Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El Retrato Del Fantasma: El Cuento Meta-Psicológico
El Retrato Del Fantasma: El Cuento Meta-Psicológico
El Retrato Del Fantasma: El Cuento Meta-Psicológico
Libro electrónico262 páginas3 horas

El Retrato Del Fantasma: El Cuento Meta-Psicológico

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Noriega-Carranza public sus escritos por primera vez en Diario del Caribe, en la llamada pgina literaria La Esquina; luego, en la Revista Dominical de El Heraldo de Barranquilla; y en el Magazn Dominical de El Espectador de Bogot. El gnero literario que l ha denominado El cuento meta-psicolgico pretende alinear sus experiencias metafsicas de la adolescencia con una variedad de situaciones donde se ponen a prueba el carcter humano y la existencia misma, donde sus actores no temen a la muerte, la cual es como una compuerta que conecta los fantasmas de la vida real con los de su otro mundo existencial. l ha creado en Betices un mundo diferente al realismo mgico del Macondo de Gabito. Y los beticeos, siendo costeos del Caribe, tienen una idiosincrasia ms urbana que rural, viviendo en un mundo ms despierto a los ruidos citadinos de la civilizacin. Sus cuentos presentan una visin cosmopolita en donde Betices da la bienvenida a gente de otras regiones del mundo, llenando cada escena de una amplia gama de diversidad cultural.
En Colombia, a nivel nacional, Noriega-Carranza ha ganado varios premios y menciones honorficas de cuento: los concursos nacionales de cuento de la Universidad de Cartagena, de la Universidad del Valle de Cali, de la Universidad Metropolitana de Barranquilla, y el de la Universidad del Norte de Barranquilla, entre otros; y en Estados Unidos, por sus poemas, Premios del Editor de la comunidad literaria poetry.com.

www.elretratodelfantasma.com
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento26 may 2016
ISBN9781506509778
El Retrato Del Fantasma: El Cuento Meta-Psicológico
Autor

Anthony Noriega-Carranza

Anthony Noriega-Carranza, también autor de “ALMA MATER I; Poesía en Tres Idiomas”, (Xlibris, 2011), nació en Barranquilla, Colombia. En “El retrato del fantasma”, Noriega Carranza recopila una serie de cuentos, memorias, y leyendas, las cuales le han merecido la ovación en varias ocasiones de críticos como el ya fallecido Germán Vargas Cantillo, integrante del llamado Grupo de Barranquilla, del cual también hicieron parte Gabriel García Márquez y Alvaro Cepeda Samudio. Tras ganar el Premio Nacional de Cuento de la Universidad del Valle, Vargas Cantillo escribió en su columna Un Día Más del diario El Heraldo de Barranquilla: “y el hecho que el jurado haya escogido el [cuento] de Noriega-Carranza merece ser señalado”.

Relacionado con El Retrato Del Fantasma

Libros electrónicos relacionados

Relatos cortos para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para El Retrato Del Fantasma

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El Retrato Del Fantasma - Anthony Noriega-Carranza

    EL CUENTO META-PSICOLÓGICO

    EL RETRATO DEL FANTASMA

    ANTHONY

    NORIEGA-CARRANZA

    Copyright © 2016 por Anthony Noriega-Carranza.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2015917900

    ISBN:   Tapa Dura              978-1-5065-0979-2

                Tapa Blanda           978-1-5065-0978-5

                Libro Electrónico    978-1-5065-0977-8

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 06/07/2016

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    TABLA DE CONTENIDO

    CUENTOS

    Alguien Escudriña tus Cartas

    Blanca se Viste de Negro para Engañarme

    Con los Dedos en la Cabeza

    El Otro

    El Día del Retorno

    El Día que Dámaso Murió

    El Hombre de Dos Caras

    El Rastro de Su Cuerpo en la Arena

    El Retrato del Fantasma

    El Tercer Obstáculo

    Ese Obsceno Personaje Llamado María

    Gloria Me Esperaba Siempre Al Amanecer

    La Mano sin Origen

    La Soledad del General

    Las Betas

    Los Ojos Azules de mi Verde María

    Más Allá de la Alianza

    Memoria de un Amor Muy Joven

    Otros Fantasmas Perdidos

    Papeles de una Existencia

    Perdóname por Amarte

    Susana Anhela Subir y Bajar

    Tus Falsos Ojos en una Noche de Insomnio

    Una Cierta Mujer Cercana a Todos

    Ver Betices

    MINI-CUENTOS

    Amor a Medianoche

    El Final de la Bruja

    El Revólver de Juguete

    La Serpiente de Oro

    Silencio en la Noche

    A la memoria de mi abuelo Hermenegildo, cuyo joven retrato

    inspiró el cuento El Retrato del Fantasma,

    y el título de este libro.

