El telón se levantó el 30 de octubre de 1940. Al abrigo de la oscuridad, tres SLC (Siluro a Lenta Corsa —torpedo de navegación lenta—) abandonaron el submarino Sciré a 4,8 kilómetros de la costa española y pusieron rumbo al puerto de Gibraltar. El objetivo de sus operadores, dos hombres rana de la Regia Marina italiana por cada torpedo tripulado, era acabar con los buques británicos al más puro estilo comando: acercándose hasta su obra viva, dejando a su lado 300 kilos de explosivo y esfumándose antes de ser vistos. El teniente Birindelli y su compañero, el suboficial Paccagnini, fueron los más eficientes. Superaron los reflectores, se sumergieron y colocaron su bomba bajo el acorazado Barham. Luego llegaron los problemas. Al tardar más de lo esperado, tuvieron que salir a la superficie: los tanques de oxígeno estaban vacíos. El frío era atroz y sabían que serían descubiertos.
Tras perder a su compañero en la oscuridad, Birindelli comenzó su gran evasión particular. Nadó hasta el puerto, se deshizo de su traje de buceo y subió al malecón dispuesto a pasar desapercibido como un marinero más. Su error fue entrar en un barco cercano para esconderse. Allí fue atrapado por las autoridades británicas, aunque ya era tarde. «La ojiva explotó mientras me llevaban a la prisión para interrogarme. Me emocioné. Hubo muchos gritos y algunos barcos salieron del puerto en busca de seguridad», escribió el teniente en su informe posterior. Los ingleses interrogaron al buzo durante seis horas. «Yo tan solo respondía que no podía ofrecerles más información que mi nombre y mi rango». No lograron que desvelara un secreto que desesperó a la Royal Navy durante más de tres años: cómo lograba Benito Mussolini