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La Pasajera De La Revolucion
La Pasajera De La Revolucion
La Pasajera De La Revolucion
Libro electrónico194 páginas2 horas

La Pasajera De La Revolucion

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Información de este libro electrónico

Al mejor estilo de novela histrica, Hctor de Lima presenta La Pasajera
de la Revolucin. El trnsito por los aos finales de la dictadura de
Marcos Prez Jimnez y su poca del terror hasta el inicio de la
era democrtica, marcada por la huida de miles de jvenes hacia
la montaa en busca de un paraso imaginado, importado desde
Cuba, son el marco para el desarrollo de un amor accidentado y
extraordinario que llega incluso hasta tiempos posteriores a la
muerte de Hugo Chvez.
Los grandes salones de las casas de los poderosos de la dictadura
con sus lmparas de cristal y sus bailes; las manifestaciones
estudiantiles furiosas por justicia y libertad contra la dictadura,
los conos de la Caracas de fines de los aos 50, 60 y 80, la
crcel, la tortura, la corrupcin, el poder, se abren paso a travs
de estas pginas indispensables para el deleite y al mismo
tiempo para conocer a una Venezuela dibujada hasta hoy, que
aun palpita en los sueos de democracia y libertad.
Claudia Gonzlez Gamboa
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento21 nov 2013
ISBN9781463368289
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    Vista previa del libro

    La Pasajera De La Revolucion - Héctor de Lima

    Dedicatoria

    A: Michelle Obama, a quien admiramos por la extraordinaria labor social en pro de las minorías norteamericanas.

    A: María Corina Machado por su valor en pro de la libertad y claridad conceptual sobre Venezuela.

    A: Todas las mujeres de Venezuela, en especial a Carmen Elena, quien me acompañó en los difíciles tiempos de lucha.

    Agradecimientos

    Quiero agradecer a las siguientes personas que me ayudaron con su valiosa contribución y entusiasmo a la aparición de este libro.

    Américo Martín. Por las palabras de su prólogo.

    Claudia González Gamboa. Por su valiosa colaboración y continuas observaciones y correcciones a todas las páginas de mi libro.

    También quiero agradecer a todos los amigos que han tenido la paciencia de escuchar comentarios míos sobre mi novela, entre ellos:

    Carlos Cabrera, por sus brillantes aportaciones que contribuyeron a dar mejor terminación y forma a la novela. Raimundo Lansberg, Frank Calmes, Manny Camargo y su esposa Silvia, Gustavo Torrealba y su esposa Tibaire, Manuel Pardo, María Eugenia Sánchez Vegas y mis queridas cuñadas Cecilia y Silvia, por todos los ratos agradables juntos, A mi entrañable amigo Francisco Paz Parra que compra todas mis obras, a Mamá Berta, Irais, Virginia e Irene, Luis Felipe, a mi hijos Vicky, Andrea, Grecia, Marko, Raúl, Lisbeth, Saada, Carlos, Angie, Alicia, Douglas y Héctor. A mis hermanos Juan Manuel, Luis Fernando y Gustavo. A mis queridas cuñadas María Alexandra, Betty Guevara y Nancy de De Lima. A Carlos Núñez y Carlos García, a Juan Vilar con quienes la lejanía de Venezuela se ha hecho más pasajera. A Luis Eduardo Saavedra, Javier Cabrera, Elizabeth Sánchez y muy especialmente a Gioco Marchena a la que recurrí muchas veces leyéndole pedazos de la obra y a los miles de amigos que me han apoyado antes, cuya lista es tan larga, que no cabe en estas páginas.

    Cap. 1

    Premoniciones

    La nota recibida por María Alejandra, presagiaba la muerte de David:

    "Querida María Alejandra, hoy mis compañeros lanzaron un papel a través de los barrotes de mi celda anunciando que esta noche la guardia vendrá por mi. A veces escucho el ruido lejano de un automóvil. Cualquier vehículo puede ser el que venga a buscarme. La luz de los faros alumbran los barrotes de mi ventana, luego desaparece la luz y el ruido del auto se aleja.

