Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Madrugada
Madrugada
Madrugada
Libro electrónico168 páginas2 horas

Madrugada

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Madrid, 1983. Madrugada es la historia de una profunda búsqueda personal a través de los tóxicos y la literatura. El retrato de una generación perdida que persigue su reflejo en la urgencia de The Rolling Stones o en relaciones que comienzan a complejizarse cada vez más. De la mano de un joven protagonista atípico e inolvidable, sus páginas recorren frenéticamente la osadía y el talento malgastado en el marco de la Movida Madrileña. Un punto de intersección crucial que separa padres e hijos como nunca en la historia reciente de este país. Poesía, opiáceos y cierta mirada hedonista como método para responder a la implacable sensación de que la modernidad más absoluta había llegado para instalarse definitivamente. El comienzo de muchas cosas, el relato de un gran olvido.

"Mi más sincera recomendación" Manolo Campoamor (Kaka de Luxe).
"El punto de intersección entre sensibilidades" Fernando Márquez "El Zurdo" (Kaka de Luxe, Paraíso o La Mode).
"Una novela dinámica y reflexiva, filófica y existencial, que engancha" Vicente Muñoz Álvarez.
  
"Una novela muy importante y un autor de especial calidad" Miquel Baquero (Revista de Letras).
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 sept 2020
ISBN9788412251401
Madrugada

Relacionado con Madrugada

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Madrugada

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Madrugada - Julio César Álvarez

    Julio César Álvarez

    © Julio César Álvarez, 2012

    © de esta edición para:

    Literaturas Com Libros 2020

    Erres Proyectos Digitales, S.L.U.

    Avenida de Menéndez Pelayo 85

    28007 Madrid

    Diseño de la colección: Benjamín Escalonilla

    Fotografía de la cubierta © Alvaro Ibañez, 2018

    Reproducción bajo licencia Creative Commons

    ISBN: 978-84-122514-0-1

    Índice

    Copyright

    Prólogo

    Madrugada

    A mi abuelo,

    que siempre supo ser un niño.

    También a ti, Chema,

    y a todos los que ya no están.

    Somos los niños del mundo subterráneo,

    el veneno amargo de los dioses.

    WILLIAM S. BURROUGHS

    No se muere porque hay que morir;

    se muere porque es un hábito

    al que se constriñó a la conciencia.

    ANTONIN ARTAUD

    PRÓLOGO

    Que una novela con vocación underground perdure en el tiempo suele generar esperanza. Quizá indica que determinadas historias tocan alguna fibra personal y colectiva. Y en tiempos de hiper-estímulo constante que algo prenda y se salve del olvido es una formidable noticia que no debería pasar inadvertida. Madrugada nació con intenciones muy precisas en un contexto de plena recesión económica y desdibujamiento del futuro. Debo indicar que pertenezco a una generación nacida ya en democracia a la que se nos prometió un cambio sustancial en nuestras vidas que nunca llegó a verse realizado. El año en que se publicaba (2012) forma parte de una de las etapas más duras en términos financieros y sociales de la década. La cifra de desempleo y el posible porvenir parecían echar por tierra cualquier sueño previo. No tenía sentido pues una literatura frívola o demasiado alejada de la realidad. Era el momento de traer de vuelta a los fantasmas y el olvido.

    Con prólogo de una de las grandes figuras de la literatura alternativa nacional (Vicente Muñoz Álvarez), el libro estaba destinado a ser un cruce de caminos con aquella otra narrativa de los noventa que perseguía el arte por encima de cualquier rédito. Atravesando con riesgo los márgenes para hallar respuestas que lo convencional nunca podría ofrecer. Era una literatura cruda y fascinada con el peligro. Algo con lo que yo me sentía plenamente identificado. Y uno de los muchos elementos que compartíamos era el mundo lumpen y la droga. Aún tenía muy presente las jeringuillas y los yonquis rondando cualquier pequeño acto cotidiano en mi infancia. La música de los ochenta de fondo y una especie de explosión que benefició a unos pocos y castigó a la mayoría. Sumar todo ello era seguramente el paso natural y una responsabilidad con lo que me precedía. No se puede avanzar con paso firme sin asimilar el sentido último del arte previo.

