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Mi Ventana
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Libro electrónico241 páginas3 horas

Mi Ventana

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"Mi Ventana" es una obra que refleja el estado de nimo de una sociedad en evolucin; una narrativa de la vida de la provincia y de la Capital durante las dcadas 40s, 50s y 60s, y de esas sutiles diferencias que gestan sin querer, la brecha generacional. Desde luego es una obra con el sello caracterstico de la apreciacin personal, y pretende ser una vista nica desde la ventana de cada lector."
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento26 jun 2014
ISBN9781463385644
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    Mi Ventana - Pilar Vega

    Copyright © 2014 por Pilar Vega L. de Llergo.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 23/06/2014

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

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    ÍNDICE

    PRIMERA PARTE

    SEGUNDA PARTE

    TERCERA PARTE

    PRIMERA PARTE

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    Ayer estuvo muy picado el mar y el viento doblegó la vegetación por largo rato. En pleno verano comienzan las turbonadas que presagian la época de huracanes. Un cielo obscuro, de nubarrones negros y bajos que cuando se acercan se siente como si te fueran a apabullar; da la sensación de que no puedes escapar, las palmas de los cocotales se mecían violentamente y parecía que barrían la arena…

    Me quedé en la casa con la familia, escuchando el radio, pues cada tres o cuatro minutos daban la información de la velocidad del viento y del curso que iba siguiendo. Fue cosa de dos o tres horas… No pasó a más. Sin embargo, el espectáculo no deja de producir escalofríos de angustia.

    Hoy amaneció en calma. El sueste hacía que el mar se viera como si fuera un lago inmenso, la corriente hacia mar adentro, los pescadores no se habían hecho a la mar y aprovecharían el día para reparar sus redes.

    Vine aquí para respirar aire purificado, para tratar de que mis pulmones se oxigenen y se limpien un poco del smog que agobia a los que como yo vivimos en la capital. Me levanto, doy vueltas por la habitación, recojo mi hamaca pensando en los hijos y el esposo que permanecieron ahí. Retrocedo paso a paso y mi pensamiento recorre todos los lugares que en un lapso tan breve hemos visitado. Los lugares que han conformado nuestras propias personas, los amigos que nos rodean y el amado mundo al que efímeramente pertenecemos.

    ¡He tenido que volver al terruño para asimilarlo todo! En este desconocido puerto en el que veraneamos refrescados por una brisa húmeda y deliciosa que alivia el calcinante calor del trópico en esta época, veo al fin que todos los que conformamos cierto sector de la sociedad y que además somos privilegiados, podemos ser juzgados por las mismas lacras que en otros ambientes ocurren; en realidad la debilidad de nuestra naturaleza es la causa de que todos tengamos algo que sufrir.

    En esencia, ¿cuál es ese medio? ¿Qué resume la palabra debilidad? Recuerdo innumerables momentos dulces de calma y quietud, hoy perturbados por la presencia de tábanos y mosquitos que el viento de tierra arrastra del pantano; como nuestra naturaleza, conlleva en sí misma las miasmas de nuestros defectos.

    Mayas de raza pura, mestizos, e hispanos, lenguas y dialectos, una mixtura de religiones y raíces diferentes; la resaca de sargazos en la orilla, que serán llevados y traídos conforme el cambio de los vientos. Pero, ¿habrá alguien capaz de distinguirlos? La burguesía esconde toda la gama de sus pasiones, nuestro ambiente fácilmente se confunde con un medio placentero. Los envidiosos de éste, creen que somos excelsos porque un velo sutil oculta en nosotros las mismas miserias que a ellos los atormentan. La anarquía de nuestro tiempo ha ido ganando la partida, ha ido más allá del control de nosotros mismos. Joaquín dijo una vez y creo que lo había inventado, que los burgueses somos los hipócritas más grandes; pocos escapan de esa clasificación, no importando ni su edad ni su sexo. Tal vez únicamente los infantes que aún no están maleados.

    Apuntes de un atardecer… Profusión de colores, catamaranes como mariposas en el mar se deslizan triangulando el agua. Luz que se desparrama en extensa gama de oros, naranjas, rosas y grises antes de partir. Nubes de flamingos, pelícanos y gaviotas que regresan a sus refugios a dormir —digo refugios, porque necesitan ya esconderse verdaderamente para sobrevivir; vamos invadiendo sus dominios sin conciencia de la usurpación que cometemos—. La humedad que reina en el ambiente mantiene la piel agradablemente fresca y todo es propio para el placer.