    Aquí el silencio inicia otras huellas, las pisadas del guardia en el techo de mi celda, los chirridos de la puerta del baño mecida por el viento, la gotera de la llave del agua. De repente es el silencio total porque el guardia se ha detenido en una esquina, no hay viento y la gotera cesa. Entonces tu imagen viene a mi recuerdo.

    Muchas veces pospuse nuestro amor en función de una revolución que llevábamos adentro. Esta noche la búsqueda de ese sueño llega a su final. La revolución era tal vez mi corazón postergado en aras de algo que ahora entiendo no tenía más valor que el que le daba ese mismo corazón.. Muchas veces te dije: … después de la revolución, tal vez… cuando querías formar un hogar y tener un hijo..

    Creo que te lastime y debo pedirte perdón. Me duele ese después de la revolución…porque el después sin ti, estaba vacío. Era una forma de decir y de creer. Siempre pensé que la victoria final seria la toma del poder. Ahora creo que mi victoria eres tu, la única forma de vivir y de morir.

    En este momento oigo un rumor de voces, escucho un tropel de botas en el pasillo

    Creo que vienen por mí. Quiero que sepas que siempre te amare´

    David".

    Cap. 2

    Dia de los Inocentes

    La primera vez que David vio a María Alejandra estaba sentada en la tercera banca de la Iglesia.

    El Cura Rector asomado en la ventana del portón, escudriñaba a la abuela y a David.

    -¿Qué desea señora? -dijo el padre superior mientras abría trancas y cerrojos, mirando por encima de las gruesas gafas.

    La abuela explicó que su nieto necesitaba un internado.

    -Es muy tremendo, padre -dijo la abuela.

    -Seminario viene de semilla, señora. Aquí vienen las semillas del Señor, su nieto lo que necesita es un correccional y además que le laven la boca, porque vea usted como protesta.

    -Dime hijo- preguntaba el sacerdote acercándose al oído de David -¿has sentido acaso una vocecilla allá adentro, un soplo que te haya indicado un camino?

    El cura preguntaba lo mismo a todos los niños que entraban al Seminario. Lo hacía con terca paciencia de estadista. Llenaba un libraco con el nombre, la fecha, lugar de nacimiento y luego un espacio vacío que decía vocación. De la larga lista no había ninguno que hubiese contestado positivamente. Tal vez lo que el cura quería averiguar era si en verdad se escuchaba algo, porque en su caso tampoco, ya ni siquiera se acordaba en qué momento la vida lo había colocado al frente del escritorio negro donde le preguntaba a los niños: ¿Una vocecita adentro de ti, un soplo, como una iluminación?.

    -¡David, contesta! -la voz autoritaria de su abuela.

    - ¡No padre, ningún soplido!

    María Alejandra era la muchacha que se sentaba en la tercera banca, al lado de su hermana de ojos azules y rostro pálido como un cirio, y su madre, Doña Blanca de la Concepción González de Undurraga, mujer muy devota, que andaba siempre con las manos amarradas con camándulas y crucifijos en señal de oración.

    Según David, María Alejandra tenía el viento de los papagayos enredados en el pelo y una cinta azul que caracoleaba detrás de ella. No podía quitarle la vista de encima. Arrodillado en el altar con el sobrepelliz de monaguillo, olvidó muchas veces sonar la campana en el momento que el sacerdote levantaba la hostia por encima de los cálices dorados.

    Su vida en el seminario era una espera interminable hasta el domingo, cuando María Alejandra llegaba con su madre y se sentaba en la tercera banca de la iglesia. David, vestido de monaguillo con una vara larga y la raqueta de pedir limosnas se detenía en la tercera fila a contemplar a la chica que se reía con su hermana. Lógicamente hablaban de él. Un día le regaló una estampita de la Virgen donde había anotado su nombre. Me llamo David.

    Al siguiente ella además de unas monedas, coloco un sobre con una carta. Era un poema copiado del libro El Seminarista de los ojos negros.(1) Nota: Poema de Miguel Ángel Carrión.

