Patitas y alas
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Cuentos llenos de humor donde sus personajes descubrirán el valor de la amistad.
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Patitas y alas - María Cristina Ramos
POR un camino verde de hierbas y matas de jarilla venía el escarabajo. De un palito de tamarindo que apoyaba en su hombro colgaban montones de sombreros.
Caminaba dos pasos adelante y tres para el costado, caracoleando por el peso de su carga.
—¡Sombreros con ala y cinta! ¡Sombreros de junco y sauce para el paseo, para la fiesta! Hay sombreros, ¡qué sombreros! ¡Vendo barato, señora, venga y vea! Recibo menta, algarroba madura, pétalos de alelí.
Con paso bailado de vendedor ambulante pasaba el escarabajo. Su pregón aprovechaba los vaivenes del viento y llegaba hasta la entrada de los hormigueros, hasta las ramas altas donde se reúnen las arañas, hasta las zonas húmedas y oscuras donde duermen los caracoles.
La lagartija madre se asomaba, cautelosa, y lo miraba pasar. Pero sus lagartijitas corrían junto al vendedor, lo rodeaban y lo envolvían en preguntas.
Que de qué colores, que cómo se usan, que para qué sirven.
El escarabajo les respondía, pero sin detenerse, porque las lagartijas no les compran sombreros a sus hijas. Pinceles sí, para pintar la cara escondida de las piedras; abanicos sí, para ayudar al viento del verano; pero nunca sombreros.
—¡Con flor de alfalfa para soñar! ¡Con pluma de gaviota para viajar! —seguía ofreciendo el escarabajo.
El palito de tamarindo se curvaba con el peso de los sombreros que se columpiaban al ritmo de su paso.
El escarabajo conocía muy bien ese camino que estaba recorriendo. Era un pasadizo desde donde se veía el río estirándose, allá abajo. Después de un corredor de piedras comenzaba el bosque de gatuños, donde duermen las mariposas nocturnas.
Después del bosque había una caída de agua. El escarabajo aprovechó el paisaje: descargó los sombreros y se acostó. Se sentía tan cómodo como si estuviera en el patio de su casa. El agua lo adormecía y el aire lo aliviaba con su ala fresquita. Estiró las patas una por una, se aflojó las antenas y se fue quedando dormido.
Entonces, detrás de una piedra, algo comenzó a acercarse. Se movía en silencio, oculto bajo una hoja de álamo. Frip, frip, frip, hacían sus patas caminando de costado. El escarabajo seguía dormido. La hoja se fue acercando, frip, frip, y se quedó quieta junto al vendedor. De pronto el viento hizo volar la hoja. Era el cangrejo. Se quedó inmóvil junto al escarabajo.
—¡Qué hermosos sombreros me he encontrado! —murmuró con mala intención. Los fue levantando despacito, uno por uno, y después se fue, haciéndose el distraído.
Poco después, una lagartijita que estaba tomando el sol lo vio pasar maravillada.
—¿Qué piensa hacer con tantos sombreros, Don Cangrejo? —le preguntó.
—¿Tantos? No son tantos —le respondió—. Apenas uno o dos para cada día.