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Un amanecer en el camino
Un amanecer en el camino
Un amanecer en el camino
Libro electrónico586 páginas8 horas

Un amanecer en el camino

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Un emocionante viaje a través del mundo que cambiará tu vida y tu forma de pensar.

Eric acaba de cumplir veinticinco años, pero su vida no es tal y como esperaba. El verano está a punto de comenzar, pero no puede evitar sentirse atrapado e insatisfecho con todo lo que le rodea. Es en ese momento que conoce a Andrea, quien le impulsa a emprender un emocionante viaje alrededor del mundo, acordando encontrarse cada quince días en un continente diferente.

Un amanecer en el camino es una historia que nos lleva a viajar y a reflexionar sobre lo que sucede en nuestras vidas. A través de los distintos personajes e historias que se desarrollan, se nos plantean cuestiones referentes al miedo, el destino, el amor, la amistad, la vida y la muerte. Se trata de una aventura que nos anima a hacernos preguntas que ni siquiera nos habíamos planteado, encontrando así nuestras propias respuestas.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento9 may 2018
ISBN9788417382704
Un amanecer en el camino
Autor

Cristian Castellano Mengual

Cristian Castellano Mengual nació en Barcelona el 22 de septiembre de 1990. Se licenció en Psicología Clínica en la Universidad Autónoma de Barcelona y es gran amante de la literatura y la poesía. Empezó sus primeros pasos como escritor escribiendo poemas y relatos cortos, para finalmente escribir su primera novela (El Valor de una sonrisa) y poco después su segunda novela (Un Amanecer en el Camino). Su principal interés es ser capaz de combinar su profesión con su pasión: escribir un relato a partir del cual seamos capaces de reflexionar sobre nuestros valores y así fomentar nuestro crecimiento personal.

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    Un amanecer en el camino - Cristian Castellano Mengual

    Aclaraciones

    Debido a hacer más congruente esta novela con la historia, se han tomado ciertas licencias literarias que aquellos que son más observadores podrán percatar. En primer lugar, no en todos los lugares del mundo es verano durante los meses de Julio y Agosto. Aún así, en esta historia se ha tomado la premisa de que es verano en todo el mundo, con el objetivo de hacer encajar los sucesos y distintas historias que aquí se desarrolla. En segundo lugar, se ha dado por supuesto que todos los personajes comparten un idioma común, aunque no se especifique explícitamente. Y por último, se han obviado todos los temas burocráticos vinculados a visados y permisos laborales, con tal de no complicar la dinámica de los sucesos de esta historia. Tras especificar estas pequeñas aclaraciones que podrían confundir a algún lector, espero que disfrutéis con esta historia y podáis aprender algo de ella. Os deseo una feliz lectura y gracias por vuestro tiempo.

