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Kukum
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Libro electrónico204 páginas2 horas

Kukum

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Información de este libro electrónico

Kukum cuenta la historia de Almanda, bisabuela del autor, que enamorada de un joven innu de Quebec, adoptará con entusiasmo su forma de vida nómada: la existencia libre en el bosque de acuerdo a los ciclos de la naturaleza. Se convertirá en una auténtica innu aunque siempre conservará el hábito de la lectura, rompiendo así las barreras impuestas a las mujeres indígenas. En la madurez, tendrá que enfrentarse a la pérdida de sus tierras, el encierro en las reservas y la violencia de los internados, todo ello en nombre del progreso.

Contado en un tono intimista, el relato de Almanda, que se desarrolla a lo largo de un siglo, expresa el apego a los valores ancestrales y a la necesidad de libertad que aún hoy sienten los pueblos nómadas.


Premio literario France-Québec

Finalista premio Jacques Lacarrière

Más de 150.000 ejemplares vendidos en Canadá
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 jun 2022
ISBN9788409383061
Kukum
Autor

Michel Jean

MICHEL JEAN is a writer, TV news anchor, and investigative journalist. The author of eleven books, he also writes and curates short stories and has edited two French-language collections showcasing Indigenous writers: Amun (2016) and Wapke (2021). In his 2012 novel Elle et nous, he opened up about his own Indigenous origins for the very first time. Kukum won the Prix France-Québec in 2020. Michel is Innu from Mashteuiatsh and much of his writing reflects his Indigenous origins.

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    Vista previa del libro

    Kukum - Michel Jean

    Tiempo De Papel

    Kukum

    First published by Tiempo de Papel 2022

    Copyright © 2022 by Tiempo De Papel

    All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored or transmitted in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, scanning, or otherwise without written permission from the publisher. It is illegal to copy this book, post it to a website, or distribute it by any other means without permission.

    First edition

    ISBN: 978-84-09-38306-1

    This book was professionally typeset on Reedsy

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    Publisher Logo

    Contents

    Créditos

    Kukum

    -

    -

    NISHK

    HUÉRFANA

    PEKUAKAMI

    EL INDIO

    POINTE-BLEUE

    COMPROMISO

    PÉRIBONKA

    EL WINCHESTER

    PILEU (4)

    LAS PASSES-DANGEREUSES

    TERRITORIO

    TRAMPAS

    AGUJAS

    INNU-AIMUN

    LA MONTAÑA SAGRADA

    LA CAZA MAYOR

    REGRESO

    LA FOURCHE MANOUANE (5)

    LA TIENDA DE LA BAHÍA DE HUDSON

    TÓRTOLAS TRISTES

    LA BODA

    RELATO

    LA JOROBA DE LA CANOA

    TRINEOS

    REENCUENTRO

    NASKAPIE

    ANTES

    SOLA EN EL MUNDO

    AZÚCAR DE ARCE

    NOCHEBUENA

    CUENTAS

    ANNE-MARIE

    LA CABAÑA

    ELECCIÓN

    AUSENCIAS

    PESSAMIT

    MISTOOK

    LA NÁUSEA

    LOS MADEREROS

    BOOMTOWN (7)

    FERROCARRILES

    DESGAJE

    EL MAL

    EL INMUEBLE DE CATORCE VIVIENDAS

    ACERAS

    EL JEFE (8)

    OCASOS

    CÍRCULO

    Cobh (Queenstown), Irlanda, 1875

    NOTA DEL AUTOR

    -

    -

    Créditos

    Título: Kukum

    © Michel Jean (Agence littéraire Patrick Leimgruber), 2019

    La obra original fue publicada primero en francés (Canadá) bajo el título

    Kukum por Libre Expression, Montreal, 2019

    © Traducción de Luisa Lucuix Venegas

    © Tiempo de papel ediciones 2021 para la edición en español.

