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El extraño caso de Santi y Ago
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El extraño caso de Santi y Ago
Libro electrónico120 páginas1 hora

El extraño caso de Santi y Ago

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Camila es muy inteligente. Vive con sus papás, su hermana Susana y su hermano Santiago, cuando Santiago se enoja, se transforma en una especie de monstruo que lastima sin consideración de nadie. A través de los Beatles, R. L. Stevenson y con ayuda de su mejor amigo Berni, Camila irá entendiendo qué le sucede a su hermano.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones SM
Fecha de lanzamiento15 sept 2015
ISBN9786072413610
El extraño caso de Santi y Ago

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    Me parecio bien para mis hijos y para mi esta muy chistoso y un poco turbio

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El extraño caso de Santi y Ago - Paulina del Collado

El extraño caso de

Santi y Ago

Paulina del Collado

Ilustraciones de Patricio Betteo

Para Pive

Eres alguien más

yo sigo aquí.

Trent Reznor

I  EL CEREBRO DE SOR JUANA

Bitácora de Camila: el inicio

Todo empezó en el sillón gris de un consultorio blanco. No, ¿así empiezo? Estuve pensando como quinientos años cómo comenzar esta historia. Se me ocurrió revelar todo lo que sé sobre el monstruo, lo que vi y lo que sentimos mi familia y yo cuando llegó a visitarnos, pero si se supone que este será un libro aventuroso no puedo decir nada todavía porque sería chafa. Con lo que sí se puede empezar es por explicar por qué diablos yo, Camila Durán, primera en la formación por estaturas para los honores a la bandera y tercera hija de los señores Alberto y Lucha Durán, estoy escribiendo una bitácora:

Todo empezó en el sillón gris de un consultorio blanco. Mis papás me llevaron a ver al psiquiatra. El psiquiatra es un doctor que cura la mente de las personas pero no es el que les abre la cabeza y opera cerebros. Eso me lo explicó el mismo doctor Rosas, que es el psiquiatra que nos tocó. Me imaginé que sería como mi doctor pediatra: viejo, calvo y un poco jorobado, también que tendría lentes redondos, ojos chiquitos y una bata blanca. Pero me equivoqué; este doctor seguía teniendo todo su pelo, era muy alto y tenía los ojos grandes parecidos a los de un búho. Además no usaba lentes ni traía puesta su bata, de hecho vestía de señor normal, igual que mi papá. Cuando me lo presentó mamá desconfié de él y en ese momento se lo hice saber a todos:

—Mamá, no creo que este sea doctor —dije sin que me importara que el psiquiatra estuviera enfrente.

Mi mamá se puso tan roja como un pimiento y me apretó el hombro fuerte como si quisiera arrancármelo. Mi papá rio un poco porque siempre ríe de lo que digo y mi mamá volteó a vernos con cara de ahorita que lleguemos al depa no se la van a acabar.

—¿Y por qué crees que no soy un doctor? — me preguntó el psiquiatra.

—Pues es que no traes bata. Todos los doctores tienen una.

—Ah, pues yo no creo que tú seas niña —contestó.

—Claro que soy niña. Mira, tengo el pelo largo —le dije un poco molesta mientras le mostraba un mechón de mi pelo.

—Pero no traes vestido rosa, todas las niñas tienen uno.

—Claro que no. No todas las niñas tenemos que tener un vestido rosa cursi —dije muy enojada.

—Pues ahí está: no todos los doctores tenemos que traer una bata blanca aburrida —respondió sonriendo. Se creía el muy listo ese doctor.

Tuve que admitir que me había ganado, tal vez no todos los doctores tengan que traer bata pero seguro que sí tienen estetoscopio. Esa palabra, estetoscopio, la aprendí el año pasado y siempre la uso para ganar en los juegos de ahorcado.

Me quedé callada mientras el doctor les explicaba a mis papás que él debía hablar con cada miembro de la familia, especialmente conmigo. Les pidió que se fueran y me dejaran ahí sola. El doctor Rosas me indicó que me sentara en un sillón gris enorme que la verdad estaba muy cómodo. Él se sentó en una silla frente a mí. Me dijo que podía acomodarme como lo deseara así que aproveché que no estaba mi mamá para subir los pies con todo y zapatos y sentarme con los pies cruzados como lo hago en la escuela.