    Prólogo

    ¿Dónde estaba? Un sendero en pos de mí, acunado por la suave caricia de la hierba húmeda. La brisa silbaba, lejana; precedida de la melodía de las olas que perecen sobre un penacho de plata. Era un camino solitario que desembocaba en una playa silenciosa, una extensa campiña de cristales cobrizos, lamida por el vaivén brumoso del océano. Sobre ella, un crepúsculo mortecino caía como miel desecha, una inmensa bóveda de color olor manzana. Parecía como si el agua ardiese bajo ese atardecer diáfano, orlas de fuego sobre el burbujeo de las olas. Era un lugar tranquilo y me gustaba estar en él, pero por otro lado, me sentía inquieto. La incertidumbre acaeció, el miedo a lo desconocido; y con ella, el mar se volvió altivo como una jauría famélica y la arena se entrelazó en un vórtice alocado. Y a lo lejos, una luz. Un faro cegador, inexpugnable; azotado por los hostigos embravecidos de la corriente marina. Un haz de luz giraba en torno a su estructura, susurrándome tentaciones tras cada giro, convocándome como cual canto de sirena. Los ojos me ardían a causa de aquella intensa lumbre, con lo que me froté los parpados para volver a mirar al frente. De repente, la playa había desaparecido. Ahora estaba en mi casa, sentado en mi comedor junto a mis amigos y familiares, alegre al ver un trazo risueño en sus labios. Volví a parpadear, ya que no entendía que había sucedido, aunque todo parecía muy real. Pero todo volvió a desaparecer. De nuevo, la playa y el faro en la lejanía. Cientos de luces empezaron a encenderse sobre la línea del eterno horizonte, como luciérnagas agitadas que estallan en forma de ascuas doradas. Sentí como un torbellino me engullía, una cortina de luces cegadoras que me llamaban, pero no sabía a cuál escuchar, por lo que finalmente, me decidí por prestar atención a cada una de ellas y así entender que me querían contar. Ante mí, se representaban miles de escenas, la filmografía de toda una vida y todas las secuelas que jamás serán contadas, los capítulos perdidos de un libro que reposa sobre un estante solitario. Una noria rodaba a paso lento sobre un prado de tréboles, junto a una nostálgica melodía que a veces te hace llorar y otras reír. Había miles de compartimentos, cada uno con una escena en su interior, mientras un manto de tréboles trepaba por los engranajes oxidados de la estructura. Todas las escenas eran diferentes y aunque en todas ellas podía verme a mí, no recordaba haberlo vivido. En uno de esos compartimentos podía verme saliendo del trabajo que siempre había deseado tener, en otra estaba con mis amigos, mientras que en otra presenciaba una boda solemne junto a una hermosa mujer que desconocía, pero que ya quería besar. En otro, cruzaba el mundo junto a la compañía de mi inseparable bicicleta, persiguiendo al susurro del viento; y en el siguiente, dejaba todo atrás en busca de una nueva vida. Y así sucede. Una nebulosa de constelaciones ante nosotros, senderos que se bifurcan en miles de opciones, miles de faros dispuestos a ser el foco que ilumina nuestro discurrir, compartimentos de una noria que gira sobre el trazo dubitativo de la fortuna. Pues no se trata de lo que hagamos, sino de lo que dejamos de hacer. Cada decisión supone una pérdida, un camino que tomamos y otro que desaparece en un vacío inabarcable. Somos como almas arrastradas por el ciclón del mar, un océano de llamas que laten unas cerca de otras ¿Lo habéis pensado alguna vez? A cada paso que damos, miles de universos se expanden pese a nuestra ignorancia. A cada paso, miles de corazones laten sin que jamás escuchemos su compás. Solo vemos carcasas vacías, autómatas que avanzan en un paso en pos del otro, convencidos de que en nosotros reside el único mundo conocido, pero en todos ellos hay una vida, un tesoro inconmensurable de recuerdos dorados. Y así, algunos de esos mundos se cruzan con los nuestros, ensortijando caminos paralelos, momentos en los que discurrir con las manos entrelazadas para volver a soltarse en una despedida. Mientras, la noria seguía girando, aumentando el número de compartimentos más y más. Y allí estaba, el poder de la casualidad, la rueda del destino que te apresa en su vibrante descenso. Conocer a una chica sin motivo aparente y reír con ella mientras quedas atrapado en el destello de su mirada y la frescura de sus labios, bailar en una plaza inmerso en una cálida burbuja, recorrer los acertijos encerrados en un suspiro. Besos en la inmensidad, miradas forjadas en un vínculo fugitivo, sonrisas que colorean los tramos de tu sendero; sin más, todo lo que compone nuestra vida se deriva de la unión de la casualidad y nuestras decisiones. Nuestros amigos, metas, profesión, nuestra manera de entender el mundo e incluso nosotros mismos; todo esto no es más que una de las luces del faro que una vez escuchamos, pues tras nosotros se esconden una infinidad de posibilidades, caminos abandonados que jamás serán cruzados, puentes derruidos devorados por la huella del tiempo. Y así, tras entenderlo, volví a aquella playa. El mar estaba sereno y la irascible ventisca se había extinguido dejando un rescoldo siseante. Aquel era el mundo en el que yo vivía. El susurro del océano, el lucero del alba, las lágrimas de luna y la danza del viento; aquellos testigos silenciosos, el aroma que todo lo cubre. Pues solo hay un cielo, pero todos compartimos este mismo cielo. En el suelo que pisamos han sucedido millones de escenas que ya fueron contadas, otras que están por ocurrir y otras muchas que jamás serán narradas; y eso nos hace pequeños y grandes al mismo tiempo. Somos el puño firme que escribe nuestro relato, hilvanando a cada capítulo la tesitura de nuestra historia. Y así, aparecieron caminos incorpóreos hacia los distintos faros, hacia los distintos mundos que simbolizaban las distintas realidades que podía alcanzar tras cada una de mis decisiones. Algunos se cruzaban y otros se alejaban mucho de otros, resignándome a saber que no podría conocerlos todos. Pero no me importaba. Aquella era mi historia, mi propia eternidad encerrada en una botella de cristal. Lo sabía con certeza, pues no importa adonde te lleve el camino, siempre y cuando cada paso te conduzca a un hermoso paraje. Si, a veces te caerás o incluso desearás haber tomado otro camino, pero quizás esto te ayudará a encontrar una ruta mejor. Y sino, espero que tengas la fuerza suficiente como para deshacer tus pasos y saber tomar el sendero correcto. Recuerda, siempre podemos elegir. Y así, reanudé mi único y particular viaje, aceptando todas las pérdidas que eso suponía, ansioso de escribir todas mis victorias y, sobretodo, viviendo siempre una vida para recordar. La luz ya no me deslumbraba, tan solo me iluminaba.

