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Puerto
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Libro electrónico482 páginas7 horas

Puerto

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Puerto es una novela que cautiva por la sencillez en el lenguaje, la seleccin de
momentos cotidianos narrados con tanto sentimiento, que no puede el lector dejar
de identifi carse.
Un libro que te lleva de la soledad, decepcin e indiferencia, al deseo de encontrarse
a s mismo, volver a las races e invita a aventurarse y navegar por un mar de
experiencias nuevas. Donde se puede experimentar encuentros desafi antes que
envuelven en un suspenso muy bien manejado, a fi n de llegar a buen Puerto, ese
lugar en donde nos sentimos por fi n nosotros mismos.
Nicole, autora cubana, radicada en California, Estados Unidos, comenta que
cuando lleg a Mazatln, respir nostalgia, races, sabores y colores los cuales le
inspiraron a dar vida a los personajes mostrando el carcter divertido, ocurrente y
temperamental de los patasaladas mazatlecos; caractersticas que igual nos unen
a todos los latinos.
La forma en que nos narra y describe la cultura y belleza de Mazatln, Sinaloa,
Mxico; con toques de glamour y algaraba, esa que envuelve al protagonista
Leonardo en una sublime historia de amor con una hermosa mujer lugarea; nos
invita no solamente a amar, sino a conocer esta hermosa ciudad y sus rincones.
Nicole Lenides Ferrn, autora tambin del libro de auto ayuda Somos Amor el
cual ya se hace presente en Estados Unidos, Mxico, Sudamrica y Europa. Nos
deleita con este su segundo libro Puerto compuesto de 400 pginas que no te
puedes perder, ya que posee generosos argumentos adaptables perfectamente a
guin cinematogrfi co, dignos de un bestseller mundial.
Lic. Sylvia Trevio de Felton
Presidenta DIF Mazatln
Ayuntamiento 2014-2016
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento27 ene 2014
ISBN9781463373795
Puerto
Autor

Nicole Leónides Ferran

Nicole L Ferran Escritora cubanoamericana. Estudió las carreras de Psicología e Ingeniería en computer. University of Systems Development. Los Angeles, California. Ha escrito tres libros: Somos Amor ( Motivacional ) Puerto ( Novela ) Amaneceres en Silencio ( Poesía ) Participó en Antologia Patasalada en Mazatlán, Sin. Ha ganado numerosos reconocimientos como compositora: Premio " Disco de Plata " año 2020 Festival Internacional de la canción en California, canción " Como el Agua " En el 2020 ganó el ''Festivegas de Oro'' Festival Internacional de la canción en Las Vegas, Nevada, con el tema "Caminante" En el 2022 fue premiada, primer lugar " Festivegas de Platino " Festival Internacional de la canción en Las Vegas, Nevada con el tema "Lucha-Reza" Ha ganado diplomas de excelencias, así como Trofeo " Prensa de Las Vegas" y el Trofeo " TV de Las Vegas" Con el poema " Lo que quedó atras " ganó Festivegas de Plata. Estos reconocimientos hacen la trayectoria de Nicole Su pasión por viajar, la lleva a conocer lugares donde la traviesa imaginación convierte sus experiencias en historias para contar y en poemas para el disfrute lírico.

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    Puerto - Nicole Leónides Ferran

    Reflexión

    Lo que quedó atrás

    Por: Nicole Leónides Ferran

    Entre mis paredes nace esta historia,

    mi historia

    entre sus colores están mis vivencias

    mis alegrías y penas,

    llenas de controversia…

    En la abrumadora soledad,

    guardo mis lágrimas

    como testigo de una juventud

    que no regresa.

    El tiempo pasó y pasó,

    y sólo huella dejó

    de los buenos tiempos,

    de las malas decisiones,

    de las fotografías viejas,

    cargadas de recuerdos

    de una memoria gastada

    testimonio de lo que no, volverá…

    Y dejé mi patria, mis amigos, mi familia

    mi mar, mi sol, mis calles y mi gente…

    y los cambié,

    por lo que llaman libertad

    de esa que encarcela,

    a pesar de respirar.

    El tiempo no perdona en ningún lugar…

    Cuesta abajo he llevado mi vida

    para no pensar en el ayer,

    para olvidar mis errores,

    para solito crecer,

    cuesta abajo, narro mi historia

    y no por placer

    es más fácil silbarle a la vida

    que la misma vida

    te vea caer…

    Lloro la patria que me vio nacer,

    lloro los días que corría

    por las calles vacías

    donde entraba y salía

    riendo sin pensar,

    añoro el pan, el café mañanero

    la risa del viejo

    el canto y el mar

    mi pedazo de tierra

    que aun siendo pobre

    se convierte en rica,

    al ritmo del son

    del guateque cubano,

    las maracas y el trovador.

    Un día cualquiera

    abandoné mi tierra cubana

    hace tres décadas,

    parece que fue ayer…

    cambié el café cubano,

    por el agua caliente y oscura

    y el suave pan mañanero,

    por unos hot cakes,

    cambié el canto del gallo,

    del patio de mi abuela

    por la avenida majestuosa,

    que desde mi ventana,

    alcanzo a divisar,

    ya no están los carros viejos,

    ni los perros en las calles,

    como solían estar

    ahora son coches del año,

    y los perros se guardan,

    para no estorbar.