    C/ Polo y Peyrolón, 1

    46021 Valencia

    info@tiempodepapelediciones.com

    © Imagen de portada: Marike Paradis

    © Créditos fotográficos: Carine Valin: 50-51 y 154 (2); Musée McCord: 167 y 186;

    Jeannette Siméon: 183 y 210; Michel Jean: 154 (1) y 220

    © Foto del autor: Julien Faugere

    Imprenta: Estugraf

    Maquetación: Ártico Digital

    Agradecemos el apoyo financiero de la SODEC a la traducción de este libro.

    https://sodec.gouv.qc.ca/a-propos/logos

    ISBN: 978-84-09-38307-8

    ISBN EBOOK: 978-84-09-38306-1

    DEPÓSITO LEGAL: V-644-2022

    Primera edición: marzo de 2022

    Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción,

    distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar

    con autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los

    derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual

    (arts. 270 y sgts. Código Penal).

    Kukum

    Michel Jean

    Traducción de Luisa Lucuix Venegas

    -

    En memoria de France Robertson.

    -

    Apu nanitam ntshissentitaman anite uetuteian

    muku peuamuiani nuitamakun

    e innuian kie eka nita tshe nakatikuian.

    «No siempre me acuerdo de dónde vengo

    cuando duermo, mis sueños me recuerdan quién soy

    mis orígenes no me abandonarán nunca.»

    JOSÉPHINE BACON

    Tshissinuatshitakana

    Palos mensajeros [LL1] [1]

    La cita pertenece al libro de poemas de Joséphine Bacon, Tshissinuatshitakana /Bâtons à message, publicado por la editorial de Montreal Mémoire d’Encrier en 2009. La traductora y profesora asociada de la Universidad de Nuevo Brunswick Sophie M. Lavoie lo traduce como Palos mensajeros en su traducción al español del poema del mismo libro «Los maestros», disponible en Internet, en la web colaborativa del proyecto Siwarmayu. He mantenido este título. (Todas las notas son de la traductora [LL1]

    NISHK

    Un mar en medio de los árboles. Agua hasta donde alcanza la vista, gris o azul, según el humor del cielo, atravesada por corrientes heladas. Este lago es hermoso y aterrador al mismo tiempo. Desmesurado. Y la vida en él es tan frágil como ardiente.

    El sol asciende en la bruma de la mañana, pero la arena todavía está impregnada del frescor de la noche. ¿Cuánto tiempo llevo sentada frente a Pekuakami?

    Mil manchas oscuras bailan entre las olas y graznan con insolencia. El bosque es un universo de disimulo y de silencios. En él, presas y predadores compiten en habilidad para fundirse con el paisaje. Sin embargo, el viento porta el estrépito de las aves migratorias mucho antes de que estas se muestren en el cielo, y nada parece capaz de contener su cotorreo.

    Estos gansos salvajes aparecen al comienzo de mis recuerdos con Thomas. Hacía tres días que nos habíamos marchado, remando hacia el noreste sin alejarnos de la seguridad de la orilla. A la derecha, el agua. A la izquierda, una línea de arena y de peñascos se erigía delante del bosque. Avanzaba entre dos mundos, sumergida en una euforia que no había sentido nunca.

    Cuando caía el sol, acostábamos en una bahía protegida del viento. Thomas montaba el campamento. Yo le ayudaba lo mejor que podía mientras lo acribillaba a preguntas, pero él se contentaba con sonreír. Con el tiempo, comprendí que, para aprender, había que observar y escuchar. No servía de nada preguntar.

    Aquella tarde, se sentó sobre los talones y colocó sobre sus rodillas el ave que acababa de abatir, un animal muy graso cuyas plumas se dispuso a arrancar empezando por las más gruesas. Es un trabajo que exige minuciosidad, porque, si se hace con prisas, el extremo se rompe y se queda clavado en la carne. Hay que tomarse su tiempo. En el bosque así es como suele ser.

