Que no se entere la Cibeles
Por Mar de los Ríos
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En palabras de la autora: "La novela histórica, la novela negra, el perfume de la Cultura, el humor y la superación, todo ello visto con ojos de mujer, son los ingredientes de este retrato de España, en su compleja relación consigo misma e incluso con América".
Mar de los Ríos, que fue finalista al premio Fernando Lara de novela, y es autora de Tren de Lejanías (2012), Casa de Ánimas (2013) y Mujeres de fábula (2017) entre otros libros, nos atrapa de nuevo.
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Que no se entere la Cibeles - Mar de los Ríos
Que no se entere la Cibeles
MAR DE LOS RÍOS
Que no se entere la Cibeles
ISBN: 978-84-120504-8-6
© Mar de los Ríos, 2019
© Ediciones Casiopea, 2019
Diseño cubierta: Anuska Romero y Karen Behr
Maquetación ebook: Carlos Venegas
Impreso en España - Printed in Spain
Reservados todos los derechos
Índice
NOTA DE LA AUTORA
CAPÍTULO I: Luna Nueva
CAPÍTULO II: Me voy
CAPÍTULO III: Viva Madrid
CAPÍTULO IV: Casa de muñecas
CAPÍTULO V: Visiones lunáticas
CAPÍTULO VI: Visita guiada
CAPÍTULO VII: Un caluroso verano
CAPÍTULO VIII: Transición
CAPÍTULO IX: Cuento de amantes
CAPÍTULO X: Una alfombra mágica
CAPÍTULO XI: Larga vida a los colgados
CAPÍTULO XII: El pingüino Juanito
CAPÍTULO XIII: Una lagartija lesbiana
CAPÍTULO XIV: Agua de Luna
CAPÍTULO XV: Salustiano
CAPÍTULO XVI: Hacia Casa Morgana
CAPÍTULO XVII: Mathilda en Madrid
CAPÍTULO XVIII: Sueño para Elena
CAPÍTULO XIX: Retorno al asco
CAPÍTULO XX: Dos cenas colindantes
CAPÍTULO XXI: Ariadna y su árbol
CAPÍTULO XXII: Pacto entre caballeras
CAPÍTULO XXIII: Café desde la cima
CAPÍTULO XXIV: Rumbo a una verdad
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
NOTA DE LA AUTORA
La trama propuesta es totalmente ficticia, resultado de reciclar los residuos de todas aquellas leyendas, biografías y noticias que se cruzaron con esta pluma y despertaron su interés narrativo. El que aparezcan nombres de personajes históricos identificables no tiene más misión que añadir una sonrisa a la situación que se describe.
Juro sobre todos los libros sagrados y demoniacos que ellos y ellas nunca pisaron el Palacio Morgana, simplemente porque ese sitio solo existe en esta novela.
Pero, que no se entere la Cibeles, ella no lo entendería.
Una mujer a los quince años tiene que saber todo lo que está de moda; dónde tiene el diablo la cola, lo que está bien y lo que está mal. Debe saber las picardías que enamoran a los amantes, fingir la risa, fingir el llanto e inventarse bellas excusas.
W. A. Mozart
Así hacen todas (Così fan tutte)
Lorenzo da Ponte (Libreto)
Tengo cada vez más fuerza, estoy creciendo, ahora sí, voy a ser una mujer.
Elena Poniatowska
Hasta no verte Jesús mío
Lo sé desde siempre, no lo digas. La certeza sirve para muy poco, tan solo para no dejarnos dormir. Callar y mirar al infinito, como la diosa que contemplamos desde este Palacio. Esa será nuestra penitencia.
CAPÍTULO I:
Luna Nueva
México DF, 2007.
¿Por qué me cuesta tanto recordarlo? El presidente del Gobierno de España es don… Oiga, señorita, ¿verdad que al presidente de España se le llama Zapata? ¿Ah, no? Okey, José Luis Rodríguez Zapatero, pero lo conocen como Zapatero. Es lo mismitito que en México, pues, que a Felipe Calderón se le llama Calderón y ya. Gracias.
Y, sin embargo, hay otras cosas que no se las puede sacar de la cabeza, andan pegadas como un chicle al cabello. Por ejemplo, lo último de Julieta Venegas, la banda sonora de su vida. Y parece que hubiese venido con su guitarra a despedirla al aeropuerto.
