminaba como quien pisa nubes. Cuando se la tragó la tierra, empezaron a circular todo tipo de historias.
—La raptaron. Yo vi un auto gris dando vueltas.
—Yo, una combi colorada con los vidrios polarizados.
—¡Por favor!, ¿y cómo hicieron para subirla sin que nadie oyera los gritos?
—Por ahí, un hombre la amenazó y se la llevó a la fuerza…
—Es el baldío –dijo Ramiro.
Y todos lo miramos como si hubiera dicho que él era Napoleón.
Por eso, esa mañana cuando vino a contarnos que había visto niebla o vaya a saber qué en el baldío, primero nos asustamos, pero después, cuando uno de los chicos le contestó, soltamos una risotada.
—Seguro que es la niebla del castillo de Drácula.
Sin embargo, mientras temblábamos o nos reíamos por las ocurrencias de nuestros compañeros, la policía investigaba qué había pasado con Jazmín.
—Dicen que los padres la hicieron socia del club de la otra cuadra…
—Sí, por la timidez.
—Bueno, eso no quiere decir nada.
Después alguien averiguó que se había puesto de novia con un chico que iba con ella a la pileta.
—No, ¿a natación? Imposible, Jazmín odiaba el agua. Capaz que era un compañero de patín...
Nadie estaba seguro de nada. Todos opinaban. Pero, por lo menos, parecía claro que alguien del club había tenido algo que ver con su desaparición.
—También puede ser que se haya ido por su propia voluntad, con ese novio que no conocemos...
Pero todas las hipótesis fracasaron. Durante muchos días, nadie supo de nuestra compañera.
Hasta la mañana aquella en que Ramiro entró con los ojos desorbitados en la división. Tomó asiento y empezó a decir algo por lo bajo a la compañera sentada a su lado. Los que estaban cerca vieron cómo ella se ponía pálida a medida que él le hablaba. La pobre no volvió a recuperar el color hasta que tocó el timbre del recreo.
En cuanto estuvimos en el patio, los rodeamos para preguntar qué había pasado.
—Cuando entré en el colegio y pasé por la Dirección, escuché