Bajo el misterio, sobre la nieve
ES COMO ESTAR EN LA NADA. Todo es blanco. La nieve bajo las botas y también el cielo que todo lo refleja. No hay horizonte. La neblina no permite distinguirlo. Es como estar en una habitación vacía o en uno de esos espacios in between con los que Hollywood ejemplifica lo mismo la ausencia de ideas que la llegada al paraíso. Estoy en Carcross, una comunidad tagish ubicada a unos kilómetros de Whitehorse, la capital del territorio de Yukón, ubicado al norte –muy al norte– de Canadá.
No hay nadie. Carcross suele tener mucha vida entre su arquitectura colorida, sus magnificentes tótems, sus tiendas de artesanías y sus espacios de arte. Pero es invierno y sus habitantes han decidido vaca– cionar. Así que estamos mi amiga J. y yo, y un par de viajeros que vemos a lo lejos –y que por lo visto tampoco supieron que nada esta– ría abierto-, con el espacio entero para nosotros. No es que importe. El lugar es precioso igualmente. Y parece, justo cuando pasamos cerca del hotel Caribou –instalado ahí desde 1898, pero que encontramos cerrado por la temporada– que estamos en un viejo pueblo fantasma. Le pido a J. que me tome una foto en medio de toda esa blan– quitud que solo se interrumpe cuando nos encontramos ante un lago que no está congelado. No sé si es el Bennet o el Nares, mi habilidad con los mapas se ha vuelto vergonzosamente nula; pero su azul luce negro y el paisaje me recuerda –de pronto– a la pintura “Black on Grey” de Mark Rothko.
Nos cansamos de caminar. La nieve nos llega un poco más arriba de las rodillas y en lo único en lo que podemos
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