Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Siento, luego escribo
Siento, luego escribo
Siento, luego escribo
Libro electrónico367 páginas4 horas

Siento, luego escribo

Por Rubin

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Los escritores han sido desde siempre quienes nos invitan a explorar universos que no solo muestran otras realidades, sino que también nos ayudan a forjar la nuestra. Esta antología de cuentos cortos rinde homenaje a los grandes escritores de la historia, como así también nos habla sobre personajes ficticios que recorren este mismo camino. De esta manera nos encontraremos con historias que representan los momentos más emblemáticos en la vida de los escritores, su inspiración, sus miedos, sus desaciertos y sus desafíos.

 

Esta es una antología de cuentos de escritores que escriben sobre el desafío de ser escritores. Una deconstrucción que no teme romper las limitaciones entre el autor, su obra y el lector para mostrar una realidad sincera y que, a la vez, nos cuenta una gran historia.

IdiomaEspañol
Editorialrubin
Fecha de lanzamiento9 jun 2023
ISBN9798223041092
Siento, luego escribo

Lee más de Rubin

Relacionado con Siento, luego escribo

Libros electrónicos relacionados

Antologías para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Siento, luego escribo

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Siento, luego escribo - Rubin

    ÍNDICE

    Cómo desaparecer

    Gabriela Vacca

    Diario de un escribidor

    J. A. Richardson

    Libro de biología o cómo nace la ciudad literaria

    Juan Fernando Mondragón

    El elefante y la  paloma

    Ricardo Francisco Covelli

    Hidalgo puneño

    Agustina Ernst Saravia

    El robo

    María Angélica Ciciarello

    Boquitas buscadas

    Nora Pin

    Maestro

    Nora Pin

    Atrapado

    Moisés Cárdenas

    Los exiliados

    Koldo Mendiko

    La casa de ceniza de Abelardo Castillo

    Javier Dicenzo

    El proceso de Franz Kafka

    Javier Dicenzo

    El ilusionista

    Enrique Antonio Formentini

    El libro

    Enrique Antonio Formentini

    El vicio

    Mara Romero Medina

    El hogar de Jannette

    J.C. Ale

    El vaivén de las olas

    Celeste Robles

    Érase una vez

    Julia Martínez Congregado

    La ciudad en la luna

    Laura Rosana Carasso

    Me tienen miedo

    Alejandro Negrete

    Hacia la mística

    Jorge de Santaella

    Polaroid de una época

    Jorge de Santaella

    Breviario del (des) olvido

    Erica Lorena Peñafiel

    Insurrección

    Erica Lorena Peñafiel

    El último bloqueo

    Graciela Lidia Kovacic

    El arcano de San Artemio en Torrado de Caldas

    Enrique Roberto Urrutia

    Las manos en la cueva

    Lourdes Marie Shapiro

    El aprendiz de  escritor

    María Teresa Pérez M

    El poeta y la reina

    María Teresa Pérez M

    El libro rojo

    Gonzalo Taylor

    Final set

    Gabriela Valdés

    El poeta de Praga

    Gabriela Valdés

    El sueño de la vida

    Roberto Tachris

    El semáforo

    Roberto Tachris

    Reflexiones

    Roberto Tachris

    Entre líneas

    Meda Esperanza Herrera Arauz

    Hojas en blanco

    Meda Esperanza Herrera Arauz

    Sonrisas entre páginas

    Meda Esperanza Herrera Arauz

    El viaje

    Facundo Nicola Ceballos

    ...Si no escribo...

    Franco Nahuel Galati (El Rayo)

    Entre raíces del ciruelo rojo

    Paulo Cristodero

    El fantasma gris

    María Álvarez

    Invitación tangible

    María Álvarez

    El escritor

    María Fernanda Rodríguez

    La espera

    María Fernanda Rodríguez

    La creación en Bioy Casares

    Eduardo Pérez

    La creación en Mariana

    Enríquez

    Eduardo Pérez

    Sobreviviente

    Susana Arroyo

    Veinte poemas

    Marian Capdevila

    Una Ola

    Sebastián D. Sona

    Uróboros

    Sebastián D. Sona

    Pecado capital

    Victor Figari Rouillon

    Un encuentro con la escritura

    Esaú Bustamante Martínez

    Rompiendo los cánones

    Sabrina Ivana Avigliano

    Claudia Schiffer

    Sabrina Ivana Avigliano

    ¿Dónde está Raúl?

