El niño que perdió su bicicleta
Por Erick E. Perez
()
Información de este libro electrónico
El niño que perdió su bicicleta no es una novela para niños, aunque el protagonista lo sea. Muchas veces los adultos olvidan que los niños son seres independientes. No por ser niños son ciudadanos de segunda categoría o están carentes de sentimientos. Es una etapa donde todo lo bueno y lo malo de este mundo pude ser absorbido como una esponja.
Es un libro fácil de leer. Está expuesto en forma de viñetas y trata de como la niñez de su personaje principal se ve afectada por la carencia de elementos importantes como son la presencia de los padres y la falta de seguridad de que sus necesidades básicas serán cubiertas. Las alegrías y sin sabores que se recogen durante ese período de la vida pueden desviar o encauzar la vida de cualquier persona. Además, El niño que perdió su bicicleta nos habla de cómo las dificultades, a pesar de todo, pueden mostrar facetas positivas. Reconocerlas y aprovecharlas facilitan el poder ascender los peldaños de la vida adulta.
Erick E. Perez
Erick E. Pérez nació en Nicaragua en 1965. Estudió la escuela primaria en el colegio de monjas Santa Luisa de Marillac. Fue el mejor estudiante de su promoción. Durante las Fiestas Patrias compitió contra los mejores alumnos a nivel nacional. No ganó, quedó en cuarto lugar, pero eso le sirvió para que los padres jesuitas del Colegio Centro América le ofrecieran una beca de estudio. Concluyó su bachillerato no sin antes haber pasado por dos años de servicio militar en la década de los 80. Al finalizar entró a la Escuela de Medicina, UNAN Managua. Recibió su título en 1995. Años después migró a los Estados Unidos. Actualmente reside en California y no volvió a ejercer su profesión.Comenzó a escribir pequeñas historias desde los doce años, atraído por los cuentos y novelas radiales de la época. En su adolescencia y juventud continuó escribiendo, pero dejó de hacerlo al ingresar a la universidad. Retomó el hábito como un pasatiempo una vez que se estableció en el nuevo país.Novelas, cuentos y aforismosLa CalamidadNuestra Señora de La CalamidadLa lluvia cae por donde quiereLos hilos torcidosAsesinato en la bibliotecaEl niño que perdió su bicicletaAforismos, apotegmas, adagios o como quieran llamarlosAphorisms, apothegms, adages or whatever you want to call them (inglés)Libros infantiles (español e inglés)Belda, la orugaBelda, the caterpillarEl jardín encantado de Belda, la orugaThe Enchanted Garden of Belda, the caterpillarPelusa, la princesa cautivaFuzz, the captive princessPelusa y los cachorrosFuzz and puppiesLos elefantes pueden olvidarElephants can forgetEl reloj que no marcaba las horasThe clock that does not tell the time
Lee más de Erick E. Perez
Aforismos, apotegmas, adagios o como quieran llamarlos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Lluvia Cae Por Donde Quiere Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Calamidad Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos Hilos Torcidos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNuestra Señora de La Calamidad Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAdefesios en acrílico Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAsesinato En La Biblioteca Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relacionado con El niño que perdió su bicicleta
Libros electrónicos relacionados
Entre mates y café Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTres hombres en bicicleta Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCon mucho amor y mucho limón: Recetas para el calor de una noche Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesE-Pack La Ruta Infinita julio 2023 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl infame Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTodo aquello que nunca te dije Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNo me dejan entrar Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesBitácora de un Viajero Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAbraham Eisenman: Un Hombre de Hierro Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVictoria sueña Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCrónicas de un viajero empedernido Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Doctor Centeno (novela completa) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCrónicas del amacrana Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl dulce rostro de la muerte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesManiobra de evasión - Episodio 1: Un thriller de suspense y misterio de Katerina Carter, detective privada, en 6 episodios Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTrufas para el comisario Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHistorias Para Reflexionar Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl otro lado Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMalte vive en mi jardín Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAmérica En 4 Ruedas: Aventuras Viajeras Por Estados Unidos, México Y Canadá Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMe llamo Tutankamón Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesChistes para Siempre: Cuentos graciosos y humor gráfico para reír sin parar Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMovimiento de Monstruos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesRelatos de viajes Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa llave del espejo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDe Santander a Santander: Cartas desde el pelotón Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCrónicas El Tiempo 2013 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl último caso de Philip Trent Calificación: 4 de 5 estrellas4/5En mitad del invierno Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El hotel de las promesas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Ficción literaria para usted