    En las mañanas,

    ya no se escucha el mar

    tampoco veo mi sol tropical,

    pero tengo las gigantes montañas,

    cobijándome con su sombra,

    que a duras penas dejan pasar la luz…

    En las noches

    ya no hay rumbas,

    ni fiestas en las calles

    qué perseguir

    no hay música en los patios vecinos,

    el silencio a veces,

    no te deja dormir.

    Los tiempos han cambiado,

    se quedó mi Cuba atrás

    y en mi tierra americana

    tenemos otras costumbres

    Disfrutamos más de todo,

    pero somos menos…

    a veces me asusto

    de lo que dejé atrás.

    Tengo las manos llenas

    de todo lo que la vida

    te puede ofrecer,

    pero cuánto diera una noche de estas

    comprar un ratito a la orilla del mar

    una de esas noches cubanas,

    que me hiciera soñar,

    de esas bohemias, con los amigos…

    cantando las canciones viejas,

    esas, que no volverán…

    Capítulo 1

    Leonardo se encontraba sentado a la orilla del mediterráneo, admirando el atardecer cerca de una cafetería en la ciudad de Taormina, en la costa este de la isla de Sicilia. De pronto, sintió una suave mano que le acariciaba la espalda, cuando volteó, se percató que no había absolutamente nadie; súbitamente saltó el brillo de una moneda de 10 centavos, sonrió, soltando una alegre carcajada, tuvo la certeza de que esa señal tan recurrente provenía de un plano más allá de lo terrenal.

    Se levantó, caminó con las manos en los bolsillos, mientras lo hacía, jugueteaba con la moneda de 10 centavos que se deslizaba entre sus dedos. Entró en la terraza de la cafetería; se sentó en su rincón favorito, y ordenó un expreso. Eran las siete de la tarde, el sol apenas se retiraba en la lejanía y los pensamientos de Leonardo cabalgaban como audaces caballos desbocados ¿Cómo pararlos? Nervioso por los recientes acontecimientos trataba de organizar sus ideas. Una vez más la vida con sus torcidos designios, le recordaba que el destino estaba escrito para cada uno de nosotros, y que salirse del camino no era una solución acertada, con ese pensamiento recuperó la calma.

    La sabiduría adquirida con el paso de los años, era la muestra perfecta que los golpes de la vida solo te sirven para crecer, entonces sonrió al recordar su pasado, definitivamente lo repetiría, aunque las experiencias vividas en sus etapas le dejaron como herencia las canas y las arrugas en su sien; pero también la fortaleza necesaria a sabiendas que en su momento hizo lo correcto y que hoy era un hombre liberado de culpas que vivía en armonía.

    Regresó en el tiempo como tantas veces en el transcurso de los años y la película de su vida se desplegó majestuosa frente a él: Recordar es vivir -se dijo a sí mismo.

    Primavera de 1998, sur de California.

    Era uno de esos días nublados, carentes de sol, donde con sólo mirar el atardecer lluvioso, la melancolía se hacía presente, sin poderlo evitar.

    Mi vida de pareja, era un desastre, después de tener una relación por dos años, nos habíamos separado, todo parecía indicar que no habría reconciliación. Ella se había ido de viaje, tal vez se quedaría, sería lo mejor. Me sentía cansado, apático y depresivo.

    Hacía tiempo que nada de lo que me rodeaba lograba atraer mi atención. Esos largos silencios y ese espacio sagrado de mi privacidad que defendía a capa y espada, de pronto resultaron imposibles de soportar. La soledad me estorbaba y no hacía nada para evitarla, estaba olvidando que formaba parte de un mundo en movimiento, al cual yo pertenecía.

    Vivía en una zona residencial, rodeado de árboles, trillos, barrancos, con una vista espectacular a las montañas. A lo largo de la avenida se levantaban majestuosamente hileras de pinos, así como árboles de arce (maple tree) que en otoño desprendían sus hojas amarillas y cafés, creando un decorativo colchón en las calles, dándole un toque romántico al escenario.

    En las noches, el área cerca de las montañas es peligrosa, es mejor evitar las caminatas nocturnas ya que es fácil tropezarse con leones de montaña o coyotes, que muchas veces bajan buscando comida hasta los patios vecinos, por eso tomaba la precaución de proteger a Black, metiéndolo dentro de la casa, para evitar un enfrentamiento con algún animal salvaje.

    Mi fiel Black, un hermoso labrador, negro como la noche y blanco de corazón, se sentía el dueño absoluto del patio; cuando llegaba a casa en las tardes, después de un largo día de trabajo, harto de escuchar problemas ajenos y silenciando los propios, me recibía contento, sin preguntas ni reproches, moviendo su cola y parándose en dos patas, buscando atraer mi atención. Es cierto el refrán que dice: ‘’El perro es el mejor amigo del hombre’’.