    Una vez desembarazado el animal de su plumaje, lo pasó por el fuego para quemar el plumón. A continuación, con la hoja del cuchillo le raspó la piel, esta y su preciada grasa. Luego suspendió el ganso encima de las llamas para asarlo.

    Yo preparé té y comimos en la arena mirando el lago negro bajo un cielo estrellado. No tenía ni idea de lo que nos aguardaba, pero, en ese momento preciso, supe que todo iría bien, que había tenido razón al fiarme de mi instinto.

    Él apenas hablaba francés y yo todavía no hablaba innu-aimun. Pero aquella noche, en la playa, envueltos en el aroma de la carne asada, a mis quince años, por primera vez en mi existencia, me sentía en mi sitio.

    Desconozco cómo terminará la historia de nuestro pueblo. Pero, para mí, comienza con aquella cena entre el bosque y el lago.

    Levantando el vuelo. Serigrafía, Thomas Siméon.

    HUÉRFANA

    Crecí en un mundo inmóvil en el que las cuatro estaciones determinaban el orden del día. Un universo de lentitud en el que la salvación dependía de un pedazo de tierra que había que labrar y volver a labrar sin descanso.

    Mis recuerdos más antiguos se remontan a la cabaña donde vivíamos, poco más que una modesta casa de colonos de madera, cuadrada, con un tejado a dos aguas y una única ventana en su fachada. Delante, un camino de arena. Detrás, un campo arrancado al bosque con el sudor de la frente.

    Es una tierra pedregosa, pero los hombres la tratan como un tesoro, la remueven, la abonan, la despedregan. A cambio, esta solo da unas verduras insípidas, un poco de trigo y heno para alimentar a las vacas, que dan leche. Que la cosecha fuera buena o no, dependería del tiempo. El Cielo decidiría, decía el cura. Como si Dios no tuviera otra cosa que hacer.

    De mis padres no conservo ningún recuerdo. A menudo traté de imaginarme sus rostros… Mi padre era alto, fuerte y determinado. Tenía unas manos poderosas. Mi madre era rubia, de ojos azules como los míos. Tenía las facciones finas, era afectuosa, cariñosa. Aquellas dos personas solo existían en mi mente de niña, por supuesto. ¿Quién sabe cómo eran mis progenitores de verdad? En realidad no importa. Pero me gusta pensar que la fuerza y la dulzura habitaban en ellos.

    Crecí junto a una mujer y un hombre a los que yo llamaba «tía» y «tío». No sé si me quisieron, pero me cuidaron. Hace mucho tiempo que murieron y la casa del final del río À la Chasse se quemó. La tierra, sin embargo, todavía sigue ahí. Ahora todo el espacio lo ocupan los campos. Los granjeros, aferrados a sus parcelas, rodean ahora a Pekuakami.

    El viento se levanta y se acerca a lamerme el rostro cansado. El lago se agita. No soy más que una anciana que ha vivido demasiado. A ti al menos, lago mío, no pueden hacerte nada. Eres inmutable.

    PEKUAKAMI

    El silbido resuena en el aire templado. Estridente, ininterrumpido.

    En cuanto el tren entra en la comunidad, empieza a aullar y no se detiene hasta que no sale, sin importar la hora del día o de la noche. Cuando dejaron de poder ir a sus territorios de caza, a muchos les dio por beber. A veces algunos se quedaban dormidos en los raíles. Hubo varios accidentes. De modo que los jefes de tren ralentizan y accionan la sirena para que los innus se quiten de las vías y les dejen proseguir su camino.

    En cuanto a mí, prefiero ignorarlo. Me concentro en el lago que tengo delante, en sus olas que muerden la arena y vienen susurrando a morir a mis pies. Esta mañana, el viento trae su llovizna y esta me moja la piel. Así, somos uno: Pekuakami, el cielo y yo.