    Evidentemente había un importante problema. No viví en primera persona nada de todo aquello. En cualquier caso me había empapado de páginas y páginas de libros y fanzines. Crecí sintiendo que ese estilo formaba parte de mí. Fue cuando me planteé algo que desafiaba la lógica de la generación anterior y una de sus premisas fundamentales a la hora de escribir. No había otra opción que la autenticidad sin fisura. Una coherencia absoluta en que la escritura resultaba una prolongación de la propia existencia debida en parte a la herencia contracultural norteamericana. No se podía narrar sobre lo que no se conocía directa y personalmente. Era ya un mantra repetido al unísono que me costó relativizar. Y lo hice entendiendo que la novela sobre heroína podía ser un género tan ficcionable como el wéstern. Algo sobre lo que se podía fingir sin poner en duda su más pura esencia. El lado salvaje por fin acabaría siendo un elemento de culto mientras mantenía su particular desafío.

    No es extraño entonces que unos meses después de su publicación, coincidiendo en la Sala Sol (Madrid) con un inquieto Alfred Crespo, director de la revista Ruta 66, preguntase por mí específicamente para conocer al autor de Madrugada. Una novela sobre los ochenta de un crío que numéricamente resultaba imposible que hubiera vivido nada de lo que relataba. Su contraportada muy probablemente le atrajo como un fogonazo de luz a un animal salvaje cruzando el asfalto. Dos nombres presidían esa contraportada dando a entender que tenía la aprobación de dos de las mentes fundacionales más brillantes de la conocida como Movida Madrileña, Manolo Campoamor y Fernando Márquez «El Zurdo» (Kaka de Luxe o La Mode respectivamente). Era como si de algún modo hubiera sido bendecido por los auténticos protagonistas de una época que marcó para bien y para mal el futuro de la cultura popular en este país. Con tantísimo beneplácito resultaba imposible que la novela no hiciera reaccionar al lector.

    Muy pronto se convirtió en una lectura recomendada. Obtuvo excelentes críticas y causó un cierto revuelo con respecto a su contenido y a ese teórico alejamiento de la autenticidad. Parece que todavía continuaba siendo evaluada en términos de credibilidad cuando se acababa de hacer saltar por los aires esa terminología para el género. Probablemente hoy no ocurriría lo mismo y en parte se deba a aquel afilado argumento. En las entrevistas no paraba de responder que cuando un autor escribía sobre un homicidio no necesitaba haber cometido él mismo un crimen. Supongo que algunos periodistas habían olvidado el increíble poder de la ficción. Sus reacciones mostraban un cambio de paradigma que se estaba produciendo con respecto a la novela. Se añadían nuevas voces y diferentes perspectivas que acabaron por apagarse fugazmente. La inmediatez del momento hizo girar la atención hacia un área diferente ofreciéndole todo el protagonismo. La poesía arrasó con la narrativa. Primero fue una escena atractiva para después dar paso a una tediosa saturación que llega hasta hoy y envilece la más reconocible tentativa humana. Lo que me lleva a pensar que cuando todo está lleno de poesía quizá no esté por ninguna parte.

    Resulta llamativo que esta reedición aparezca en el año de la epidemia. Parece que Madrugada posee una consistente tendencia a alzarse en los momentos más críticos. Como si fuera claramente una novela del lado oscuro. Inclinada como siempre ha estado hacia los desfavorecidos y los que van perdiendo la vida sin necesidad. A menudo estas páginas se transforman en un ajuste de cuentas mediante un extraño vaivén emocional. Porque la caída al abismo puede resultar dura y fascinante. Especialmente en aquellos que se detienen justo al borde y echan un vistazo hacia abajo. Pero quién ha dicho que fuera fácil. Esta novela lo cambió todo. Ya nunca podré negar que me convirtió de lleno en escritor. Me hizo darme cuenta de que los libros se escriben a través de uno y no cuentan demasiado con lo que llevamos en mente. Sin duda son más sensitivos que razonados y siempre se escriben solos esperando al lector adecuado. Posiblemente alguien como tú. Bienvenido pues a este no-lugar. No olvides regresar.