    1. Hogar

    El susurro sereno de la mañana me despertó. Así que solo había sido un sueño, aunque un sueño muy extraño. En parte, entendía su significado, pero mi mente era una caótica red de pensamientos desesperados. Todavía no estaba preparado para asimilar lo que mi mente quería mostrarme, era demasiado pronto. Solo quería cerrar los ojos y volver a aquella playa lejana iluminada por la sombra de los faros, volver al lugar donde los caminos no me estaban vedados ¿Alguna vez os habéis planteado como iba a ser vuestra vida? Esa misma mañana cumplía mis veinticinco años y siempre había tenido unas expectativas muy concretas de cómo sería mi vida. Siempre había imaginado que, al cumplir esa edad, tendría un trabajo apasionante y unos amigos maravillosos que me sorprenderían con la fiesta de cumpleaños perfecta. Y lo más importante: que me despertaría junto a la sonrisa de la mujer que amo. Puede sonar bastante tópico e ingenuo, pero ese siempre fue mi sueño de infancia, la cúspide de mis objetivos: amar y ser amado. Supongo que es algo que viene de lejos. Cuando tan solo tenía cinco meses de vida, mis padres se separaron; por no decir que nunca estuvieron juntos. Tampoco tenía hermanos, por lo que nunca viví el amor de una familia unida. Y supongo que precisamente esa carencia, fue el sueño que tanto idealicé. Quería formar una familia feliz, recordarle momento a momento a la persona que amo que cada día puede ser especial e irrepetible. Todos queremos una historia llena de magia, pero nos cuesta entender que todo hechizo algún día se desvanece. Supongo que desde pequeño fui un romántico empedernido, aunque en aquel momento, más bien me consideraba un pobre idiota. La vida me enseñó a base de golpes que los finales felices y las perdices solo aparecen en los cuentos. Y allí estaba yo, muy lejos de lo que siempre había imaginado, ahogándome en las cenizas de un cuento que se había convertido en una historia de terror. Aquella misma mañana cumplía veinticinco años y solo tenía unas cuantas felicitaciones cordiales en mi móvil, un trabajo tedioso y sin emoción, unos amigos que llevaban demasiados años celebrando mi cumpleaños como para prepararme una fiesta en condiciones y un corazón roto por la reciente ruptura con la que pensaba que era la mujer de mi vida. Sin lugar a dudas, no era tal y como lo había imaginado... Me sentía desgajado, como si me hubiesen arrancado la piel a tiras, derrotado sobre un charco de sangre y lágrimas ¿Había luchado tantos años para llegar a aquel punto? ¿De qué había servido todo con tal de llegar a aquel callejón sin salida? Sentía que todo el esfuerzo invertido no había servido para nada, que mis ilusiones no eran más que mentiras de una deidad maliciosa. No sabría cómo explicarlo, pues mi interior no era más que un intrincado flujo de gritos desesperados, confusos y tristes. Buscaba una herida que sangrase, pero solo encontraba unos ojos secos y una mirada pérdida en la jaula de una vida que había perdido su sentido. En cualquier caso, no podía quedarme en la cama lamentándome. Tenía una vida, a pesar de lo poco que me entusiasmaba. El despertador sonaría pronto y tenía que prepararme para ir a trabajar. Me levanté con paso apesadumbrado y me dispuse a abrir la ventana, sintiendo el peso de unas alas exánimes que nada las hace batir. Era una cálida mañana de cielo azul, un océano perpetuo en el eterno horizonte. Era el último día de Junio, el preludio para la llegada del verano, pero en mi corazón solo había un gélido invierno.

    El trabajo en la oficina era tan monotono como de costumbre. Tan solo tenía que rellenar informes y contestar llamadas, así día tras día. Llevaba un año trabajando en aquella empresa, nada más concluir mis estudios universitarios en finanzas. Siempre pensé que me gustaría ser empresario, pues me permitiría tener un buen salario para proporcionarle una buena vida a mi familia. Respecto al dinero, no me podía quejar, pero la verdad es que aquel trabajo no me llenaba en absoluto. Echaba tanto de menos la universidad... Ese ambiente jovial constante, conocer gente de tu misma edad cada día, saltarte una clase para jugar a las cartas y beber unas cervezas en la cafetería, ir cada semana a las desenfrenadas fiestas universitarias... Incluso echaba de menos las noches de estudio en la biblioteca, manteniéndome despierto a base de cafés y bromas junto a mis entrañables amigos de universidad. Todo era genial. Sacaba buenas notas, conocía a casi todos los estudiantes de mi facultad y me apuntaba a todas las fiestas. La verdad es que me gustaba aquella vida. Pero de repente, sin que nadie te prepare debidamente para ello, la universidad termina y todo queda en promesas vacías de próximos encuentros que nunca suceden. Pues a veces nos cuesta aceptar que todo tiene un final, que aquella etapa había terminado; y que de nosotros depende empezar un nuevo camino, digno de recorrer. Desgraciadamente, me sentía más bien en un abismo —Buenos días, Eric! — Me saludó uno de mis compañeros de trabajo. No se podía decir que fuésemos amigos, pero manteníamos una relación cordial. —Hoy es tu cumpleaños ¿verdad? Felicidades.

    Seguramente lo sabía por Facebook, pues no recordaba habérselo dicho. Asentí con la cabeza, forzándome a sonreír para parecer amable. —Debes estar contento—. Prosiguió él, pese a no ser muy acertado con sus palabras. —Hoy comienzas tus vacaciones de verano. Dos meses para viajar con tu novia y descansar. Eso sí que es un buen regalo de cumpleaños.

    Cada una de sus palabras parecía más afilada que la anterior. ¿Por qué no me pisas la cabeza y me rematas directamente? Pensé, mordaz. —La cuestión es que hace tres semanas mi novia pasó a ser mi ex novia, y mis esplendidos dos meses de vacaciones de verano se han convertido en mis dos infernales meses sin hacer nada. Como puedes ver, un regalo estupendo, sin duda.

    —Lo siento... No sabía nada. —Titubeó. Era consciente de que había metido la pata, pero hasta el fondo—. Voy a seguir trabajando... Nos vemos luego.

