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Cuentos de detectives para amigos inseparables
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Libro electrónico102 páginas1 hora

Cuentos de detectives para amigos inseparables

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Cuatro historias de amigos detectives; Juan es estudiante de Letras y Natalio, de Criminología, juntos forman un dúo increíble para descubrir dos casos que los desvelan. Wanda y Sabrina son amigas inseparables y las une la fascinación por los enigmas.
IdiomaEspañol
EditorialLetra Impresa
Fecha de lanzamiento1 ene 2022
ISBN9789874419583
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    Cuentos de detectives para amigos inseparables - Adriana Ballesteros

    ilustracion

    · 1 ·

    Natalio y Juan Simón

    Humo de dinamita

    ~

    Esa mañana recibí un mensaje en mi celular. Era de Natalio:

    ¿Cómo te ves yendo a Runchales?

    ¿Runchales? ¿Dónde queda? Me sonaba vagamente; algo había oído en la tele sobre el lugar, pero no había prestado atención.

    Con Nat somos amigos desde la escuela y si bien cursamos distintas carreras (yo elegí Letras y él, Criminología), la amistad sobrevivió. Nat recién está en primer año de la carrera, pero les aseguro que es el mejor detective del mundo.

    ¿A qué iríamos? ¿Y cuándo?, contesté.

    Al instante recibí un enlace. Lo abrí, y leí:

    Portal de noticias de Runchales

    PURA DINAMITA

    La dinamita dispuesta para la mina de la empresa Silver en nuestra pequeña localidad ha desparecido. Fuentes indican que habría sido sustraída en el horario cercano al mediodía.

    La noticia seguía con diferentes conjeturas que iban desde venganzas personales hasta posibles conexiones con el crimen organizado o con el terrorismo internacional. Por el hecho estaba detenido Roberto Robera, maestro de la escuela.

    Entendí el interés de mi amigo en el caso. En cuanto a mí, hacía poco había rendido los últimos exámenes y contaba con tiempo libre.

    ¿Cuándo iríamos?, le escribí ansioso.

    Mañana a las 8 sale el tren, respondió.

    ***

    —¡Qué suerte que pudiste venir! —dijo mi amigo Natalio cuando me vio llegar con el bolso.

    Apenas nos acomodamos en el tren, comencé con las preguntas:

    —¿Fue un robo? El link habla de contactos con una banda internacional, ¿puede ser?

    Mi amigo sonrió.

    —Vamos a un pueblo chico. Lo más probable es que de un grano de arroz hayan hecho una paella, pero hasta que no lleguemos no podemos probar ni descartar nada.

    Eran casi las cuatro de la tarde cuando llegamos a Runchales.

    Nos esperaba en el andén un hombre fornido que se presentó como el comisario Poper. Nos llevó en su auto hasta el hotelito en el que habíamos reservado una habitación.

    —Los dejo descansar y paso por ustedes a eso de las seis.

    A las seis y cuarto, estábamos en el lobby (una salita con algunas mesas) cuando el comisario se presentó.

    —¿Estudiando el caso? —Poper se acomodó en nuestra mesa y pidió un café—. ¿Les molesta que fume? —Y antes de que pudiésemos responder encendió su cigarro—. Muchachos, para mí el caso no tiene muchas vueltas. —Las volutas de humo tapaban el cartel que indicaba no fumar—. Pero, claro, entiendo a la familia del maestro. Seguramente el abogado les habló de usted, Natalio, y quieren su opinión. Ya les expliqué que no hay nada que puedan hacer que no haya hecho yo antes. Los contactaron a través de una red social, ¿no?

    ¿Qué sabemos de Roberto Robera?

    —Un día como hoy, pero en 1452, nacía Leonardo Da Vinci —explicó el maestro ese viernes a los chicos de la escuela—. Era artista, y además inventó todo esto.

    Les alcanzó un libro con láminas para que las hicieran circular por el aula.

    Los chicos miraban los inventos.

    —¿Con esto volaba? —preguntó Juani.

    —No, pero porque nunca pudo terminar de hacerla.

    —¿Y por qué no la terminó?

    —No tenía las herramientas que necesitaba, tampoco el tiempo ni el dinero para fabricarlas porque Da Vinci no era rico; trabajaba para un conde que le pedía que le hiciera máquinas de guerra, ¿ven? El maestro les mostró las imágenes de las máquinas.

    —¿Y por qué no lo llamamos al conde y le pedimos que le deje hacer la máquina de volar? —preguntó Daniela.

    —Ojalá pudiéramos —respondió el maestro.

    Apenas concluyó la clase, el maestro Roberto Robera se subió en su camioneta y tomó el camino que conducía a las afueras del poblado.

    Natalio asintió, sin aclarar nada más. Me había comentado que además de la familia un grupo de vecinos (mamás y papás de los chicos de la escuela) le habían escrito a su página pidiendo su ayuda.

    —Acá habla de una banda internacional —dije, mostrando las noticias que estábamos revisando.

    El comisario sonrió.

    —El periodismo siempre exagera. Pero los medios tienen razón en algo: fue el profesor.

    —¿Por qué está tan seguro? —inquirí.

    —No solo lo vieron partir en dirección a la mina en el horario exacto de la desaparición, sino que es el único que tenía motivos para hacer semejante cosa. ¿Me permite?

    Tomó la tablet de Natalio, buscó, y nos mostró unas cuantas fotos. El maestro aparecía en todas las protestas contra la Silver Company y su firma rubricaba cada uno de los petitorios.

    —Sí, ya las vi —dijo Natalio— y también leí las declaraciones en las que asegura no haber ido a la mina, sino a la laguna.

    —Sí…, las declaraciones —asintió Poper—. En fin.

    —Todavía es de día —dijo Nat—, ¿podríamos hacer una primera visita a la zona?

    El comisario negó con la cabeza.

    —El camino está cortado por las lluvias, pero mañana los llevo sin falta.

    Tras decir esto, se incorporó y se marchó.

    —Bueno

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