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Las mascotas secretas
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Libro electrónico95 páginas1 hora

Las mascotas secretas

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A Mina y a Pedro, vecinos y mejores amigos, los une el amor por los animales. En su edificio están prohibidas las mascotas, aunque encuentran la manera de solucionarlo. Pero cuando interviene Pepita todo amenaza con venirse abajo.
Pepita está celosa de Pedro y lo molesta todo el tiempo, pero descubrirá que la amistad y la solidaridad surgen en donde menos se espera.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones SM
Fecha de lanzamiento24 ene 2017
ISBN9786072425453
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    Las mascotas secretas - Verónica Munguía

    Murguía, Verónica.

    Las mascotas secretas; ilustraciones de Anna Laura Cantone. – México: Ediciones SM, 2017

    Formato digital – (El Barco de Vapor, Serie Azul)

    ISBN: 978-607-24-2545-3

    1. Aventura - Literatura infantil 2. Amistad – Literatura infantil

    Dewey 863 M87

    A Adriana Murguía, Pilar Climent

    y Paloma Bernal, con amor.

    MARCELINA Y PEDRO

    ESTA ES LA HISTORIA de un niño y una niña que eran muy diferentes y, al mismo tiempo, los mejores amigos. Tan amigos que parecían hermanos que nunca se peleaban. Compartían libros, juguetes y se contaban todo. También es una historia en la que aparecen una niña berrinchuda, un hámster muy listo, unos pájaros mágicos y un animal con fama de malo que en realidad es bueno.

    El niño se llamaba Pedro Juárez. La niña se llamaba Marcelina Menéndez y le decían Mina. Los dos vivían en el mismo edificio y estudiaban en la misma escuela, el Instituto Héroes de la Constitución.

    Pedro era redondo como la o. Pésimo para los deportes, pero sacaba dieces en las demás materias. Como era lento para correr, el maestro de deportes lo colocó de portero en el equipo de futbol. A Pedro le gustaba mucho ser portero y ponía todo su empeño en parar los goles.

    Mina, ágil y rápida como una ardilla, era la goleadora estrella del colegio. Ni Pedro ni ningún otro portero podían resistir sus cañonazos. También era cumplida, pero, por alguna razón, se ponía nerviosa en los exámenes y sacaba una cantidad tremenda de seises. Había algo importantísimo en lo que estos dos niños eran idénticos: les encantaban los animales. Más que nada en el mundo, más que el futbol, los libros, la tele o los dulces. Todos, hasta los sapos, las arañas, las culebras y los tiburones. La mamá de Mina, la señora Maru, era bióloga y por eso en casa de Mina había muchos libros con fotos de animales. Su cuarto estaba repleto de tarántulas de peluche, escarabajos de plástico y móviles de pericos y pulpos. Las muñecas no le interesaban gran cosa y a Pedro, menos.

    Mina tenía un hámster que se llamaba Pong. Él vivía en una jaula con una ruedita que daba vueltas y era una mascota secreta. Estaba prohibido tener animales en el edificio, pero cuando se acercaba el cumpleaños número siete de Mina, su mamá tocó la puerta de doña Benedicta, la casera, y le dijo:

    —Señora Benedicta, vengo a pedirle que haga una excepción a la regla de no tener animales en el edificio. Quiero regalarle una mascota a mi hija. Un animal pequeño, casi silencioso, que vivirá en una jaula.

    —¿Un pájaro? Señora, un pájaro canta y los demás niños del edificio se van a enterar. Disculpe, pero ¡NO! —dijo la señora Benedicta en tono muy serio.

    Pero la señora Maru no se iba a dejar disuadir fácilmente:

    —Adoro los pájaros y detesto verlos en jaulas, señora. Los pájaros necesitan muchísimo más espacio. No, es para un hámster. Él sí puede ser feliz en una. Mi hija sabe que usted no permite tener mascotas. Cree que le voy a regalar uno de peluche, pero yo quiero darle un animal de carne y hueso. Por eso vine a pedirle permiso, no sé, ¡a rogarle! que haga una excepción.

    La señora Benedicta puso cara de duda y la mamá de Mina aprovechó el momento para decirle lo buenas que son las mascotas para el ánimo.

    —Señora Bene, usted sabe que Mina es obediente. Póngase en mi lugar: una mascota es lo que mi hija más desea en el mundo. Si quiere le regalo un hámster a usted también. Tener una mascota es muy bueno para la salud. La compañía de un animal es un remedio contra la tristeza, la gastritis y la presión alta.

    —Noooo, señora, para qué. No, no. Yo no estoy triste, quién le dijo. Tengo corazón de quinceañera. Una señora de mi edad... ¿un hámster? No, muchas gracias. Si no tengo perro que me ladre, menos quiero una rata que me chille —dijo doña Benedicta.

    La señora Maru le tomó la mano y le preguntó:

    —Señora Bene, un hámster es un roedor, pero no es una rata. ¿Le traigo un perrito para que lo adopte? En el refugio hay muchos.

    Doña Benedicta veía a Mina y a Pedro en el jardín a menudo y le parecía que eran niños muy amables. Siempre se ofrecían a cargarle la bolsa del mandado. Aunque una cosa era aceptar que los niños eran bien portados y, quizás, hasta dar el permiso para lo del hámster. Pero, ¿tener un perro?... no, no se podía. Había mucho trabajo con la administración del edificio. Dudó un poco:

    —No sé… ay, señora Maru. Acerca del perro, no. No y no. Y del hámster… Tiene que darme su palabra de que no habrá otro animal aquí además del roedor dichoso. Si algún niño de este edificio se entera, usted les explicará a los inquilinos. Y si hay problemas, usted tendrá la obligación de resolverlos.

    La señora Maru abrazó a la casera.

    —¡Qué gusto!

    Claro que no habrá más animales. Solo el hámster. ¡Le doy mi palabra!

    La señora Benedicta dijo que sí y Pong llegó a la vida de Mina para hacerla feliz. Su mamá le hizo prometer que limpiaría la jaula y se encargaría de darle de comer todos los días. La jaula era un palacio para hámsteres, con un laberinto y una ruedita a la

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