Una mona en casa
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Una mona en casa - Alejandro Sandoval
Sandoval Ávila, Alejandro
Una mona en casa / Alejandro Sandoval Ávila ; ilustraciones de Beatriz Rodríguez – 1ª ed. – México : Ediciones SM, 2020 El Barco de Vapor. Azul
ISBN: 978-607-243-846-0
1. Cuentos mexicanos. 2. Literatura infantil. 3. Adopción – Literatura infantil 4. Monos – Literatura infantil 5. Animales domésticos – Literatura infantil
cDewey 863 S26
Para Marianne,
que avisoró la historia.
Para Alejandra y para Ana Sofia que,
como siempre, la hicieron posible.
Para Julia,
que espero disfrute.
Aunque la mona
se vista de seda
mona se queda
Refrán popular
El disparo
UN DISPARO irrumpió en los sonidos cotidianos de la selva y provocó un escándalo de monos y pájaros en desbandada.
Ese disparo acabó con la vida de una chimpancé que llevaba a su bebé en brazos.
Ella, aferrándose a su cría, se precipitó a tierra golpeándose contra las ramas de los árboles y los cazadores se abalanzaron hacia donde caía para tratar de que el pequeño chimpancé no se lastimara si quedaba bajo el cuerpo de la madre al estrellarse contra suelo. Los chillidos del animalito eran desolados, lastimeros: no comprendía qué pasaba, por qué ya no había seguridad en los brazos de su madre, pero tampoco quería dejarlos. Los cazadores, con la destreza adquirida por haber repetido la operación muchas veces, separaron con rudeza al pequeño del cuerpo de su mamá.
Así era como había que hacer eso: mientras estuviera viva, la chimpancé jamás se habría desprendido de su bebé.
El bebé era una pequeña chimpancé que al crecer no conservaría recuerdos de la época en que vivió en los árboles de la selva. Apenas recordaría un verde intenso y la luz de los mediodías. No tendría memoria del agua corriendo en los arroyos ni del bullicio que producían los demás animales que habitaban esa selva. No recordaría el calor de los brazos de su madre, pues los confundiría con los brazos de la señora que después fue su dueña.
Tampoco recordaría el canasto en que la metieron para transportarla, el biberón del cual la obligaron a beber un líquido blancuzco que en nada se parecía a la tibia y dulce leche que salía de los pechos de su madre. No recordaría que estuvo a punto de morir de tristeza, abandono, soledad.
Fue de noche cuando los hombres que la habían sacado de la selva la entregaron a otros; éstos se la llevaron lejos, muy lejos, y fueron ellos quienes, apenas percibieron que la pequeña chimpancé tenía alguna posibilidad de vivir, la pusieron en exhibición en una jaula que tenía un olor muy fuerte, muy feo. Olía a orines viejos y a desinfectante.
Era una tienda donde se vendía todo tipo de animales. De las otras jaulas escapaban chillidos, gemidos, ruiditos que más bien daban lástima. Ella tendría recuerdos de esa época porque por primera vez pudo ver con detenimiento las caras de los humanos. Al principio la asustaron, sobre todo las de los niños, que se paraban enfrente y le hacían todo tipo de gestos y ademanes.
La pequeña chimpancé se arrinconaba entonces, se hacía ovillo en uno de los extremos de su jaula y desde allí los miraba. Poco a poco empezó a imitarlos. Lo hizo quizá porque se sentía sola, quizá porque extrañaba el grupo de monos donde había nacido, quizá porque