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Florencia en su parque de diversiones
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Libro electrónico51 páginas48 minutos

Florencia en su parque de diversiones

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Todas las tardes, después de llegar del colegio y hacer las tareas, Florencia corre a la casa de su papá, donde en compañía de su hermano Rodolfo, y de Octavio, su mejor amigo y vecino, inventan toda clase de juegos y aventuras. Cada día crean algo distinto para entretenerse: construyen un auto de carreras, unas locas sillas voladoras y provocan una lluvia de tierra, entre otros. El más genial de sus inventos, una mansión embrujada llena de rincones terroríficos, les resulta tan fantástica que deciden abrirla a los vecinos. Esto desencadenará una serie de hechos que no esperaban, con momentos de alegría, emoción, desgracia y desilusión.
Claudia Pélissier muestra que para divertirse solo hace falta un poco de imaginación y creatividad. Además, nos enseña el valor de los amigos y de una familia diferente, en un entorno cargado de juegos, emoción y gotas de humor.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 ene 2019
ISBN9789563384178
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Florencia en su parque de diversiones - Claudia Pélissier

recuerdos.

Los pintores

Muy cerca de nuestro club había un antiguo garaje abandonado. Por alguna extraña razón, los maestros que trabajaban ahí dejaron muchas cosas de valor, botadas, como si hubieran salido arrancando rápidamente, sin tiempo para poder rescatar nada. Su ropa estaba intacta y había varios mamelucos colgando, una vieja radio en la que escuchaban rancheras, muchas herramientas y misteriosos artículos que nunca supimos en qué los ocupaban. En una de las paredes había una colección de calendarios que estaban muy amarillos y desteñidos por el paso del tiempo. El más reciente tenía más de diez años de antigüedad.

En un oscuro rincón había una puerta cerrada con llave que siempre nos llamó la atención. Un día decidimos forzarla y encontramos un gran tesoro: decenas de tarros de pintura de distintos colores, algunos llenos y cerrados; otros vacíos y tirados en el suelo. Nos miramos sorprendidos, ya que era sin duda un gran descubrimiento.

—¡Pintemos nuestro club! —gritó muy entusiasmado mi hermano Rodolfo.

—¡Sí, que buena idea!, ¡y de color rosado! —le respondí un tanto inspirada.

—¿Qué acaso estás loca, Florencia? —exclamó mi amigo Octavio—. ¡Qué feo color para un club!

—Sí, Florencia, olvídalo —agregó Rodolfo—, se vería horrible.

Fueron tan pesados conmigo que se me apagó toda la emoción que tenía. No me gustaba que no consideraran mi opinión. Los tres éramos integrantes del club y todos teníamos el mismo derecho.

Muy triste, enojada, y con los ojos llenos de lágrimas, los acusé con mi papá. Le conté que los niños pretendían robarse unos tarros de pintura, que querían pintar el club sin permiso, y que además no pensaban tomar en cuenta mi opinión con respecto al color que iban a utilizar.

—No se están robando nada, Florencia —me dijo muy calmado—, yo les he dicho que pueden tomar lo que necesiten del garaje. Ya nadie usa esas cosas. Y me parece fantástico que quieran pintar su club.

—Pero, papá —le dije apenada—, los niños están ignorando mi opinión.

—Creo que en este caso tienes que ceder, pequeña.

Me sentó sobre sus piernas y tiernamente me calmó. Me explicó que, lamentablemente, yo era minoría y tenía que aceptar lo que el resto decidiera. Su sabia manera de mostrarme las cosas me hizo entender que no se vería bien un club del color que yo quería. El rosado era para ropa, pinches, muñecas, pero no para un club.

Entre los tres acordamos usar un color más sobrio, el azul, y quisimos iniciar la tarea de inmediato. Se nos ocurrió rescatar los viejos mamelucos de los maestros para no manchar nuestra ropa. Necesitábamos brochas nuevas, pues las que había estaban tiesas y manchadas con colores muy sucios y feos. Decidimos ir

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