Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El gran mago Sirasfi
El gran mago Sirasfi
El gran mago Sirasfi
Libro electrónico94 páginas1 hora

El gran mago Sirasfi

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Un gran árbol cae sobre el río y hace salir a la superficie una hermosa piedra roja. Daniel queda muy impresionado al verla.

Un año después, el Circo Alegría llega al pueblo de Mixcoac. Con él viene un mago misterioso. Daniel conoce su increíble historia y le ayuda a recuperar un maravilloso tesoro.

El descubrimiento de unas piedras mágicas se convertirá también en el descubrimiento de la amistad y la perseverancia.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones SM
Fecha de lanzamiento1 ago 2017
ISBN9786072427129
El gran mago Sirasfi

Lee más de Norma Muñoz Ledo

Relacionado con El gran mago Sirasfi

Títulos en esta serie (100)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Para niños para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El gran mago Sirasfi

Calificación: 5 de 5 estrellas
5/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El gran mago Sirasfi - Norma Muñoz Ledo

    urbana.

    UN NUEVO PUENTE SOBRE EL RÍO

    CORRÍA el mes de febrero y hacía frío esa mañana. Era muy temprano, los gallos cantaban y el sol apenas asomaba. Daniel se vistió rápidamente. Quería ver con sus propios ojos el enorme eucalipto que estaba frente a la casa de los Escalona y que, según les había contado su papá, el día anterior se había caído sobre el río Churubusco. ¡Era el árbol más grande de toda la ribera!

    Y lo mejor: ¡era un puente nuevo! Daniel quería ser el primero en verlo. Se abrigó bien y, con paso rápido y ansioso, caminó las pocas calles que separaban su casa de la de los Escalona cuando llegó por fin y se quedó muy asombrado: ahí estaba, tirado sobre el río, un gran eucalipto. Formaba un puente perfecto, aunque conservaba todavía todas sus ramas. Daniel no perdió un instante para recorrerlo de punta a punta. Se subió al enorme tronco y llegó corriendo entre las ramas hasta la otra orilla, y luego de regreso, y después de nuevo hasta el otro lado, y así estuvo un buen rato hasta que, cansado, se sentó entre las ramas del árbol a ver cómo pasaba el agua lodosa por debajo. Ahí estaba, mirando el agua perezosamente, cuando un leve resplandor en la orilla llamó su atención. ¿Qué podía ser? Se acercó un poco y descubrió que, entre la arena, había algo que brillaba mucho. Sin pensarlo dos veces, se quitó los calcetines y los zapatos, se arremangó los pantalones y se metió al río para sacar eso que brillaba tanto. El agua estaba helada, pero a Daniel no le importó. Su solo pensamiento era sacar aquello del río. Al principio, pensó que era una moneda nueva pero luego notó que era algo de color rojo. Intentó sacarlo una y otra vez; sin embargo, cuando ya lo tenía, se le escapaba entre los dedos como si fuera un pez que quisiera huir. Varias veces lo tuvo en sus manos y pudo ver muy bien lo que era: una piedra roja y transparente. Dentro de ella se veía una especie de fuego que brillaba. Era preciosa, y no podía dejar de verla mientras la tenía entre las manos pero, cuando quería sacarla del agua, se le resbalaba. Daniel se puso los zapatos a toda prisa y corrió hasta su casa por una lata vieja. Fue y vino como rayo, pero al llegar al árbol se encontró con que Arturo Escalona y sus amigos sacaban la piedra del río con ayuda de una cubeta. Daniel se enojó mucho al darse cuenta de que Arturo lo había estado espiando mientras él intentaba sacarla.

    —¡Eres un tramposo y un ladrón, Arturo! ¡Yo vi la piedra primero! —gritó Daniel.

    —Y eso ¿qué? —contestó Arturo con desenfado—. La piedra está frente a mi casa, por lo tanto es mía. ¿Te molesta?

    —Sí, porque yo la vi primero. Es mía.

    —¿Oyeron eso, muchachos? —dijo Arturo a sus amigos.

    La pandilla de Arturo dejó lo que estaba haciendo y se acercó a él. Eran cinco y Daniel sabía muy bien que tenían fama de peleoneros así que mejor decidió irse de ahí antes de que las cosas se pusieran feas. Mientras caminaba hacia su casa, se sentía muy triste y enojado. ¡La piedra era tan bonita! Le hubiera gustado que fuera suya.

    Sin embargo, a partir de ese día sucedió algo extraño: aunque pasaba el tiempo, Daniel no podía olvidar la piedra, ¡al contrario!: cada vez que cerraba los ojos por las noches la veía, tan clara y brillante como si la tuviera enfrente. Y así fue hasta que...

    UN ANUNCIO INESPERADO

    AL año siguiente, un lunes de enero de 1932 pasó algo que estremeció la apacible y calmada vida del pueblo de Mixcoac. Los vecinos de la calle de Hidalgo, atrás del mercado, salieron de sus casas para averiguar qué pasaba. A lo lejos se oían música, voces, gritos y aplausos. Pronto lo supieron: se acercaba una banda de músicos. Venía por la calle de La Campana. ¡Era una banda muy alegre! Vestían trajes azules, verdes, rojos y gorras de colores. Había tres trompetas, un trombón, dos flautas y seis tambores de diferentes tamaños. Atrás de la banda, un elefante avanzaba cadenciosamente guiado por una mujer que iba de pie sobre su lomo, vistiendo un ajustado traje de baño con grandes plumas en las caderas. En seguida, marchaban dos caballos con elegantes penachos de plumas en las crines, dirigidos por un joven que llevaba un pie en el lomo de cada caballo. Con una mano sostenía las dos bridas y con la otra saludaba a la gente. Después de ellos, caminaban seis perritos y dos cochinos, todos con moños de colores en el cuello. Luego venía una jaula con gruesos barrotes en la que viajaba un león dormido. A continuación, dos payasos marchaban como soldados, seguidos por unos mimos vestidos de negro, con guantes blancos y la cara pintada del mismo color. Al final, un señor muy elegante, que vestía un traje negro con corbata de moño y sombrero de copa, caminaba muy alegre, repartiendo papelitos a toda la gente, mientras decía:

    —¡Vengan hoy mismo! ¡Vengan al gran Circo Alegría! ¡Payasos! ¡Fieras! ¡El gran mago! ¡En la calle de Las Flores! ¡Dos funciones!...

    La gente aplaudía cuando los veía pasar. Por ahí se oía ¡viva el circo! y cosas así. Daniel y su hermano Pepón estaban viendo muy a gusto el desfile con Temístocles y Pablo, cuando dijo Daniel:

    —Vamos a la calle de Las Flores, a ver cómo

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1