    Sabrina Ivana Avigliano

    Tiempo para escribir

    María Delia Guevara

    Testimonio de un  correntino

    J.M. Catinari

    Papá diría

    N. S. Cabeza

    ¿A quién querías  conocer?

    N. S. Cabeza

    La palabra en la máquina Hispano-Olivetti

    Mariana Pou Moragues

    Escritos inconscientes

    Mariela Ivón Armando

    Las palabras rebeldes

    José Gregorio Mora

    Sin pendientes

    Ludmila Santagati

    Amores que matan

    Pepa Hernández Latorre

    Lea este fascinante libro, por favor

    Laura Santestevan Bellomo

    Muerte con suerte

    Óscar Salas Gómez

    Pies de gato

    Óscar Salas Gómez

    Puta inspiración

    Miguel Ángel Cordente Triguero

    La última carta del flautista de Hameln

    Miguel Ángel Cordente Triguero

    Yo amé a Emma Bobary

    Miguel Ángel Cordente Triguero

    Arianna, la escritora

    Ana Sabrina Pirela Paz

    Una leve sombra

    Claudia Schujman

    La última canica

    Noslen de Lapuente Ravelo

    Batman

    Matías Lebrante

    Mágicos recuerdos

    Beatriz Cabeza

    Inspiración

    Vanessa Grillone

    Ser escritor es cuestión de suerte

    Berenstein Caterina

    El escritor famoso

    Janet Nilda Acosta (9 años)

    Cigarrillo de estrellas

    Siran Wine

    Almas de escritores

    Oscar Orozco

    El experimento vano

    Aurora Sotos García

    El juicio de los  escritores

    Manuel Gallo Mainero

    Siento, luego escribo

    Antología

    Cómo desaparecer

    Gabriela Vacca

    El día de su muerte se acercaba y sentía culpa. Una culpa que la corroía desde adentro. Se creía algo mínimo, una excrecencia apenas; un dejo de persona mitad monja, mitad puta en celo que se había pasado la vida garabateando poemas de moral dudosa para una panda de intelectuales evacuados de las ruinas de sus castillos de letras. Era como una doble vida, como un estado de infidelidad permanente. Su velado propósito siempre había sido que se le reconocieran la inteligencia y el manejo de la lengua. Su corazón y sus ojos entraban en éxtasis al leer la mítica de Sábato, la poderosa retórica de Borges, escritores que le habían dado sentido a su vida al transmitir la pasión por la escritura. Hoy se sentía como una reina trágica en un palacio decadente construido de libros, una poeta perdida de palabras desnudas que buscaban amantes entre oídos mediocres. Hoy ya entendía que no podía soportarlo todo. Creía que vivía una suerte de inmolación por las letras, pensaba que sólo los muertos tenían el derecho a sonreír. Estaba seca, exhausta. Entendía que tener un nombre propio en la literatura era como un amor prohibido, algo imposible. Entonces, abrió su corazón, tomó sus amores y sus muertos, todas sus pasiones y los plasmó en una suerte de réquiem final para quemar todo. En trance bajo la llovizna que comenzaba a caer, pero no alcanzaba para apagar las llamas, tiró uno a uno sus relatos, sus esperanzas, sus cuentos, sus poemas al fuego purificador. Casi podía escuchar los gritos de los personajes que poblaban las páginas, esa omnímoda maquinaria literaria de delación de sueños: el gran barco abandonado que navegaba errante los mares, la tortura de la bruja que siendo crucificada se salvó copiando los libros de la vieja biblioteca, el extraordinario amor platónico entre una diosa y un hombre que pudieron crear un mundo paralelo y tantísimos otros. Miraba absorta la espléndida llamarada, cuando de ella se levanta la figura de uno de sus tan queridos personajes, la mira directo a los ojos y le dice «No lo sabes, pero has sido perdonada», repitiendo la frase que había escrito para él. Y a medida que esa presencia se desvanecía, ella también comenzó a desaparecer.

