El león, la bruja y el ropero
Por C.S. Lewis
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NARNIA... la tierra que está más allá del ropero, el país secreto que solo conocen Peter, Susan, Edmund y Lucy... el lugar donde comienza la aventura.
Lucy es la primera en encontrar el secreto del ropero en la vieja y misteriosa casa del profesor. Al principio, nadie le cree cuando cuenta sus aventuras en el país de Narnia. Sin embargo, pronto Edmund y luego Peter y Susan descubren la magia y conocen por sí mismos a Aslan, el Gran León. En un abrir y cerrar de ojos, su vida cambia para siempre.
Por primera vez, el lenguaje de los siete libros clásicos ha sido adaptado para el lector latinoamericano y editado para garantizar la coherencia de los nombres, personajes, lugares y acontecimientos dentro del universo de Narnia. Además, presentan las cubiertas e ilustraciones originales de Pauline Barnes.
Aunque forma parte de una saga, este es un libro independiente. Si quieres descubrir más sobre Narnia, puedes leer El caballo y su muchacho, el tercer libro de Las crónicas de Narnia.
The Lion, The Witch and the Wardrobe
NARNIA... the land beyond the wardrobe, the secret country that only Peter, Susan, Edmund and Lucy know... the place where adventure begins.
Lucy is the first to find the secret of the closet in the Professor's mysterious old house. At first, no one believes her when she tells of her adventures in the land of Narnia. Soon, however, Edmund and then Peter and Susan discover the magic and meet Aslan, the Great Lion, for themselves. In the blink of an eye, their lives change forever.
For the first time, the language of the seven classic books has been adapted for the Latin American reader and edited to ensure consistency of names, characters, places and events within the Narnia universe. In addition, they feature the original covers and illustrations by Pauline Barnes.
Although it is part of a saga, this is a stand-alone book. If you want to discover more about Narnia, you can read The Horse and His Boy, the third book of The Chronicles of Narnia.
C.S. Lewis
Clive Staples Lewis (1898-1963) was one of the intellectual giants of the twentieth century and arguably one of the most influential writers of his day. He was a Fellow and Tutor in English Literature at Oxford University until 1954, when he was unanimously elected to the Chair of Medieval and Renaissance Literature at Cambridge University, a position he held until his retirement. He wrote more than thirty books, allowing him to reach a vast audience, and his works continue to attract thousands of new readers every year. His most distinguished and popular accomplishments include Out of the Silent Planet, The Great Divorce, The Screwtape Letters, and the universally acknowledged classics The Chronicles of Narnia. To date, the Narnia books have sold over 100 million copies and have been transformed into three major motion pictures. Clive Staples Lewis (1898-1963) fue uno de los intelectuales más importantes del siglo veinte y podría decirse que fue el escritor cristiano más influyente de su tiempo. Fue profesor particular de literatura inglesa y miembro de la junta de gobierno en la Universidad Oxford hasta 1954, cuando fue nombrado profesor de literatura medieval y renacentista en la Universidad Cambridge, cargo que desempeñó hasta que se jubiló. Sus contribuciones a la crítica literaria, literatura infantil, literatura fantástica y teología popular le trajeron fama y aclamación a nivel internacional. C. S. Lewis escribió más de treinta libros, lo cual le permitió alcanzar una enorme audiencia, y sus obras aún atraen a miles de nuevos lectores cada año. Sus más distinguidas y populares obras incluyen Las Crónicas de Narnia, Los Cuatro Amores, Cartas del Diablo a Su Sobrino y Mero Cristianismo.
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El león, la bruja y el ropero - C.S. Lewis
CAPÍTULO UNO
LUCY ENTRA EN UN ROPERO
Había una vez cuatro niños cuyos nombres eran Peter, Susan, Edmund y Lucy, y esta historia cuenta lo que les sucedió cuando los enviaron fuera de Londres durante la guerra, a causa de los ataques aéreos. Los llevaron a la casa de un viejo profesor que vivía en el medio del campo, a dieciséis kilómetros (diez millas) de la estación de trenes más cercana y a unos tres kilómetros (dos millas) de la oficina de correos más próxima. No tenía esposa y vivía en una casa muy grande con un ama de llaves, la señora Macready, y tres sirvientas. (Sus nombres eran Ivy, Margaret y Betty, pero no aparecen mucho en el relato). El profesor era un hombre muy mayor, con un pelo blanco y desgreñado que le crecía en la mayor parte de la cara, además de en la cabeza, y les cayó bien casi de inmediato a los niños; sin embargo, la primera noche, al recibirlos en la puerta principal, tenía un aspecto tan extraño que Lucy, la más joven, sintió un poco de miedo, y Edmund, quien le seguía en edad, tuvo que contener las ganas de reír y fingir por un rato que se sonaba la nariz.
Esa primera noche, en cuanto se despidieron del profesor y subieron a acostarse, los dos jovencitos fueron a la habitación de las niñas para comentar lo ocurrido.
—Sin duda hemos tenido una gran suerte —dijo Peter—. La pasaremos de maravilla aquí. Ese anciano profesor nos dejará hacer todo lo que queramos.
