Cuentos Para Niñas: Good Kids, #1
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Cuentos Para Niñas - Sebastian Mendoza Gomez
El cordero envidioso
Esta pequeña y fácil historia cuenta lo que pasó a un cordero que por envidia traspasó los parámetros del respeto y ofendió a sus compañeros. ¿Quieres conocerla?
El corderito en cuestión vivía como un marqués, o es decir como un monarca, por la simple razón de que era el animal más mimado de la granja. Ni los cerdos, ni los caballos, ni las gallinas, ni lo demás de ovejas y carneros más grandes que él, gozaban de muchos privilegios. Esto se debía a que era tan blanquito, tan suave y tan lindo, que las 3 hijas de los granjeros lo trataban como a un animal de compañía al que malcriaba y concedían todos los caprichos.
Cada mañana, en cuanto salía el sol, las hermanas acudían al establo para peinarlo con un cepillo particular untado en aceite de almendras que mantenía sedosa y brillante su rizada lana. Tras aquel reconfortante procedimiento de belleza lo acomodan sobre un mullido cojín de seda y acariciaban su cabecita hasta que se quedaba profundamente dormido. Si al despertar poseía sed le ofrecían agua del manantial perfumada con unas gotitas de limón, y si sentía gélido se daban prisa por taparlo con una amorosa manta de colores tejida por ellas mismas. Referente a su comida no era ni de lejos la misma que recibían sus compañeros de trabajo, cebados a base de pienso corriente y moliente. El bienaventurado cordero poseía su propio plato de porcelana y se alimentaba de las sobras de el núcleo familiar, por lo cual su dieta diaria consistía en exquisitos guisos de carne y postres a base de cremas de chocolate que endulzaban todavía más su empalagosa vida.
Curiosamente, pese a tener más derechos que ninguno, esté cordero favorecido y sobrealimentado era un animal radicalmente egoísta: en cuanto veía que los granjeros rellenaban de pienso el comedero común, echaba a correr pisoteando a los otros para llegar el primero y engullir la máxima porción viable. Desde luego, lo demás del rebaño se quedaba estupefacto pensando que no había ser más canalla que él en todo el mundo.
Un día la oveja patrona, la que más mandaba, le mencionó en tono bastante enfadado:
– ¡Pero qué cara más rígida tienes! No entiendo cómo eres capaz de quitarle la comida a tus amigos. ¡Tú, que vives entre algodones y lo tienes todo!... ¡Eres un sinvergüenza!
– Bueno, bueno, te estás pasando un poco... ¡Eso que mencionas no es justo!
– ¡¿Qué no es justo?!...Llevas una vida de lujo y te atiborras a diario de manjares exquisitos, dignos de un jefe supremo. ¿Es que no tienes suficiente con todo lo cual te dan? ¡Haz el favor de dejar el pienso para nosotros!
El cordero puso cara de situaciones y, con la insolencia de quien lo tiene todo, respondió mostrando bastante escasa sensibilidad.
– La realidad es que como hasta reventar y este pienso está malísimo comparado con las delicias que me proporcionan, sin embargo lo siento... ¡No aguanto que los otros gocen de algo que yo no poseo!
La oveja se quedó de roca pómez.
– ¿Me estás mencionando que te ingieres nuestra humilde comida por envidia?
El cordero se encogió de hombros y puso cara de indiferencia.
– Si deseas llamarlo envidia, me parece bien.
Ahora sí, la oveja entró en cólera.
– ¡Muy bien, puesto que tú te lo has buscado!
Sin mencionar nada más pegó un pitido que resonó en toda la granja. Segundos después, treinta y tres ovejas y 9 carneros acudieron a su llamada. Entre todos rodearon al desconsiderado cordero.
– ¡Escuchadme atentamente! Como ya sabéis, este cordero repetido e inflado a pasteles se ingiere cada día parte de nuestro pienso, empero lo peor de todo es que no lo hace por apetito, no... ¡lo hace por envidia! ¿No es abominable?
El malestar comenzó a palparse entre la audiencia y la oveja continuó con su alegato.
– En un rebaño no se permiten ni la codicia ni el abuso de poder, de esta forma que, en mi crítica, por el momento no hay lugar para él en esta granja. ¡Que levante la pata quien se encuentre según con que se largue de aquí para siempre!
No hizo falta hacer recuento: todos sin distinción alzaron sus pezuñas. Frente a un resultado tan aplastante, la patrona del clan concluyó su expulsión.
– Amigo, esto te lo has ganado tú solito por tu mal comportamiento. ¡Coge tus pertenencias y vete!
