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Cuentos de nostalgia y espantos
Cuentos de nostalgia y espantos
Cuentos de nostalgia y espantos
Libro electrónico158 páginas2 horas

Cuentos de nostalgia y espantos

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¿Alguna vez has vivido una experiencia que te pareció ilógica, no obstante, te llenó de una sensación inexplicable? Si es así, bienvenido a esta colección de cuentos e historias entrelazadas, es un viaje a través de la nostalgia y la imaginación que te transportará a momentos memorables.

En esta lectura conocerás a personajes entrañables que dejarán huella en tu memoria, explorarás lugares evocadores, los cuales despertarán tus recuerdos y te sumergirás en situaciones que removerán emociones profundas.  La lectura te conectará con vivencias de aventuras infantiles con amigos, dilemas adolescentes compartidos y la magia de nuestras creencias forjadas a lo largo de la vida.

Cada cuento impregnado de esperanza e incertidumbre, lo que les da un sabor agridulce que te envolverá al leerlos. Atrévete a revivir el pasado con un toque de melancolía, explorando una textura tejida con caprichosos fragmentos que evocan tus propios recuerdos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 mar 2024
ISBN9798215804728
Cuentos de nostalgia y espantos

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    Cuentos de nostalgia y espantos - José Adrián Figueroa Hernández

    Cuentos de nostalgia y espantos

    ¿Alguna vez has vivido una experiencia que te pareció ilógica, no obstante, te llenó de una sensación inexplicable? Si es así, bienvenido a esta colección de cuentos e historias entrelazadas, es un viaje a través de la nostalgia y la imaginación que te transportará a momentos memorables.

    En esta lectura conocerás a personajes entrañables que dejarán huella en tu memoria, explorarás lugares evocadores, los cuales despertarán tus recuerdos y te sumergirás en situaciones que removerán emociones profundas.  La lectura te conectará con vivencias de aventuras infantiles con amigos, dilemas adolescentes compartidos y la magia de nuestras creencias forjadas a lo largo de la vida.

    Rememorarán la alegría de jugar en la calle, el primer amor, los miedos nocturnos, las consecuencias de tomar decisiones y la fascinación por lo desconocido. Esta obra se divide en dos partes: Historias nostálgicas con ocho cuentos y Mis Espantos con seis cuentos.

    Cada cuento impregnado de esperanza e incertidumbre, lo que les da un sabor agridulce que te envolverá al leerlos. Atrévete a revivir el pasado con un toque de melancolía, explorando una textura tejida con caprichosos fragmentos que evocan tus propios recuerdos.

    Estas historias, contenidas en una realidad subjetiva y de ficción, invitarán al lector a jugar a comprender los diversos mundos y conciencias a los que pertenecen y así evocar un poco de sí mismo.

    Adolescentes y adultos encontrarán la oportunidad de atreverse a ser un personaje, aunque sea por algunos instantes, y sumergirse en este universo de diversas emociones. Si buscas refugio en la nostalgia, esta colección te llevará a un viaje a través de los recuerdos y te sorprenderá con encuentros inesperados.

    Autor

    José Adrián nació en la Ciudad de México. Su pasión es aprender y compartir. Durante treinta años, ha trabajado en temas de educación/cultura ambiental, filosofía de la vida, ecología humana y desarrollo ambiental comunitario. Considera que su principal escuela es la vida misma.

    Dedicado a:

    Soledad mi madre, quien me enseñó el valor de la perseverancia y a nunca dejar de volar.

    Agradezco a Aida, mi hermana, por su apoyo en la revisión y sus comentarios, también a cada uno de los personajes que encontrarán en este libro, muchos de ellos vivos en este planeta Tierra, otros ya se transformaron e integraron a la naturaleza, y, otros tantos, siguen fundiéndose en el caminar de la imaginación.

    Cuentos

    de

    nostalgia

    y

    espantos

    Índice

    ––––––––

    Historias de barrio...       

    Mis espantos...

