Manderley: Un cuento de sombras
Por Ruth P. Marco
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Cuando los muertos no pueden descansar en paz reclaman su lugar en la tierra.
Leonor es una joven que tras fracasar como bailarina profesional decide volver a su pueblo y encerrarse en sí misma. Allí conocerá a Esteban, un hombre enigmático y oscuro con el que vivirá una profunda historia de amor. Repentinamente él la abandonará dejándole un suculento regalo que le permitirá darle forma a sus sueños.
Ruth P. Marco
La autora, de origen valenciano y licenciada en historia del arte, crea un relato poético desde el silencio de unos personajes introvertidos y atormentados cuyo nexo común es la soledad. El costumbrismo y la tradición valenciana conformarán un escenario peculiar para un imaginario de fantasmas y recuerdos torturados.
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Manderley - Ruth P. Marco
Título original: Manderley
Primera edición: Agosto 2015
© 2015, Ruth P. Marco
© 2015, megustaescribir
Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
CONTENIDO
Capítulo I Nada otra vez
Capítulo II El Saler
Capítulo III Gerardo Atienza
Capítulo IV Lex et Iustitia S.L
Capítulo V En La Casona
Capítulo VI Quien siembra vientos
Capítulo VII Luisito, el tonto del pueblo
Capítulo VIII Los muertos manchan
Capítulo IX Acto de presencia
Capítulo X Una comitiva fúnebre
Capítulo XI Una mirada llena de luz
Capítulo XII San José
Capítulo XIII Y por fin: La Cremà
Epílogo
Anoche soñé que volvía a Manderley. Estaba ante la verja de hierro. Pero no podía entrar. Entonces me imbuyó un poder sobrenatural, y atravesé la verja. El sendero serpenteaba y se retorcía y vi que había cambiado, la naturaleza recuperaba otra vez su lugar invadiéndolo todo con sus tenaces dedos. El sendero se retorcía más y más. Y al final estaba Manderley, sigilosa. Sus muros seguían perfectos. La luz de la luna, engañosa, me hizo ver luz en las ventanas. Pero una nube tapó la luna como una mano sombría. La ilusión se fue con ella. Era un caparazón abandonado sin susurros del pasado. No podemos volver a Manderley. Pero yo vuelvo en sueños… a los extraños días que empezaron en el sur de Francia.
De la película REBECCA de ALFRED HITCHCOK, 1940.
(Palabras del personaje de JOAN FONTAINE)
ThinkstockPhotos-480146990-edited_b%26w.jpgBallet slippers
CAPÍTULO I
Nada otra vez
MIRÓ CON CALMA A SU alrededor. Se tomó su tiempo, memorizando cada objeto, cada rincón de aquella habitación que ahora le parecía tan lúgubre y fría. Pensó que los lugares cobraban un significado distinto cuando uno era consciente de que no regresaría jamás. Unas austeras cortinas blancas vestían un espacio amueblado con apenas una cama de matrimonio sin cabezal y las sábanas revueltas en un nido de confusión.
Como a través de un sueño se dejó caer sobre el colchón y restregó la mejilla y la frente sobre la almohada, aspirando el aroma atrapado en cada pliegue. Permaneció muy quieta. Fuera se oía el bullicio característico de la ciudad al mediodía. Las bocinas de los coches y el griterío de la gente agredían el silencio de aquel santuario ahora desalmado. Pura vanidad, pensó. La gente reivindicaba su derecho a existir hablando a gritos. Cerró los ojos con fuerza frunciendo el ceño. Él era apenas un fantasma silencioso. Todo allá afuera se le antojó vulgar e intrascendente, pero allí dentro el oxígeno se agotaba, las paredes avanzaban comiéndose las baldosas del suelo de manera imperceptible pero resuelta, y su corazón comenzaba a oprimirle el pecho dificultándole la respiración.
Se levantó con determinación, como activada por un resorte interior, y en un gesto cotidiano alisó las sábanas blancas con la mano y colocó la almohada en su sitió, después de ahuecarla con unos sutiles y rápidos movimientos. Se miró en el espejo del dormitorio y sintió una punzada de añoranza al verse reflejada allí sin él, sin Esteban. Sola. Los minutos volaron mientras escrutaba la profundidad de sus pupilas y el vaivén de su respiración se hacía más rígido. En el fondo de su mirada solo reconoció la nada, LA NADA DE NUEVO. No era la primera vez que visitaba aquel lugar de su mente. Ni miedo, ni incertidumbre o angustia. Aquel estado de shock la llevaba al convencimiento de poder pincharse con alfileres y no conseguir sacar ni una gota de sangre. Un estado de trance que le hacía sentir muy lejos de cualquier manifestación de debilidad humana.
Cuando salió a la calle su rostro inexpresivo fue acariciado por los dulces rayos del sol amable de una primavera incipiente, pero le dio igual. En cambio se sintió tentada de dejarse caer en mitad de la acera y dejar que la gente le pasara por encima. En lugar de eso se acuclilló y extendió la palma de la mano sobre el asfalto, sintiendo de inmediato el calor del pavimento. No había nada más. Una mujer que empujaba un carro de bebé aceleró el paso cuando pasó junto a ella.
Se levantó. Después de convencerse de que él no volvería se había vestido de manera informal, con unos vaqueros desteñidos y una camiseta blanca y lisa de manga corta. También se había recogido el pelo de manera descuidada en una coleta alta. No se había llevado nada, allí no quedaba nada importante. Era solo un frío piso de alquiler sin alma.
¿Cómo había sido?, el tono de llamada del vals del Lago de los Cisnes la despertó a las 03:00 de la madrugada. Esteban lloraba al otro lado de la línea mientras susurraba palabras de amor y gratitud. Leonor mi ángel, gracias amor. Recuerda la tarjeta, la tarjeta. Sus palabras cargadas de apremio la desconcertaron primero y la aterrorizaron después.
- ¡No te vayas! - alcanzó a gritar.
- Ya no estoy - sentenció él. Y el silencio se derramó por la habitación dejándola anclada al colchón, en la misma posición tensa y hierática durante horas, con sus dedos como garras aferrando el teléfono hasta las 07:00, cuando los primeros rayos de sol de la mañana se colaron por las rendijas de las persianas y por fin entendió que aquella llamada había sido la última. Una despedida definitiva.
Y ahí se acabó el cuento. Siete meses de caricias desenvueltas, húmedos abrazos y besos en la oscuridad. Ahora, caminando por la calle, pensó que tal vez jamás llegaría a entender lo que había ocurrido aquella noche y eso la llenó de impotencia. Dejó atrás el piso de alquiler de él, aquel barrio de extrarradio y subió a un taxi.
- A la estación de trenes - farfulló con determinación. El conductor, de tez morena y espeso bigote, tarareaba una melodía jovial mientras ella se diluía por dentro. Con los pulgares se acarició el relieve de la cicatriz de sus muñecas, recuerdo de otras oscuridades