s la fría noche del 14 de abril de 1912. Charles se encuentra en medio del océano Atlántico. Mira el horizonte. El mar está tranquilo. Grandes icebergs asoman sus puntas bajo un manto de estrellas. La brisa agita el cabello de Charles. Es una noche preciosa. Todo parece perfecto. El único problema es que el barco donde se encuentra se está hundiendo. El navío está en posición vertical. La popa mira al cielo. Le quedan pocos minutos para terminar bajo el mar. Charles está sujeto a la barandilla por el lado opuesto a la cubierta. Mantiene la calma. Se acicala el bigote y sonríe. No le ha tratado nada mal la vida. Se prepara para morir. Charles saca dificultosamente de su chaquetilla la petaca de . Mantiene el equilibrio. Desenrosca el tapón de la petaca, y bebe. Mira a su alrededor. Pocas personas quedan sobre el barco. La mayoría ya ha saltado por la borda. Otros han podido tomar plaza en los botes salvavidas. Pero los que se amontonan en la popa rezan. Se abrazan. Gritan de pánico. Algunos caen, golpeándose contra las chimeneas del barco. La popa, de manera inexorable, empieza a hundirse lentamente. «Tuve una sensación como de descender en ascensor» dejó escrito Charles. La gente empieza a arrojarse al mar. Charles espera al último momento. La temperatura del agua está a menos dos grados. Lo más seguro, será que, si no le arrastra la corriente al hundirse el barco, morirá de hipotermia entre las gélidas aguas. Charles no
El último trago de whisky a bordo del TITANIC
Sep 22, 2023
9 minutos
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