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Desde el silencio
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Libro electrónico125 páginas1 hora

Desde el silencio

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Al ritmo que lees las páginas de este libro, podrás escuchar los sonidos de la naturaleza que nos describe su autora.
Leer la prosa de Maribel Cámara es darse un chapuzón en las sensuales aguas de un lenguaje rico en colores, sabores, texturas y olores. Los sentidos del oído y la vista también se agudizan al leer los cuentos de esta escritora tabas
IdiomaEspañol
EditorialEditorial Ink
Fecha de lanzamiento14 feb 2019
Desde el silencio
Autor

Maribel Cámara

Estudió en Tabasco hasta la preparatoria y posteriormente se trasladó a la Ciudad de México donde estudio las licenciaturas en Derecho y Letras. Maribel Cámara, además de escribir, juega ajedrez y frontenis. Cuenta que ama a sus parientes y amigos; disfruta la gastronomía y el buen vino. Se considera como una mujer productiva con la tierra y es una gran luchadora en contra de la contaminación de los mantos acuíferos. Cada día, al levantarse, da gracias a la vida por sentirse tan dichosa, tan llena de felicidad. Su máximo placer es compartir con los lectores, a través de sus libros, sus vivencias.

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    Desde el silencio - Maribel Cámara

    Trotando Brígida

    -Quiero cargarte de hijos le dijo a Brígida el día que creyó hacerla suya. La penetró tanto que ella pensó la partían en dos. No se quería zafar, seguía trepado como si fuera cabalgando desde Rancho Viejo hasta la villa El Triunfo. Leguas y leguas le parecieron a Brígida que anduvo trotando Doroteo. Kilos de grasa, litros de sudor y alcohol bajaron silenciosamente por la espalda y el vientre ancho de cebada de don Doroteo, hasta escurrir por la cintura y gotear por las piernas del cuerpo de doña Brígida.

    Agotada, con la mirada sin vida, ya no quedaba nada de aquellos famosos ojos negros; donde sus amigas jugaban a sostener un lápiz con sus pestañas. Había pasado tanto tiempo en que su boca cansada ya permanecía abierta; donde siempre sollozaba como si estuviera pariendo los catorce hijos que Dios le mandó para desgracia de su vientre, que no aguantó la friega profunda y se le canceró.

    -Es que no me dejó descansar comadre, quería superar a su abuelo. ¡Imagínate! tener, mantener, educar, atender, más de catorce; si con éstos ¡creo me estoy volviendo loca! Te juro que a veces quisiera morir. Cuando caigo tan cansada siento que me hundo y me voy hasta el culo de la tierra, ya no quisiera despertar, pero los gritos de Doroteo y la becerrada que tengo en casa me demandan, me agobian pidiéndome, exigiéndome; es un cuento de nunca acabar, como nunca acabo el diario quehacer.

    Años tras años, ya ni las vacas por Dios; esas, nomás no ven las condiciones favorables de buena pastura y sales y ni a madres que se preñan; se hacen las tontas aunque el patrón reviente.

    -¡Inyéctate comadre! o ponte el dispositivo.

    Del gasto y picando aquí y allá lograba yo sacar para las inyecciones, pero me ponían rete mal. De pronto comencé a hincharme y cargaba yo un humor de sus veinte madres. Él se dio cuenta y me pegó una santa patiza, me sentenció que si iba al centro de salud o con algún médico a ponerme el dispositivo me arrastraba, porque quería siguiera pariendo, ya que es de hombría tener a la mujer barrigona y sirve además me dijo, para que la vieja no piense en pendejadas.

    -¡Mátalo comadre! antes que te mate él a ti. Aunque creo que tú estás, hace un buen rato, más que muerta.

    -Pero con qué mantengo tantas bocas.

    -¡Ay Mojo!, cómo hemos mantenido siempre las mujeres, no nomás a nuestros hijos si no también a los huevones que por mala fortuna escogimos de maridos.

    -Y las viudas comadre, ¿cómo han salido adelante? Usted y sus hijos no se morirán de hambre, con lo que le quede, y un puesto en el mercado vendiendo caldo de pavo y gallina criolla, con eso la hace.

    -Póngale usted a la botella de caña brava un poco de acido muriático, y ya verá.