    He vivido casi un siglo a su lado. Conozco cada una de sus bahías y todos los ríos que desembocan o parten de él. Su canto cubre el estrépito de los caballos de metal, aplaca la humillación. Y, si a veces se enfada, su cólera siempre termina por pasar.

    Nosotros lo respetábamos, temíamos su poder, y nadie se aventuraba lago adentro, porque el viento que se levanta sin avisar puede engullir las canoas imprudentes. Hoy se ha convertido en una especie de área de juegos y, con sus enormes barcos de motor, los humanos se divierten en él. Han manchado sus aguas, lo han vaciado de sus peces. Lo recorren incluso a nado, le han dado el nombre de un santo. Ya no respetan su grandeza.

    Sin embargo, es el único lago de Nitassinan (2) imposible de atravesar con la mirada. Al igual que ocurre con el océano, hay que imaginarse la otra orilla. Yo todavía lo consigo. Cuando cierro los ojos aparece aquel que los ancianos llamaban Pelipaukau, el río en el que la arena se desplaza. En su desembocadura, el agua parece inmóvil de la lentitud con la que fluye por entre los bancos de arena clara, como si su largo viaje desde los montes Otish allá arriba la hubiera agotado.

    Brotan las imágenes de mi encuentro con el río y, como hace casi cien años, el corazón se me encoje. Todavía. Vuelvo a verme en aquella canoa con él. Nos deslizamos en silencio por la superficie lisa. Me dispongo a adentrarme en un mundo del que solo sé lo que él me ha contado. Los primeros vértigos son los más poderosos.

    No era mucho mayor que yo. Pero su mirada ya destilaba una sabiduría y una fuerza que me conquistaron. Thomas me describió el Péribonka con aquella economía de palabras que yo aprendería a apreciar. Aunque su voz cantarina pudiera parecer dubitativa en algunos momentos, nunca vi un hombre más seguro de sí mismo. Cuando la canoa se introdujo por el río y ante mis ojos se abrió el Péribonka, el corazón me dio un brinco.

    Hoy han construido una ciudad, pero en aquella época los bancos de arena ocupaban todo el horizonte. Al igual que el Ashuapmushuan y el Mistassini, el Péribonka abría un camino hacia el norte. Nos llevaba hasta el territorio de caza de los Siméon.

    La calma de su estuario era engañosa. Pronto las aguas se hincharían, la corriente se aceleraría y, ante nosotros, se dibujarían unas cascadas infranqueables que habría que rodear a pie. Este río posee múltiples caras.

    Al final del camino se encontraba el lago alargado que me había descrito Thomas, más allá de las montañas cuyas cimas se dibujaban en el horizonte. Con quince años, todavía era fácil soñar. Pero aquello que estaba a punto de descubrir era más majestuoso que todo lo que imaginaba.

    2-Nuestra tierra», en innu-aimun. Territorio ancestral del pueblo innu, situado en la parte oriental de la península del Labrador, al este de Canadá.

    EL INDIO

    Mi tío era de esos hombres que cada día se levantaban antes del alba, engullían un pedazo de torta, se bebían el té ardiendo y salían a labrar su tierra. Bajo y fornido, tenía un rostro consumido que parecía siempre preocupado. Sus inmensas manos, salpicadas de manchas por las horas pasadas bajo el sol, mostraban las marcas de una vida de trabajo duro.

    Mi tía se recogía el cabello ya gris en un moño que le confería, creía ella, un aire distinguido. Endeble, sus facciones demacradas traslucían su cansancio; era piadosa y se entregaba de lleno al trabajo, porque Dios nos había dado la tierra para que cuidáramos de ella, decía.

    Vivir en la granja es una cuestión de sacerdocio. Los agricultores se imaginan que su tierra los protege del salvajismo. En realidad, los convierte en sus esclavos. Los niños trabajan en ella al igual que los adultos. Yo ordeñaba las vacas por la mañana antes de ir al colegio y a la vuelta, al

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