    Luego la luz va declinando con la inocencia propia del que ignora qué va a ocurrir. Los amantes con el pretexto de gozar los reflejos de la luna y la carne despierta; todo parece tener sed. El rasgueo de una guitarra por ahí deja oír el romanticismo que embarga a esta provincia especial.

    ¿Fue ahí donde escuché los arrobadores acordes de mi despertar?

    Las ansiedades juveniles se esconden a la censura y guardan su angustia reprimida por miedo al ¿qué dirán? Marisa, nerviosa, jugaba con su escote tratando de disimular el palpitar de su corazón; sus impulsos eran los de abofetear a Silvia, quien coqueteaba abiertamente con el novio con quien se pretendía casar. —Tan poco civilizado, tan violentos los celos y el guardar la compostura tan fuera de lugar— se agita y mira a los presentes como esperando que algo pase y en cada beso que no da, deja diluir sus pasiones hasta la frigidez.

    He encontrado poco a poco en la estructura de mi sociedad, esas columnas erosionadas de melancolía que antaño veía indestructibles.

    Los pescadores transitan la calle igual que hace cien años, descalzos, cargando a lomo sus redes, las cubetas de la carnada, el velamen de sus barcas y con la misma miseria de siempre. Todo esto lo estoy viendo cómodamente sentada en una mecedora que felizmente se encuentra en la terraza de mi casa que está situada a escasos veinte metros de distancia de la orilla del mar. En esa terraza, desde mi infancia, durante los meses cálidos del verano, suelo contemplar con deleite todos los cambios de panorama y por las noches durante largas horas disfruto las estrellas y una visión de la grandeza del universo, muy particular. Allí me he encontrado a menudo con muchos de mis seres queridos, incluyendo a mi esposo, quien tiene la desgracia de no ver bien de lejos y prefiere el sueño tempranero a contemplar la espectacular exhibición del brillo de los astros. Allí me encontré a menudo con mis primeros pretendientes, allí alenté los primeros ensueños juveniles. En esa playa acogedora se cuajaron muchos idilios y también en la misma se truncaron otros… Es la culpable de muchas inconsciencias. Permanecer allí alegremente, absorbiendo nuestro tiempo y nuestros sentidos, recordando y olvidando todo…. Los granizados, la lotería, los paseos por el malecón, el aroma de las mariposas — esas flores que obsequian ahí los enamorados—.

    Era bueno estar ahí, en donde se siguen encontrando los jóvenes tomados de la mano, haciendo planes para las horas siguientes, confiándose secretos, murmurando; pero eso no importa, también estaban Beto, Pedro, Agustín, Julia con su verborrea acostumbrada, inventando infamias, destruyendo reputaciones… Con ese gusto por llamar la atención de su público. Sólo el tiempo repara esos crímenes inconscientes; el daño que se hace es grande… Ella ha puesto en sus cuentos el reflejo de todas sus frustraciones, a ella le sobra el dinero pero le falta el amor al prójimo.

    Esta tarde estuve ordenando mis ideas. Algunas fueron desechadas hace mucho tiempo, a veces aletean como libélulas indiferentes. ¿De qué me sirve estar archivando datos, apuntes, ideas, si no las empiezo a compartir?; para eso hago mis notas. Después de todo, tal vez algún día las comunique, las comparta. Eso si lo llevo a cabo antes de yacer inerte, confundida con la arena en el fondo del mar.

    Pero estas hojas que me acompañan, tan blancas, se van llenando de pequeñas letras y son guardadas con cuidado; son recopilaciones de fragmentos de las diferentes personalidades de la gente que he conocido y que ha dejado en mí alguna huella, tanto de aliento como de desesperanza.

    Aquí veo las hojas escritas por Nora; me las pasó diciendo: Úsalas si te sirven.

    Nunca se imaginó cuán representativas podían ser para mí, ya que vivo algo semejante, lo escrito por ella, me ayudará para describir el deterioro moral que sufrió su madre, quien vivió con mucha holgura y paladeando las mieles de una vida confortable y recta, guiada bajo los principios de la fe cristiana. ¿Puede describirse algo más plácido, con varios hijos sanos, inteligentes, sin carencias de ninguna índole y un hogar sólidamente fundado? Daba su felicidad un aura de éxtasis; era como si las heridas ajenas no fueran capaces de turbarla. Sin embargo, un poco de sentido común le hubiera advertido que no todo se apega a lo que planeas y esperas de la vida, también las sorpresas negativas causan sufrimientos espantosos y vastos.