    Según comentó su abuela, ese gesto fue el comienzo de su perdición como semilla del Señor.

    - Perdición no abuela, peor que eso, me pasearon por el pueblo en un féretro.!

    María Alejandra se aparecía en sus sueños, flotaba en el aire cristalino de la tarde, después que la llovizna había barrido las nubes ventrudas, perfilándose en la memoria de un cielo azul y luminoso como los ojos de ella.

    Lo peor comenzó en ese tránsito de doce a trece, cuando el sacristán apagaba los últimos cirios y David debía desprenderse de su sotana para vestir el pijama. Allá abajo estaba un sexo que comenzaba a poblarse de pelos, de manera que entre el cambio hormonal que se operaba, y la imagen del Cristo de la fuente en sandalias y los brazos abiertos con una inscripción que decía: Yo soy la verdad y la vida, las cosas se tornaron confusas. Para David su verdad era el amor y su vida María Alejandra.

    Ahora dormir era el comienzo de una tortura. Lo asaltaban pesadillas, la imagen del cura superior, frailes flagelados con las rodillas sangrantes, mariposas de alas moradas como los hábitos de los monjes que batían alas detrás de los arbustos donde David y María Alejandra se daban un beso. En esas noches la lluvia venia a componer plegarias en los tejados del techo, cuentas inagotables de rosarios de bolitas desgastadas por el manoseo. María Alejandra era suave y tibia como los sueños y habitaba un país en el que todas las capillas habían dado paso a las flores.

    David estaba a un paso de escaparse del Seminario. Un día tomo la decisión, hileras interminables de hormigas escalaban la pared del fondo, allí donde nacía un árbol de ciruelas. Dos o tres maromas entre las ramas y luego un pie encima del muro. Entonces:

    -¡Bájese! - La misma voz destornillada del cura que le preguntaba si había escuchado una vocecita allá adentro. Un vozarrón era lo que David escuchaba.

    -¿De modo que te querías escapar? ¿Los sueños? ¡Estás a punto de una expulsión!

    Pero su suerte cambió el día que el cura rector anunció un campeonato de vólibol en el que participaría el Colegio de María Alejandra. Eran las competencias inter-escuelas en celebración de las festividades de la Virgen.

    ***

    El patio engalanado con banderolas amarillas y blancas, María Alejandra vestía el uniforme de deportes aunque a esa edad ella era un poco torpe.

    La riña se suscito porque María Alejandra debía devolver la pelota al bando contrario y en su lugar la jugo con un compañero. Perdieron el tanto porque el árbitro cobró cuatro golpes.

    -¡Gorda bruta!-, dijo Álvaro con voz altanera que se escuchó en los cuatro costados de la cancha.

    David intervino:

    -¡Estúpido! ¡No le grites a !María Alejandra! ¡Pídele disculpas!

    Álvaro que era grande y fornido tiró el primer golpe, pero David se defendió como pudo. Es cierto que recibió muchos golpes, pero también dio los suyos. Al final, cuando los separaban, todavía gritaba:

    -¡Pídele disculpas!

    Hasta María Alejandra se sorprendió. Era la primera vez que alguien salía en su defensa. Ella le sobo el golpe de la frente con una toalla con hielo. Sintió el perfume de su cuerpo, la suavidad de sus manos y al final, cuando le dio un beso en la frente, le quedo en la memoria para el resto de su vida.

    David no fue admitido en el Seminario al año siguiente.

    -Es aplicado -dijo el Cura Rector a la abuela -pero muy peleonero.

    Dos cosas quedaron muy claras para la abuela. Primero que su nieto quería mas a María Alejandra que al Señor, aunque David decía que eran amores distintos. Al Señor lo quería como se quiere un padre y a María Alejandra… no había descripción. La quería con su vida, la tenía presente en todo momento.

    La celebración de los quince años de María Alejandra trajo una sorpresa: una invitación, adornada con un lazo rosado. Don Arturo y Doña Blanca lo invitaban a la celebración del cumpleaños de su hija, en los salones de la casa del Country.