Don Quijote de la Mancha Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El otro nombre . Septología I: Septología I Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La máquina de follar Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Erótico y sexo - "Me encantan las historias eróticas": Historias eróticas Novela erótica Romance erótico sin censura español Calificación: 3 de 5 estrellas3/5El Viejo y El Mar (Spanish Edition) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Anxious People \ Gente ansiosa (Spanish edition) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Trilogía Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La conjura de los necios Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El viejo y el mar Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La caída de la Casa Usher Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Deseando por ti - Erotismo novela: Cuentos eróticos español sin censura historias eróticas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5To Kill a Mockingbird \ Matar a un ruiseñor (Spanish edition) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La casa encantada y otros cuentos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Lolita Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Noches Blancas Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Libro del desasosiego Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El hundimiento del Titán: Futilidad o el hundimiento del Titán Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Las gratitudes Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Manual de escritura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El señor de las moscas de William Golding (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La familia Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Tenemos que hablar de Kevin Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Desayuno en Tiffany's Calificación: 4 de 5 estrellas4/5De ratones y hombres Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Las vírgenes suicidas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Un mundo feliz de Aldous Huxley (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones Calificación: 4 de 5 estrellas4/5En busca del tiempo perdido (Vol. I): el manga Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La alegría de las pequeñas cosas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Comentarios para El niño que perdió su bicicleta
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
El niño que perdió su bicicleta - Erick E. Perez
Yo tenía nueve años cuando mi mamá dijo que se iría al otro lado del mundo. Pensaba trabajar de empleada doméstica y dejarnos bajo el cuidado de mi abuela. Con esa idea en mente vendió todo aquello que tuviera algún valor para reunir el dinero del pasaje de avión. Se deshizo de la cama king size, el televisor de veinticuatro pulgadas, la máquina de coser Singer, el ropero y los muebles de sala que poseíamos. Al precio que le ofrecieran. La plancha no, ese era el instrumento de trabajo de mi abuela. El resto lo consiguió a base de préstamos y promesas de algunas amigas.
En ese entonces yo no sabía que tan grande era el mundo y las distancias parecían cortas al decirlas, pero inmensas al pensarlas.
Mi abuela aceptó con recelo la tarea confiada. Le pidió que no se olvidara de nosotros. Ella le aseguró que volvería pronto, que solo buscaría algún capital que le permitiera abrir un pequeño negocio y comprar una casita.
El apoyar a su hija fue la decisión de mayor riesgo que tomó. En ese entonces no midió los efectos que acarrea el estar a cargo de los nietos. Mi padre y mi padrastro no fueron responsables ni evitaron que sus críos sufrieran las consecuencias de la indiferencia.
El día de su partida iba toda vestida de blanco, hasta los zapatos de plataforma y la maleta. Su melena oscura había desaparecido y en su lugar exhibía un corte varonil.
Sin titubear abordó el automóvil que la llevaría al aeropuerto. Todo sucedió tan rápido para evitar que nos desintegráramos en llanto. No recuerdo si nos besó al despedirse. No era así de cariñosa. Poseía la dureza de los adultos que no saben lidiar con niños, lo cual ante los ojos de un chiquillo luce tiránico.
Ella cumplió su promesa, en parte. No estableció el negocio idealizado, le robaron el dinero del enganche de la casa y regresó veinte años después con trazos de locura en su mirada.
Volver al inicio
Mi nombre
Nací a mediados de los años sesenta. Ocurrió el hecho al mediodía, durante el almuerzo del personal médico. La enfermera le dijo al doctor de turno que se fueran a comer, que esa madre primeriza no daría a luz sino hasta más tarde. Él dijo que no, estaba seguro que el bebé ya venía. Suerte la mía, de lo contrario no sé qué hubiera ocurrido. Llegué en el momento previsto.
Del hospital salí con mi primera vacuna y el carnet que lo confirmaba. En él aparecía escrito mi primer nombre o el que mi mamá deseó que fuera: Claudio Martín. Ella era amante de las radionovelas y folletines sentimentales. Ese apelativo le resultó de lo más romántico. Mi papá no estuvo de acuerdo, le pareció blando y poco varonil.
A la semana fue a inscribirme en el Registro Civil. Me dio su apellido, lo cual en esa época era un gran honor, ya que yo provenía de una madre soltera, y el nombre de un famoso vikingo que él vio en una película de acción. Sonaba masculino y belicoso para transitar por la vida. Fue lo único respetable que me dio.
Algunos padres se dejan llevar por lo que está en boga. Obligan a sus hijos a cargar con apelativos que son exóticos para el entorno donde viven. Todos esperan que te llames Juan o Pedro o cualquier otro que emerja del último rincón de la Biblia. Luego resultas que posees un nombre en inglés, chino o francés que a muchos les resulta difícil de pronunciar. Al final se convive con la versión local por el resto de la vida. A pesar de todo, me gustó mi nombre.
Volver al inicio
Nómadas
Nosotros no tuvimos una casa propia donde asentarnos. Éramos como los nómadas que recorren el desierto. No teníamos una tienda que anclara en tierra ni un rebaño de cabras que cuidar, pero éramos errantes. Debimos mudarnos de un barrio a otro en repetidas ocasiones.
