Florencia y sus vacaciones entretenidas
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Florencia y sus vacaciones entretenidas - Claudia Pélissier
El gran día
Me acosté muy tarde aquella noche, ansiosa por el inicio de nuestras tan esperadas vacaciones. A la mañana siguiente y a primera hora, partiríamos por fin a la playa.
Yo misma había preparado mi maleta. Y una gigante. Creo que guardé en ella toda mi ropa. Sabía que me iba a llevar un buen reto por hacerlo, pero bien valía la pena intentarlo ya que íbamos a estar casi un mes lejos de casa.
Me asomé a la pieza de mi hermano. Tenía un bolso pequeñito con su ropa, pero una gran caja con su consola de juegos.
—No te van a dejar llevarla —le dije.
—Te apuesto que sí. Al papá también le gusta jugar —me respondió mientras acomodaba unos cables dentro de la caja.
Justo en ese momento, se asomó mi mamá por la puerta.
—Niños, no pueden llevar demasiadas cosas. Recuerden que el auto no tiene mucha fuerza para subir las cuestas y no podemos arriesgarnos a quedarnos botados.
—No te preocupes, mamá —le dijo Rodolfo —, yo llevo poca ropa.
No dijo nada de su consola. Yo solo la miré asustada. No me atreví a confesar que llevaba todo mi clóset, apretujado dentro de la maleta más grande que encontré.
Cuando apoyé mi cabeza en la almohada, miles de imágenes de otros veranos se me cruzaron por la mente. No podía dormir. Me daba vueltas para un lado y para el otro. El estómago me estaba empezando a doler fuerte.
Mi mamá entró a la habitación y, al sentirme despierta, me dijo:
—¿Qué pasa, Florencia? ¿Aún no te duermes?
—No, mamá —le respondí—, no puedo quedarme dormida y ahora me está doliendo mucho la guatita.
—Estás nerviosa por el viaje, pequeña —dijo mientras me tocaba la frente—, te traeré un agüita.
A los pocos minutos regresó con un agua de menta que era mi favorita, o más bien, la única que lograba tragar. Me la tomé con calma. Mi mamá me conversaba para distraerme y yo me fui tranquilizando de a poco. Me dormí en sus brazos mientras acariciaba mi cabeza.
Y llegó el gran día. Cuando aún no salía el sol, comenzaron a sonar todos los despertadores de la casa. Para que no nos quedáramos dormidos, mi mamá siempre hacía lo mismo. Los programaba todos, y sonaban al mismo tiempo, como una desesperante orquesta de alarmas chillonas.
Todos los años salíamos al amanecer. Nos gustaba viajar con calma y mucho tiempo, por si teníamos algún problema en el camino, lo que había sido bastante común en paseos anteriores.
Me levanté de un salto, me duché y me puse ropa nueva que tenía separada desde la Navidad. Me sentía llena de energías por las vacaciones que estaban por comenzar.
Cuando llegué a la cocina, la nana Raquel servía el desayuno. Rodolfo ya estaba sentado y muy peinado, listo para empezar a comer. Tenía un look tan perfecto, como si estuviera listo para el primer día de clases. Por más que me esforzara, él siempre se veía y era más ordenado que yo. En todo.
La nana se había quedado hasta muy tarde con mi mamá, armando unas cajas con mercadería para llevar a la playa y se notaba muy cansada. A pesar de eso, nos saludó muy amable y con una sonrisa amplia, como hacía todos los días.
Le sirvió un té con leche a mi hermano y comenzó a preparar el mío, mientras yo me hacía un pan con palta y jamón que era mi especialidad. Rodolfo se llevó la taza hacia la boca con mucha ansiedad, y tomó un gran sorbo para terminar rápido y partir. En cuanto lo hizo, lo expulsó como un volcán en erupción sobre toda la mesa, mi desayuno y mi hermosa ropa nueva.
Mientras escupía su leche, con los ojos desorbitados, exclamó:
—¡Pero, nana! ¿Qué me diste? ¡Esta leche está asquerosa!
—¿Cómo que asquerosa, mi niño? No sea mañoso, es su misma leche de todos los días. Tómesela toda, ya que está muy delgado.
—¡No! Está muy distinta. Pruébala —le dijo, mientras le entregaba su taza con lo que había quedado sin explotar.
Yo no sabía si ponerme a reír o a llorar por la situación. Era divertido ver a Rodolfo botando leche por la boca, pero mi desayuno se había arruinado y mi tenida también.
De pronto me bajó un sentimiento de preocupación. ¿Cómo podía reírme o pensar en mi ropa, si tal vez mi hermano estaba enfermo del estómago?
La nana probó la leche y también la expulsó bruscamente.
—Pero, mi niño, esta leche está completamente saturada de sal —le dijo mientras revisaba sobre la mesa para descubrir el error.
Efectivamente, debido al cansancio que tenía, había confundido el azucarero con el tarro para la sal. Como a Rodolfo le gustaba muy dulce, le había puesto tres cucharadas colmadas.
Al darme cuenta de que no tenía ningún problema de salud, le dije:
—Ja, ja, eres muy pánfilo, te tomaste la leche con sal. Creo que todo