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Las sirenas sueñan con trilobites
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Las sirenas sueñan con trilobites
Libro electrónico103 páginas1 hora

Las sirenas sueñan con trilobites

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Todos nos parecemos a un pez: algunos, a una sardina; otros (como el novio de la mamá de Sofía) a una amenazante barracuda. Sofía, en cambio, es toda una sirena, aunque su especie está en peligro de extinción.

Este libro fue ganador del Premio El Barco de Vapor 2013 en México, así que no te lo puedes perder.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones SM
Fecha de lanzamiento15 sept 2015
ISBN9786072410565
Las sirenas sueñan con trilobites

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    Nos muestra el poder del arte y la imaginación para superar las dificultades cotidianas. Narra de una manera bella y sincera el dolor por la pérdida de un amigo, el descubrir la ambigüedad de los adultos, el abuso infantil y la violencia intrafamiliar. Todos temas terribles pero reales para la mayoría de los niños. Temas muy difícil de tratar y que a menudo se ocultan.

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Las sirenas sueñan con trilobites - Martha Riva Palacio Obón

estás.

1. Las sirenas viajan en Volkswagen

MIENTRAS se dirigía hacia la bahía en la parte trasera del destartalado Volkswagen rojo, lo único que animaba a Sofía era que finalmente el mar y ella se iban a ver cara a cara. No es que esto la pusiera completamente contenta, pero al menos le hacía sonreír un poco.

Raquel, su mamá, manejaba sin hablar, con el cigarro en la boca y las cumbias a todo volumen en el radio. Había llegado cansada del trabajo y se había levantado de un humor pésimo. Nada más había recogido su pelo teñido en una cola de caballo y ni siquiera se había maquillado. Eso, como sabía Sofía, significaba que era momento de quedarse callada para salvar el pellejo. Especialmente ahora.

Un poco mareada y sintiendo todo un enjambre de cangrejos rojos en el estómago a causa de los nervios, Sofía volteó hacia la ventana y suspiró fastidiada. Tenía calor, y el asiento del coche estaba pegajoso. Asomándose por la ventana, miró las palmeras que pasaban corriendo por el borde de la carretera. Intentó entretenerse dibujando peces en el vidrio con el dedo, pero se aburrió muy pronto. Los camiones de carga pasaban uno tras otro, sacudiendo el Volkswagen y provocando que Raquel se pusiera de peor humor. Por primera vez en ese día, Sofía sintió verdaderas ganas de llorar. Uno de los cangrejos que viajaban en su estómago decidió subir a su garganta y enredarse ahí.

Raquel le sonrió a través del espejo retrovisor a la niña delgada de cabello negro largo y ojos grandes y ojerosos que viajaba en el asiento trasero. Sofía intentó devolver la sonrisa a su madre, pero no pudo. Raquel no era la única que estaba de mal humor. Incómoda, la mujer subió el volumen al radio. Más cumbias.

Sofía intentó entretenerse hablando con el mar. Aunque nunca se hubieran visto, el mar y la niña ya se conocían, y platicaban desde antes de que Sofía supiera que él se llamaba mar y que ella era una sirena. Porque ella era una sirena (sí, con cursivas, porque ser sirena no es cualquier cosa).

Sofía se había enterado de cuál era su verdadera identidad cuando en Ciencias Naturales le mostraron varias fotos de cómo crece un bebé en el útero. Al verlas le quedó claro que antes de nacer somos como sirenas (a fin de cuentas respirábamos en el agua, ¿no?).

Y no es que Sofía no comprendiera los misterios de la reproducción humana. Entendía lo mismo que sus compañeros… Y tal vez alguien diría que eran necesarias más pruebas para concluir que una es sirena, pero no para Sofía. A ella siempre le gustaba ir más allá.

Es solo una cuestión de óptica. Desde su punto de vista, una podía hacer dos cosas en la vida: imaginarse en un mundo seco en el que tienes que esconderte en las noches entre las jaulas de la azotea, o imaginarse en una azotea, sí, pero siendo una sirena.

No todos disfrutan tanto cambiar de óptica. Incluso parecería que ciertas personas tienen atascado el mecanismo para hacerlo. La maestra de Ciencias Naturales, por ejemplo, le advirtió a Sofía que si no quería reprobar, mejor ni se atreviera a mencionar nada remotamente parecido a una sirena en el examen.

En las noches, Sofía se escapaba con su libro de Ciencias Naturales y una linterna a la azotea. Escondida entre las sábanas húmedas de los tendederos, volvía a ver la foto del bebé-sirena durmiendo en una burbuja y pensaba que ese mar chiquito le había explicado muchas cosas antes de nacer. Porque, sí, Sofía, había nacido con todas las respuestas.

Solo que el mar no le dijo cómo recordarlas. Es una lástima, porque a los nueve uno tiene muchas preguntas en la cabeza. Preguntas tan básicas como ¿Qué tipo de pez es mi mamá?. Y es que todos nos parecemos a un pez. O al menos eso es lo que Sofía opinaba.

Su maestra de Ciencias Naturales, por ejemplo, cuando con un estornudo inundaba el aire con miles de gotas de saliva, le recordaba a una ballena que navega lentamente por el océano. Casi podía verla lanzando agua a presión por la cabeza.

Claro que no todos los peces son buena compañía. Una cosa es pasarla con una ballena o un pez globo, y otra es tenérselas que ver con una barracuda.

Los esfirenos (Sphyraena spp.) son un género de peces carnívoros de aguas profundas. Conocidos vulgarmente como barracudas, constituyen el único género en la familia de los esfirénidos. Una de sus características más llamativas es que atacan a sus presas con gran rapidez. La carne de la gran barracuda puede ser muy tóxica, debido a que este animal devora ciertos peces coralinos altamente venenosos.

Y la peor de todas las barracudas era José, el novio de Raquel. De algo estaba segura Sofía: definitivamente, a él no iba a extrañarlo. José sabía que Sofía ya se había dado cuenta de quién era él realmente, y el muy hipócrita trataba de despistarla regalándole muñecas.

Pero las barracudas siempre serán barracudas, y es mejor alejarse de ellas. Especialmente si te ven como José veía a Sofía cuando no estaba Raquel. Además, a Sofía tampoco le gustaban los apretones que esta barracuda le daba en el brazo. Sentía como si la llenara de algo pegajoso y viscoso.

A partir de su primer encuentro con José y el apretón de brazos, Sofía empezó a escaparse a la azotea de su edificio en cuanto Raquel salía a trabajar. Todas las noches se escondía entre las jaulas llenas de ropa tendida. Entre José y ella se inició un juego de escondidillas. Pero con él no era divertido. Sofía sabía que tarde o temprano le iban a ganar.

José, el muy chismoso, fingía estar preocupado y corría a acusarla con Raquel en cuanto ella llegaba del trabajo. Le decía ofendido que Sofía se había vuelto a escapar a la calle. (¡Al menos no sabía dónde se metía realmente!) Raquel, molesta, regañaba a su hija. Y cuando Sofía intentaba explicarle que José era una barracuda, Raquel se disgustaba y le respondía que no volviera a salirse.

Aun así, Sofía siguió escapándose a la azotea cada noche mientras Raquel trabajaba. Aunque eso significara pasar frío entre las sábanas húmedas y que la regañaran al día siguiente en la escuela por quedarse dormida en clase. Era mejor que compartir el territorio con la barracuda (Sofía decidió que no valía la pena llamar José a José cuando los dos sabían que no era José, sino barracuda).

Aunque Raquel dijera que eran tonterías y que no

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