Las mujeres de mi familia migraron del área rural. Desde un principio rentaron cuartos de bajo costo y que no quedaran alejados del lugar de trabajo de mi abuela. A donde tuvieran que ir ellas cargaban con los pocos objetos que poseían. Para alguien más serían solo cachivaches, para ellas eran sus bienes más preciados. Uno de esos artículos era un viejo cofre de madera donde guardaba prendas de vestir y que pesaba más que un mal matrimonio. Además, un par de literas de lona y otros enseres de menor importancia.
Con el tempo la familia creció y adquirieron otros artículos de uso cotidiano.
El domicilio arrendado casi siempre era un espacio reducido con una puerta y una ventana. Mi abuela colocaba una sábana en el medio de la habitación a modo de cortina que creaba la ilusión de amplitud. Así teníamos un dormitorio y una cocina.
Nos mudábamos con frecuencia porque A mí abuela no le gustaban los conflictos con los vecinos. Las diferencias surgían con la menor provocación. Hacer fila en un grifo comunitario, tender la ropa en el alambrado público y hasta el uso de los baños y lavanderos generaba discusiones. Estas podían terminar en jaloneos de pelo o riñas más violentos. A fin de evitar contrariedades, mi abuela prefería mudarse de lugar.
Entonces realizábamos la mudanza. Ella alquilaba una carreta tirada por caballos, una camioneta de acarreo o un carretón halado por un hombre. Todo dependía de la distancia a recorrer. Aquello era una algarabía de quien levanta campamento y va a establecerse en otro territorio donde lidiar con gente nueva.
Volver al inicio
Creo en Santa Claus
Conocí a Santa Claus días antes de que la capital fuera destruida por el terremoto. Caminaba con mi abuela cuando él salió de una tienda. Agitó una campanita manual y solícito le sostuvo la puerta a unos clientes que intentaban penetrar al lugar. Ellos le agradecieron el gesto con una sonrisa.
Era él, con su barba blanca abundante, tez sonrosada y ojillos claros. Así mismo, el traje rojo de pies a cabeza y la barriga enorme como debe ser. Saludaba a todos con la frase: Feliz Navidad y luego lanzaba una carcajada. Nos invitó a pasar, pero nosotros no íbamos a ingresar ahí. No poseíamos suficiente dinero que nos permitiera comprar algo en ese sitio. Era una tienda muy elegante para gente rica.
Me quedé extasiado con la aparición. Mi abuela regresó y me tomó del brazo mientras me decía que no me retrasara, que llevaba prisa. Así desapareció la visión que tuve por un instante.
Yo creía que Santa le traía regalos solo a las personas con mucha plata y que por eso permanecía ahí. Nosotros debíamos espera por el Niño Dios o quizás los Reyes Magos. Hasta que despiertas a la realidad y reparas en que nadie te dará nada en un acto de magia.
La noche del terremoto, mientras el sismo cimbreaba los edificios de la capital, me preguntaba dónde estaría Santa Claus. ¿Qué peligro enfrentaría? ¿En qué tejado se hallaría mientras las casas se desplomaban?
Volver al inicio
El esguince
De niño nada nos detenía a la hora de correr lo mismo que una liebre o impulsarnos igual que un canguro. Todo era parte de la diversión. Saltábamos la cuerda sencilla o doble entre dos o más chiquillos. Corríamos a escondernos o trepábamos a los árboles con la agilidad de los monos. Dábamos brincos en un pie si jugábamos rayuela. La trazábamos sobre el piso de cemento o en el asfalto de la calle con un trozo de tiza o un pedazo de teja barro. Todo era juego, todo era alegría. No se medía el peligro hasta que terminábamos con raspones en las rodillas y una cura abrasiva a base de mertiolato.
Mi abuela se molestaba cundo no prestábamos atención a sus recomendaciones. Luego debíamos escuchar sus sermones si algo no salía bien. A pesar de eso nada nos detenía de continuar traveseando. Más tarde le pedía que me diera masajes en las piernas con alguno de sus ungüentos que olían a alcanfor, menta y eucalipto. Aprovechaba esos momentos para contarme historias infantiles o episodios familiares.
En una ocasión fue a lavar y a planchar ropa a una casa que tenía una acera de regular altura. Yo la acompañé en esa oportunidad. Mientras ella trabajaba, los niños de la patrona y yo jugábamos en la calle. Nos arrojábamos desde lo alto del borde hacia la cuneta. En uno de esos intentos aterricé mal. Doblé el tobillo y eso me produjo un esguince.
Le relaté A mí abuela lo sucedido y se molestó. Dijo que tendríamos que caminar hasta el lugar donde vivíamos. Eran más de diez cuadras. Los autobuses no transitaban por ese sector. El costo de un taxi era elevado y no era mucho lo que devengaba por sus servicios. Ella no podía cargarme toda esa distancia. Venía de lavar y