National Geographic México

EL LEGÍTIMO REY

LA LÍNEA APARECIÓ en el horizonte como un hilo gris en una manta verde, pero a medida que la aeronave se acer- caba se transformó en una columna de unos cientos de animales que serpenteaba por la planicie. “Ñus –gritó Charlie con más fuerza que el zumbido que provenía del motor–; es un grupo pequeño”. Estábamos al norte del cráter de Ngorongoro, en Tanzania, y como era marzo sabíamos que los ñus se moverían pronto hacia el noroeste a través del Parque Nacional Serengueti rumbo a Kenia.

Y ahí estaban, nariz con cola, en un convoy perfectamente recto. Podía distinguir el movimiento de sus cuernos curvos y sus cabezas largas de arriba abajo mientras se arrastraban bajo el sol matutino y algunas crías se aproximaban a los flancos de sus madres.

Durante miles de años, las manadas de ñus han transitado por el gran ecosistema del Serengueti en un circuito en sentido horario. Cada animal recorre unos 2 800 kilómetros –algo así como cruzar México desde la frontera norte en el desierto de Altar, Sonora, hasta la frontera sur, en Chiapas–; persiguen las lluvias, se alimentan en pastizales, fertilizan la tierra y se convierten en presas. Y aquí, al trillar el rastro de sus ancestros, la manada se dirige al noroeste.

Un momento, no se dirigen hacia el noroeste. “¿Por qué van al sur?”, le pregunté a Charlie. “Quién diablos sabe –contestó–; buscan pastura y aquí no hay mucho que comer”.

Llegué a Tanzania para ver la gran migración de los ñus y me reuní con Charlie Hamilton James, quien ha documentado este viaje durante dos años. Despegamos de Arusha con el Kilimanjaro dibujándose en el horizonte. La tierra se desplegaba como un mar de exuberantes tonos verdes: cafetales y bosques densos, pero una vez que volamos sobre el cráter, el terreno dio paso a planicies amplias formadas por antiguos flujos de lava cubiertos por sucesivas capas de ceniza volcánica fértil.

Apenas un mes antes, la zona bajo nosotros era una alfombra de pastos nutritivos, pero las lluvias habían cesado, y ahora, casi en cualquier dirección, el terreno lucía reseco, con tan solo un murmullo de pastos. La columna de ñus lucía como una tribu

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