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Los piratas de Campeche
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Los piratas de Campeche
Libro electrónico91 páginas1 hora

Los piratas de Campeche

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Cuando se habla del mar y de la navegación, hay que hablar también de los piratas. Y no de unos piratas cualesquiera, sino de cuatro piratas que decidieron serlo porque no les gustaba su oficio anterior. Uno de ellos resulta ser el único pirata de verdad, pero su historia cambia cuando se enamora de una capitana de barco. Barcos, tempestades, motines, una capitana de barco, islas desiertas, mapas, cofres del tesoro... y mucho sentido del humor.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones SM
Fecha de lanzamiento11 may 2017
ISBN9786072423510
Los piratas de Campeche

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    El elogio a la libertad. Libertad de decidir tu propio destino. Un principio de filosofía para niños. Felicidades, a mi hijo y a mi nos encantó

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Los piratas de Campeche - Miguel Ángel Tenorio

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1 Los piratas de Campeche

CUANDO SE habla del mar y la navegación, hay que hablar también de los piratas. Y hay de piratas a piratas. O más bien, hay piratas y corsarios.

El pirata trabaja por su cuenta y junto con sus compañeros se reparte los tesoros de acuerdo a como hayan convenido. El corsario, en cambio, trabaja para un país y ataca los barcos de los países que no son amigos del suyo.

Pero momento, ¿qué pasa allá en las playas de Campeche?

Un grupo de hombres se ha reunido para discutir a la luz de la luna qué es lo que pasa con ellos. Están inconformes con lo que tienen, no les gusta la vida que llevan, quieren irse de su país. Han pensado en irse a otro lugar, pero creen que en todas partes será lo mismo.

¿Qué se puede hacer? ¿Dónde vivir? La respuesta es casi inmediata: el mar.

¿Por qué?

Porque... en el mar

la vida es más sabrosa.

En el mar,

la vida es más sabrosa.

Una vez decididos, estos hombres se convierten en piratas. Pero para ser piratas, primero hay que tener un barco. Y estos hombres, aunque sabían navegar, no tenían en qué.

—¿Cómo conseguiremos un barco? —preguntó uno.

—No tenemos dinero para comprarlo —dijo el segundo.

—Pues no, ¿verdad? —dijo el tercero.

—Pero acuérdense de que el pirata no compra, roba. Y como buenos piratas, lo primero que debemos hacer es robarnos un barco —aseguró el cuarto.

—¿Tú crees que nos dejen? —preguntó el primero.

—Yo creo que no —dijo el segundo.

—Pues no, ¿verdad? —dijo el tercero.

—No se trata de que nos dejen —dijo el cuarto—. Se trata de que, como piratas que somos, lo debemos robar sin importar lo que pase. Hay que hacerlo por la fuerza, porque para eso somos piratas.

—¿Por la fuerza? —preguntó el primero.

—Sí, por la fuerza —contestó el cuarto.

El primero y el segundo, que eran personas muy tranquilas, al escuchar la respuesta categórica del cuarto, tragaron saliva, porque ellos nunca habían sido violentos ni querían serlo. El cuarto, al ver su indecisión, les preguntó:

—Bueno, ¿qué? ¿Quieren ser piratas o no?

—Pues sí —dijo el primero—. Pero es que eso de la violencia, a mí me pone muy mal.

—A mí también —dijo el segundo.

—¿No podríamos ser piratas pacíficos? —preguntó el tercero.

—No —contestó el cuarto.

El primero y el segundo se miraron entre sí y, cada uno por su lado, pensó que eso de ser piratas no era tan bonito como se contaba en los cuentos. Había que hacer cosas que no iban de acuerdo con lo que ellos eran y pensaban. Y también, cada uno por su lado, llegó a la conclusión de que lo mejor era no ser piratas y volver a la vida tranquila de su pueblo, aunque no les gustara.

—Pues si hay que ser violentos, yo me rajo —dijo el primero.

—Yo también —dijo el segundo.

—Aquí nadie se raja —dijo el cuarto.

El tercero ya iba a decir que estaba de acuerdo con lo que pensaban el primero y el segundo, pero apenas escuchó al cuarto, cambió de opinión y dijo:

—Es cierto, aquí nadie se raja.

—¿A qué se refieren? —preguntó el primero.

El cuarto sacó su puro, se puso un paliacate en la cabeza y se les quedó mirando muy serio para decirles:

—Ustedes vinieron a la reunión porque querían ser piratas. Yo estoy decidido a serlo, pésele a quien le pese; pero si ustedes quieren irse, no lo harán vivos.

El tercero buscó rápidamente algo qué decir y lo encontró:

—Claro, no queremos que luego ustedes nos delaten.

El primero y el segundo sintieron un miedo tremendo:

—Nosotros no vamos a decir nada —dijeron al mismo tiempo.

—¿Cómo podemos estar seguros? —preguntó el tercero, quien también se puso su paliacate y sacó un puro, con el que ya mero se ahoga al querer fumarlo.

El primero y el segundo quisieron explicar muchas cosas para convencer al tercero y al cuarto de que no iban a decir nada, pero se quedaron mudos de espanto al ver la mirada fija, penetrante y decidida que les lanzaba el cuarto, quien afirmó:

—El que se mete en esto, ya no tiene salida.

Al primero y al segundo no les quedó más remedio que convertirse en piratas.

El paso siguiente fue lanzarse a la búsqueda de un buen barco para navegar. Encontraron uno que estaba cerca de una playa. Parecía que nadie lo vigilaba. Se escondieron tras unos arbustos. Luego se acercaron con mucha cautela. Miraron hacia todos lados. Esperaron la orden del jefe. Y entonces atacaron. No hubo mucho que hacer. El barco estaba abandonado.

Se hicieron a la mar, pero al poco tiempo el barco comenzó a hundirse. El agua le entraba por todos lados. Por poco se ahogan, pero finalmente lograron llegar a tierra a nado. Ni modo, la vida del que quiere llegar a ser pirata es dura.

Hicieron un segundo intento. Vieron un barco

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