    Sabía que sus palabras no fueron mal intencionadas y que mi comportamiento no había sido el adecuado, pero había escogido un mal día y unas palabras poco acertadas... Había estado trabajando de lunes a sábado durante un año entero para poder pedir vacaciones en Julio y Agosto, y así poder darle a mi novia las vacaciones que siempre había querido. Ya estaba todo planeado. Viajaríamos dos semanas a Londres, luego una semana a Ibiza; volveríamos a Barcelona dos semanas para descansar y disfrutar un poco de la ciudad en verano, para luego ir al pueblo de mi padre, en el sur, donde tenía una casa. Para ser sincero, no me entusiasmaba la idea de viajar y ver mundo, de hecho nunca había salido de España y tampoco había visitado muchos lugares de mi país. Supongo que todo estaba relacionado con mis expectativas en la vida: formar una familia, tener un trabajo estable y unos amigos con los que quedar el fin de semana. Viajar no entraba en mis planes, sino que quería asentarme y construir un hogar donde asentar raíces ¿Qué sentido tenía entonces ir a lugares tan alejados? Yo solo quería invertir mi tiempo en construir mi hogar... Pero ella no era así. Ella había cumplido los veintidós y tenía unas ganas irrefrenables de vivir experiencias nuevas. Quería ver mundo, hacer todo lo que nadie ha hecho, sentir todo aquello que en un corazón puede latir. Así era Judit, la chica con más vida que jamás he conocido. Nunca había conocido a alguien como ella. Me fascinaba como era, pues con ella todo era mágico y diferente. Por eso, tenía muchas ganas de vivir esas vacaciones a su lado, aunque eso implicase viajar. Pero, desgraciadamente, tres semanas atrás, justo cuando nuestro viaje estaba organizado e íbamos a reservar los respectivos hoteles y billetes de avión, ella tomó una decisión irrevocable. Aún recuerdo las lágrimas cristalizadas en sus ojos, su voz trémula, sus abrazos quebrados... Para ella no fue fácil, pero tuvo el valor suficiente para escuchar lo que decía en voz baja su corazón. Ella no era como yo. Ella quería vivir otro tipo de vida, quería exprimir su juventud y ver lo que el mundo esconde; no estaba preparada para cumplir lo que yo esperaba de la vida. Quizás ella era feliz conmigo, o quizás no. Quizás me quería, o quizás no. Pero había una verdad indiscutible: no estaba preparada. Necesitaba recorrer su propio camino y vivir las aventuras que siempre quiso tener. De este modo, con palabras llenas de cariño y respeto, se despidió de mí, besando por última vez mis labios.

    —¡Por tus veinticinco cumpleaños! —Exclamaron mis amigos mientras brindábamos con unas cervezas.

    Aquellos eran mis cuatro amigos de toda la vida, nos conocíamos desde el instituto. Habíamos quedado para tomar algo después del trabajo y así celebrar mi cumpleaños, aunque no parecía que fuese una gran celebración. —¿Preparado para empezar tus vacaciones? —Preguntó uno de ellos. —¿Ya tienes algo planeado?

    —La verdad es que no... Supongo que aprovecharé para ir a la playa y en Agosto iré unos días al pueblo de mi padre para desconectar. No tengo gran cosa planeada la verdad.

    —Ya haremos algo, no te preocupes. —Añadió otro de ellos—. Podemos quedar para ir a la playa o tomar algo. Algún día podríamos salir de fiesta también, hace mucho que no vamos.

    —¿Qué os parece hoy? —Dije, esperanzado. La verdad es que me apetecía hacer algo divertido para mi noche de cumpleaños, y las tres cervezas que había ingerido empezaban a hacer efecto—. Es viernes. Podríamos ir a alguna discoteca.

    —No puedo, mañana he quedado con mi novia. —Contestó uno de ellos.

    —Yo tengo que trabajar este fin de semana.

    —Y yo estoy demasiado cansado, no me apetece. La semana que viene quizás.

    —Yo por mí sí, pero no vamos a ir tú y yo solos... Ya iremos mejor un día que podamos todos.

    ¿Y qué problema hay en que vayamos los dos solos? No te voy a morder... En fin, no sé ni porque pregunto, si ya sabía la respuesta... Pensé, decepcionado. La verdad es que les apreciaba muchísimo y atesoraba en mi memoria unos recuerdos increíbles junto a ellos, pero debía reconocer que las cosas habían cambiado. Antes supongo que todo estaba bien, yo estaba con Judit, tenía mi trabajo, mi grupo de amigos... Pero solo cuando un pilar se derrumba puedes ver si el resto son lo suficientemente estables como para resistir la estructura, y en este caso, todo se vino abajo. La verdad es que no tenía muy claro que era lo que buscaba, pero con certeza sabía que no iba a encontrarlo en ellos. Me sentía atrapado en mi vida, encadenado a una existencia que no me satisfacía. No entendía el motivo, tan solo sentía que me faltaba el aire dentro de aquel calabozo sin ventanas. —No pasa nada chicos, lo entiendo. —Dije, intentando disimular mi desencanto—. Ya lo celebraremos con una buena fiesta otro día.

    —¡Claro! —Añadió otro de ellos. De repente, su sonrisa se frunció en una expresión de preocupación. Parecía que todos querían abordar el tema, pero no eran demasiado hábiles gestionando ese tipo de situaciones. —¿Cómo llevas lo de Judit?

    —Bueno, bien... Lo llevo bien. —Mentí. Yo tampoco era precisamente demasiado bueno expresando mis sentimientos—. La echo de menos, pero voy haciendo... Es lo que hay. Solo me queda seguir adelante.

    —Claro que sí. —Interrumpió otro—. Se lo has dado todo, la has tratado mejor que nadie y has luchado para que vuestra relación fuese bien. Si a ella todo eso no le compensa y dice que necesita estar sola, es que no te ha valorado. No ha visto todo lo bueno que hay en ti y por tanto no te merece. Tú tranquilo, hay muchas chicas, ella es solo una más. Encontrarás a otra y te olvidarás de ella.

    Solo una más... Reflexioné en lo que había dicho mi amigo, pensando en todo lo que ella significaba para mí. Le agradecía sus palabras y fingí estar de acuerdo con él para ser condescendiente, pero no podía estar más en desacuerdo. ¿Cuantas veces habré ahogado una lágrima en una palabra? Me pregunté a mi mismo, taciturno.