    A esa hora de la tarde solíamos jugar, le lanzaba la pelota y corría por el extenso patio lleno de árboles frutales hasta alcanzarla, de lejos me miraba, y regresaba con ella en el hocico cual si fuera niño regañado, me costaba trabajo quitársela, pero era divertido para ambos. Cuando Black se cansaba, buscaba la sombra del frondoso naranjo para echarse; a su lado caía rendido, contemplando el nostálgico atardecer. Le contaba mis vivencias, los problemas que me aquejaban y él movía la cola contento, en señal de apoyo. ¿Quién eres Black? Tontamente le hacía la pregunta; la profundidad de su mirada a veces humana, me hacía pensar que había reencarnado, pero ¿En quién? Por lo menos, no en Mariela, si no, ya me hubiera mordido. Solté la carcajada de solo imaginarlo.

    -Entremos Black, la tarde está fría…

    Me levanté hipnotizado por el aroma cítrico del ambiente, cuando la brisa fresca del atardecer agitaba las hojas y los frutos. Me gustó darme cuenta que mi patio era de tierra fértil: Arboles de aguacate, toronjas, limones, duraznos, manzanas, era una mezcla de sabores y olores, caminé unos pasos, en eso escucho ladrar a Black; una ardilla traviesa bajaba por el tronco del árbol de aguacate distrayendo su atención. Cabronas, pensé, se quieren comer las frutas, pero Black con su estruendoso ladrido hizo que se escabullera árbol arriba desapareciendo entre las ramas.

    Entre en la casa. De dos en dos subí los escalones hasta llegar al segundo piso, qué gusto me daba llegar después de un largo día de trabajo, aunque me sentía con una apatía total, pero el sólo hecho de estar en mi confortable residencia, me cambiaba el humor.

    Pasé a mi oficina, ubicada al lado de mi recámara, escuché en el contestador un par de mensajes, nada importante. Con desgano, recorrí con la mirada la pieza de paredes blancas, un par de cuadros en la pared, comprados en Venice Beach. Recuerdo ese día en la playa, me acerqué a una señora de cabello largo y aspecto hippie, con unas trenzas largas en la parte de enfrente y en las puntas destacaba unas plumitas de color azul y oro. Se encontraba sentada en una banca de madera con su caballete, pintaba una embarcación a la deriva y desde el cielo se desprendían pequeñas luces por montones que eran como bolitas iluminadas, ese detalle llamó mi atención, le pregunté que significaban, ella me explicó que eran ruiseñores, extrañado por la respuesta le pregunté:

    -¿Ruiseñores?, esos pajaritos que cantan -sonrió con una mirada maliciosa, como el que sabe algo que nadie conoce.

    -Los ruiseñores nos cantan, vienen de otras galaxias, y están entre nosotros pero no todos los podemos escuchar, el mundo esta tan entretenido en las cosas cotidianas que pocos nos damos cuenta que están enviándonos mensajes a través de sus canciones. El barco a la deriva representa nuestras vidas.

    -¿De que canciones habla?

    - Los mensajes que nos llegan de otros lugares que se encuentran a un nivel superior a nosotros, nos están alertando para que hagamos un cambio en el planeta, pero desafortunadamente somos ciegos y sordos a nuestra realidad.

    Me quedé pensando en sus palabras, no quise preguntar más, creo que me hubiese quedado a escuchar todo el día. Me mostró su trabajo diciendo:

    -He viajado por el mundo buscando escenarios y vivencias que atraigan mi atención, para plasmarlas en el lienzo.

    Admiré la calidad de sus cuadros, las tonalidades y la iluminación, por lo que terminé comprando dos para mi estudio. Los envolvió y con ellos me entregó un pequeño rollito de papel: Léelo cuando tengas tiempo, te va a interesar.

    Con mis cuadros debajo del brazo caminé por la arena, observando el cielo, nunca vi los ruiseñores, tampoco las luces, pensé para mis adentros: esta mujer debió fumar algo diferente, o es una conocedora del universo.

    Regresé de mis recuerdos, observé en el centro de la habitación un escritorio, ni grande ni chico con dos computadoras; en una esquina debajo de la ventana, una pequeña mesa alargada, encima, un porta-retrato con la foto de mis padres y unos cuántos libros de referencia.

    Pasé a mi recámara dispuesto a darme un baño, viernes social, no debo quedarme en casa, caminé hasta el ropero, ¡tanta ropa tirada en el piso! Saqué una camisa negra y un jean, lo puse encima de la cama, ¡voy a salir!, repetí para mis adentros, sin embargo me dejé caer en la cama con desgano. Esa fuerza que quería sacar de lo más profundo de mi ser, para olvidarme de los problemas, por momentos la perdía.

    Tirado en la cama boca arriba, me detuve a contemplar la habitación espaciosa de techo alto con un gran ventanal, desde donde podía divisar las luces de la ciudad. La parte derecha de la recámara, acondicionada como área de descanso, con un cómodo sofá y una chimenea de mármol pulido en piedra verde, encima destacaba una litografía del felino que más admiro, por su fuerza e inteligencia: El Tigre.