    -Ay, que bien me hace echar una platicadita. Ya ve que a mi, no me queda ni me alcanza el tiempo para esto. ¡Mire nomás como tengo la piel de mis manos de tanto cloro del agua y tanto jabón de polvo, acabadas! Bueno, nos vemos comadre, ya me voy porque el hombre no tarda y llega, y yo estoy enterita con el trabajo de la casa. Apenas si llevo el mandado.

    -¿Brígida qué pasó? ¿Por qué ya no has parido? Tienes tres años que no me das hijos. ¿Qué carajos te pasa? ¿O es que ya no sirves para parir? Se tiró en la hamaca; esa que olía a él y que nadie más la usaba.

    Toña la menor, trataba de no oler cuando entraba al cuarto de sus padres, sobre todo cuando movía la hamaca hacia a un lado, ya que partía en dos, dividía el espacio que más bien parecía ser el departamento de soltería de su padre. Todo, todo se parecía a él; envuelto siempre en humo, colillas de cigarro tirada por todas partes, la bacinica mediana y blanca, redondeada de una cintilla roja en el borde y en la agarradera; siempre al lado de la cama y debajo de aquella presencia, que a fuerza de usarla y desgarrar en ella, tenía el olor, el humor impregnado de veinticinco años.

    Tal como se lo sentenció, una tarde de moscos infernal doña Brígida le dijo a su marido, - Ya no sirvo para parir Doroteo. Hace mucho te advertí que este vientre se cocía, que el fuego me lo devoraba y tú no quisiste escuchar. Te reíste, opinaste que eran los grandes calores de mayo, y que o pollo o medicina; determinaste que una de las dos cosas: o comíamos o iba al médico. Escogí comer por nuestros hijos, que más quedaba.

    -¡Me voy a morir comadre!, le dijo un día en el mercado a Martha la que le dicen Capullo. No hay vuelta de hoja, vengo a despedirme.

    -Cuánta razón te cubría Capullito, ese hombre ya acabó conmigo. Me veo tan agotada que lo que quiero es descansar. Siento en verdad que voy trotando, casi galopando hacia mi muerte.

    Martha Capullo, la metió hacia adentro de su propio local y de su corazón, la abrazó y juntas lloraron. - Vengo a cubrirte mis deudas, no me quiero ir sin antes dejar saldadas mis cuentas. No quiero pendientes para mi nueva vida comadre; porque se, me lo han anunciado mis sueños estos últimos días de mi vida, que merezco, pues que tengo de no, tener otro destino mejor que la condición de mujer que me tocó por desgracia vivir. Por esto y por el que no te entumas estoy ordenando mis cosas.

    -Tú no me debes nada comadre, lástima que es tan tarde para querer remediar los males. Tate sosiega, que a lo mejor un milagro te salva de este maldito cáncer; que salvándote de él, cruzamos el gran río. Total, al endemoniado de tu marido como quiera lo paleamos.

    -Me siento derrotada, me dijo el médico que no hay para más, nomás, esperar. Que no se explica cómo he podido vivir así. Pero sabes Capullo, y que Dios me perdone, por más que he querido borrar estas imágenes, me persiguen últimamente; sí quiero irme antes que Doroteo, porque se que al morirme le parto toditita su madre; hasta para atrás se va a ir cuando tenga que enfrentarse solito con todo el caserón. ¡Imagínate tú!, quién le va a consentir en estos tiempos el mal carácter agrio, ése que tiene. Gozo de pensar cuando vaya a comer, ahí se lo va a llevar la tiznada. Su madre nomás parlotea, no sabe más que un solo guiso. Y los hijos, viven su propio mundo, no tienen tiempo para más. Por una parte me quedo tranquila porque ellos ya crecieron y mal que mal les dimos estudios. Se que mi Toña será feliz, yo pagué la factura con mi propia abnegación y con la aceptación de mi sufrimiento. Que ella ría, que ella goce, que disfrute las posibilidades que tiene la vida.

    ¡Quién se muere!, nomás yo comadrita y de puro cansancio. Le comenté al doctor, que creo resistir nomás para verlos creciditos. Ya cumplí, ya me voy Capullito. Se dieron otro abrazo.

    Doña Martha no podía ni articular palabra, tan sabrosa que era con la lengua y en ese momento ni

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