    JULIO CÉSAR ÁLVAREZ

    Junio, 2020

    MEMORIA

    1

    TODOS lo hemos visto. Una y mil veces. Cuando el dolor se detiene en alguien, comienza inmediatamente en otro. Nunca ha dejado de ocurrir. No lo hará. Todo nace y muere con cada nueva MADRUGADA.

    Tengo una capa de sudor infinita y fría por la piel. Noto un temblor profundo por todo el cuerpo. Va de los dedos de los pies a los párpados tensos y palpitantes. Es la heroína, que está haciendo su trabajo de demolición. Nunca me había sentido así. Es como si algo crujiese dentro y tuviera que abrazarme con fuerza a mí mismo para detenerlo. Como si todo el mecanismo de mi cuerpo se hubiese estropeado para siempre. Intento no pensar en ello pero me resulta imposible. Se oye una melodía fácil de tararear que sale de la ventana de la vecina de al lado y que ahora martillea con fuerza mi cabeza.

    Las sábanas están empapadas, un poco sucias y con un olor ácido característico que comienza a resultarme familiar. La persiana está a medio bajar y las ventanas abiertas. Hay un pantalón y dos camisetas blancas un poco gastadas y rotas por las mangas y el cuello. Está todo amontonado en el suelo. Me duelen especialmente las cervicales y la espalda. Intento levantarme. No puedo. Me duele todavía más. Sonrío, aunque no sé muy bien por qué. No se puede estar más jodido. Al lado, en la mesita, tengo un paquete de Fortuna con un par de cigarrillos doblados y húmedos. Me cuesta respirar por una presión aguda en el pecho. Aun estando así, decido encender uno de los cigarrillos. Lo aspiro con un lado de la boca. Me tiemblan las manos. Al poco, la ceniza se me cae sobre el pecho y la miro derretirse por la humedad y el sudor de la piel. Echo un vistazo a mis brazos. Están llenos de picaduras como de insecto en la misma zona. Es 1983. Eso dice el calendario instalado, parece que eternamente, en la pared agrietada y con manchas de pisadas. Parece que el mundo fuera a durar una eternidad. Ahora mismo soy un adicto a la heroína. A veces también a las ampollas de morfina, los tranquilizantes de distinto tipo y varias sustancias más que tomo con facilidad si pasan por delante de mis ojos miopes (a modo de pequeños pedazos de cielo negro).

    Tengo veinticuatro años. Estoy con una chica delgada y huesuda que está ingresada en uno de los hospitales psiquiátricos de la ciudad. Cuando voy en taxi a verla, pocas veces ya, suelo ir pensando en canciones de los Rolling Stones, igual que hace tiempo. Lo bueno de los Stones es que resultan una perfecta banda sonora para casi cualquier cosa.

    Aunque, a decir verdad, ahora mismo me cuesta pensar en algo que no sea yo mismo, en este inmenso dolor que lo abarca todo y en una parte de mi espíritu nulo. Mucha gente a mi alrededor consume drogas. En algunos lugares por donde me muevo desconfiarían si no tomara nada. Sería un extraño. Estamos nosotros y ellos. Es buena esa diferencia. Ayuda. Está abierta una especie de puerta de par en par. Y yo siempre he querido ver qué hay detrás. Lo que no se puede ver me interesa más. Siempre he sido de ese tipo de personas. Desde niño me ha apasionado lo que está mal. Es más divertido. Pero hoy estoy asustado. No se lo reconocería a nadie. Por primera vez tengo un miedo voraz que lo devora absolutamente todo. Veo con claridad en el lío en el que me he metido. Dentro únicamente siento eso, miedo. Nada más.