    Dejé de observar la habitación, para concentrarme en mis pensamientos más profundos. Hay momentos que deseamos ser escuchados, gritar, enojarnos, otras veces llorar, dejar de reprimir nuestras emociones, olvidarnos por un momento que somos adultos, soltar, soltar, el dolor tiene que salir, para después sanar. Mantener contacto con el niño interior, abrir los ojos a la creatividad, es necesario aprender de nuevo a disfrutar de las cosas sencillas, renacer es vivir. Con ese pensamiento me levanté y regresé al clóset con la ropa en la mano, la dejé caer al suelo, donde cada día se juntaba más.

    El reloj marcó las nueve de la noche, con fastidio escuché cada una de sus campanadas; cuando lo compré no pensé que un día me fuera a hartar, la persona que me lo vendió me convenció que daba un toque de elegancia en el comedor principal, hoy cuando lo miro y escucho sus campanadas, se me antoja patearlo, se me viene encima el tiempo y todo lo que estoy dejando pasar, creo que debo quitarlo. Recuerdo que en la oficina de mi padre había un reloj de esos grandes, a él nunca le estorbó, claro, era diferente a mí, un tipo lineal.

    Siento la neurosis deslizarse por mis venas, me está comiendo el desinterés, se ha convertido en mi peor enemigo ¡Si apenas comienza la vida nocturna! Exclamé en voz alta.

    Como siempre, buscaba excusas para quedarme en casa, sentado en mi rincón favorito, con mi soledad a cuesta, como si fuese un amuleto de la vida que no deseaba vivir, pero que sin darme cuenta se convertía en mi fuente de inspiración, que me acompañaba a la hora de escribir. Por aquellos días, me sentía nostálgico, la excusa perfecta para crear historias de amor y desamor que después de unos días me sentaba a corregir y sentía pena por haber escrito algo que rimaba tan bonito, pero que no era más que el deseo de sentirme mal.

    Así somos los seres humanos de torcidos, ante los problemas a unos les da por llorar y ahogar sus penas en el alcohol los sábados en la noche y amanecer al día siguiente con una cruda realidad, para después llamar a los amigos y contarles la misma historia una y otra vez, hasta que los hartan, y ya no quieren saber de ti. Definitivamente no deseaba pertenecer a ese grupo.

    Se escabulló una brisa fría por la ventana, sentí escalofríos, me levanté y alcancé a ponerme un suéter de lana gris ¡Diablos, todavía hay frío en este lugar!

    Recosté mi vagancia en la ventana, para deleitarme con el brillo que desprendían las luces de la ciudad, que desde lejos me recordaban que afuera había una vida en movimiento y que yo, tontamente estaba dejando pasar por estar encaprichado con alguien que en realidad no sabía si lo que sentía era amor o despecho. Mis pensamientos más sensatos se deslizaban feroces barriendo a su paso mis obsesivas ideas; inhalé, llenando de aire mis pulmones, tratando de calmar la ansiedad que me producían los recuerdos que se atiborraban robándome la paz. Cuántas frases, diálogos, historias, cruzaban por mi mente. Cuántas preguntas sin respuesta. Qué difícil es enfrentar la deshonestidad en una relación. Te marca, te quema, te vuelve loco, ahora que lo estoy viviendo, puedo comprender mejor el sufrimiento que deja el desamor. Cuando termina una relación no quieres oír hablar de esa persona, desearías tener amnesia, y no pensar en el problema, te pones triste o te encabronas, el nivel de frustración es alto, nada te cae bien, se me hace patético vivir así.

    Sentí deseos de hablar con alguien, de quejarme, de gritar… ¿pero con quien?

    Pensé en llamar a algún amigo, pero no quise lastimar mi amor propio, quizá era una tontería de mi parte, pero prefería desahogarme con un desconocido, alguien que no supiera nada de mí. Regresé a mi asiento decidido a cambiar el rumbo de mi vida, al menos por aquella noche. Encendí la computadora arrastrado por el deseo de buscar compañía en mi forzada soledad, me quedé por un momento mirando el monitor, puse la contraseña y se desplegó una música de bienvenida al mundo de la cibernética, el mismo que un día me acercó a ella, y que hoy nos separaba.

    Sentí odio por la era moderna, se estaba comiendo el cerebro de la gente y sus emociones; se comercializaba con la imaginación del ser humano. Era increíble cómo a través de una pantalla, podías amar, odiar, dirigir tu propio destino y el de los demás, cada día se convertía en un reto conocer lo que existe más allá de las fronteras. Desafortunadamente no siempre esa comunicación se utiliza para trabajar, o para que las grandes compañías se fortalezcan con la ventaja de tener una red que los ayuda a facilitar su trabajo. También se utiliza a nivel personal, para entablar comunicación con personas del mundo entero a través de los miles de chats que se ofrecen para todos los gustos. Se encuentran personas necesitadas de afecto y atención, debido a una vida monótona y rutinaria con pocos incentivos, o por la curiosidad de penetrar en un mundo anónimo, sin tomar en consideración las consecuencias que en muchos casos puede traer el conocer personas que no siempre son honestas. De todas formas ¿Quién se puede resistir al avance de la tecnología moderna que te lleva por caminos inexplorados?