    ACERCA DEL AUTOR

    Anthony Noriega-Carranza, también autor de ALMA MATER I: Poesía en Tres Idiomas (Xlibris, 2011), nació en Barranquilla, Colombia. En El Retrato del Fantasma, Noriega-Carranza recopila una serie de cuentos, memorias, y leyendas, las cuales le han merecido la ovación en varias ocasiones de críticos como el ya fallecido Germán Vargas Cantillo, integrante del llamado Grupo de Barranquilla del cual también hicieron parte Gabriel García Márquez y Alvaro Cepeda Samudio. Tras ganar el Premio Nacional de Cuento de la Universidad del Valle, Vargas Cantillo escribió en su columna Un Día Más del diario El Heraldo de Barranquilla: … y el hecho que el jurado haya escogido el [cuento] de Noriega-Carranza merece ser señalado.

    Noriega-Carranza publicó sus escritos por primera vez en Diario del Caribe, en la llamada página literaria La Esquina; luego, en la Revista Dominical de El Heraldo de Barranquilla; y en el Magazín Dominical de El Espectador de Bogotá. El género literario que él ha denominado El Cuento Meta-Psicológico pretende alinear sus experiencias metafísicas de la adolescencia con una variedad de situaciones donde se ponen a prueba el carácter humano y la existencia misma, donde sus actores no temen a la muerte, la cual es como una compuerta que conecta los fantasmas de la vida real con los de su otro mundo existencial. El ha creado en Betices un mundo diferente al realismo mágico del Macondo de Gabito. Y los beticeños, siendo costeños del Caribe, tienen una idiosincrasia más urbana que rural, viviendo en un mundo más despierto a los ruidos citadinos de la civilización. Sus cuentos presentan una visión cosmopolita en donde Betices da la bienvenida a gente de otras regiones del mundo, llenando cada escena de una amplia gama de diversidad cultural.

    En Colombia, a nivel nacional, Noriega-Carranza ha ganado varios premios y menciones honoríficas de cuento: los concursos nacionales de cuento de la Universidad de Cartagena, de la Universidad del Valle de Cali, de la Universidad Metropolitana de Barranquilla, y el de la Universidad del Norte de Barranquilla, entre otros; y en Estados Unidos, por sus poemas, Premios del Editor de la comunidad literaria poetry.com.

    CUENTOS

    ALGUIEN ESCUDRIÑA TUS CARTAS

    La mujer que vestía de amarillo dio unos pasos por todo el recinto de la planta baja del edificio, y finalmente se sentó al fondo delante del buzón de entrega inmediata. El abogado depositó algunas cartas con destino a Martinica y a otras áreas del Caribe desconocido. La mujer lo miró desde unos tres metros de distancia, y el hombre se sintió plenamente capaz de reconocerla al instante.

    —¿Dónde has estado? —preguntó el abogado— acercándose a largos pasos.

    —En el exterior… En verdad, visité casi toda Europa —contestó la mujer—, con una voz trémula que no pretendía dejarse escuchar.

    —¿Viajaste sola? —volvió a inquirir el abogado.

    —Sí.

    —¿Y piensas volver a hacerlo?

    —Sí.