    La abuela de David caminó varias veces entre la máquina de coser y el cuarto donde David se media los pantalones. El ruedo debía quedar perfecto y los bolsillos de atrás separados una distancia normal. Los pantalones eran una adaptación de su tío Armando y por mucho que la abuela cosía, se notaban las imperfecciones.

    -¿Qué importa que los bolsillos de atrás se toquen? -decía la abuela - si de todos modos los cubre la chaqueta.

    El problema no eran los pantalones, ni siquiera los zapatos que David había lustrado varias veces, aunque de todos modos se notaban las arrugas y las rayas. El problema principal eran las amistades de María Alejandra, que se tuteaban en los salones del Country. A su abuela no la conocía nadie, si acaso Don Manolo que sabía que el apellido era de noble cuna, pero venido a menos por circunstancias económicas.

    Lo único nuevo que había podido comprar era la camisa blanca y los tirantes que sostenían los pantalones. La chaqueta había quedado un poco encogida, por más que la abuela la plancho, se notaba pasada de moda. Las solapas eran demasiado anchas y se usaban angostas sin orejas y sin ojales. La abuela objetó los zapatos porque decía que el color marrón oscuro no combinaba con los pantalones azul marino. Ella proponía los zapatos de tenis nuevos, también de color azul oscuro.

    ¿Zapatos de tenis en una fiesta de quince años? Pensó David-. Era el colmo de lo ridículo

    Sería el único en la fiesta con zapatos de goma. En cuanto al regalo, allí estaba lo más difícil. Su abuela no tenía dinero para comprar el regalo, pero presentarse sin nada en las manos era ya demasiado.

    La abuela abrió closets que olían a parafina, revisó cajas, hurgó fotografías amarillentas impresas con daguerrotipo y finalmente en un costurero perdido, encontró un medallón que tenía el símbolo de Libra y en el reverso un angelito con un arco que simbolizaba a Cupido.

    Ese medallón le vendría bien porque Libra es el signo de María Alejandra y Cupido era el símbolo del amor -pensó David.

    La abuela tuvo que envolver varias cajas que David desaprobaba, unas porque eran muy grandes y otras porque ya tenían inscripciones, hasta que finalmente apareció una adecuada, donde la abuela guardaba un mechón de pelo del abuelo muerto.

    Si el abuelo había encontrado a una mujer como su abuela, -pensó David -era bueno que también participara y conociera a María Alejandra.

    En la garita de entrada del Country Club no querían dejar entrar a David y a su abuela. A los guardias les parecía imposible que hubieran invitado a personas tan humildes, después que habían dejado entrar varios Mercedes Benz y hasta un Rolls Royce que habían llegado en sucesivas oleadas. David y su abuela descendieron de un autobús y se aproximaron caminando hasta la casa de los guardias.

    - ¿Como dice que se llama? ¿Carmelita Roca Conde de Delman?

    -¡Que pasen!- contestaron por el intercomunicador.

    -¡No tienen auto! - Informaron los guardias.

    -¡Que esperen, el chofer de Don Arturo ira buscarlos!

    Lo impresionante de la casa además de la fuente de mármol de la entrada, era la sala principal, grandes puertas y ventanas daban a un balcón con vista al campo de golf. Los pisos de mármol relucían, y en el centro una lámpara de cristal de roca suspendida de un techo abovedado. En una esquina, un piano de cola de color blanco, parecía flotar en el espacio por el reflejo sobre el piso. La escalera principal, en mármol rosado, parecía la cola de un traje de novia descendiendo desde el piso superior. Al otro lado un entramado para el cuarteto de cuerdas que interpretaría los valses, el Danubio Azul primero y El Emperador después. La lámpara de cristal parecía una bola de fuego suspendida en lo alto del salón principal.

    David y su abuela caminaron frente a las miradas curiosas de los invitados. David buscaba ansiosamente a María Alejandra. Ella sonrió

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