Eran todos contra uno, de esta forma que el cordero no se atrevió a rechistar. Se llevó su cojín de seda oriental como exclusivo recuerdo de la opulenta vida que dejaba atrás y atravesó la campiña a toda rapidez. Se debe mencionar que de nuevo la fortuna le acompañó, puesto que anteriormente del anochecer alcanzó un gran rancho que desde aquel día se ha convertido en su nuevo hogar. Aquello sí, en aquel sitio no localizó chicas que le cepillara el cabello, le dieran agua con limón o le regalaran las sobras del asado. Ahí ha sido, sencillamente, uno más en el establo.
Moraleja: Sentimos envidia una vez que nos da ira que alguien tenga suerte o goce de cosas que nosotros mismos no poseemos. Si lo piensas te darás cuenta de que la envidia es un sentimiento negativo que nos causa tristeza e insatisfacción. Alegrarse por todo lo bueno que ocurre a la población que nos circunda no solo provoca que nos sintamos felices, sino que pone en costo nuestra generosidad y nobleza de corazón.
El regalo de las palomas
Antiguamente, en la vieja metrópoli china de Handan, existía una costumbre extraña y bastante curiosa que llamaba la atención a todos los que venían de otros sitios del territorio.
Los pobladores de Handan sabían que su amado monarca adoraba las palomas y por aquello mismo las cazaban a lo largo de todo el año para entregárselas como regalo.
Un día sí y otro además, campesinos, comerciantes y otras bastantes personas de distinta condición, se presentaban en palacio con 2 o 3 palomas salvajes. El monarca las aceptaba emocionado y luego las encerraba en gigantes jaulas de hierro situadas en una galería acristalada que daba al jardín.
Seguro que te estás preguntando para qué quería tantas palomas ¿verdad?... Puesto que bien, lo cierto es que la población de Handan además se preguntaba lo mismo que tú. Todo el planeta estaba intrigadisimo y corrían rumores de toda clase, empero la situación es que jamás nadie se atrevió a averiguar a fondo sobre el asunto por miedo a represalias ¡Al fin y al cabo el monarca poseía derecho a hacer lo cual le viniera en gana!
Pasaron los años y ocurrió que, una mañana de primavera, un adolescente bastante decidido se plantó frente a el soberano con 10 palomas que se revolvían nerviosas en una enorme cesta de mimbre. El monarca se enseñó francamente entusiasmado.
– Gracias por tu obsequio, jovencito ¡Me traes nada más y nada menos que una decena de palomas! Seguro que has tenido que esforzarte mucho para atraparlas y yo aquello lo valoro ¡Toma, ten unas monedas, te las mereces!
Viendo que el soberano simulaba ser un hombre alegre y cordial, se animó a consultarle para qué las quería.
– Alteza, perdone mi indiscreción empero estoy bastante intrigado ¿Por qué le fascina tanto que sus súbditos le regalemos palomas?
El monarca abrió los ojos y sonrió de oreja a oreja.
– ¡Eres el primero que me lo pregunta en treinta años! ¡Demuestras valentía y aquello dice mucho de ti! No tengo ningún problema en responderte ya que lo hago por una buena causa.
Le miró fijamente y continuó hablando de manera ceremoniosa.
– Todos los años, el día de Año Nuevo, realizó el mismo ritual: mandó sacar las jaulas al jardín y dejó una cantidad enorme de palomas en independencia ¡Es un show bellísimo ver cómo aquellas aves alzan el vuelo hacia el cielo y se van para no regresar!
El joven se rascó la cabeza y puso cara de no entender la descripción. Titubeando, le hizo una pregunta totalmente nueva.
– Supongo que es una exhibición espectacular pero... ¿Esa es la exclusiva razón por la que lo hace, señor?
El monarca suspiró profundamente y sacando pecho respondió con orgullo:
– No, joven, no... Primordialmente lo hago pues al liberarlas estoy mostrando que soy una persona compasiva y benévola. Me encanta hacer buenas obras y me siento realmente bien regalando a aquellos animalitos lo más querido que puede tener un ser vivo: ¡la libertad!
¡El chico se quedó patidifuso! Por muchas vueltas que le daba no entendía dónde estaba la bondad en aquel acto. Lejos de quedarse callado, se dirigió otra vez al soberano.
– Disculpe mi atrevimiento, sin embargo si es viable me agradaría hacer una meditación.
El monarca seguía de un genial buen humor y admitió oír lo cual el joven poseía que comentar.
– No tengo problema ¡Habla sin temor!
– Como sabe somos varios los habitantes que nos pasamos horas cazando palomas para usted; y sí, es cierto que atrapamos muchísimas, empero en el intento otras fallecen ya que las herimos sin querer. De cada 10 que conseguimos capturar, una pierde la vida enganchada en la red. Si de verdad usted se estima un hombre bueno es mejor que prohíba su caza.