Tengo que confesar que a veces,
no me gusta tu forma de ser…
Ah, respira profundo, Luna, respira…
—¡No le dé pena, mi hija, ándele, hoy comienza su otra vida! —Eso es lo que le diría desde el más allá. Pero puede que lo que empiece sea el infierno o puede que el cielo—. Pues dele, nomás. Definitivamente será una mezcla de todo, como un taco bien armado. Ya sabe que siempre dije que si la experiencia de la vida se pudiese vender en nuestra tortillería, seríamos ricas pues y tendríamos una fila diciendo: póngame dos libras bien fresquitas de mundología, pero con mucho chile, ¿eh?
Y tenía razón, las arrugas con sonrisa siempre tienen razón… La palabra de abuela va en mayúsculas.
Respira otra vez profundo. Cree que justo antes ha soltado una carcajada seca. Su abuela era muy chistosa, mucho más que su mamá. Sí, ha tenido que ser por eso que la señora de delante ha sacado media cara por el respaldo de su asiento al escucharla. En cualquier caso, lo más seguro es que a partir de hoy su existencia sea distinta y ya. Pero de eso se trataba, ¿no? Y de volver a verlo.
Se abrocha el cinturón nerviosa. Le dice a la azafata que es la primera vez que sube en un avión… sola. Le ha dado pena comentar que ni sola ni acompañada, que es la primera vez de todo a partir de que salió de su pueblo hace doce horas.
Yo te quiero con limón y sal,
yo te quiero tal y como estás
no hace falta cambiarte nada.
Parece que fue ayer. Estuvo en uno de sus primeros conciertos cuando apenas eran adolescentes. Las dos. En realidad ella y todos sus cuates, aunque a quien iban a escuchar era al archifamoso Amador Fernández, del que todas las muchachas de México andaban enamoradas y al que todos los muchachos querían parecerse. Ella no era una excepción. Estuvo ahorrando con la cría de huevos, lo menos un año. Guardaba cada día dos huevos a escondidas de su mamá para aquel concierto, para cuando El Potro de México cantase cerca de su pueblo y se escapasen a verlo. Y cuál fue su sorpresa al encontrarse en aquella su primera salida del universo de su calle, a una muchacha, telonera del gran Amador, que cantaba cosas del amor de una manera totalmente nueva. No se la sentía sufriendo, no se arrastraba por el piso llorando de decepción por nadie. Todo lo más se encogía de hombros y con su acordeón a cuestas, sus botas charras y su falda corta, les decía a las chamacas que se pegaran la vuelta y buscasen en otro lado, así, sin más. Sin jalar del pelo a nadie, ni rajarse la cara con ningún cuchillo, ni gritar siquiera al viento el dolor del desengaño. El desengaño… También esa noche del concierto fue cuando conoció a Gabriel. ¿No era eso a lo que hay que emplearse cuando a una le viene el periodo, a buscarse un chavo nomás? ¿No era eso lo que hicieron todas las de su calle, pasar de jugar a muñecas a encerrarse en su casa porque ya las había elegido su peor es nada?
—Señorita, ¿falta mucho para que despeguemos? Necesito ir al aseo.
La azafata la mira con compasión. Dice que hasta que no se coja altura hay que permanecer en los asientos y con el cinturón; que aún no se ha despegado y que siente que no pueda levantarse nadie todavía. Entonces, Luna saca de la mochila un papel donde se ha entretenido en apuntar en los últimos meses palabras de traducción más corrientes del español al mexicano. No quiere hacer el ridículo en Madrid nomás poner un pie en la madre patria. Así se distrae y va pensando menos en su vejiga. Leyendo seguro que se le pone cara de interesante y deja de sentirse estúpida, como siempre.
Palabras de español a mexicano
Altavoces: bocinas.
Beber: pistear, tomar.
Billetes: boletos (de avión, de tren, de metro, de cualquier tipo de transporte).
Bocadillo/bocata: Una torta de algo.
Bolígrafo/boli: pluma. (Si pides una pluma no te entienden).
Bombilla: foco.
Bragas: chones.
Bus: autobús, camión. (Si dices camión nadie te entenderá).
Coche: carro.
Cacahuetes: cacahuates. (No sé por qué apunté esta).
Cachondo: chistoso. (Alguien cachondo es alguien gracioso).
Caña: vaso de cerveza.
Cascos: audífonos.
Pechos: chiches/chichis.
