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Elegía de los Bastardos: Cuentos sobre la muerte.
Elegía de los Bastardos: Cuentos sobre la muerte.
Elegía de los Bastardos: Cuentos sobre la muerte.
Libro electrónico66 páginas55 minutos

Elegía de los Bastardos: Cuentos sobre la muerte.

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Elegía de los Bastardos: Diez historias que te invitan a mirar a la muerte sin pestañear.

¿Hay una razón por la cual matarías? ¿Conoces a alguien que no desee vivir? ¿Por qué estarías dispuesto a lanzarte al abismo oscuro del más allá? ¿Perder un amor es una forma de morir?

Estas y muchas otras cuestiones aparecen a lo largo de este libro en el cual nueve jóvenes escritores colombianos nos llevan de la mano por lugares, vidas y muertes sorprendentes.

El libro está compuesto por las siguientes historias:

-El último consomé.
-La decisión.
-Las marías.
-Burocracia médica.
-Cuarto oscuro.
-Platos servidos.
-Un minuto.
-Cazador.
-Entre la tormenta.
-La muerte de Lucía.

Los autores nos conocimos en uno de los talleres de escritura creativa promovidos por Idartes en Bogotá durante el 2015. Compartimos un tremendo gusto por la literatura y la cerveza, el cual nos ha permitido seguir disfrutando de risas, cafés, peleas, viajes y proyectos como este que tienes en tus manos.

Este libro electrónico es una iniciativa independiente, con tu compra nos apoyas para editar una versión impresa de este libro y así mismo publicar un segundo volumen de cuentos que estamos preparando.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 jun 2017
ISBN9781370784974
Elegía de los Bastardos: Cuentos sobre la muerte.
Autor

Matiz Editorial

Escribenos a vistosos@yandex.com

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    Elegía de los Bastardos - Matiz Editorial

    Andrés Acevedo, Daniel Bernal, Orlando Bojacá, Diego Caro, Fabián Matiz, Emmanuel Quiroga, Alejandra Rodríguez, Vito Rojas, Edwin Uribe, Margarita Villota

    Elegía de los Bastardos

    Enero, 2018

    Todos los derechos reservados

    r1.4

    PRÓLOGO

    Jesús Álvarez

    SI, POR UN MOTIVO U OTRO , nos quedamos atrapados en un ascensor, a solas con un desconocido, y el tiempo pasa y nadie viene a rescatarnos, lo más probable es que terminemos hablando con esa persona. Pero, si las palabras no vienen en nuestro auxilio, relataremos ese momento de angustia a otro —cuando ya hayamos salido de la cabina— y luego a alguien más, y así hasta el final de nuestras vidas. 

    En cada una de esas oportunidades relataremos cómo llegamos al ascensor, en qué momento se averió este, cuál fue nuestra impresión al ver que la máquina no se movía, cuándo empecemos a sentir miedo de ese extraño. Incluso, jugaremos con la ficción y le describiremos como alguien sospechoso, malhumorado. Inventaremos movimientos inciertos, miradas asesinas, y todo lo que sea necesario para que quien nos escucha quiera saber más.

    El receptor de esta historia querrá saber qué pasó, cómo logró salir nuestro interlocutor de ese aprieto, pues esto, en últimas, representa el clímax de la historia, el momento justo en que el conflicto queda resuelto y nosotros recuperamos la calma.

    Siempre tendremos esa historia para narrarla en el momento justo, y con ella obtendremos la atención y el cariño del público. Nos sentiremos felices al ver que, por un instante, toda la atención del mundo está suspendida en nosotros, y que de nuestras palabras depende que el otro se lleve para sí una experiencia estética que le contará a alguien más, con el objetivo de lograr la misma suspensión de ánimo.

    Esta es la magia del cuento,  una de las formas de expresión más naturales del ser humano. En cuanto género literario, el cuentista requiere de una serie de técnicas narrativas para que el lector no se despierte, para que no pierda el interés. Por eso muy pocos cuentos sobreviven. Algunos se malogran por el afán del cuentista de demostrar sus peripecias con el lenguaje, y otros por la simpleza en que se refiere un hecho. Otros se echan a perder por adornos innecesarios, y unos más por alargar, sin motivo alguno, el suspenso. 

    ¿Cuál es, entonces, el punto exacto del cuento? ¿Cómo atrapar al lector, atarlo a la silla y no soltarlo hasta que todos y cada uno de los detalles de la historia hayan sido resueltos? La respuesta es difícil, pero lo es más la escritura de un género que, en términos utilitaristas, no sirve para nada. Porque, ¿cuál es la gracias de una historia que nunca sucedió? ¿Por qué resulta agradable que un relato nos perturbe, al punto de no sentir sosiego hasta llegar a la última línea? 

    Porque en los cuentos nos vemos a nosotros mismos, tomamos conciencia de lo que somos. Las palabras de un cuento pueden describir cabalmente nuestras emociones, y también, ofrecen una nueva perspectiva de las cosas. El campo no vuelve a ser lo mismo luego de leer a Rulfo, y una mujer que se pregunta si debe o no abortar siempre nos parecerá cercana a Jig, el inolvidable personaje de Colinas como elefantes blancos. Leer cuentos es vivir mil vidas. Es sentir compasión (es decir compartir la pasión) por un personaje que nos parece más cercano que muchos otros de carne y hueso. 

    La presente antología reúne dichos elementos. Sus autores, miembros del Taller de Escritura Creativa de La Candelaria, a quienes tuve el gusto de conocer en 2015 y que, con orgullo, llamo Mis amigos, han seguido explorando aquellos recursos estilísticos y narrativos que hacen que un cuento se quede en nosotros por mucho tiempo, como si su anécdota nos hubiese afectado en lo más profundo del corazón. El tema elegido fue la muerte, una palabra que ahora nos duele porque la compartimos hace poco. Los autores reflexionan sobre este tema, con la hondura de quien ha sentido, luego de la alegría, que nada es para siempre, que siempre hay alguien querido dispuesto a recordarnos esta sencilla pero dolorosísima verdad. 

    Este libro es para todos ustedes, queridos lectores. Pero, sobre todo, es para Edwin Rojas, a quien le dedicamos estos cuentos con el más profundo agradecimiento de nuestro corazón.

    Gracias por todo, viejo Edwin. Nos veremos pronto. 

    A Edwin Rojas

    EL ÚLTIMO CONSOMÉ

    Andrés Acevedo

    HACE UNOS DÍAS ALMORCÉ   con un amigo quien me insistía en que pidiera el sancocho de pescado del lugar, según él, era una orgía para el paladar, y una bendición para la

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