    En el gran bullicio de estas tardes de verano, hay un lapso de tiempo en el que todo se calma, es la hora de la siesta; mientras todos descansan, yo leo y releo estas hojas que me dio Nora. —No son muchas, pero suficientes para expresar el derrumbe de una persona que hasta su vejez fue tocada por el dolor; indiferentes las olas arrastran su espuma lavando la orilla una y otra vez.

    La tortura de un cáncer de su pareja la condujo a la viudez. Supo arrancarse del dolor de la ausencia porque era más fuerte el dolor dentro del dolor del amado, último vestigio de una vida estable. Hoscas las incertidumbres giran en su imaginación; los años pesan, los estragos de la edad comienzan a abatirla, el movimiento de sus piernas ha sido substituido por una fría e incómoda silla de ruedas, sus órganos desgastados no funcionan bien. Ha perdido el interés por los grandes acontecimientos familiares. La anunciación de un bisnieto ya no le produce el regocijo de la continuidad de la procreación de su carne, como cuando con júbilo enorme esperaba un hijo y se magnificaba con el nacimiento de un nieto. El tiempo implacable borraba el sentido profundo del ser para adentrarla en el nebuloso lindero tan temido, aunque en este caso deseado del fin. La memoria falla y ha ido olvidando los momentos mágicos que en todo ser existen. Esa anciana y yo estamos de acuerdo: la madurez del ser es el comienzo de la fusión dual del principio y el fin, del placer y el dolor, de la felicidad y la desdicha conjugados en los últimos alientos de vida. Sus ojos, siempre resplandecientes de cariño, se estaban apagando lentamente. Frente al mar, a la sombra de una mata de uva silvestre, me iba adentrando en las carencias que sufre la vejez. Mis lágrimas rodaron confundiéndose con el mar.

    Hoy su hija y yo hemos terminado de comentar esas visiones tristes de la decadencia del ser; conversamos varias horas sin podernos fugar del ocaso. Los renglones escritos bajo la depresión que la declinación de su madre le producía, la conducía inevitablemente a desear un pronto desenlace.

    Los tormentos de la conciencia de Nora, son indescriptibles. No sabe si es un gran amor o es la negación del mismo lo que exalta su ansiedad de que llegue el fin. Es tan doloroso ver marchitarse la belleza que la caracterizaba, verla taciturna y displicente, con poco ánimo, después de haber sido la columna vertebral de su familia, llena de alegría y vitalidad, interesada por todo lo que la rodeaba y ahora encerrada en ese sentimiento, sus venas azules casi imperceptibles, pálida, durmiendo dos horas de cada tres y sin participar del mundo que la rodea, pletórico de acontecimientos. La lucha que sostenemos todos los egoístas con nosotros mismos, no queremos sufrir, no queremos ni podemos compartir el dolor; la verdad es que estos meses de entrega a sus cuidados le estaban resultando insoportables y eso que comida y dinero no faltaban.

    Pienso en la época de mi infancia, mi mundo enajenado, en donde reinaba la despreocupación, los días eran eternos, los años siglos, los meses períodos interminables, el placer indescriptible que nos proporcionaba la compra de los trajes de baño; parecía que en esa compra se cifraba todo lo que podías esperar de la vida, pues implicaba las vacaciones en esta misma playa en la que 40 años después me someto a tantas reflexiones.

    Nora se fue. Sus cuartillas están ya guardadas, es la hora del crepúsculo, es la hora en que todos nos reunimos en la terraza para contemplar la puesta del sol. Conocidos que pasan detienen su caminar para saludar y comentar cualquier cosa: si la pesca estuvo buena o si la brisa se fue temprano, son las seis… Cualquier cosa puede pasar menos perderme el atardecer frente al mar.

    Por aquí cerca tienen su casa un par de amigos que hicieron un matrimonio ejemplar y feliz durante 39 años, procrearon muchos hijos y ya son abuelos, pero ciertamente ahora la casa le pertenece sólo a ella, pues el marido después de 39 años de matrimonio, frívolamente y en el lenguaje moderno, expresó que se dio cuenta de que ya no funcionaban como pareja, dejó el hogar, cedió el inmueble y abandonó a su esposa dejándola sin un centavo en efectivo para irse a emparejar con una señora más joven, que a su vez abandonó a los hijos y al marido. Las miserables defensas de su moral no impidieron este desastre marital que conmovió a nuestra sociedad y por ser éstos miembros de la misma fue ampliamente comentado. Este suceso ya se dejó en paz pues la novedad de la noticia se agotó, pero como yo la veo pasar con frecuencia sola y desorientada por la playa, no puedo dejar de decir que me causa un fuerte impacto su desconcierto. Por un momento me pongo a pensar si no le hicieron un favor al abandonarla, pues sería peor soportar al marido infiel conociendo la situación. Todos los que pertenecemos a la burguesía nos sentimos muy mundanos y civilizados, somos en gran parte ignorantes de qué tan egoístas y crueles podemos ser, viviendo sin amor. Hemos quedado atrapados en un mundo en donde sólo cuenta poderoso caballero… Los hechos hablan por sus obras, más allá de las palabras. Después de verlos felices y unidos tantos años nunca pensé que se daría este final.