Como si tuviera un muelle bajo sus reales posaderas, el monarca saltó del trono y su voz intensa resonó en los muros del gran salón.
– ¡¿Me estás mencionando que prohíba su caza, mequetrefe?! ¡¿Cómo te atreves...?!
El muchacho no se amedrenta y siguió con su argumento.
– ¡Sí, señor, eso le propongo! Por culpa de la caza muchas palomas fallecen sin remedio y las que sobreviven pasan meses encerradas en jaulas esperando ser liberadas ¡No lo entiendo!... ¿No le parece ilógico tenerlas cautivas tanto tiempo? ¡Ellas ya han nacido libres! Si yo fuera paloma, no tendría nada que agradecerle a usted.
El monarca se quedó en silencio. Hasta aquel instante nunca se había parado a pensar en las secuelas de sus actos. Con la creencia de que hacía el bien estaba privando de independencia a una cantidad enorme de palomas todos los años solo por darse el gusto de soltarlas.
Tras un momento absorto en sus pensamientos reconoció su error.
– ¡Está bien, muchachito! Te mencionaré que tus palabras me hicieron modificar de pensamiento. Tienes todo el motivo: esta tradición no me convierte en una buena persona y tampoco en un monarca más justo ¡Hoy mismo mandaré que la prohíban terminantemente!
Previo a que el joven pudiera mencionar nada, el monarca chascó los dedos y un sirviente le acercó una caja dorada adornada con sorprendentes rubíes, rojos como el fuego. La abrió, cogió un saquito de tela repleto de monedas de oro y se la otorgó al chico.
– Tu consejo fue el mejor que he recibido en varios años, de esta forma que aquí tienes una buena proporción de dinero como muestra de mi reconocimiento. Pienso que va a ser suficiente para que vivas bien unos cuantos años, sin embargo si cualquier día necesitas algo no dudes en presentarme a mí.
El chico se guardó la bolsa en el bolsillo del pantalón, hizo una reverencia bastante respetuosa, y sintiéndose bastante feliz regresó a su hogar. La historia se propagó por todo Handan y el misterio de las palomas quedó resuelto.
Moraleja: Anterior a hacer algo o tomar una elección fundamental continuamente debemos pensar bien las secuelas para estar seguros de que no estamos provocando mal a los otros.
La mona
En una urbe del sur española había un caballero bastante rico, riquísimo, que vivía rodeado de todos los lujos y comodidades que uno logre imaginar. Sus negocios le permitían gozar de un montón de caprichos, como una vivienda cercada de jardines y sirvientes que le hacían reverencias todo el tiempo. Gozaba caballos, importantes obras de arte y su mesa continuamente estaba repleta de manjares y frutas exóticas venidas de los sitios más lejanos de todo el mundo.
De cada una de las posesiones que poseía, había una por la que sentía particular cariño: una mona bastante simpática que un amigo le había traído africanos. Como era un hombre soltero y sin actividades relevantes, se dedicaba a cuidar y a jugar con ella todo el día. La poseía tan consentida que la sentaba con él a la mesa, le desenredaba el cabello con peine de marfil y la dejaba reposar al lado de la chimenea sobre cojines de seda ¡Ni la mismísima reina vivía mejor!
Por si esto fuera poco la monita era bastante presumida, de esta forma que el amo constantemente le regalaba broches, lazos y toda clase de adornos para que se sintiera la más guapa de todo el mundo.
Cuenta la historia que un día de verano se ha sido de compras y apareció en la vivienda con un vestido ideal. Estaba confeccionado con telas de colores brillantes y poseía 2 volantes de encaje que quitaban el hipo. La mona se lo puso entusiasmo y ha sido corriendo a verse en el espejo.
– ¡Oh, es impresionante, sin embargo qué requetegua estoy!
La bastante coqueta se colocó sobre la cabeza un sombrerito de fieltro azul y se localizó tan, tan elegante, que pensó que todo el planeta poseía que verla. Por dicha razón, sin pensar bien las secuelas, tomó una alocada elección: escaparse por la ventana esa misma noche y cruzar el estrecho de Gibraltar para llegar a África. Su destino era Tetuán, la tierra en la que había nacido y donde todavía vivían sus parientes y amigos de la niñez.
A medida que se alejaba de su cómodo vida, por su cabeza solamente rondaba un pensamiento:
– ¡Quiero que todos mis conocidos vean lo guapa y estilosa que soy! ¡Me lanzarán una cantidad enorme de piropos y seré la envidia de todas!