    Historias

    de

    barrio

    Mi primero velorio

    Dicen que nada es igual si le ponemos tiempo. Todo mundo gira y fluye constantemente, aunque a veces podemos robarnos un poco de esos lapsos de vida y decidir estar allí, en ese pasado renovado.

    Hace muchos años cuando era un escuincle, viví en el barrio de Zapotla de Iztacalco, en la Ciudad de México. Mi curiosidad me llevó a regresar allí. Al llegar me di cuenta de que siguen casi las mismas casas, aunque ahora con más construcciones encima albergando a los hijos que nunca se fueron. La capilla del santo patrono sigue con el mismo color rojo ocre, su torre mocha y las campanas cubiertas de dorado invitan a seguir el festejo con flores, comida, juegos pirotécnicos y música de viento.

    Al caminar por el barrio me crucé con muchos niños, eran nietos y bisnietos de mis antiguos vecinos, corrían por las calles como lo hacíamos nosotros. Los toques modernos se dejan ver por todas partes, aunque persiste el aroma a barrio viejo.

    Al caminar me percaté de las paredes de las casonas de quienes fueron las familias ricas, pude escuchar el grito de su historia en cada pedazo, escondiendo el pasar de sus años bajo el maquillaje vinílico de su pintura.

    ––––––––

    Veo las casas de quienes fueron mis amigos de infancia y voy recuperando nuestra historia, capa a capa sus fachadas cuentan un poco de lo que fuimos.

    Borrosa, no obstante, sobreviviente, continúa nuestra marca en la pared de la antigua tienda de nuestra calle; paro un momento mi andar y orgulloso leo "Los invencibles

    ". Sigo caminando al ritmo de un buen chubasco, acompañado del recuerdo del olor a tierra y piedra mojada.

    Galopa la remembranza por todo mi cuerpo, como si lo que vivimos mis amigos y yo estuviera sucediendo ahora mismo. Empiezo a sentir la misma sensación de cuando caminaba acompañado de mi madre rumbo a la casa del Varitos.

    Ese día fue de los más largos que he vivido. No quería ir, mucho menos llegar, todavía siento cada paso que di ese día, densos y eternos, como si al caminar me hubieran colgado bolsas de arena en la cintura. El viento como gelatina entraba en mí respirar, aun así, con toda esa viscosidad de circunstancias, mi madre me apuraba -se hace tarde y no llegaremos a tiempo. -, refunfuñaba.

    La señorita del petróleo, como le decíamos a la dueña de la tienda del barrio, nos saludó abriendo las órbitas de sus ojos, con ánimos de que paráramos para saber más sobre lo que había pasado; mi madre no quiso detenerse, de haberlo hecho habría escuchado la versión número veinte; por suerte, solo la saludamos moviendo las manos y nos seguimos de frente.

    Las piedras y tierra del camino acompañaban el silencio de nuestro andar; por un momento estuve a punto de correr, quería evitar preguntas sobre qué le había sucedido a mi amigo, tampoco deseaba escuchar más historias llenas de mentiras y especulaciones.

    Me sentía arrepentido de haberle dicho a mi madre que sí la acompañaría. A cada paso que daba, brincaban gotas de dudas y escenas sin resolver. ¿Qué iba a hacer al llegar, con quién platicaría, dónde me sentaría?, por supuesto cualquier cosa, menos cerca de él.

    La calle llena de faroles colgados de un extremo a otro anunciaba los festejos navideños, aunque esos multicolores no podían esconder los rumores salpicados por todos lados, no hubo un solo rincón vacío del pueblo sin que se hablara del tema.

    Llegamos a la casa del Varitos, el estómago apretaba mi columna resistiéndose a entrar; entre el forcejeo de mi brazo con la mano de mi madre, atravesé el hueco de la puerta. Crucé por un pasillo lleno de cubetas hechas macetas y gente sentada por todos lados; quité mi angustia al prender la televisión dentro de mi cabeza, puse a Mr. Magoo, mi programa favorito de caricaturas; los personajes que estaba viendo me hacían olvidar qué hacer y a dónde me dirigía.

