Los escribidores de cartas
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5En un mundo digital, donde las noticias y las comunicaciones están a un simple click de distancia, un grupo de niños deciden desempolvar estampillas y cartillas, y poner a todo el mundo a escribir y recibir correspondencia, con el fin de salvar el trabajo de un anciano cartero, logrando, sin quererlo, restañar viejas heridas y juntar personas.
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Los escribidores de cartas - Beatriz Osés García
A mi amiga Luisa,
cumpliendo una promesa.
• 1
EL BUZÓN
EL CARTERO abrió la portezuela metálica del único buzón de Correos que había en el pueblo un martes por la mañana.
–¿Lo ves? –preguntó a su nieta.
Ella hizo una mueca de fastidio.
–¡Este es el hogar de las arañas! –suspiró el hombre apartando las telas grises que cubrían parte del interior del buzón.
–No hay ni una –reflexionó la niña en voz alta.
–¡Ni una sola! Y llevo así más de tres semanas –protestó agobiado mientras se ajustaba su gorra azul marino.
Estaban solos en la plaza y el cielo amenazaba tormenta.
–No te preocupes, abuelo. Será una mala racha... –intentó consolarlo–. ¡Quizá el próximo día tengamos más suerte!
–No creo en la suerte, Iria. No se trata de una racha –le aclaró muy serio–. Lo que ocurre es que la gente ya no escribe cartas.
La niña lo miró preocupada.
–¿Y si yo las escribiera para ti?
Él sonrió con ternura.
–¡Ni siquiera tú podrías salvarme, chiquita!
–¿Salvarte? –preguntó extrañada.
–Esto no tiene solución –afirmó con los ojos fijos en ella–. El pueblo ya no necesita un cartero.
–Pero ¿qué estás diciendo, abuelo?
–Voy a perder mi trabajo si todo sigue igual. Las cartas se mueren... Se mueren –repitió para sí mismo–. Si en quince días no se produce algún cambio, el alcalde se encargará de que me despidan.
En ese preciso instante empezaron a estallar las gotas sobre el empedrado de la plaza.
El abuelo y su nieta se refugiaron en los soportales y se quedaron en silencio.
• 2
EL ULTIMÁTUM
TODO HABÍA COMENZADO la mañana anterior, cuando el alcalde se presentó por sorpresa en la pequeña oficina de Correos.
–Buenos días, don Isidoro –lo saludó el cartero esforzándose por sonreír.
–Buenos días –le correspondió él tamborileando sobre el mostrador de madera que los separaba.
Ambos guardaron unos segundos de tenso silencio. El cartero sintió unas gotas de sudor resbalando por su cuello. ¿Qué querría aquel hombre? Era la primera vez que acudía a la oficina desde... Desde lo que pasó en el río.
–¿Qué tal? ¿Mucho trabajo? –preguntó con ironía el recién llegado.
–Menos del que me agradaría...
–¿Sabes cuántas cartas se han enviado este mes?
–Sí, señor. Espere un momento y lo consulto en el libro de registro.
–No hace falta –se adelantó el alcalde, petulante–. Calculo que no habrán sido más de cinco. ¿Me equivoco?
Tenía razón. En el libro de registro figuraban cuatro cartas.
–Está en lo cierto, señor. Han sido cuatro –puntualizó el abuelo de Iria.
–¿Y sabes lo que implica eso para Correos?
–No, señor.
–Yo te lo explicaré –añadió con arrogancia–. Significa un gasto inútil. Nadie cobra un sueldo por entregar cuatro cartas al mes. ¿Me comprendes?
–Sí, señor.
–Voy a ser generoso contigo, aunque no lo merezcas. Sé que tienes una nieta a tu cargo, así que te doy quince días para que esto cambie de forma radical.
El alcalde se rascó la perilla. Parecía saborear ya su victoria.
• 3
LA CULEBRA
«El río es una culebra», solía decirse el alcalde
cuando se quedaba a solas en casa.
«Una culebra venenosa». Y luego
bebía un trago de licor que le sabía
tan amargo
como aquella tarde de verano.
Habían pasado treinta años.
Y nadie hablaba de aquello.
Porque la muerte era tan silenciosa e inesperada
como las culebras.
• 4
UN ASUNTO URGENTE
EL MISMO MARTES por la mañana, agobiada por la noticia que le había dado su abuelo, la niña envió un wasap a un par de amigos.
IRIA
¿Nos vemos esta tarde
en la plaza?
Asunto urgente.
AITOR
¿A qué hora?
IRIA
A las cinco.
JORDI
No sé si podré ir.
Tengo que limpiar.
IRIA
¡Es muy importante!
AITOR
Ok.
JORDI
Lo intentaré.
No prometo nada.
IRIA
¡Muchas gracias, chicos!
• 5
UN GRAVE PROBLEMA
IRIA ESTABA SENTADA en la escalera de piedra que rodeaba la fuente de la plaza cuando apareció su primer amigo.
Era un chico desgarbado y pecoso, con gafas y aparato en los dientes. Y hablaba como si tuviera un chicle pegado en el paladar.
–¿Qué ocurre? –preguntó Aitor–. Parecías muy preocupada.
–¡Y tanto!
–¿Es muy grave?
Ella asintió con un gesto.
–Pero ¿tiene solución? –insistió él.
–Por eso os he llamado. Me he pasado varias horas en blanco intentando pensar en alguna idea, pero nada. Necesito vuestra ayuda. ¿Crees que Jordi va a venir, o se quedará limpiando el polvo