    Anoto simplemente estas cosas para registrar que me parecen insólitas las espinas que se pisan en mi playa.

    Pienso en la poca malicia con que crecí. El mundo que conocía debía ser limpio y puro para siempre, pero como corre la brisa ha corrido el tiempo develando a la novia inmaculada.

    Sentadas en la balaustrada que cierra el jardín de la parte posterior de la casa, están las adolescentes de la familia, tres jovencitas muy emperifolladas que esperan alegremente el paso de los jóvenes que vienen de la calurosa ciudad a relajarse del trabajo cotidiano. Ellas con la ilusión de que algunos de ellos las inviten a la disco. Saben en verdad que estas invitaciones no faltan, llevan y alimentan su avidez de vivir al éxtasis de los ensueños. Tienen una voluntad poderosa de gozar cada instante de su juventud como si estuvieran conscientes de su brevedad. Una de ellas, la más rebelde, quiere enfrentase al mundo y a su sociedad con sus propias fuerzas. Así lo ha ido desafiando con sus trágicas consecuencias. Esta pequeña ilusa se llama Carmina. Va a mantener activas a muchas lenguas viperinas por un tiempo. Los pescadores cansados han regresado a sus casas después de aliñar y entregar a la cooperativa el producto de su pesca. Algunos que tuvieron suerte pasan alegres, silbando tonaditas de la tierra; otros, taciturnos y tristes, se empinan una botella de aguardiente a modo de consolación por las horas perdidas, con una asoleada furibunda, después de levantase al alba, sin haber conseguida nada. Por un momento me abstraigo en su contemplación, tratando de descifrar su mundo.

    Cuando era niña, iba a jugar a un cocal de atrás de la casa, que fue propiedad de mi papá. Lo cuidaban los compadres; así les decíamos, porque mis papás llevaron a bautizar a sus tres hijos, Yermo, Jélix y Jumbertito, como les llamaban sus propios padres. Yermo era un niño mocoso y gordo de lombrices, pero alegre y juguetón, que corría a la par que nosotros sin notar la diferencia del mundo en que nos movíamos. Su padre era pescador de oficio, así que muchas veces fuimos a pescar en su barco todos juntos, ya que mi papá propiciaba estos paseos para distraernos con algo diferente. También el compadre nos llevaba a la ría para bañarnos en ojos de agua dulce y caliente en medio de los manglares. Millares de garzas, flamencos, pelícanos y gaviotas eran sus habitantes, además de la multitud de insectos que por ahí pululaban. Crecimos todos; ahora Yermo es uno de esos pescadores cansados que regresan abatidos de una mala pesca, sigue igual de gordo que siempre, su tez morena es casi negra por las consuetudinarias asoleadas, pero ahora pasa junto a nosotros y nos ignora, ni siquiera nos habla, después de años de peripecias de tratarnos como compañeros de infancia. Después de fallecido su padre, su mamá se volvió a casar. Ya era adolescente cuando se quedó huérfano totalmente; su madre murió de parto, dejando una bola de chiquillos a su suerte. Nos convertimos en sus enemigos cuando mi papá trató de ponerlos en una escuela y velar algo por ellos. Yermo, Jélix y Jumbertito nacieron para ser pescadores, la escuela estaba de más. Son pescadores y pertenecen a su mundo.

    Otro mundo, el suyo. Cuando pequeña, creía en un mundo para todos, no en un mundo para cada quien.

    Yo crecí como una cretina; había gente que me decía orgullosa y yo no entendía por qué. Pero eso sí, llegaba a la iglesia todos los domingos muy atildadita, con mi vestido marinerito y mi sombrero de fina paja con su listón acordonado de color azul; las hijas de los pescadores del pueblo llegaban con sus hipilitos raídos y algunas de ellas no alcanzaban ni alpargatas, pero para mí eso era lo normal. En otras circunstancias, sin duda más honrosas para nosotros, bien hubiéramos podido ir vestidas más sencillamente a la casa del Señor. Sin embargo, ¡qué conmovedora escena, los ricos y los pobres juntos en la misma casa, en la casa de Dios! Con unas diferencias

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