    Charlamos durante una hora más, hasta que empezaron a marcharse uno a uno. Me sugirieron volver a casa juntos, pero quería quedarme un rato más. Era la noche de mi cumpleaños y apenas era medianoche, no quería internarme tan pronto en la soledad de mi casa, donde las sombras me devoraban noche tras noche y las sabanas se sentían vacías. Además, quería tomarme una última cerveza y reflexionar sobre lo que mis amigos me habían dicho ¿De modo que Judit era solo una más? ¿Así que me iba a olvidar de ella? Quería creerlo, pero para mí no era tan sencillo... Removí el líquido que había en el interior de mi botella y di un largo trago con el que terminé con mi quinta cerveza. Empezaba a notar claramente los efectos del alcohol y mis pensamientos divergían en múltiples direcciones ¿Alguna vez habéis tenido la sensación que Dios pone un ángel en la tierra para vosotros? ¿Alguna vez alguien os ha hecho creer que el destino existe? Así era Judit para mí. La conocí cuando menos lo esperaba, fue un encuentro fortuito. Podría no haberla conocido nunca, pero aún así, cuando la vi, sentí que llevaba toda una vida esperándola. Recuerdo nítidamente nuestro primer encuentro. Primero fue una voz dulce, un eco sereno; luego fue esa imagen ante mí, esa reluciente sonrisa capaz de mover galaxias y hacerme olvidar como se respira. Era preciosa... Su mirada alegre, aquella sonrisa infinita capaz de encender una llama en el hielo, la dulzura de sus labios, la danza cobriza de su cabello, el sonido fresco de su risa... Algo vibró en mi interior, una grieta donde resonó el tañido de la primavera. Me sentí como la frágil hoja azotada por los intempestivos hostigos del viento, confuso ante aquel vaivén de sensaciones, ante aquellos susurros fríos y cálidos al mismo tiempo... Muchas veces había pensado en cómo sería mi chica ideal. Intenté definirla, describirla, recrear su imagen en mi mente o en el reverso de un papel... Pero solo necesité un día, unas pocas horas para tenerlo claro... Ella era la personificación en el mundo de mi chica perfecta... ¿Y sabéis que es lo que más echaba de menos de ella? Sin duda, su sonrisa. Aquella alegría que la caracterizaba, esa vida en su interior, aquel contagio masivo de ganas de exprimir cualquier experiencia. Pues cuando estaba con ella, hacer algo normal se convertía en algo divertido, y lo divertido se volvía inolvidable. Ella sacaba la mejor versión de mí, incluso aquella que nunca pensé que podía existir. Nos entendíamos a la perfección y nunca nos peleamos o discutimos. No sabría bien cómo explicarlo, pero con ella la vida tenía otro color, el mundo era más hermoso; todo era distinto, todo alcanzaba otro nivel. Sentía que el mundo era el escenario donde se representaba nuestra obra de teatro, sin duda la historia más bonita jamás contada. Recordaba como solíamos cantar y bailar por la calle, y la gente nos miraba con alegre envidia en sus ojos, deseando quizás encontrar a alguien con quien vivir con semejante intensidad. Algunas noches incluso salíamos solos a alguna discoteca, pues no necesitábamos a nadie más; y bailábamos toda la noche, rodeados por las miradas rencorosas que envidiaban nuestra complicidad. Luego dormíamos juntos, envueltos en suspiros de pasión y resuellos de deseo. Recuerdo como me sumergía en los lagos de sus ojos de miel, y como en esas aguas podía escuchar lo que las palabras nunca serían capaces de decir. Pues no hay necesidad de palabras cuando dos miradas enamoradas se cruzan. Pasé innumerables noche escuchando el silencio que habitaba nuestra cama cuando solo las manos hablaban, con su pelo rebelde colándose entre nuestros besos y con nuestra piel confundiéndose con las sabanas. Y al despertar, con el primer albor de luz atravesando la ventana, contemplar como la pureza de su cuerpo amanecía desnuda, las curvas níveas de su cintura, la expresión enternecedora de su carita... La felicidad me invadía y sentía que no podía retenerla en mi pecho, solo podía pensar que era el hombre más afortunado del mundo, pues no había mayor regalo que aquella imagen fuese lo primero que veían mis ojos al despertar. Todo era tan perfecto... Solo quería quedarme despierto toda la noche para verla soñar. A veces pasábamos noches enteras hablando hasta el cobijo del amanecer, disertando sobre la vida, sobre el sentido del mundo; y de repente, empezábamos a bailar y a reír sin parar; y luego, relatábamos deseos mudos, delineando los trazos de su cuerpo con mi mano, fundiéndonos en uno solo tras probar el brebaje rosado de la pasión. Con ella podía hablar de cosas con los que nadie más hablaría, y de repente, reír, hacernos cosquillas y hacer el tonto de la manera más ridícula posible. Era el equilibrio perfecto. Me entendía con ella en todos los sentidos. No sé cómo decirlo, pero con ella era alguien más que yo mismo. Judit sacaba todo lo bueno que había en mí, me hacía descubrir que en mi interior había mucho más de lo que siempre pensé, me permitía ser la persona que siempre quise ser. Pero, lamentablemente, ella siempre me lo dijo. A pesar de lo especial que era nuestra relación, pese a la felicidad que nos comportábamos mutuamente; no era su momento. Ella estaba agradecida por lo que habíamos vivido, pero necesitaba vivir otro tipo de cosas; no era esa la vida que quería, al menos no todavía. Yo no podía entenderla, pero la decisión no era mía. Así que nuestra historia terminó, y no hubo ningún final feliz; a fin de cuentas, es triste intentar entender un final. Se acabó reír, se acabó llorar de alegría, se terminaron los momentos inolvidables, ya no me volvería a despertar junto al sonido de su respiración, nunca más se detendría el tiempo en un abrazo, se acabaron los besos con sabor a cielo, no volvería a sentir el calor palpitante de su piel, se terminó encriptar el deseo oculto en dos cuerpos fundidos; la llama de la vida se había extinguido ¿Qué sentido tiene el amor cuando se acaba? ¿Era cierto que Judit era una más y que la olvidaría? Pero ¿Cómo olvidar los momentos en los que mi corazón vibró y descifró los entresijos de la verdadera felicidad? Habían tantas preguntas sin respuesta, y lo único que escuchaba eran los ecos de la añoranza y la tristeza, tropezando con los recuerdos y con las lágrimas que se clavaban como espinas. —¿Se puede saber en qué estás pensando? —Murmuré entre dientes en la soledad de mi mesa, agitando la botella vacía que todavía sujetaba. —Como sigas así te vas a poner a llorar... Que patético...