    Y durante algunos segundos, hubo un silencio descomunal, apenas interrumpido por el roce de las cartas sobre la única mesa de recepción de la oficina de correos. La mujer dio su mano al hombre, que vestía todo de azul, y salió por el ala derecha de la puerta doble del edificio. A esa hora, el calor era reverberante. Minutos más tarde, el hombre abandonó también el recinto, y un aviso donde se leía CERRADO / CLOSED / FERMÉ dio por terminada la primera parte de la jornada de trabajo en la oficina de correos. El abogado tarareaba una canción francesa de cuyo nombre no pudo acordarse hasta horas después cuando despertó de un sueño oscuro. Al llegar a casa, se tumbó sobre el mecedor blanco que había sido patrimonio de su egregio tío Hermenegildo, pero cuando se convenció de que alguien trataba de espiarlo, decidió asegurar la puerta del frente y refugiarse en su habitación. Horas más tarde, descubrió también que se había quedado dormido leyendo una revista extranjera, mal acomodado en su lecho, con la ropa aún puesta, y que el zapato derecho ajustaba todavía el pie que durante el último período de violencia había sufrido varias lesiones: y no concibió en aquel momento el porqué de tantas aflicciones, ante todo porque desde el 3 de octubre, cuando por fin se hizo independiente, no había experimentado otro sentimiento de debilidad, sino que se sentía plenamente sobrio, circunspecto, y poseído de una fortaleza sobrehumana hasta lo infinito. Sí, sabía que muchas veces la soledad aumentaba esa evidencia de seguridad social que él desconocía en comunión, porque sabía con plena certidumbre que en fondo cada uno estaba buscando sólo el beneficio personal, sin importar quién pudiera ser destruido, ni a qué precio.

    En un día como éste en que sólo la mujer que vestía de amarillo había logrado aparecer por unos instantes en su vida, Adolfo no podía recordar siquiera su propio nombre, ni aceptar —luego del sueño pesado— la dramática situación que lo turbaba, sobre todo porque no recordaba bien el otoño del año pasado en Europa y le parecía que no habría momento de sosiego para sentirse incólume después de la violencia.

    En su mente, la mujer vestida de amarillo no podía en forma alguna llenar el vacío dejado por ella misma meses antes cuando, por esas coincidencias del destino, desistió de la felicidad. Le quedó, eso sí, la certeza de que el mundo era pequeño, pequeño. Y ahora, en medio del ámbito triste de su habitación había corroborado que ciertamente lo era.

    Otra vez, regresó a la sala de estar y admitió por completo que había percibido algo al irrumpir en la casa, algo que no pudo retener por un instante, porque el sueño lo poseía y tan pronto se tiró sobre el mecedor no tuvo un rato de conciencia hasta cuando fue a dar a su habitación. Bajo el tapete, apenas parcialmente visible, descubrió una carta. Venía de Inglaterra, había de decirme días después ante los agentes motorizados, frente al Distrito Policial. Adolfo la leyó, esperando descubrir una extensa nota de su amigo W.J., pero no se figuró nunca encontrar apenas unas cuantas palabras: Supe que te separaste: cuéntamelo todo detalladamente. Eso era todo. Y en verdad, aunque no estaba firmada, ni traía fecha ni lugar explícito, ciertamente había sido escrita por W.J., porque el matasellos del correo había sido puesto a las 18:30 del 27 de septiembre pasado, en Leeds. W.J. era un estudiante de ciencias económicas que había viajado al Japón y luego a África del Sur, gracias a la ayuda del amor. Por eso, ahora Adolfo encontraba de veras extraña la nota, y había tenido de hecho la impresión de que el sobre estaba ligeramente abierto, pero no le dio importancia, porque estaba consternado por la miseria latente que había percibido afuera, donde las calles pestilentes le daban el olor real a la ciudad. Ese olor que Adolfo odiaba, casi con la misma fuerza de que era capaz de amar.

    Minutos después, despojado de la barbarie de su salvajismo, Adolfo comenzó a desvestirse, y casi desnudo se sentó frente a su máquina de escribir para dar respuesta a la nota que había recibido de su amigo inglés.

    Esa noche de viernes, Adolfo no visitó ninguno de los centros sociales que acostumbraba, ni pensó asistir al cine, pues bastó conque unas gotitas de lluvia mojaran los vitrales de las ventanas, para que él supiera con toda certeza que el estado del tiempo no era bueno.

    Cerró acuciosamente todas las ventanas, y cuando regresó a la puerta para asegurarla, allí estaba ella, con su cabello rubio, su voz ininteligible a pocos metros, su deseo de ternura, y su emoción de mujer. María T. no dijo nada, tan sólo cerró la puerta, y le contó de entrada por qué los parientes de su amiga Esther no visitaban El Archipiélago, el lugar donde se reunían para hacer y programar sus tertulias literarias y jurídicas, y a explicarse por qué Marlene llamaba con frecuencia a aquellos diálogos psicosensuales. Yo reía, reía de veras, y me complacía viéndolos reír a todos desde la vuelta de la esquina, donde Mariela Inés, la mujer del primo Carlos, había hablado de un mundo inconcebible de rascacielos, donde había de culminar mis estudios, según me dijo. Por eso, no entendía ahora el motivo por el cual María T. venía a casa a traerle algo que él no adivinaría qué era de antemano, algo que supuestamente él había estado aguardando en el momento, con impaciencia y poca prudencia, contrario al comportamiento de sus últimos días. Y ella quiso decir de nuevo alguna cosa que finalmente Adolfo pudo comprender. Eran cartas lo que traía entre manos, las que en los últimos días María T. había abierto, sin darle tregua a que él tuviera el menor conocimiento de ellas.