No se conoce realmente bien cómo lo hizo, sin embargo la situación es que al amanecer, la mona apareció por sorpresa frente a todos sus congéneres. Como había imaginado, la rodearon boquiabiertos y ella se pavoneó de aquí para allá como si fuera un pavo real. Monas de cada una de las edades iniciaron a aplaudir y a exclamar admiradas.
– ¡Oh, qué guapa está!
– ¡Qué vestido tan bonito! ¡Debe ser carísimo!
– ¡Qué envidia!... ¡Nosotras desnudas y ella luciendo un atuendo confiable de una princesa!
La orgullosa mona estaba encantada con el recibimiento. Notaba que había provocado sensación y que hablaban de ella como si fuera alguien realmente fundamental ¡Escuchar seguidos halagos le producía tanto placer!...
– Debería ser una mona bastante popular en España, pues aquellas ropas no las lleva cualquier persona.
– Sí, seguro que sí... ¡Qué fina es y qué gracia tiene al andar!
– ¡Además tiene pinta de ser bastante inteligente! ¡A lo mejor es la presidenta española y nosotros mismos sin enterarnos!
El encanto que ejercía sobre todos era evidente pues inclusive los machos del clan tampoco pudieron resistirse a sus encantos. Por cierto uno de ellos, el mono más viejo y más sabio, tuvo una iniciativa que quiso compartir con los otros. Se subió a una piedra y alzó la voz.
– Como sabéis, hoy hemos tenido el honor de recibir a una integrante destacada de la sociedad que, por lo cual se ve, ha llegado bastante lejos en la vida. Mañana partiremos todos hacia el sur del conjunto de naciones y propongo que sea nuestra ilustre invitada quien dirija la expedición.
¡El aplauso ha sido unánime! ¡Qué iniciativa tan buena! A nadie se le ocurría un candidato mejor para guiarlos en un viaje tan extenso y riesgoso.
Una vez que amaneció, cada una de las familias de monos con sus crías a las espaldas comenzaron una extensa caminata con la pizpireta mona al frente. Desde luego tomó el mando encantada de ser la protagonista y les ha ido llevando por donde mejor le pareció: atravesó bosques, valles, desiertos, ríos y fangosos pantanos, empero sólo lo que logró, ha sido perderse. Su sentido de la orientación era nulo y no poseía ni iniciativa de cómo llevar al conjunto a su destino.
lo cual iba a ser un viaje de escasas horas se ha convertido en un terrible periplo de una semana. Los que tienen poco dinero animales vagaron a lo largo de días de un lado a otro, sin comida, escasos de agua y con magulladuras por todo el cuerpo humano. Una vez que por fin llegaron al sur africanos, las familias estaban agotadas y con la sensación de que no habían perdido la vida de milagro.
El anciano mono, como jefe que era, regresó a dirigirse a la manada.
– ¡Llegar hasta aquí casi nos cuesta un disgusto! Nos hemos dejado engatusar por la belleza y elegancia de esta mona en lugar de por su vivencia. Hemos dado por sentado que, como era una mona popular, además era una mona inteligente. De todo lo mencionado, debemos sacar una educación: las apariencias engañan y finalmente, continuamente se halla lo cual uno es realmente.
La mona, avergonzada, se quitó sus lujosas ropas y reconoció su ignorancia. No por ser más bella y vestir ropas carísimas dejaba de ser una mona como cada una de las otras. Desde aquel día se incluyó con humildad en el conjunto y regresó a la vida que le correspondía con los de su especie.
Moraleja: Cada individuo es como es. Todos debemos sentirnos orgullosos de nuestras propias cualidades, sin embargo no posee sentido intentar de aparentar que tenemos talentos y capacidades que no poseemos. Y es que con razón dice el refrán: Aunque la mona se vista de seda, mona se queda
.
La zorra que ingirió bastante
Había una vez una zorra bastante glotona que solía levantarse tempranísimo para salir a buscar alimentos por el campo. Ingerir era su pasatiempo preferencial y jamás le hacía ascos a nada. Un puñado de insectos vivos y coleando, media docena de castañas, cualquier que otro arándano arrancado a mordiscos del arbusto... ¡Cualquier cosa servía para satisfacer su voraz apetito!
Por regla general no solía tardar mucho en hallar comida, empero en una situación tuvo lugar que por más que rastreó la tierra no encontró ninguna mísera semilla que llevarse a la boca. Tras numerosas horas de inútil investigación, el ruido de sus tripas comenzó a parecerse al ronquido de un búfalo.
– Mamá mía, qué hambrienta estoy... ¡Si no como algo rápido me voy a desmayar!
Estaba a un tris de