    PASADO

    No, no está loca esta gente que se divierte,

    que disfruta, que viaja, que jode, que lucha

    -no están locos, pues la verdad es que

    también querríamos hacerlo nosotros.

    CESARE PAVESE

    2

    Las cosas están cambiando, eso dicen los periódicos y las porteras de los edificios altos. El mundo ha dejado de ser lo que era. Mi madre simplemente dice que utilizo otras palabras, ideas raras, algo «feo» que se agolpa en mi cabeza y en la de muchos otros, desorientados como yo. Visto hoy, con perspectiva, creo que fuimos una generación confusa que comenzó a no creer en nada. O puede que en todo (son dos extremos idénticos). Los libros no ofrecían muchas respuestas o, al menos, no para las preguntas que teníamos en mente. Uno siempre cree que es el primero en vivir. Luego te das cuenta de que no, claro.

    Quizá las cosas tenían un olor propio. La primera de esas cosas que me hizo ver el mundo de otro modo fue un disco de finales de los sesenta de los Rolling Stones. Para mí y muchos de mis amigos era casi una pieza mística, como para otros una mano o una calavera de santo. Mi Beggars Banquet estaba rallado, muy sobado y con alguna marca de grasa en la carpeta blanca con letras cursivas. Si ese disco no lo llegué a desgastar, no lo conseguiré ya con nada. Luego vendría Lou Reed y cosas por el estilo. El culto evidente a la droga y lo marginal. Y ya nada fue igual. Pero el primer golpe, para mí, fue el de esos melenudos que mi padre odiaba y no entendía. Tal vez por eso me parecían mejores. A los Beatles los escuchaban algunos repipis de media melena que ya querían sacralizarlos antes de tiempo y ponerles en un altar profano como música clásica. Nunca me lo creí. En esa división del mundo entre Beatles y Rolling Stones, yo siempre me decantaba por los segundos. Sin dudarlo. Malo (o pretendidamente malo) como forma de existir.

    Desde la muerte de Franco existía una libertad bastante difícil de definir y de entender. Nos llegaban noticias, más bien rumores, de los punkis ingleses, pero resultaba más una anécdota que otra cosa. No entendíamos conceptos así. La verdad es que llevábamos décadas de retraso. En el setenta y siete, en España, nadie tenía cosas por el estilo, ni casi nada, la verdad. Para poder hacerte con un disco de los Sex Pistols en una ciudad de provincias había que ser prácticamente millonario o parecerlo, viajar, tener un amigo camionero, algo en esa línea. Nadie de mi barrio iba a ninguna parte. Yo de aquella no tenía ni trabajo. Había dejado el instituto y a nadie en mi casa le importó demasiado. El trabajo siempre estaba ahí, esperándote. Te buscaba a ti. No podías huir de él durante mucho tiempo.

    Me pasaba el día leyendo un montón de libros y cómics que había ido acumulando con el tiempo y propinas más o menos suculentas. Unos libros aparecían y otros desaparecían en una autogestión perfecta de los propios objetos. Solía fumar unos cuantos canutos, preferiblemente solo, pero no por una cuestión egoísta. Me sentía mejor en soledad. Había una especie de bondad en la calle. Se podía ser amigo de la gente fácilmente. Hoy me cuesta creerlo. Solo por el hecho de acercarte a un grupo de fumetas tenías una especie de derecho a que te pasaran el canuto que había entre manos en ese momento. Cómplices. Existía, además, una llamativa permisividad en el ambiente. La policía era menos dura. La gente parecía que había entonado una especie de canto general abierto y lúdico. Todavía quedaban algunos radicales, pero hasta ellos lo parecían menos. Todo se estaba convirtiendo en una agradable y aparente siesta que se prolongaba con naturalidad y sol.

    3

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1