Chuches: cualquier tipo de gomitas de dulce.
Coger: agarrar/cargar/tomar y muchos etc. (Nadie usa cargar al bebé o agarrar el bus, dices algo así y no te entienden).
Coño: pañocha, pepa, raja, la cosita.
Cruasán: cuernitos.
Donuts: donas.
Ducha: regadera.
Dormir: jetear.
Flipar: alucinar, desvariar, etc. (Flipo en colores se utiliza cuando alguna noticia o acontecimiento es demasiado impactante).
Follar: coger, chingar.
Frigorífico: refrigerador.
Gafas: lentes de sol o lentes para ver, ambos son gafas.
Grifo: llave del agua.
Gripe: gripa.
Guay: padre, chido, etc. (Qué guay, igual a qué padre; está guay, está padre)
Imperdibles: seguritos. (Los que usamos para enganchar en la ropa).
Melocotón: durazno.
Michelines: lonjas-lonjitas (Las que tengo yo).
Supermercado/mercado: miscelánea (tienda de comida de barrio).
Móvil: celular.
Nata: crema para cocinar.
Ordenador: computadora.
Palmeras: orejitas (galletas/pan dulce, me pierden).
Parking: estacionamiento.
Pasta: dinero, lana.
Pastas: panecitos dulces.
Patatas: papas.
Pena: lástima. (Si dices me da pena, entenderán que algo te da cosa).
Pene: Pito, pájaro, el cara de haba.
Piso: departamento. (Si utilizas piso como sinónimo de suelo, no te entenderán. Para suelo es suelo).
Secador de pelo: Ni se te ocurra decir pistola de pelo, nadie entiende eso y te meterás en un buen lío.
Verdad: neta.
Tomates: jitomates. (Recuerda que lo de jitomates suena a chiste en España, es muy importante quitarle la ji).
Maíz: elote.
Ajo: poro.
Habichuela: frijol.
Pavo: guajolote.
Callos madrileños: pancita mexicana.
No sabe si ha conseguido memorizarlo todo… ¡Ay, santa Virgen de mis Remedios de Cholula, que ya nos vamos, que esto toma velocidad; que mira tú en el ovillo que te has metido, Luna, Lunera! ¡Quién te manda salir de México buscando a tu hijo mayor! ¿Dónde diablos estás, Julieta, cuando se te precisa?
No dices nada romántico,
cuando llega el atardeceeeeer.
Te pones de un humor extraño
con cada luna llena al mes.
La Venegas la lleva de la mano otra vez a aquella noche del concierto. Una noche como el día de hoy, de encrucijada. Fue la primera de muchas cosas, de todas las que lleva a cuestas en los últimos ocho años pegadas en al alma, que cambió su infancia por su edad adulta, así, de un plumazo. Casi lo mismo que cuando la escuchó a ella y dejó de importarle a partir de esa noche lo que cantase o no el gran Amador. Fue la primera y la última que saliera sola de casa, arregladita y oliendo a agua de romero buscando el amor sin ella proponérselo de veras, pero así ocurrió… Dios mío, le parecía que aquellos años de finales de los 90 estaban mucho más lejos que tan solo ocho primaveras… El calendario decía que la separaba de aquella muchacha cándida e ilusionada ocho añitos nomás, pero en según qué cosas le costaba reconocerse.
Sentía que entonces fue luna llena, pero duró poco. Pasó a ser menguante durante esos años hasta desaparecerse y ser luna negra. Dicen que a esa se le llama nueva. Y es lo que había venido a buscar a España, una luna nueva. Pero con la verdad por delante, con la realidad de su familia de Madrid a la que casi… casi ya ni conocía. Pero la realidad era lo que había venido a afrontar.
Su mamá no quería que se marcharse, le puso mil pegas, le dijo que ella no era buena para nada fuera de la tortillería y la cría de huevos; qué dónde iba una ignorante de Cholula a la capital de España… Su padre en cambio, en contra de todo pronóstico, le dijo mientras se servía un tequila la noche que puso el boleto del vuelo sobre la mesa:
—Ándele, Luna. Tome ese avión. Se merece algo mejor que esta calle llena de borrachos. Busque en otra parte y traiga noticias de la vida de nuestro Gabrielito.