    La sociedad anda mal, guerras, terrorismo, ambiciones, luchas internas, hogares destruidos, traiciones, pero sobre todo una falta de amor en los corazones. Muchas personas han perdido la alegría de vivir. Los valores tan necesarios en la sociedad, ya no llenan al ser humano, no saben dónde y cómo encontrarlos. La tentación de lo desconocido es muy fuerte, la gente cae por la curiosidad y la necesidad de búsqueda en manos de personas que viven sus vidas con el afán de captar la atención de los demás, se dan a conocer por lo que dicen que son porque es precisamente el anzuelo para la conquista. Te puedes encontrar curiosos, deseosos de nuevas experiencias, que no conocen fronteras. Hoy en día con el avance de la tecnología, tienes acceso a todas las redes sociales, ya no necesitas cruzar el océano, para conocer gente nueva, o volar por los cielos en aviones comerciales, pagando un pasaje elevado, que no todos se pueden costear. La ansiedad del ser humano se está canalizando a través de una pantalla, comenzó la imaginación a ser un puente entre el mundo exterior y el escritorio personal de cualquiera que se mataba trabajando para ahorrar su dinero y poder comprar la soñada computadora.

    Dejaron las clases sociales de tener importancia a la hora de comunicarse, te dabas el lujo de decir que eras alguien, que sólo en tus fantasías lograbas ser, después de todo ¿A quién le importaba? se vale decir cualquier cosa, te puedes sentir un rey dentro de ese mundo fantástico, sentado en cualquier Cyber Café o cómodamente instalado en cualquier lugar de tu casa, todo al alcance de un clic.

    Encontrabas personas afines, con los mismos intereses, por la música, la poesía, pasabas el tiempo libre metido en cualquiera de los cientos de salas, que ofrecen en los chats. Así pensaba, mientras yo mismo hacia un clic, para sacarme la rabia de la cual me llenaba, cada vez que me sentaba en la computadora, y recordaba tantas cosas del pasado.

    Esa noche necesitaba hablar con alguien que tuviera la paciencia de escucharme, estaba entrando en el lugar indicado, de seguro cualquier chica ansiosa me escucharía y hasta si quería seducirla, aceptaría encantada. Eso era precisamente lo que encontrabas en los chats, si le decías que te sentías solo, y abandonado, te escuchaban toda la noche, le agregabas que tu novia te engañó, que eres un tipo serio, en busca de la mujer ideal para rehacer tu vida, fiel, que te gusta la literatura, los museos, la buena música y bailar. ¡Ah! se me olvidaba lo más importante, decirles que no eres celoso.

    De seguro, te caen por docenas a tus pies, porque siempre encontrarás la que te dice que también es afín contigo en la poesía, la literatura, los buenos libros, si es de otro país diferente al tuyo, sólo le tienes que decir que te gusta viajar y que te encanta la gente de otros lugares, te aseguro que aunque no hayas cruzado la frontera de ningún país vecino, solo con que sepas moverle al verbo, la convences y cae rendida, ya sea por el interés de la novedad, o por el deseo de pasarla bien.

    Pero esa noche no deseaba seducir a nadie, más bien buscaba algo diferente, alguien con quien hablar y desahogar las penas del alma, las que te dan miedo hablar con gente conocida, porque no quieres enseñar tu parte débil. Esta sociedad exige que seas fuerte, que no te dobles, porque eso quiere decir que estás bien, y en mí caso que soy psicólogo, me pregunto ¿Qué esperan de mí? O quizá sería mejor preguntar ¿Qué espero yo de mí?

    Dejé de pensar y comencé a leer algunas charlas, puras tonterías, nada nuevo, la gente cada día habla de menos cosas interesantes, bueno, pensé, que me importa, no entré para hablar con gente inteligente, aquí solo se entra por diversión. Revisé algunos perfiles, encontré uno que llamó mi atención:

    Soy una persona seria, maestra de educación física, me gusta tener amistad con personas afines, tengo una pareja estable, somos felices.

    Parecía que estaba leyendo un anuncio en el periódico:

    Vendo coche del 95, color blanco con pocas millas, para más información llamar al teléfono que aparece adjunto.

    Así se comercializa en los sitios de charla en la internet, vendiendo lo que no eres, lo que sueñas y lo que la gente quiere escuchar, en fin, eso es problema de cada quien. Esa noche buscaba atención, pero sin ningún interés de enganche, al parecer esa persona no estaba buscando aventura, y eso era precisamente lo que yo necesitaba.

    Pero yo me pregunto, y no por tarado ¿Qué hace una mujer que tiene pareja hablando tonterías en un chat en la noche?, cuando debería de estar dedicándole tiempo a su marido. Por eso la convivencia en los matrimonios se está perdiendo; se unen para estar juntos y construir una familia, pero con el paso del tiempo los intereses cambian, cada uno pelea su individualidad con tal fuerza que muchas veces terminan separándose.

