MONSTRUOS PARA LA NUEVA ERA
El turno de noche ha sido duro. Normalmente, suele suavizarse a partir de las dos de la madrugada, pero, en esta ocasión, la centralita ha enloquecido a llamadas. Algunas, emergencias de las habituales (caídas de ancianos en sus casas, puertas bloqueadas, pequeñas inundaciones), pero otras han sido de un gusto pésimo, y está seguro que provenían de un grupo de bromistas con ganas de molestar. ¿Por qué? Porque todas trataban sobre lo mismo: en diversos puntos de la ciudad, se había visto a una niña de vestido antiguo y harapiento, manos de dedos desproporcionados y uñas como garras. Pero lo más destacado, por las descripciones, era el rostro, porque no tenía.
Está harto de esa gentuza; menos mal que la jornada termina en unos minutos. Si se les pudiera meter una buena sanción…
Un estruendo lo aleja de sus pensamientos. Parece que ha sido en el pasillo. De lo que no tiene ganas a esa hora es de aguantar otra tontería, y menos por parte de alguno de sus compañeros. A desgana, se levanta de la silla y se encamina hacia allí, resoplando. Abre la puerta, dispuesto a soltar cuatro improperios, pero ni una sola palabras sale de su boca.
Allí, al fondo del corredor, bajo un fluorescente parpadeante, una figura se mantiene de pie, con un leve bamboleo, donde los pies calzados con zapatos de charol despellejados permanecen clavados al linóleo del suelo. El vestido sucio ondea como si una brisa rodeara el cuerpo de aquella niña, terriblemente delgada, acentuando los brazos desnudos, que se estiran hacia él, extendiendo los dedos
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