—Me pareció un anciano encantador —comentó Susan.
—¡Oh, ya basta! —exclamó Edmund, que estaba cansado y fingía no estarlo, algo que siempre lo ponía de mal humor—. No sigas hablando así.
—¿Así cómo? —preguntó Susan—. Además, ya es hora de que estés en la cama.
—Intentas hablar como mamá, —ripostó Edmund—. ¿Y quién eres tú para decirme cuándo debo ir a la cama? ¿Por qué no te duermes tú?
—¿No sería mejor que todos nos vayamos a la cama? —interrumpió Lucy—. Seguramente habrá problemas si nos oyen hablando aquí.
—No, no pasará nada —afirmó Peter—. Les digo que este es el tipo de casa en el que a nadie le importará lo que hagamos. Además, no nos oirán. Hay un recorrido de unos diez minutos desde aquí hasta el comedor, y cualquier cantidad de escaleras y pasillos en el medio.
—¿Qué es ese ruido? —dijo Lucy de repente. Nunca había estado en una casa tan grande y la idea de todos esos largos pasillos e hileras de puertas que conducían a habitaciones vacías empezaba a darle un poco de miedo.
—Es solo un pájaro, tonta —respondió Edmund.
—Es un búho —afirmó Peter—. Este debe ser un lugar maravilloso para las aves. Ahora me voy a la cama; mañana exploraremos. En un lugar como este se puede encontrar de todo. ¿Vieron las montañas cuando veníamos? ¿Y los bosques? Podría haber águilas y ciervos. Seguramente habrá halcones.
—¡Tejones! —exclamó Lucy.
—¡Zorros! —añadió Edmund.
—¡Y conejos! —apuntó Susan.
Sin embargo, la mañana siguiente trajo una lluvia constante, tan intensa que al mirar por la ventana no se veían ni las montañas ni los bosques, ni siquiera el arroyo del jardín.
—¡Por supuesto que «tenía» que llover! —exclamó molesto Edmund. Acababan de desayunar con el profesor y se encontraban arriba, en la habitación que este había destinado para ellos, una habitación larga de techo bajo, con dos ventanas hacia un lado y dos hacia el otro.
—Deja de refunfuñar, Ed —dijo Susan—. Apuesto a que se despejará en una hora más o menos. Y mientras tanto estamos bastante bien. Hay una radio y muchos libros.
—No me interesan —expresó Peter—; voy a explorar la casa.
Todos estuvieron de acuerdo y así empezaron las aventuras. Era una de esas casas que parecen no tener final, llena de lugares inesperados. Las primeras puertas que abrieron solo conducían a habitaciones desocupadas, como todos esperaban; pero pronto entraron en una gran sala llena de cuadros y encontraron una armadura con todas sus partes; y después en una habitación tapizada de verde, con un arpa en una esquina; y luego bajaron tres escalones y subieron cinco y llegaron a un pequeño vestíbulo en el piso de arriba y a una puerta que conducía a una galería, y luego a una serie de habitaciones que se comunicaban entre sí y tenían las paredes llenas de libros, la mayoría de ellos muy antiguos y algunos más grandes que la Biblia de una iglesia. Poco después, se asomaron a una habitación casi vacía. Solo había un gran ropero, de esos que tienen un espejo en la puerta. No había nada más allí, salvo una mosca azul muerta en el alféizar de la ventana.
—¡Aquí no hay nada! —señaló Peter, y todos salieron de nuevo, todos menos Lucy, que se quedó atrás, pues pensó que valdría la pena intentar abrir el ropero, aunque seguramente estaría cerrado con llave. No obstante, para su sorpresa, se abrió con bastante facilidad y dos bolas de naftalina rodaron por el suelo.
Al mirar en su interior, vio varios abrigos colgados, la mayoría eran largos y de piel. Nada le gustaba tanto a Lucy como el olor y la textura de las pieles. Inmediatamente entró en el ropero, avanzó hacia los abrigos y frotó su rostro contra ellos. Por supuesto, dejó la puerta abierta, pues sabía que era algo muy tonto encerrarse en un ropero. Luego se adentró más y descubrió que había una segunda fila de abrigos colgados detrás de la primera. Estaba casi a oscuras y extendió los brazos hacia delante para no chocar con el fondo del ropero. Dio otro paso, y luego dos o tres más. Esperaba tocar la madera del fondo con la punta de los dedos, pero no podía.
¡Debe de ser un ropero enorme!, pensó Lucy, y avanzó aún más entre los suaves abrigos. Entonces notó que algo crujía bajo sus pies. ¿Serán más bolas de naftalina?, se preguntó, mientras se agachaba para tocar el suelo con la mano. Sin embargo, en lugar de sentir la madera lisa y dura del ropero, tocó algo suave, como un talco, y extremadamente frío. Esto es muy extraño, pensó, y avanzó uno o dos pasos más.
Un instante después se percató de que lo que le rozaba el rostro y las manos ya no era una piel suave, sino algo duro y áspero, incluso espinoso.