    No estoy en contra de la libertad, ni del espacio necesario que todo individuo debe tener en una relación, pero siempre he pensando que una independencia extrema termina rompiendo el vínculo en la pareja, quedando un compañerismo que si no eres muy exigente lo aceptas cómodamente, pero si eres una persona romántica, terminas frustrado por tener una convivencia carente de motivaciones.

    Existe el grupo de personas que defienden su felicidad a capa y espada a esos yo los llamo ‘’vanguardistas’’ se exigen a si mismos una relación de pareja activa, con los ingredientes necesarios para mantenerse unidos con un verdadero amor. Así pensaba, pero cancelaba mis alegatos, ya que cada quien emplea su tiempo, en lo que se le pegue la gana.

    La saludé, su voz sonó agradable pero seca ¿Será una vieja gruñona?

    Estuve a punto de salirme, me sentí arrepentido: Esto no va a funcionar-discurrí-. Ella me preguntó de donde era, no le contesté, de pronto mis oídos dejaron de escuchar, la apatía se hizo presente, me disponía a abandonar el chat, cuando comenzó a hablar como si estuviera recitando un monólogo: Vivo en el Puerto de Mazatlán, conocido como la perla del pacifico, sus hermosas playas son reconocidas en el mundo entero. Recibimos turismo europeo y de tu país. El malecón es uno de los más grandes del mundo, personalmente voy todas las noches a caminar y a despejar el estrés de todo un día de trabajo. Es un lugar paradisíaco, el día que lo conozcas quedarás enamorado por siempre.

    Logró despertarme de aquella indiferencia, su conversación me llevó a un mundo desconocido para mí, de pronto la escuché hablar de su familia, de su primer matrimonio, de sus dos hijas, Manuela y Rosario de siete años de edad que se parecían entre sí, por lo que en el colegio las confundían sus compañeros de clase. Con su actual pareja tenía un hijo varón de cuatro años que se llamaba Pedro José como el padre.

    Me gustó su espontaneidad, esa forma sencilla de hablar de la gente de pueblo. Le conté un poco sobre mi vida sin entrar en detalles, me escuchó en silencio, al terminar me dio unos consejos, nada útiles, pero se los agradecí, después de todo ella estaba haciendo la función de confesor limitándose a escuchar sin juzgar. Terminó diciendo "Tú sabrás lo que haces muchacho’’ Así, con esa manera tan particular, me dejó pensando.

    Nació entre nosotros una simpatía mutua. Casi todos los días chateábamos en la noche, me presentó a su pareja Pedro, un tipo serio, de pocas palabras, el cual ella manipulaba a su antojo.

    Esther, pocas veces hablaba intimidades y cuando lo hacía no entraba en detalles, eran platicas abiertas, si algún tema no le agradaba, cambiaba la conversación, por lo que me di cuenta, que le gustaba evadir las cosas que le molestaban. También pude notar su carácter protector y celoso. Inconscientemente la analizaba.

    Una noche me pidió permiso para presentarme a unas amigas en el chat, por lo que accedí, en ese momento era lo que necesitaba, le aclaré que sin ningún tipo de interés, sólo amistad, ella estuvo de acuerdo.

    -Claro muchacho, no quiero que te compliques la vida, solo deseo que tengas amistades, así cuando vengas a pasar unos días, tienes con quien salir.

    Preparó el encuentro para la noche del viernes. Organicé mi agenda, y el siguiente viernes en la noche estaba sentado delante de la computadora con la cámara puesta y el micro listo para conocer a mis nuevas amigas.

    Así conocí a las amigas de Esther, fue una sorpresa darme cuenta que eran jóvenes y algunas guapas, bromistas, risueñas, otras calladas, pero todas formaban el grupo mágico de los viernes en la noche; borraron con sus historias, el mal humor de los días pasados, despertando en mi un interés por conocer ‘’El Puerto’’.

    Yo que siempre había criticado el mundo cibernético, ahora me sentía agradecido por el buen momento que estaba viviendo, con eso, suavicé la opinión que tenía, ya no hablaba en sentido general, metiendo a todos en la misma olla, sino que comencé a darme cuenta que no todas las personas que entraban en los chats eran maniacos o mujeres desesperadas a la captura de una conquista. También había gente alegre con ganas de pasarla bien, yo tuve suerte aquella noche al encontrar a Esther, que me brindó su amistad solidaria sin ningún interés.

    Esther y Pedro se convirtieron en mis amigos, hacían planes para hospedarme en su casa, la cual me brindaban de corazón, aunque por el momento no disponía de tiempo para viajar, prometí revisar mi agenda.

    Mi vida fue dando un giro positivo, ya no pensaba tanto en mis problemas personales, ni en la canallada que mi novia me había hecho, si se había largado al otro extremo del mundo, que le vaya bonito, que otro estúpido aguante sus desplantes y su falso amor, no pasará mucho tiempo sin que se arrepienta de lo que hizo, nadie que obra con mala fe, puede ser feliz. Eso pensaba en los momentos en que me llenaba de coraje para sentirme mejor, bueno, es que no soy perfecto, ¡soy cubano! Tuve días amargos, donde pensaba que nunca iba a poder superar su traición. Le pedí a Dios que me ayudara a seguir adelante, sin que los recuerdos terminaran por amargar mi existencia.