    —¿Qué significa todo esto? —preguntó Adolfo.

    —Nada en absoluto —contestó.

    Luego, hubo un largo silencio hasta cuando él volvió a iniciar el diálogo.

    —A veces, me pareces incomprensible —le dijo.

    —Sí, es cierto —replicó—, pero no me queda otro cosa que hacer.

    —¿Pero cómo…? si hace tres meses que llevamos separados.

    —Sí, así es.

    Luego, ya no volvieron a hablar, y yo, que los veía desde la ventana del fondo de la habitación, no podía evitar aquel sentimiento de fuego que me hacía hervir la sangre, pues no concebía a María, bella y joven, en sus manos; y entendía bien que todo había de ser deleznable; que María T. no podía regresar por motivo alguno a su habitación, y me quedé atónito cuando lo contemplé con mis propios ojos. Fue entonces cuando una reacción de inusitada decepción me poseyó por unos segundos, y volví a recordar la tarde de verano en que la conocí, sentada frente a mi máquina de escribir, y los días posteriores de felicidad sin límites, paseando por los alrededores de la universidad. Y no pude sino tener un pensamiento obsceno e inconcebible en mi mente en ese instante. En particular, porque ni él ni ella pudieron oír mi voz redoblada una y otra vez: Alguien escudriña tus cartas. Y otra vez, María escudriña tus cartas; y todo lo hacía sólo para calmar el ardor descomunal que me devoraba el alma. Por ello, me despojé por entero de mis principios sobre el particular e interrumpí silencioso por la puerta principal, donde todavía estaban (entre otras) sus cartas de amor desesperado.

    Esa noche, no dormí, leyéndolas una a una, hasta el punto de concebir en definitiva la existencia de un caso patético que perturbaba a Adolfo en su posición de abogado oficial. Sin embargo, resultaba incomprensible, y lo creí tanto, que desistí de la absurda idea de escudriñar sus cartas, porque sabía  —sólo por mi interés hacía María y por la edad que los separaba a los dos—, que cada uno buscaba descubrir un detalle certero fuera del contexto social, para mantener el predominio sobre el otro, pero sabía también de antemano que sólo las mujeres podían esculcar con plena bondad y acierto a los hombres, sobre todo si son respetables; y por ello, me dejé arrastrar por la sagacidad de María T. cuando ella me descubrió con sus cartas en mi poder. Podría acusarte, me dijo. Pero juzgaba con objetividad que ella no lo haría, sólo por el hecho de haberse acusado a sí misma con antelación. Sin embargo, sabía bien que, en el fondo de todo, él se sentía afligido desde el momento en que descubrió la bolsa de cartas vacía luego de haber hecho el amor con ella.

    A partir de ese momento, el sentimiento de felicidad que me abrigó en los años anteriores se destruyó con una violencia suprema, porque sabía que podía amar sin restricciones, pero no estaba dispuesto a aceptar este ménage à trois, que yo encontraba ajeno a todo pudor. Sobre todo, porque tenía un elevado concepto del amor, el cual María T. no me dejó materializar antes de conocer al cuarentón de Adolfo, para quien permanecí de incógnito la mayor parte del tiempo.

    El quid de todo se centraba en un caso insólito de amor frustrado, pero concebía que no siempre es el amor lo que llena mis principios pragmáticos y existencialistas, más que nada porque había encontrado en la soledad una verdad trascendente, y en la meditación había concebido un mundo tácitamente ajeno al de los amoríos de María T. y Adolfo.