—¡Pero estas son ramas de árbol! —exclamó Lucy. Y entonces vio que había una luz delante de ella; no a unos pocos centímetros, donde debía estar la parte trasera del ropero, sino a mucha distancia. Algo frío y suave caía sobre ella. Un momento después se dio cuenta de que estaba de pie en medio de un bosque, de noche, y que había nieve bajo sus pies y copos que caían desde lo alto.
Lucy se asustó un poco, pero también se llenó de curiosidad y emoción. Miró hacia atrás, por encima del hombro, y allí, entre los oscuros troncos de los árboles, aún podía ver la puerta abierta del ropero e incluso vislumbrar la habitación vacía de donde había venido. (Por supuesto, había dejado la puerta abierta, pues sabía que era de tontos encerrarse en un ropero). En la habitación, todavía parecía ser de día. Siempre puedo volver si algo va mal, pensó Lucy. Comenzó a caminar por el bosque hacia la otra luz, sus pasos hacían crujir la nieve ¡crag!, ¡crag! En unos diez minutos llegó a ella y descubrió que era un farol. Mientras lo miraba y se preguntaba por qué habría un farol en medio del bosque y qué debía hacer ella a continuación, oyó unos pasos que se acercaban. Segundos después un individuo muy extraño surgió de los árboles y se aproximó a la luz.
Era apenas un poco más alto que la propia Lucy y llevaba sobre la cabeza un paraguas cubierto de nieve. De la cintura para arriba era como un hombre, pero sus piernas parecían las de una cabra, estaban cubiertas de un pelo negro y brillante y en lugar de pies tenía pezuñas. También tenía una cola, pero Lucy no la notó al principio pues la llevaba sobre el brazo que sostenía el paraguas, para evitar arrastrarla por la nieve. Usaba una bufanda de lana roja alrededor del cuello y su piel también era bastante rojiza. Tenía un rostro menudo y extraño, pero agradable, con una barba corta y puntiaguda, y el cabello rizado con dos cuernos que sobresalían uno a cada lado de la frente. En una de sus manos, como lo dije antes, sostenía el paraguas; en la otra llevaba varios paquetes envueltos en papel marrón. Los paquetes y la nieve daban la impresión de que había estado haciendo las compras de Navidad. Era un fauno. Y cuando vio a Lucy se llevó un susto tan grande que dejó caer todos los paquetes.
—¡Ay! ¡Por mis barbas! —exclamó el fauno.
CAPÍTULO DOS
LO QUE LUCY ENCONTRÓ ALLÍ
—Buenas noches —dijo Lucy. Pero el fauno estaba tan ocupado recogiendo sus paquetes que al principio no respondió. Cuando terminó le hizo una pequeña reverencia.
—Buenas noches, buenas noches —respondió el fauno—. Discúlpame, no quisiera ser curioso, pero ¿me equivoco al pensar que eres una hija de Eva?
—Me llamo Lucy —respondió ella, sin entender del todo la pregunta del fauno.
—Perdona mi insistencia, ¿eres lo que llaman una niña? —preguntó él.
—Por supuesto que soy una niña.
—¿Eres en verdad humana?
—¡Por supuesto que lo soy! —respondió Lucy, todavía un poco desconcertada.
—Claro, claro —dijo el fauno—. ¡Qué tonto soy! Pero nunca había visto a un hijo de Adán ni a una hija de Eva. Estoy encantado. Es decir . . . —y entonces se detuvo como si hubiera ido a expresar algo que no quería y se hubiera contenido a tiempo—. Encantado, encantado, —continuó—. Permíteme presentarme. Me llamo Tumnus.
—Encantada de conocerte, señor Tumnus —respondió Lucy.
—Y puedo preguntar, ¡oh, Lucy, hija de Eva!, ¿cómo llegaste a Narnia? —inquirió el señor Tumnus.
—¿Narnia?¿Qué es eso? —respondió Lucy.
—Esta es la tierra de Narnia —dijo el fauno—, donde estamos ahora; todo lo que hay entre el farol y el gran castillo de Cair Paravel en el mar oriental. Y tú . . . ¿vienes de los bosques salvajes del oeste?
—Yo . . . yo entré por el ropero del cuarto de invitados —respondió Lucy.
—¡Ah! —dijo el señor Tumnus con voz algo melancólica—, si hubiera estudiado más la geografía cuando era un pequeño fauno, sin duda sabría todo sobre esos extraños países. Ahora ya es demasiado tarde.
—¡Pero si no es otro país! —exclamó Lucy, casi riendo. Está justo allí detrás . . . creo . . . no estoy segura. Allí es verano.
—Mientras tanto —señaló el señor Tumnus—, es invierno en Narnia, y lo ha sido durante mucho tiempo, así que nos resfriaremos si nos quedamos aquí hablando en la nieve. Hija de Eva, de la lejana tierra de Arto de Tados, donde reina un eterno verano en la brillante ciudad de Rop Ero, ¿te gustaría ir a cenar conmigo?
—Muchas gracias, señor Tumnus —respondió Lucy—. Pero me parece que debería regresar.
—Está a la vuelta de la esquina —insistió el fauno—, y habrá un fuego encendido . . .