    En mis ratos libres era un reto escribir, también compraba libros por montones, en mi biblioteca personal me deleitaba con todo tipo de lectura. Lo que más me apasionaba, eran los de superación personal. La psicología, era mi materia favorita mientras estudiaba en la universidad la carrera de medicina, nunca me gradué de doctor aunque le prometí a mi madre regalarle el título, entonces, le di el de psicólogo, a lo que me he dedicado.

    Así es la vida, mi madre soñaba con verme vestido con una bata blanca y recetando en cualquier sala de hospital, pero eso no era para mí, nunca me gustó el olor a sangre y menos las enfermedades. En los cuatro años de carrera tuve que superar muchos retos. Los lunes y miércoles eran mis peores días en la sala de emergencias. Cuando no estaba de humor, hablaba con mis compañeros para que me cambiaran el turno, mis amigos decían: Hombre, tienes que ser más fuerte.

    Esos cabrones no tenían ni la menor idea del sacrificio que representaba permanecer en la carrera. No tenía vocación, ni estómago para aguantar, pero parte de las exigencias era completar mis horas en el hospital. Total, por una cosa u otra a joderse.

    Recuerdo los días que rotaba en la sala de operaciones, no aguantaba el olor fuerte del quirófano, por momentos me salía a respirar aire fresco, aguantando el dolor de estómago. Uno de mis maestros más queridos, el Doctor Hechavarria, una eminencia en el campo de la medicina, padre de una gran amiga que también estudiaba conmigo, me comentó que a él no se le quitaron las náuseas hasta que estuvo en cuarto año. Siempre decía que lo importante no eran las veces que salías del quirófano, sino las veces que volvías a entrar.

    Llegaban casos graves, donde tenía que estar al cien, así era la profesión, enfrentar el lado amargo de la vida, es una forma de crecimiento, la vida te va enseñando que no todo es color de rosa y que afuera hay muchos problemas. La vida del médico es sacrificada y la vocación, debe ser muy definida, eso siempre se lo comentaba a mi madre, que me decía: Te pones así porque te falta mucho por aprender, con el paso de los años pasará.

    Ella no se daba cuenta que mi vocación no era auténtica, muchos motivos me impulsaron a tomar esa decisión, pero conforme pasaba el tiempo dejaron de tener un valor real. Cuando llegaba cansado del hospital y tenía que estudiar para algún examen, mi madre se acercaba y con sus comentarios pensaba que me apoyaba:

    -Yo, hijo, debí haber estudiado para médico y no para maestra.

    La miré, y con resignación le contesté:

    -Ay madre, yo creo que usted hubiera sido buena en cualquier carrera, porque le gusta estudiar, y es muy disciplinada.

    Mi madre fue una gran mujer, con muchos sacrificios estudió la carrera de maestra en un tiempo donde la mujer se dedicaba a los cuidados del hogar, educar a sus hijos y atender al esposo. Provenía de una familia media alta donde su padre pensaba que la mujer debía de estar en casa y prepararse para el matrimonio.

    Mi abuelo era comerciante, como buen español tradicionalista y pegado a las costumbres, les daba sermones a sus tres hijas mujeres, todas acataban las órdenes de mi abuelo sin protestar, parecía que les gustaba esa vida tranquila y monótona en espera de un buen marido para casarse. Los hijos varones eran libertinos y mujeriegos, nada interesados por el negocio, aunque mi abuelo los obligaba a ponerse en paz, ya que se preocupaba por el futuro de ellos.

    Mi madre era muy diferente, enfrentó a mi abuelo, solía decirle que no había nacido para quedarse en casa, sin hacer otra cosa que no fuese aprender a cocer, bordar, y lo que muchas abuelitas hacen por placer, tejer suéteres para sus nietos, definitivamente eso a ella no le gustaba, tampoco fue buena para la cocina. Años después cuando se casó, la preocupación de ella fue mayor al darse cuenta que no se desenvolvía en las labores del hogar, por lo que tuvo que contratar los servicios de una cocinera. Creo que vivía en rebelión, por eso fue que no se interesó en nada que no fuese irse lejos a estudiar.

    Sacaba buenas calificaciones en el colegio, los maestros solían decirle a mi abuelo: Su hija es buena para los números.

    - Si, lo sé -contestaba con una sonrisa de satisfacción en el rostro- Se parece a mí. Así se alejaba, orgulloso por los comentarios que le hacían.

    Una vez mi madre me contó, que el día que había decidido hablar con mi abuelo para pedirle que la enviara a estudiar a la ciudad, se le quedó mirando enojado, y le dio un rotundo ¡No! Acompañado de un sermón, que tuvo que soportar con la esperanza de poder convencerlo después.

