Pibe, chavo y chaval
Por Ana Luisa Anza y Juan Gedovius
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El idioma puede ser muy diverso. Conoce la fantástica aventura que estos niños vivieron gracias a sus distintas formas de hablar.
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Pibe, chavo y chaval - Ana Luisa Anza
UNO
CONOCÍ a Fer y a Aldo sólo porque hablamos español. Al menos, eso creímos todos al principio. Y luego empezaron los problemas y las confusiones!… todo justo por eso, por hablar español.
Me explico. Todo comenzó en unas simples vacaciones en la playa, a las que yo no tenía tantas ganas de ir, además de que había hecho planes con mis amigos de la colonia para todo el verano. La playa puede ser muy divertida pero, después de dos días de arena y mar, como que necesitas un compañero para pasártela bien. Y con mi familia es medio imposible. Supongo que es lo malo de ser hijo único. Mi papá y mi mamá se la toman como descanso absoluto y ni de chiste se meten a la alberca o al mar. Se la pasan tirados bajo una palapa, con lentes oscuros, embarrados de bloqueador solar y con los ojos pegados a uno de los miles de libros que transportan de un lado a otro.
A esa playa van muchos extranjeros, o sea, turistas de otros países que hablan alemán, francés, ruso y hasta chino, y es muy difícil hacer amigos. Al cuarto día yo ya estaba aburrido de construir castillos, de enterrarme solo en la arena y de pescar bolsas de plástico en el mar. Había explorado todos los rincones del hotel y nadado en la alberca más de mil kilómetros en todas las especialidades.
Intenté platicar con un niño más o menos de mi edad, pero como a mí no se me da el inglés y el gringuito no sabía más que por favor y gracias, la plática terminó a los cinco minutos. Por lo menos le enseñé a decir adiós y algunas groserías y maldiciones que pueden ser útiles. Yo no sé por qué siempre da curiosidad saber cómo se dicen las groserías en otros idiomas pero, por alguna razón, son las palabras más fáciles de aprender, aunque no las digas nunca.
A nuestro alrededor había casi solo alemanes y coreanos. Tal vez iban en un paquete de esos que organizan las agencias de viajes en los que meten a mucha gente en los camiones para llevarla con un guía —que siempre trae un sombrerito y un banderín —al que hay que seguir por todos lados. Mis papás fueron una vez a un viaje de esos, con todo pagado, y visitaron ocho ciudades del país en solo cinco días. Me imagino que se hicieron expertos en señales de carretera y cálculo mental de kilómetros, pues la mayor parte del tiempo la pasaron en un autobús. Creo que por eso ahora prefieren quedarse ocho días en el mismo lugar!… aunque no conozcan más que la palapa y sus alrededores.
Después de darme por vencido con el güero, contemplar el atardecer con mis papás —para quienes ver cómo se mete el sol es una ceremonia, aunque sea exactamente igual todos los días— y tratar de rescatar a un pez globo atrapado en la arena, me fui a caminar por la orilla del mar para llegar hasta unas rocas que se veían a lo lejos. Allá no parecía que hubiera mucha gente y, quién sabe, a lo mejor encontraba restos de un barco que había naufragado, o una colonia de ostras, o un cofre enterrado, o a los pescadores!… aunque claro, ya sabía que no era la hora en que salen a pescar. Ya sé que ellos sí son muy madrugadores.
En eso iba pensando, en lo valientes que son los pescadores —no tanto porque se atrevan a estar horas mar adentro o porque no les asusten los tiburones, sino porque logran levantarse todas las mañanas antes de que salga el sol, y vencer las sábanas es para mí un heroísmo—, cuando vi en las rocas, que ya no estaban tan lejos, a dos personas que se estaban asoleando paradas, o eso parecía.
Pensé que hubiera sido mejor que la roca estuviera ahí para mí solo porque, ¿qué tal si era una pareja de enamorados de los que se la pasan inventando excusas para no tener compañía (y menos de un niño)? O, ¿qué tal que eran señores que se habían quedado ahí después del atardecer? Eso podría haber sido, porque muchos adultos se quedan como embobados viendo el horizonte, aunque la bola del sol ya ni esté. Pero decidí seguir caminando!… al cabo faltaba muy poquito.
Y nada. Que eran dos niños. Me imaginé que estaban