Azabache
Por Ana Sewell
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Azabache - Ana Sewell
e-book I.S.B.N.: 978-956-12-2195-6
1ª edición: enero de 2016.
Versión abreviada de
María Elena Gertner.
Gerente editorial: Alejandra Schmidt Urzúa.
Editora: Camila Domínguez Ureta.
Director de arte: Juan Manuel Neira.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
© 1993 por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Inscripción Nº 215.894. Santiago de Chile.
Derechos exclusivos de la presente versión
reservados para todos los países.
Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.
Teléfono 56 2 28107400. Fax 56 2 28107455.
www.zigzag.cl / E-mail: zigzag@zigzag.cl
Santiago de Chile.
El presente libro no puede ser reproducido ni en todo
ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio
mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia,
microfilmación u otra forma de reproducción,
sin la autorización de su editor.
Índice de contenido
Primera parte
1 El hogar de mi infancia
2 La cacería
3 Mi doma
4 El parque de Vista Hermosa
5 Jengibre
6 Alegría
7 Otra conversación bajo la arboleda
8 Muchas cosas sucedieron
9 La tormenta
10 Jaime
11 El incendio
12 Carlitos
13 En busca del médico
14 Carlitos comienza a crecer
15 La partida
Segunda parte
1 La casa del Conde
2 La batalla de Jengibre
3 La señorita Sara
4 Ernesto O’Hara
5 Cuesta abajo
6 Caballo de alquiler
7 Otras desgracias
8 El ladrón
9 El fanfarrón
Tercera parte
1 La feria de caballos
2 El coche de alquiler
3 Caballo de guerra
4 Reginaldo Smith
5 El coche para los domingos
6 Un corazón de oro
7 Un gran señor
8 ¡Adiós, Jengibre!
9 El carnicero
10 Las elecciones
11 El sucesor de Capitán
12 El Año Nuevo
Cuarta parte
1 Una señora
2 Otros tiempos duros
3 El señor Green y su nieto Tomás
4 Mi último hogar
Anna Sewell y Azabache
PRIMERA PARTE
1 El hogar de mi infancia
Lo primero que aparece en mis recuerdos es una laguna de aguas transparentes, cercada por árboles y por lirios intensamente azules, en medio de una pradera. Al otro lado del cerco el terreno estaba labrado y se divisaba un portón que llevaba hasta la casa del amo.
En ese periodo el único deber de mi madre era amamantarme. Yo corría libremente a su lado durante el día y en la noche dormía encogido, apegado a ella. Más tarde, cuando pude comer pasto, mi madre volvió a trabajar y regresaba al anochecer.
En la pradera había otros potros, mayores que yo, y me encantaba galopar con ellos, aunque solían patear y morder. En una oportunidad, mi madre observó esto y me llamó.
–Esos potros no son malos compañeros –me dijo–, sin embargo no conocen las buenas maneras. Esto no tiene demasiada importancia para ellos, ya que su único destino será el tiro de carros. Pero tu caso es distinto. Tu padre y tu abuelo eran caballos famosos, que ganaron copas de oro en competencias importantísimas, y tu abuela tenía un carácter suave y modales excelentes. En cuanto a mí, jamás me has visto dar una coz o morder a alguien. Debes hacer honor a tu raza y no seguir ejemplos de violencia y descortesía.
Yo no olvidé los consejos de Duquesa, mi madre, a la que el amo le decía "Chiquita" y consideraba muy inteligente.
El amo era un caballero lleno de bondad, que además de alimentarnos bien y darnos un espléndido alojamiento, nos hablaba con igual ternura que a sus hijos. Al verlo aparecer, mi madre iba a su encuentro relinchando de alegría y el amo le hacía cariño.
–¿Cómo están mi Chiquita y su Negrito? –preguntaba. Me llamaba Negrito por mi pelaje retinto, y siempre nos traía un pan y una zanahoria. Eramos sus regalones, y Chiquita estaba encargada de llevarlo al pueblo en el tílburi.
Para recoger moras, solía llegar a la pradera un tal Guillermo, que trabajaba en la granja. Era un muchacho rudo y cruel, que solo por divertirse perseguía a los potros con palos y piedras. Una tarde en que se dedicaba a esta entretención, fue sorprendido por nuestro amo, quien le propinó una fuerte bofetada.
–¡Cómo te atreves a torturar a los animales, canalla! –lo increpó–. ¡Cobra tu salario y lárgate inmediatamente de aquí!
Guillermo se alejó corriendo y no supimos más de él. En cambio, Daniel, el mozo encargado de cuidar a los caballos, era tan bueno como el amo. Nada nos faltaba.
2 La cacería
Un día de primavera, antes que yo cumpliera dos años, vi algo que no podré olvidar.
Estábamos en una pequeña hondonada, mientras una leve neblina se extendía por la pradera envolviendo los árboles. De pronto oímos un ruido prolongado, semejante a un ladrido de perro.
–Son los galgos –anunció el mayor de los potros, y partió al galope, seguido por todos nosotros, hacia la colina donde ya estaban instalados mi madre y un caballo viejo.
–Siguen el rastro de una liebre –dijo mi madre, y enseguida vimos aparecer a la jauría, atada por una correa, precipitándose como si volara por sobre los trigales; sin ladrar ni aullar, emitiendo solo aquel sonido prolongado que ninguna garganta podría imitar.
Pisando los talones de los perros, venían los hombres a caballo, vestidos con chaquetas verdes. Súbitamente se hizo un silencio y todos se detuvieron. Los perros, desatados, se dispersaron olfateando el terreno.
–Han perdido el rastro –afirmó el caballo viejo–. Ahora es posible que la liebre escape.
Pero al cabo