    Mi abuelo Sebastián Cañas, provenía de una provincia al norte de España, llamada Galicia, era un tipo de mediana estatura y piel blanca, como era vanidoso, usaba sombrero para tapar su calvicie, le gustaba verse bien, a decir verdad era muy carismático. Fumaba tabaco cubano, más bien los mascaba, decía que eran los mejores del mundo. Vestía camiseta blanca de jersey pegada al cuerpo, encima su camisa de manga larga doblaba hasta el codo, era su estilo, se quejaba del calor, pero aun así por su forma de vestir, parecía que no le importaba.

    A la edad de 14 años, cuando apenas era un mozalbete, llegó a Cuba en un barco que provenía de España, muchos chicos de su edad hicieron lo mismo. En aquella época se hablaba de las oportunidades de trabajo que existían en Cuba, un país joven. Mi abuelo no se quiso quedar atrás, así que asumió el riesgo y salió a buscar fortuna. Se hizo un hombre trabajando, luchando día con día, llegó a ser dueño de su propio negocio, ‘‘Panadería y dulcería Cañas’’. Se casó con una cubana de descendencia española, morena, de ojos claros. Mi abuela era tierna con todos, especialmente con sus nietos, le gustaba llamarnos ‘’Mi encantico’’ así era de amorosa, menos cuando se enojaba y se convertía en una gruñona, pero aun así, con un beso en la mejilla o un abrazo de oso de los nietos se le pasaba.

    Juntos construyeron una familia numerosa, vivían cómodamente en un chalet espacioso en la parte alta del pueblo, conocido como La Loma. Cuando subías, ya fuese en coche o caminando, podías divisar la casona de color verde olivo y tejas café marrón que ayudaban a mantener la casa fresca en los días de verano, donde el calor era insoportable. La entrada tenía unos veintitantos escalones, no sé cómo mi abuelo no perdía la respiración subiendo cada uno de ellos como un chiquillo de veinte años; cuando llegaba al último, entraba sediento al porche, se quitaba el sombrero, y se sentaba en un sillón a descansar; mi abuela lo recibía con un vaso de limonada fresca, entonces el humor del viejo cambiaba, y decía muy campechano:

    ¡No hay nada mejor, que llegar a casa…!

    Santa Lucía era un puerto conocido por su producción azucarera. En aquella época llegaban embarcaciones comerciales de diferentes puntos de la isla, así como del extranjero. A una media hora en carretera se encuentra otro pueblo, su nombre, Minas de Matahambre, conocido en el pasado por sus minas de cobre.

    Cuando era pequeño, andaba como vagabundo recorriendo cada rincón del pueblo. Uno de mis lugares favoritos era la punta más alta del patio de mis abuelos desde donde podía escuchar la sirena de los barcos, anunciando la entrada al puerto. Corría para verlos llegar, sentía una emoción en el estómago de solo pensar que algún día cuando fuese grande, viajaría por el mundo en una de esas naves gigantes.

    La época de navidad era la más especial, se llenaba la casa de invitados, mi abuela Julia, daba órdenes a la servidumbre, se lucía preparando platillos típicos cubanos como: Arroz y frijoles negros, yuca con mojo, tamales, plátanos maduros fritos, mazas de puerco frita, empanadas de carne, papas rellenas con picadillo, revuelto con pasas y aceitunas, no podía faltar el buen vino de mesa español, con lo que mi abuelo acompañaba las deliciosas cenas. Al finalizar, los famosos postres cubanos, como eran los cascos de guayaba con queso, flan preparado con coco rallado, trozos de fruta bomba (papaya en almíbar), buñuelos en almíbar, cascos de naranja agria en almíbar, turrones españoles, que no podía faltar en la época de navidad.

    La casa era grande, tenía dos comedores, el principal constaba de una mesa larga para doce personas, donde se sentaban los adultos. Los niños tenían destinados en el comedor posterior una mesa grande redonda, desde donde podíamos escuchar las conversaciones y la algarabía que provenían del comedor principal, al cual no teníamos acceso.

    En mi familia todos hablaban al mismo tiempo ¿Cómo se entendían entre ellos? Quién sabe, ¿será porque eran cubanos? Me daba risa pensarlo, yo los miraba, no entendía por qué hacían tanto ruido, pero me gustaba, sentía el amor familiar, el olor a comida recién hecha, las bromas, todo eso me producía una secreta seguridad que al parecer nos contagiaba a todos. Fue una época feliz, aun hoy en día lo recuerdo con nostalgia.

    El tiempo pasó… ya no existen las grandes fiestas familiares, ni el olor a comida cubana recién hecha, ahora estoy solo, con ansiedad busco en los recuerdos los tiempos del pasado, es cuando añoro aquellos días de mi niñez. Qué rápido se va la vida… ¿Por qué no puedo detenerla? ¿Será que puedo? Creo que sí, por eso no dejo que mueran mis recuerdos, cada día, los riego con amor, como si fueran una plantita, así no pierdo mi identidad y mi herencia.

    A mi abuela no le gustaba ver a los chiquillos rondando por la cocina, pero cuando mis tripas comenzaban a rugir no me

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