Estrella

Por Roberto Fuentes

Estrella, una niña de otro mundo, llega a la vida de Germán, cuyo perro, Lucas, está muy enfermo. Rara para los demás y mágica para su amigo, le enseña que todo está conectado y que las despedidas, por tristes que sean, muchas veces traen algo bueno.
Esta tierna y sorprendente historia habla de la amistad, la diferencia y la pérdida con una mirada esperanzadora.

• Idioma: Español
• Editorial: Ediciones SM
• Fecha de lanzamiento: 22 may 2019
• ISBN: 9786072431805

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Fuentes, Roberto

Estrella / Texto e ilustraciones de Roberto Fuentes. – México: Ediciones SM, 2018

Formato digital – (El Barco de Vapor. Naranja)

ISBN: 978-607-24-3180-5

1. Novela mexicana 2. Amistad – Literatura infantil 3. Humor – Literatura infantil

Dewey 863 F84

A mis traviesas alienígenas,

Rocío y Romina

Sé que la gente no se queda mirando

a los chicos normales en todas partes.

R. J. PALACIO,

La lección de August

CUANDO ELLA ENTRÓ AL SALÓN, no me di cuenta de que la acompañaba el profesor Cofré; sólo vi a una niña delgada con pelo negro, el pelo negro más brillante que había visto hasta entonces. Creo que únicamente en el espacio interestelar algo tan oscuro puede brillar así.

—Ella es su nueva compañera —anunció el profesor, y en ese momento advertí que también estaba ahí ese hombre gigante, flaco y de barba chistosa que me enseñaba casi todas las materias.

—Hola —dijo la niña sonriendo.

Nadie contestó; nada más yo levanté la mano tímidamente en ademán de saludar. Ella miró mi gesto y yo, apurado, bajé la mano.

—Mi nombre es Estrella —agregó ella.

—¡Vamos, niños, salúdenla! —dijo, enérgico, el profesor.

—¡Buenos días, Estrella! —gritamos a coro.

Nadie quería hacer enojar al profesor Cofré, porque sus castigos son muy vergonzosos. Una vez a mí, por llegar varias veces atrasado al salón después de los recreos, me obligó a inventar un poema de amor y a leérselo en voz alta a una mujer que él había dibujado en el pizarrón.

Después de saludar a Estrella, caí en la cuenta de que el único lugar que quedaba vacío en el salón era el que estaba al lado mío.

Éramos veintinueve alumnos, con ella treinta, y yo me sentaba solo porque no puedo dejar de leer en voz alta todo lo que escribo y eso desconcentra a los demás.

—Me gusta este planeta —dijo Estrella.

Tanto el profesor como los alumnos nos quedamos asombrados. Luego, ella se tapó la boca y empezó a reírse.

Su risa contagió al profesor Cofré, primero, y a todos los demás después. Fue un concierto de carcajadas e hipos. Debimos de habernos reído durante unos diez minutos. No exagero. Sólo cuando ella dejó de reír —una risa musical y algo aguda—, los demás pudimos detenernos. Entonces Estrella, sin que nadie le dijera nada, se fue a sentar a mi lado.

—Me llamo Germán —le dije torpemente.

—Ya lo sé —respondió ella— y, para que sepas, la risa es sólo uno de mis tantos poderes.

Luego, dibujó esto en mi cuaderno:

Yo me sentí feliz. La niña más divertida del mundo se sentaba a mi lado.

Le agregué un par de cositas a su dibujo y le mostré cómo quedó: