EN LO ALTO de la COLINA
Goiat es un oso grande que pesa al menos 250 kilogramos; está cerca y también tiene hambre.
Pasado mañana se sabrá que atacó y mató a dos ovejas en la cresta boscosa a nuestra derecha. Quizá esté levantando su hocico en nuestra dirección para olfatear el aire con su nariz siete veces más sensible que la de un sabueso. Sí, está al tanto de nosotros, pero no sabemos nada, solo caminamos por un sendero en el suroeste de Francia para reunirnos con un pastor.
El camino se desdobla en la Montagne d’Areng desde el pequeño pueblo de Jézeau y no es difícil imaginar a los osos entre los pinos de este bosque solitario en los Pirineos. “Es un bosque muy puro –dice Éric, nuestro guía que vive en Jézeau–. Algunos de los árboles tienen 300 años”. “Los sonidos son encantadores”, añade Penny, mi compañera de caminata. Mientras avanzamos por bancos de musgo y claros bordeados por helechos, escucho el perezoso zumbido veraniego de los nidos de abejas ocultos, el sonajeo de los saltamontes y el batir de alas de un pájaro carpintero negro al desprenderse de un árbol muerto.
“Solo hay 50 osos en los Pirineos franceses –comenta Penny–. Se dice que uno grande llamado ha estado en algún lugar de esta región durante la última semana”. El corazón de Penny ha estado cosido al entramado de este lugar desde que se mudó aquí, hace 13 años. Organiza excursiones de bajo impacto que llevan a los visitantes más allá de las estaciones de esquí
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