    El ajetreo de las personas desconectó mi programa ubicándome en ese famoso aquí y ahora. La gente trataba de acomodarse bajo las cornisas de la casa y debajo de los arbustos con flores de buganvilia para protegerse del sereno de la noche. No quería estar allí, trataba de esquivarlos, miré a lo lejos y vi mi salvación para zafarme de mi madre, era el Pere mi amigo, al saber que estaba allí me dio valor y un poco de calma.

    Los latidos de mi corazón a toda velocidad fueron cediendo; ya más tranquilo, pensé lo extraño que me sentía el estar de esa manera visitándolo; ahora sin chiflidos o gritos para decirle - "Ya nos vamos Varitos... apúrate"-.

    Por la tarde, después de comer, pasábamos a su casa para irnos al llano a jugar, siempre los mismos amigos, él, el Pere, el Juan, el Pollo y yo, los grandes cuates. Para cualquier lado íbamos juntos, éramos dueños del lugar que llamábamos Baldío de la Viga, nuestro mejor refugio.

    Allí jugábamos a las escondidillas, a buscar insectos, colectar hojas diferentes, o tumbados panza arriba, buscábamos figuras en las nubes.

    Cada verano hacíamos un pacto, salir bien en calificaciones, para no hacer trabajos extraescolares, sobre todo evitar que nos mandaran a los cursos de regularización con las Monjas, era una escuela con maestras rurales religiosas, muy famosas por sus castigos y los duros métodos de enseñar.

    En ese baldío lleno de pastos y canales de agua corríamos por todos lados. Su magia consistía en estar lleno de insectos, lagartijas y pájaros; por desgracia, años después fue comido por bodegas, casas y un gran supermercado.

    Su misterio giraba en su hierba, que crecía muy alto en verano, y la sabrosa agua que bebíamos de los pequeños manantiales. Todo era jugar, desde la mañana hasta el obscurecer, solamente parábamos al escuchar el grito de alguien de la familia, quien nos obligaba a regresar a casa para cenar.

    Sudados y llenos de tierra volvíamos después de jugar al cinturón escondido o a las escondidillas.

    Todavía puede revivir esa sensación de estar ocultos en medio del pasto, ese lugar era fantástico y misterioso; a veces nos perdíamos y esperábamos agachados con gran taquicardia y respiración cortita, todo ese esfuerzo lo hacíamos con tal de que nadie nos encontrara.

    - Mamá voy a comer y hacer la tarea con el Pollo y el Pere, ¿puedo? -. Así, cada uno pedía permiso para zafarnos de nuestros papás e ir al baldío. Los sábados ocasionalmente almorzábamos allí, para ello llevábamos comal, chiles, tortillas y la sal; con el tiempo fuimos expertos en prender la fogata, casi siempre, el Pollo prefería atrapar los chapulines (saltamontes). Ya que todo estaba listo, especialmente tatemado y quitado las patas y alas a los insectos, nos sentábamos con las piernas cruzadas para comerlos en tacos con chile y sal.

    Regresando a mi historia en la casa del Varitos; ese día, mi madre súbitamente se detuvo antes de entrar a la casa, me asomé, alcance a ver colgado en la pared del pasillo el disco volador del Varitos, me acordé jugando con él en la calle. No pasaron muchos segundos y volvió ese sentir horrible de apretón en mi estómago.

    Era la primera vez que vivía una situación así, no sabía qué hacer y si tenía que decir algo. Pasamos a un lado del Pere, para tratar de librarme de mi madre le di un pequeño codazo a mi amigo, para que estuviera atento y viera lo que haría. Respiré profundamente y dije con voz alta: -Mamá en la escuela dijeron que los hombres y las mujeres grandes son jariosos ¿Qué es estar jarioso? -. Fue inútil preguntarlo, solo contestó que ese tema lo hablara con mi papá, después me jaló del brazo para meterme más adentro de la casa; mientras caminábamos el Pere se perdía entre

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