Sintonías Límbicas
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Los criminales con cierto honor, las prostitutas que vagan entre la melancolía y la desolación, el inmigrante que vislumbra la vida entre un pasado que desaparece en recuerdos y una espera que nunca se acaba.
Sintonías Límbicas es una literatura que parte de un sentir, un interrogante y, siempre desde la esencia del cuento, un hecho.
Tal vez solo seamos antenas que conectan con algo más. Ese algo pueden ser historias que flotan en el aire, desde un tipo de limbo expectante.
Este libro es la radio que plasma aquellas sintonías para que el lector las reciba y, a su vez, las traduzca a su propia frecuencia; porque cuando leemos, nos leemos, transfiguramos y movilizamos nuestro ser.
Julián Alejandro Rosa es argentino de familia de origen italiano. Nacido en Buenos Aires Capital Federal, criado entre varias mudanzas en distintas ciudades de la provincia de Buenos Aires. En 2019 se fue de Argentina y vivió en Calabria, Italia, aproximadamente un año y después partió a Málaga, España, en busca de trabajo.
Escribe desde hace unos doce años, se formó en el taller literario de Carlos Penelas en Buenos Aires; primero, maestro y luego, amigo; siempre ejemplo.
Su mundo es el tango, también lo es el jazz, la ópera italiana y siempre las lecturas.
Admirador de Juan José Saer, Onetti y Tizón, de los escritores americanos: Henrry Miller, Capote, Salinger y John Fante.
Ama la musicalidad de la lengua italiana y la soledad como un ejercicio necesario. Elige la melancolía para recordar la pérdida, formando a partir de ella la creación.
Sintonías Límbicas es su primer libro publicado.
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Sintonías Límbicas - Julián Alejandro Rosa
Aspectos de emoción
Aspectos de emoción. Esas palabras señaló la mariposa. Me he preguntado desde aquella fría madrugada el significado simbólico.
Hasta el día, un enigma. Perdiendo el tiempo buscaba a mí alrededor alguna mancha de humedad y en ella formas de ángel o demonio que ayudaran a mi cabeza a volar de la habitación. La boca seca pedía agua, mis ojos buscando entre el humo se detenían frente a un libro apretado entre colegas, en la biblioteca del salón. Un vértice sobresalía dejando al descubierto el borde sin título ni autor. Fui hacia él con movimientos pesados. Al tomarlo sentí sus tapas como maltratadas; sin detenerme en detalle, lo abrí. En su mitad yacía una mariposa. Inmóvil, con sus patas flexionadas, oprimidas contra el pecho, formando una
HVDUIDQXDEDUUHFQHVDODVXVQRF\]XUF ߧDVSHFWRV GH QµLFRPHߨ Al producirla, el pequeño insecto escapó con movimientos espasmódicos voló hacia la ventana. Mimetizándose con los primeros rayos de sol, desapareció.
Nunca fui capaz de leer el libro. Cada amanecer espero la llegada de la mariposa.
Cómo ganar
Le contaron una historia tan triste que lo hizo llorar. Quizás lloró por verse representado de alguna manera. Tal vez su pasado sufrió de algún matiz o contraste, o singularidad que contenía esa dichosa historia. Las semanas pasaron; y un día ojeando algún libro, con el afán de perder el tiempo, recordó aquella historia y soltó una pequeña mueca, una media sonrisa, (nunca sabremos si cómplice o burlona). Pasaron las semanas, los meses y los años. Y ese conjunto de días, semanas, meses y años; parece ser que, los no muy sabios, lo llaman vida; entonces también, a Juan, se le pasó la vida. Y con el último suspiro de todo ese conjunto de palabras que denominan al tiempo, Juan decidió recordar. Y aquella historia, ya vieja, claro está, lo hizo reírse como nunca. Juan murió aquella noche. Todos lo despidieron como a una persona de las más alegres.
Con un Dios en la boca
Al llegar a Bologna se nos fueron tres horas buscando el departamento. No existía. Via Boldrini la encontramos rápido. Salimos de la estación y cruzamos la primera calle, justo como nos explicó Fran. Tocamos a la puerta casi hasta tirarla abajo, quince minutos después salió una china gesticulando sin parar, ¿o era japonesa? Ernesto le habló de Fran en italiano, español, al fin y al cabo, cedió tras varios intentos de un pobre inglés. Enfrente de la china y su casa había un hotel; miré a Ernesto y se lo marqué inclinando la cabeza y levantando las cejas. Encaramos dejando a la asiática hablando sola. Cruzando la calle, esquivamos a unos cuantos negros que bebían cerveza de la botella y se gritaban unos a otros. Uno de ellos tomaba del brazo a una italiana completamente borracha, de cuarenta años. La mujer trataba de zafarse riendo; aunque por instantes parecía rozar el llanto y la súplica. En el momento en que entramos al hotel, la mujer me sostuvo la mirada con ojos tristes, como esperando ayuda. El rechinar de la puerta de madera alertó al recepcionista; este nos miró todo el trayecto hasta el escritorio con una sonrisa idiota. Mi necesidad de hablar español, desde la ida de Madrid, explotó sin dar cuenta y le pregunté sin vueltas al pequeño hombrecito sonriente, si entendía el idioma. Me dijo que un poco. Le expliqué la situación y nos dio dos opciones. Una con dos camas separadas y otra con una sola, matrimonial. Por suerte la más barata era la primera. Dormir otra vez con Ernesto hubiera sido la muerte. Segundos después de que el tipo de la recepción se había largado a hablar, ya quería callarlo o salir corriendo y dejarlo hablando solo.
ߟPrimo piso, pasillo al fondo. Dos puertas. Destra ߟ dijo el chiquito y nos dio la llave. Apuré el paso adelantándome en la escalera. Quería entrar a la habitación para usar el baño. Lo único bueno de los hoteles es usar el baño primero. Ernesto era un cerdo y siempre lo dejaba patas para arriba. Usaba las dos toallas y yo me tenía que secar sintiendo la humedad del cuerpo de un cerdo. Me bañé escuchando el irritante y forzado acento de Ernesto insultando a Fran por el asunto del departamento fantasma, la china y unas cuantas liras gastadas en el otro hotel. Me acosté en la cama mirando la pared y me dormí. Estaba soñando con mi perro, mi viejo y un colectivo, cuando un sonido indefinible me despertó. Sentí a Ernesto en la habitación y no me quise dar vuelta. Me dolían las piernas de las ganas de orinar. En cuanto sentí el humo del cigarrillo y el portazo, salí arrastrando los pies por la alfombra con las piernas apretadas y entré al baño. Qué lindo mear con la puerta abierta. Me fumé tres puchos caminando por la habitación con el torso desnudo, frotando la palma de mi mano contra el pecho. Me iba a bañar y no tuve ganas, metí la cabeza bajo la ducha para terminar de despabilarme, olí la camisa bajo las axilas y me la puse. Antes de salir manoteé un puñado de monedas del saco de Ernesto, se vive quejando de la guita, pero nunca controla. Fui acomodando mi ropa interior caminando por el pasillo. Me incomodaba dormir con pantalones, pero más me incomodaba