    Me llevé la mano a la cara, frotándome la frente. No quería volver a casa. Sabía que no iba a lograr conciliar el sueño y que mis recuerdos y pensamientos me atormentarían en la oscuridad de mi habitación. Mi cama todavía recordaba su olor y las sabanas esbozaban su silueta. No, no quería volver; por lo que prefería mantenerme entretenido con otra cosa. Estaba algo ebrio y me apetecía salir. Quizás era un poco solitario salir solo, pero ¿Por qué no? Era mi cumpleaños y mi primer día de vacaciones.

    Al salir del bar, fui a un conocido club del centro de Barcelona. Nada más entrar, me pedí otra cerveza. Estaba solo en una discoteca donde no conocía a nadie, así que sin duda la mejor opción era seguir bebiendo. Me bebí media cerveza de un solo trago, mientras observaba lo que sucedía a mí alrededor. Había un montón de gente bailando y riendo, miles de historias que jamás conocería. Un grupo de chicas cantaban el estribillo de una canción, cogidas de la mano; un grupo de chicos miraban a las chicas de antes, urdiendo la manera más adecuada para cortejarlas; mientras, una pareja o quizás unos recién conocidos se besaban lujuriosamente en una esquina. Debía de haber cientos de personas en aquella sala, y todos parecían felices, disfrutando del lozano éxtasis de la noche. Hubiese dado cualquier cosa por cambiarme por cualquiera de ellos, por volver a sentir vida en mi interior, pero tan solo escuchaba una maquinaría que funcionaba por inercia, porque los segundos pasan y el corazón todavía bombea sangre. Mi interior era un páramo, un erial seco y solitario. Aún así, por mucho que desease intercambiarme por aquellos desconocidos, nunca nadie sabe qué se esconde tras la máscara de lo ajeno. ¿Se puede saber que hago aquí? Es patético... La gente debe de pensar que soy un bicho raro, viniendo aquí solo. Y la verdad, no me siento mucho mejor que en casa... Será mejor que me vaya. Pensé, abatido. De modo que me bebí lo que me quedaba de cerveza y me dispuse a marcharme, pero entonces la música cambió y la nueva canción que empezaba a sonar llamó mi atención. La canción se llamaba Let it go y pertenecía a la banda sonora de Frozen, una película Disney que se había estrenado recientemente. ¿Qué demonios hace sonando esto en una discoteca? ¿El dj se ha vuelto loco? Pensé, aunque debo admitir que el detalle logró divertirme. Debo reconocerlo, soy un fan acérrimo de la factoría Disney. De pequeño había visto todas las películas y me sabía las letras de todas las canciones y la gran mayoría de las escenas de memoria. Y al crecer, en cierto modo, esa parte de mí no desapareció totalmente. En el fondo sabía que madurar no consiste en dejar nuestra infancia atrás, sino que se trata de conseguir aunar el fruto de nuestra experiencia con el niño que reside en nuestro interior. Nunca hay que olvidar la pureza de la infancia, siempre hay que reservar un hueco de nuestra existencia para que ese niño vuelva a reír. Aunque para ser sincero, no era demasiado consecuente con esa idea, pero eso ya vendrá luego. Lo que quería decir es que, evidentemente, conocía aquella canción. No lo hubiese reconocido delante de mis amigos, pero estaba solo, así que podía decirlo. Me encantaba aquella canción y estaba dispuesto a quedarme un poco más con tal de escucharla y cantarla, no me importaba lo que pensasen de mí. Me apoyé en la columna y mis cuerdas vocales empezaron a sonar. Pero de repente, algo llamó mi atención. Una voz estaba cantando también, muy cerca de mí. Me giré justo cuando ella lo hacía, y fue entonces cuando nuestras miradas se cruzaron y la vi por primera vez. Mi corazón dio un respingo, mis labios olvidaron como hablar ¿Qué era aquella sensación? Remembranzas cristalizadas en un latido... Realmente no sabía quién era ni tampoco sé que sucedió, pero ella no lo dudó ni un solo instante. Se acercó a mí y siguió cantando aquella emblemática canción junto a la complicidad de mi voz. No sé si fue a causa del alcohol o de la confianza que misteriosamente aquella desconocida me infundía, pero me sentí a gusto cantando y bailando junto a ella; fue verdaderamente divertido. Nuestras manos se entrelazaron y nuestras sonrisas se ensamblaron en un trazo espontaneo, dos desconocidos que disfrutaban de un cálido e inesperado encuentro. Y así, como si nunca hubiesen existido, se esfumaron la pena y el hastío que me habían acompañado toda la noche... Finalmente, la música se detuvo, acompañada de nuestros jadeos entrecortados y nuestras miradas mudas, pero a su vez llenas de mensajes encriptados en cada parpadeo. Quizás era el momento de despedirse, ella no era más que una desconocida y lo único que nos había unido era una canción de Disney. Pero no fue así. Nuevas canciones se sucedieron y ella permaneció junto a mí, bailando y riendo ambos como hacía tres semanas que no lo hacía. No sé qué tenía aquella chica, pero el tiempo perdió su ancla y el espacio se distorsionó para formar una cúpula solitaria