Tres semanas
La infidelidad es un tema que no debe juzgarse desde afuera ni sentenciarse con palabras o miradas de soslayo, tampoco debería asumirse una posición superior por cumplir la promesa hecha ante Dios.
No pretendo poner paños fríos a una situación que me marcó y que aún sigo recordando mientras bebo mi café cada domingo en pantuflas y en pijama, viendo a mis hijas jugar con sus muñecas, y a Vero ir y venir de un lado a otro para preparar el desayuno.
Debo decir que mi mujer me encanta, tiene una belleza sencilla que te atrapa a la primera mirada, con unos ojazos celestes en los que puedes perderte por la dulzura que hay en ellos y la cual me enamoró desde que la vi. Ella es mi hogar, la ternura que busco luego de pasar todo el día dirigiendo una empresa de comercialización de ropa y accesorios por catálogo, que en los últimos años ha crecido superando la proyección financiera estimada desde que la fundé hace cinco años.
Sin duda, soy un hombre muy afortunado porque hago lo que me gusta, y tengo la familia que siempre anhelé.
—Mi amor, ya está el desayuno —dijo Vero, interrumpiendo mis pensamientos.
La miré y no pude evitar darle un beso, sentir la frescura de sus labios con sabor a ella. Siempre tan gentil que es capaz de robarme la voluntad.
—¿Y qué preparaste hoy, mi amor? —le pregunté, atrayéndola hacia mí.
—El omelet con champiñones que tanto te gusta —respondió, sonriendo.
Me encantan los hoyuelos que se forman en sus mejillas cuando sonríe, sus dientes asomándose sobre sus labios en un gesto que me
