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La suerte dobló la esquina
La suerte dobló la esquina
La suerte dobló la esquina
Libro electrónico57 páginas54 minutos

La suerte dobló la esquina

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Información de este libro electrónico

Escribir un relato policial es todo un arte. También lo es crear un ambiente, una época y conflictos, a veces, sin solución o con finales dramáticos, otras. El perfil de los personajes y los conflictos que cada uno de ellos enfrenta permiten al lector situarlos en distintos espacios como si fueran piezas. Piezas desordenadas de un rompecabezas que hay que poner, una a una, en su lugar. Estas historias están pobladas por seres que actúan como sienten que tienen que actuar. Podrían ser cualquiera de nosotros. Jorge Accame, Germán Cáceres, Olga Drennen, Mario Méndez, Mercedes Pérez Sabbi y Franco Vaccarini, autores de reconocida trayectoria, presentan La suerte dobló la esquina, antología con narraciones cuidadosamente construidas. Frente a ellas, los lectores se transforman en sagaces investigadores. Y, además, disfrutan del placer de leer.
IdiomaEspañol
EditorialQuipu
Fecha de lanzamiento20 jun 2020
ISBN9789875042902
La suerte dobló la esquina

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    La suerte dobló la esquina - Olga Drennen

    La suerte dobló

    la esquina

    Antología

    Selección de Olga Drennen

    Mario Méndez

    Jorge Accame

    Olga Drennen

    Germán Cáceres

    Mercedes Pérez Sabbi

    Franco Vaccarini

    Ilustraciones:

    Agustina Anselmi Rodíguez

    Índice de contenido

    La suerte dobló la esquina

    Portada

    Socios. Por Mario Méndez

    Mirisini. Por Jorge Accame

    Sin llantos ni gritos. Por Olga Drennen

    Un robo imposible. Por Germán Cáceres

    Adiós, tía Emy. Por Mercedes Pérez Sabbi

    Los zapatos no son inocentes. Por Franco Vaccarini

    Biografías

    Legales

    Sobre el trabajo editorial

    Contratapa

    Socios

    Mario Méndez

    Apoyado en el alféizar de una ventana del hotel Emperador, Frank Norman levanta su rifle de alta precisión y apunta con todo cuidado. En la mira está centrado un hombre de barba, que estaba a punto de subir a un lujoso coche blindado, y que ya no lo hará nunca. Antes de disparar, curiosamente, Frank piensa en que ya es hora de afeitarse. Sonríe con su ocurrencia... Luego aprieta el gatillo.

    En ese preciso momento, Diane Winston baja del auto desde el que controla la escena y empieza a caminar rumbo al hotel. Lo hace sin apuro, sin prestarle ninguna atención al griterío de la gente aterrada por el disparo. En la puerta del hotel, Diane choca con Frank. Cae la cartera de la alta y atractiva pelirroja y Frank se agacha caballerosamente. Junto con la cartera caída de la joven, el hombre toma disimuladamente un sobre y se lo guarda en el bolsillo. Luego sigue su camino, sin mirar a la mujer, que camina hacia la otra esquina. Diane tampoco se vuelve. Ella y Frank son socios. Son más que eso, aunque en la organización que los tiene contratados nadie debe enterarse. La organización, por cierto, es súper secreta: una red de criminales a sueldo, que ha elegido cuidadosamente a cada uno de sus empleados. Diane es una exagente del FBI, desencantada con su trabajo y su magro sueldo. Frank, en cambio, es un exmarine. Los dos trabajan juntos, con absoluta eficiencia.

    Ya en el departamento que ha alquilado provisoriamente, Frank deja el maletín con el rifle de mira telescópica sobre un sillón y abre el sobre. Adentro hay un pasaje de avión, a su nombre, rumbo a Nueva York. Tiene tres horas todavía antes de que salga el vuelo. Corre a darse una ducha reparadora y piensa en que, con suerte, esa misma noche se encontrará con Diane en su ciudad de destino.

    Luego de la ducha, Frank se mira al espejo, se acaricia la espesa barba y piensa si no es hora de afeitarse. Pero no, no lo hará: Diane le ha dicho muchas veces que le gusta así.

    Está a punto de partir rumbo al aeropuerto cuando suena su teléfono celular. Es su padre. Por cierto que es muy raro que el viejo campesino gaste una llamada, piensa Frank, y atiende. En un minuto se entera de lo que está ocurriendo en su Colorado natal, en el campo de su familia. Corta. Tiene el ceño fruncido, y camina a grandes pasos por el departamento. Al fin se decide. Saca entonces el pasaje de avión y lo prende fuego con un encendedor, sobre un cenicero. Antes de partir rumbo a la estación de trenes que lo llevará a Colorado vuelve al baño y se afeita. El señor X, jefe de la organización, lo

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