Luna Hernández, la hija menor de los ocho hermanos, la pequeña loca que dispensaba hasta anteayer tortillas en la calle Cumbia con su madre, y antes también con la abuela, estuvo siempre bailando con lo prohibido, con la idea de buscar más allá de sus montañas, del volcán y… desaparecerse, pero solo en su cabeza. Luego era incapaz de salir de su losa del piso de la cocina o levantar la voz para expresarse. Y en estos últimos tiempos incluso llegó a visualizarse tirándose al cráter. Existían muchas leyendas en su pueblo de mujeres desaparecidas que decían que sentían que las llamaba el volcán y que después de salir de sus vidas nadie las buscaba, se volatilizaron nomás… Olió tantas veces aquel azufre insoportable del demonio rondándola que bien podría ser el perfume de su infancia o el de su noviazgo con Gabriel, aquel muchacho del concierto.
Suspira mientras cierra los ojos muy fuerte cuando el avión empieza a notarse ya en el aire. Agarra la correa del cinturón del asiento con todas sus fuerzas. Le dijeron que este es el momento más peligroso del viaje. Que este camión enorme con alas resulte que flote entre las nubes ya le parece un chiste, pero que tome altura es lo más delicado. Ándele, póngase derechito, cuatro latas, que tenemos que llegar a ver a mi Gabrielito a Madrid.
Es inútil. Le pasa siempre, hasta que no duerma un poco no podrá dejar de escuchar a Julieta susurrando en su cabeza. Su nuevo disco es lo último que ha sentido en el aeropuerto de Ciudad de México antes de embarcar, en aquella televisión de la sala de espera de los vuelos internacionales. El presentador del noticiero decía que este año de 2007 será el que encumbrará a la artista mexicana, nacida en Estados Unidos, a la cima de la fama mundial. Limón y Sal está resultando toda una explosión de éxito en el mundo entero. ¡Qué padrísimo!
A ver si va a ser eso, que yo te he querido siempre macerado, con limón y sal y dos litros de tequila entre pecho y espalda y nunca he sido capaz de decirte que sí, que te cambiaría algunas cosas. O que no, que no cambies nada, que ya busco yo en otro lado.
No, no va a llorar, ni ahora ni nunca. En realidad, no tiene práctica.
No sirve para nada que no sea desmadejarse en un sillón o mojar un cojín. Pero abandonar en su pueblito a su madre con sus dos mellizos de tres años, para viajar a Madrid en busca de su otro hijo de ocho años, tiene que reconocer que ha sido lo más difícil a lo que haya tenido que enfrentarse en sus veintiséis años. No es la primera ni la última mujer que conoce que se marcha a hacer las Españas, que persigue el sueño de sacar lana de algún agujero que nadie haya visto antes en la madre patria y que le dé la oportunidad de volver en diez años, como máximo, a su Cholula natal con un collar de perlas y unos zarcillos a juego, mientras se arrodilla para que sus hijos abracen a la heroína nacional, la que sale en todos los noticieros: ¡Luna Hernández ha triunfado, ha vuelto! Algo así como una Julieta en versión de Puebla, lo que viene siendo una copia algo más rural, pero igualmente mexicana.
Pero, a diferencia de Julieta, ella no sabe hacer nada hermoso. Como no encuentre ese cofre lleno de monedas en algún callejón de Madrid, no sabe cómo podrá subsistir. Ha quedado con Gabriel, el padre de su hijo; se verán en la dirección donde viven, en un edificio junto con otros tantos compatriotas en un piso de un barrio que, por su nombre, es lo único que le inspira confianza: La Latina. No tiene pérdida para los taxistas, es una calle cerca de la plaza de la Cebada, muy conocida. Calle Mediodía Grande, número 3, es el edificio encima de la espartería de Juan Sánchez. Segundo izquierda. Le gustan estos nombres de cosas que puede comprender, tocar. Cebada, esparto, la luz del mediodía, que debe de ser hermosa en todos sitios como para que le dediquen una calle. No son apelativos de revolucionarios españoles, ni de conquistadores, ni hay fechas de por medio que para ella no signifiquen nada, que le restrieguen por su cara de mestiza que es una sudaca en el Madrid del siglo XXI, ese que seguramente la escupirá en dos masticadas.