en la que solo resonaban los cánticos alegres de nuestras risas. Hacía tiempo que no reía de aquella manera, hacía mucho que no hacia el tonto de esa forma, hacia tanto que no sentía aquella vida dentro de mí... O al menos parecía que hubiese pasado una eternidad desde que hubo vida en mí. Antes solo había cenizas de una llama que ardió con vigor en mi pecho, rescoldos de unos sentimientos congelados en fuego; pero de repente, la ceniza volvía a ser cálida, unos pequeños racimos florales empezaron a brotar en la tierra inerte. Si, era cierto. No había sentido aquella vida en mí desde que me despedí de Judit. Nunca pensé que volvería a sentir de nuevo aquella complicidad y que volvería a encandilarme de una sonrisa fortuita. Pero así fue. Inexplicablemente, aquella chica lo consiguió y nunca entendería el motivo, del mismo modo que nunca podría explicar con palabras porque Judit lo hizo en su momento. Aun así, no precisaba de entender nada, tan solo quería dejarme llevar por aquella corriente inexorable llamada tiempo, por aquel flujo irrefrenable de sonrisas enmarcadas en unos momentos mágicos. Simplemente, fue increíble. Lo pasé realmente bien junto a aquella desconocida. Pero desgraciadamente, la música terminó y las luces de la discoteca se encendieron. Fue entonces cuando pude verla nítidamente y entendí que era mucho más bonita de lo que pensaba. Aquel debió ser el momento de despedirnos, pero ella me cogió de la mano y perdimos el rumbo por las calles dormidas de Barcelona. Caminamos un buen rato, sin necesidad de marcar un destino prefijado, tan solo intercambiando palabras y sonrisas reflejadas en el tapiz del cielo añil. Hablamos sobre nada y todo al mismo tiempo, palabras concatenadas que confluían en la conexión tácita de nuestras miradas. Le hablé sobre mi situación actual, sobre mi tedioso trabajo y mis ganas de escapar de una vida que no me satisfacía. Le expliqué como añoraba tiempos pasados, aquellos días de universidad y diversión que ya parecían tan lejanos. También le conté todo lo referido a Judit, lo mucho que la quise y lo difícil que era para mí desprenderme de ella. Quizás no era demasiado oportuno contarle aquello a una chica que acababa de conocer, pero surgió de aquella manera y sentí que quería mostrarle todo lo que había dentro de mí. Y por supuesto, ella también me habló sobre ella misma. Vivía con sus padres en las afueras, en una ciudad costera un poco al norte de Barcelona. Me explicó también que estudiaba psicología y que realmente le fascinaba su carrera. De hecho, lo que me contó me pareció muy interesante; podría haberme pasado horas escuchándola. Aun así, debo reconocer que me costaba concentrarme en sus palabras; cuando la miraba, una extraña sensación me invadía. No podía apartar mi mirada, mientras sus labios se movían y sus cabellos danzaban sobre los railes del viento. No sé cómo explicarlo, pero era una chica sencilla y preciosa al mismo tiempo. Tenía unos ojos verdes que brillaban frente al reflejo de las estrellas, subyugados por la caricia de la luna. Su pelo era castaño y largo, cenefas que trepaban por el caudal del viento, vibrantes. Y sus labios, carnosos y rosados, sostenían una sonrisa constante capaz de despojarme de mis palabras, capaz de encender la noche en una amanecer anticipado. Aquella sonrisa, el sonido fresco de su risa... Me encantaba, me transmitía algo que había olvidado mientras me perdía en la profundidad de su mirada alegre. Decididamente, era preciosa... Pero en el fondo lo sabía. Aquella sensación no era más que una sombra aletargada en mi subconsciente, un recuerdo que todavía giraba en la vorágine de mis latidos. No podía negarlo, ella me recordaba muchísimo a Judit... Su mirada, su expresión, la alegría que desprendía, su carita de ángel y, sobretodo, su sonrisa... Mientras hablaba y pese al bienestar que sentía, no podía dejar de ver la sombra de Judit difuminada en cada una de sus miradas.

    —¡Felicidades! —Exclamó la chica tras explicarle que aquella noche era mi cumpleaños. —¿Y que hacías tú solo celebrando tu cumpleaños? ¿Dónde has perdido a tus amigos?

    —He ido a tomar algo con ellos esta noche. —Le expliqué—. Pero unos tenían cosas que hacer y otros estaban cansados, así que hemos pospuesto la celebración para otro día. Pero la verdad es que no me apetecía volver a casa, así que decidí salir yo solo. Si, suena un poco locura, pero quería darme un capricho... Considéralo mi regalo de cumpleaños. —Tras decir eso, forcé una sonrisa nostálgica. — Bueno ¿y tú qué? También estabas sola en la discoteca ¿no?

    —Si... —Dijo, cabizbaja; parecía bastante triste de repente. —Verás... Es que yo no tengo amigos... Y bueno, me apetecía pasármelo bien...

    Tras decir eso, se cubrió la cara con las manos y empezó a sollozar. —Lo siento...— Musité, intentando arreglar la situación. Había metido la pata. —No quería hacerte sentir mal, lo siento... En serio, venga... No es para tanto. Anímate.