    En esos días, fue cuando pude comprender que él, el hombre —como se hacía llamar— había olvidado (y no sé por qué motivo) que era María T. quien leía antes sus cartas de trabajo y muchas veces no las dejaba a su alcance. Era por ello, que el abogado estaba en mora de resolver un caso en el juzgado tercero, y cuando se topó con el médico forense para recibir su parte sobre el particular, éste se hallaba en una misteriosa investigación: fue cerca de la playa. Allí lo encontró explorando pequeñas arañas entre las rocas, para profundizar su conocimiento científico sobre acarología. Los ácaros resultaron de una inexplicable atracción para Adolfo, ante todo porque sabía que de niño él había experimentado un miedo apenas natural por las arañas, grandes o pequeñas.

    El diálogo fue tan insulso, debido al entusiasmo con que el médico hacía su trabajo, que Adolfo no tuvo la perspicacia natural de los abogados para inquirirse sobre la información esperada, hasta el punto de desconocer por entero que ya el médico en su calidad de forense le había enviado esa información desde la semana anterior. Cuando regresó a casa, penetró en la sala de baños y encontró a María T. mirándose en el espejo: su rostro no había perdido aún la apariencia sudorosa y fatigada de las últimas noches, posteriores al 3 de octubre. Y hoy, se había quedado ensimismada en medio de la consternación de lo desconocido de su abismal fantasía: es lo que le ocurre siempre luego de haber leído una carta, aunque no imaginaba con certidumbre la causa exacta del sudor bien graso en las palmas de las manos, y el porqué de la inexplicable excitación de escalofrío que la posee a ratos luego de varios meses de estancia en el extranjero. Ella sabe bien, aún sin habérselo propuesto, que todo su ser goza con la contemplación del sobre abierto y de la letra minúscula y azul que se destiñe con los días. Lo sabe porque en la soledad una carta representa la satisfacción plena de sus intereses falsamente burgueses, y nada más. Sabe también que no siempre tendrá la oportunidad de buscar la importancia necesaria que se asigna a causa de los chicos que le gritan frases obscenas desde la otra acera del parque más cercano; aunque ha de admitir que imagina en el fondo de todo la exacta realización de aquellas frases secretas; más que por cualquier otro motivo, porque es evidente que no puede negar su encanto por saberse escudriñada por ellos, esculcada, como si fuese una carta, y en el fondo de todo hay algo más diciente que la naturalidad con que unos y otros se quedan en medio de la soledad sin límites.

    Y hoy, ha vuelto a entender que su mundo no puede estar más allá del bien y del mal. Hoy, a esta hora de reminiscencias sombrías, presume con la vehemencia de los que no se arredran que él estará esperándola a la vuelta de la esquina, sin tener un objetivo tangible en principio, pero con la seguridad de que una vez más ha de rendirse ante sus versos cursis y ante la flor roja que le trae cortada del jardín de su propia casa. Y no basta ya conque sus desesperados deseos de él vuelvan a hacerle escudriñar sus cartas, sino que es de veras necesario que manifieste la expresión de las palabras urgidas por el silencio, que se había hecho vagamente imperceptible en su melancolía, porque estaba tratando de buscar en el recuerdo y en la veleidad la calma para suspirar por un instante y dejarse caer sobre el hombro de su compañero, y —en fin— dar muerte a la soledad de una vez por todas. Por ello, se ha mirado de nuevo en el espejo, con su evidente frivolidad, como de costumbre; y lo ha hecho de soslayo para permitir que sus ojos choquen con los falsos ojos de la dama del espejo. Pero cuando se convenza de que está en casa de Adolfo, el hombre, en su propia casa, reconocerá de una vez por todas que ya él no ha de estar esperándola a la vuelta de la esquina, como en años anteriores, para interponerse al romance de dos jóvenes; y lo verá a través del espacio reducido del espejo, y entre el brillo brumoso y la desnudez de su cuerpo húmedo, apuntándole de cerca con su revólver calibre 38.

    Betices, inverno de 1984.

    BLANCA SE VISTE DE NEGRO PARA ENGAÑARME

    "En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira,

    sólo el color de la lupa con que se le mira…"

    —Ramón de Campoamor

    Aún brillan sus ojos en mi recuerdo, aunque no como antes, porque todo acontece en la contemplación de esas imágenes tan sutiles de nuestros sueños, que se van destiñendo y se corrompen enteramente hasta llevarnos a la real tercera dimensión. Como ahora, cuando me levanto y despierto de ese delirio ajeno que lleva por nombre Blanca. El

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1