Vuelve a sacar su trozo de papel arrancado de una libreta infantil. Detrás de las palabras traducidas va la dirección. La Latina es lo que más le gusta de aquellas señas. Será por eso que en ese barrio viven muchos migrantes de su tierra y le pusieron ese nombre, ¿no? La Latina tuvo que ser alguna madre que llegase como ella, la primera nomás a Madrid. Si les pasó a los españoles cuando se subieron en tres cáscaras de nuez cruzando un mar lleno de peligros y se encontraron con todo un continente, ¿por qué demonios no iba a ser ella otra de los suertudos de este mundo?
Luna lleva como aquellos medio navegantes, medio guerreros, medio sabios que estudiaron en la escuela, las ganas de comerse el mundo, el miedo de ser engullida por dragones y las lágrimas de pena y de emoción que no terminan de salir de sus ojos. La tristeza de separarse de su dos hijos de tres años hasta sabe Dios cuándo, y la emoción de volver a abrazar a su primer vástago, hacen que su corazón partido no se decida a decantarse por cómo se llama el sentimiento que le tiene el estómago encogido y que la obliga ya a levantarse para ir al baño.
Así pues, Luna, respire profundo, los chamacos estarán bien con la familia. Sus hermanas han prometido echarle una mano a su mamá. Ahora debe concentrarse en ese abrazo que no siente desde hace otros cuatro años, que soñaba, que tocaba cada noche cuando cargaba su almohada intentando no olvidar su carita. Los brazos de Gabriel, el chico, los sueña inertes a ambos lados de su cuerpo. Estar separados tanto tiempo no es plato de gusto de ninguna pareja. Tener tres hijos en común en ocho años y haberse visto en ese tiempo dos veces tampoco es que ayude mucho. Pero eso se ha acabado, Madrid la espera al otro lado del charco, su vida va a cambiar para bien o para explotar en mil pedazos, pero va a cambiar.
Qué gusto, santa Virgen, soltar la orina de un tirón aunque sea al viento y sobre mi México todavía, a través de este agujero que ruge cuando le das al botón de evacuar: adiós pipisito. Se lava las manos, se suena los mocos, se rehace la coleta tirante en el espejo del baño. Vuelve a su asiento. Cierra los ojos.
No, no voy a llorar, pero salga de mí ahora, Julieta, por la Virgen de mis Remedios. Necesito dormir y dejar de ser una mujer zurcida en todos sus orificios por el dolor, al menos por unas horas. Quiero despertar en el país de las maravillas. Chupe el limón, trague el tequila y lama la sal. Ándele. O lo que es lo mismo en español universal: me voy, qué lástima, pero adiós
.
CAPÍTULO II:
Me voy
Ha sido fácil llegar a Madrid, mucho más de lo que nunca hubiese imaginado. Cualquier viaje en camión que haya realizado en su vida fue un trayecto más pesado que este vuelecito nomás. Lo difícil fue juntar el valor y la lana. Y por ese orden. Ahora toca seguir el consejo que se ha preocupado de recabar entre los vecinos, sobre qué hacer una vez se llega a la capital de la hispanidad.
—Usted siga a la gente. Y si en el vuelo puede hacerse cuate de algún compatriota, pues padrísimo. Una vez en tierra, si le pregunta al personal del aeropuerto, todos la ayudarán, no se debe de apurar.
Ya agarra su maleta. Cuando averigua lo que vale un taxi hasta La Latina piensa que esta vez sí está en la boca del volcán a punto de caer. No puede gastarse ese dineral que no alcanza ni a calcular en pesos. Tendrá que tomar el metro o un camión, o sea, un bus, autobús, ya hay que ir utilizando palabras de Madrid. Respire otra vez, Lunita. No es usted la primera ni la última mexicana que tiene estos problemas que en realidad no lo son. Chingadas son otras cosas, mi hija. Ya estás muy cerca de Gabrielito y eso es lo que importa.
Después de arrastrar la maleta por media ciudad bajándose y subiéndose en trenes de metro, después de rechazar la sospechosa ayuda de varios rateros a lo largo del día, ha tenido que agarrar el maldito taxi antes de ponerse a gritar en medio de una calle cuando ya estaba a punto de vomitar:
—A la calle Mediodía Grande, número 3, cerca de la plaza de la Cebada en el barrio de La Latina, por favor. Sí, llevo veinte euros para dárselos, Señor, mire. Pero primero haga usted su trabajo. Apúrese.
Todo el día perdida en las entrañas de Madrid intentando entender esos mapas diabólicos del metro ha sido espantoso. Parece ser pues que había aterrizado en la otra punta