    No sabía cómo consolarla, aquello me había cogido de improviso. Pero de repente, ella empezó a reír. Al parecer me estaba tomando el pelo. —Disculpa, pero tendrías que haberte visto la cara—. Me dijo, sin poder parar de reír—. Es broma, tonto. Eres muy inocente. —Le lancé una mirada asesina, aunque debo reconocer que me sentía bien con ella—. No tiene nada que ver con eso. Verás, mañana me voy de viaje y he venido a dormir a casa de mi tía, quien vive en Barcelona. He pasado el día con ella y me ha sugerido que saliese esta noche a pasarlo bien. Total, mi avión no saldrá hasta mañana por la tarde. Y si te soy sincera, me alegro mucho de haberlo hecho. —De repente, su mirada se volvió más tierna y su sonrisa me envolvió. —Gracias a eso he podido conocerte.

    Su mirada me intimidaba, no pude evitar sonrojarme. —Gracias... Yo también me alegro de haberme encontrado contigo... Lo he pasado muy bien. —Hacia tanto tiempo que no sentía el yugo de la timidez, que no sabía muy bien que decir. —Y cuéntame ¿adónde te vas de viaje?

    —A todos sitios. —Contestó ella, muy satisfecha.

    —¿A todos sitios? Creo que no te sigo...

    —Me voy todo el verano a viajar por el mundo. —Me explicó, y en el tono de su voz pude descifrar la inconmensurable emoción que sentía ante su incipiente aventura—. De momento solo sé cómo empezará mi viaje, pero todavía no he decidido cómo acabará. Mañana por la noche viajaré a Escocia, a Glasgow concretamente. Probaré que tal es el ambiente nocturno de la ciudad y domingo por la mañana cogeré un bus a Edimburgo. Y a partir de allí, aún no he decidido donde iré... Pero quiero viajar por todo el mundo, visitar hasta el último rincón. No quiero volver a casa hasta Septiembre, y cuando eso suceda, quiero haber visto medio mundo. —Mientras hablaba, sus pupilas se perdían en la luminaria de la noche. — Estoy muy emocionada... Conocer otros lugares, otras culturas, otros modos de vida... Es increíble. Me da un poco de miedo, la verdad. Pues me voy sola a la aventura y no sé qué me encontraré, pero no me importa; pues estoy convencida que será inolvidable y nada será igual después de este viaje. —De repente, su mirada volvió a mí, mientras jugueteaba con las piernas y su sonrisa me relataba historias que estaban por suceder. —¿No te parece increíble a ti también? Lo inmenso que es el mundo y tan solo conocemos una diminuta porción de él... ¿No te dan ganas de visitar hasta el último rincón?

    —Bueno, verás... —Murmuré, dudoso de si debía ser sincero, pues viajar no me interesaba lo más mínimo.

    —Ahora que lo pienso, soy una maleducada. —Me interrumpió ella de repente. — Llevamos un buen rato hablando y ni siquiera te he dicho cuál es mi nombre. Mi nombre es Andrea. Encantada de conocerte.

    Tras decir eso, me extendió la mano en ademán de saludo. —Yo soy Eric, encantado. —Me presenté y apreté su mano con delicadeza.

    —Eres de Barcelona ¿no? —Se interesó.

    —Bueno, he nacido y vivido toda mi vida aquí, pero mis raíces son un tanto particulares. Mi padre es del sur de España y mi madre es de Boston. Pero aquí fue donde se conocieron y aquí fue donde me criaron. Mi padre no tenía intención de quedarse en Barcelona, pero a mi madre le gustaba mucho la ciudad y supongo que en aquel entonces a mi padre le gustaba demasiado mi madre. Cosas de la vida.

    —Que mezcla tan interesante. —Indicó Andrea—. Entonces debes hablar inglés perfectamente ¿no? —Asentí con la cabeza, ya que normalmente hablaba en inglés con mi madre. —¡Que envidia me das! Creo que me defiendo medianamente bien hablando inglés, con lo que espero que el idioma no me de muchos problemas durante el viaje. Pero entonces tú no tienes ningún problema para viajar ¡qué suerte! ¿Has ido muchas veces a Boston?

    Me daba vergüenza decirlo, pero no quería ocultarle mis prioridades. —La verdad es que no he viajado nunca... No he salido de España realmente.

    —¿¡Como!? —Bramó, escandalizada. —¿¡Me lo dices en serio!? ¿Cómo es eso?

    —Pues... Supongo que nunca me ha interesado. Si te soy sincero, ni me planteaba la idea de viajar... —Mientras hablaba, empecé a reflexionar, a recapitular en los episodios de mi vida para llegar al punto en el cual me encontraba. Mi voz sonaba nostálgica y cargada de pena—. Creo que siempre tuve muy claro lo que quería para mí... Siempre me he visto estando con la novia perfecta, con un grupo de amigos con los que reunirme de vez en cuando, con un buen trabajo con el cual comprar una buena casa y así formar una familia... Supongo que no necesitaba viajar, pues lo único que quería era asentarme en un lugar. Encontrar mi lugar, construir mi hogar... Pero mírame ahora ¿Qué me queda? Una noche de cumpleaños en la que lo más acogedor que he encontrado has sido tú... —Andrea me miraba fijamente a los ojos, mostrando una expresión conmovida—. Sinceramente, me intriga mucho lo que me explicas... La verdad es que nunca he tenido pasión por viajar, por ver mundo... Nunca me ha interesado. Pero ahora me pregunto ¿Qué tengo aquí? Tantos años, tanto esfuerzo...¿para qué? Solo me quedan unos recuerdos que me atormentan, pues solo quiero volver a atrás y vivirlo una vez más, pero por mucho que lo intente, es

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