Me pareció buena onda pedirle una disculpa al doctor por culparlo de impostor, después de todo creo que tenía razón con todo el asunto de la bata. Él me sonrió y me pidió perdón por decirme que no parecía niña. Al parecer ese psiquiatra y yo ya estábamos a mano. Sacó una libreta elegante y una pluma que no se parece en nada a las que llevo a la escuela.

—Camila, ¿qué crees que estás haciendo por acá?

—Pues hablando contigo.

—Sí pero, ¿por qué crees que pedí hablar contigo?

—Porque soy la más inteligente en toda mi familia.

—¿Tú crees?

—Sí, claro. Santiago todo el día está pensando en el futbol y en el X-box o en ese juego que junta las dos cosas, Susana en su novio, mi papá en su trabajo y mi mamá en todo lo que los demás están pensando, y Tarantino, pues él es un perro, así que seguro piensa en croquetas y en morder mis pantuflas de cocodrilo.

—Ya veo, ¿y tú en qué piensas? ¿En qué piensa la gente inteligente, Camila?

—En todo. Mis papás dicen que soy inquieta como si fuera algo malo o muy cansado de ser. Pero el maestro Rafa opina que soy curiosa.

—Eso es bueno, es excelente que seas curiosa.

—Gracias, yo también pienso lo mismo.

—Oye, supongo que una niña tan inteligente como tú sabe lo que hacemos los psiquiatras.

—Sí, claro, me lo explicaron mis papás en el camino.

—¿Ah, sí?, ¿qué te dijeron?

—Que eres un doctor de mentes pero no de los que cortan la cabeza, ¿o sí? ¿Le vas a ver el cerebro a mi hermano? —le pregunté muy preocupada.

No es que me haya dado miedo que le encontrara algo raro allá adentro en la cabeza a Santi, era que seguro se iba a aburrir: solo iba a ver un montón de jugadores del futbol, canciones de rock y bromitas pesadas que no se cansa de hacernos a mi hermana y a mí.

Yo pienso que sería mucho más interesante verle el cerebro a alguien más, alguien como Sor Juana. Ella es la señora seria que sale en los billetes de doscientos, lo sé porque yo tengo uno de esos guardado en una vieja lata de café donde tengo otras cosas secretas. El dinero me lo dieron los abuelos en mi cumpleaños y estoy esperando tener más para comprarme una cámara Nikon. Según mi papá la cámara que quiero cuesta cuatro mil pesos, eso significa que me faltan diecinueve billetes de Sor Juana para comprarla, al menos eso dijo mi mejor amigo, Berni, que sí sabe hacer cuentas. ¡Eso son 19 cumpleaños más! Estoy algo preocupada porque para cuando pueda comprarla voy a ser viejísima: tendré 29 años. Prácticamente seré un dinosaurio.

Son raras las personas que salen en los billetes; por lo visto se tiene que haber hecho algo importante para poder salir en uno. Si alguien hizo algo más o menos importante, como ser un buen presidente indígena, sale en los billetes de veinte. Si alguien hizo algo enorme como la independencia y además le dicen el padre de la patria, sale en los de mil. Una vez vi uno en la bolsa de mi mamá. Son medio violetas y no se sienten más grandes o pesados que los verdes.

Hace poco me enteré de lo que hizo Sor Juana. El maestro Rafa nos contó que ella era una monja que vivió hace mucho años en un convento del Centro y que aprendió a leer a los tres años. Ella escribía cantidades enormes sobre cualquier tema y lo que hizo fue importante porque desobedeció a quienes decían que las mujeres no podían estudiar ni ser inteligentes. Yo, aunque desobedezco seguido, no he salido en ningún billete todavía. Leímos uno de los poemas de Sor Juana en clase pero nadie entendió nada. Berni dice que él sí pero yo creo que está mintiendo. Seguro Sor Juana sí sabía resolver raíces cuadradas, ¿o habrá copiado en sus exámenes?

Pero, ¿dónde iba? Ah sí, cerebros. Me preocupaba que cuando el doctor Rosas entrara

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