    Diario de un escribidor

    J. A. Richardson

    15/05/2003

    Hoy finalmente comencé. Lo tenía en el fondo de mi cabeza, ahí, ocupando un espacio que ni siquiera sabía que existía. Hace años que me venía planteando la idea de escribir. Sería un pasatiempo, algo para canalizar mis frustraciones, despertar mi creatividad, llamar al recuerdo y que me dicte sus oraciones perdidas en el tiempo. Sí, sería un ejercicio interesante, pero por múltiples razones que muy fácilmente encontraba, en todos estos años nunca lo hice. ¿Falta de tiempo? Para mirar series y películas sí tengo. ¿No saber qué escribir? Siempre, en algún momento del día, se me presenta una idea o dos para plasmar en papel. ¿No saber cómo hacerlo? Hoy descubrí que es fácil: sentarse cómodamente frente a la computadora y empezar a teclear.

    Ahora sí estoy listo para encarar este proyecto personal, sin nadie que me corra detrás, sin fechas límite ni plazos de entrega. Escribir por el amor a la escritura, a expresarme, a descubrir las cosas que llevo dentro y no puedo verbalizar. A ver qué sale.

    23/06/2003

    Esto de escribir está bastante bien, me ayuda a despejarme y me relaja. Lo difícil fue establecer una rutina. Eso es lo que recomiendan los escritores famosos: una rutina de escritura. Empecé con dos veces por semana; ritmo tranquilo pero constante. Las primeras semanas fueron días al azar, cuando encontraba un hueco de tiempo. Estuvo bien, pero me faltaba un poco más de estructura, por lo que comencé a ponerme días fijos: una horita los martes y viernes. A veces me siento y nada viene a mi mente, como si la creatividad fuese un perro rebelde que desobedece mi llamado. No importa, escribo lo que sea: lo que hice ese día, o lo que haré mañana. El contenido es bastante vacuo y aburrido, pero el objetivo de forjar una rutina funcionó.

    05/08/2003

    Me gusta escribir. Cuanto más lo hago, más ganas me dan de continuar, y —sin ánimo de pedantería— me sale cada vez mejor.

    Hace rato que estoy escribiendo de lunes a viernes antes de ir a dormir. Tengo varios relatos y cuentos, algunos releídos y corregidos, otros olvidados en el último fichero del disco rígido. Algunos me gustan más que otros. Finalmente he comenzado con mi primer novela, y vengo fenomenal: es la historia de un escritor frustrado y alcohólico —nada autorreferencial, ya que ni siquiera me considero escritor, aún—. El protagonista, Daniel, está en el lento y arduo proceso de escribir una novela de ficción cuando de repente sus personajes comienzan a aparecérsele en su vida real. No sé si es una idea muy original, creo que la debo haber visto, leído o escuchado en algún lado, pero mi objetivo es darle vida y estilo propio a la historia. Hay muchas novelas, sobre todo policíacas, que son muy parecidas entre sí —todas comienzan con un crimen ¿no?—, y sin embargo, algunas sobresalen del resto. Creo que si le pongo empeño puede salir algo grande.

    23/12/2003

    La novela me tiene entretenido. Venía mechando la escritura de la novela con la de otros cuentos cortos, pero desde hace unas semanas me he abocado por completo a ella. Las ideas fluyen constantemente a mi cerebro, y debo plasmarlas en tinta —o bytes— antes de que el manantial se seque. Tengo algunas alternativas para darle una vuelta a la trama, pero todavía no sé para qué lado tomar. Soy partidario de la escritura orgánica: tengo una vaga idea del accionar de mis personajes, el resto viene a medida que escribo. Tal vez escriba varias, o todas las ideas, y luego al releerlas vea cuál es la mejor.

    01/01/2004

    Me pasé las vacaciones frente a mi computadora, escribiendo. Mi esposa, Elvira, me llamó la atención, discutimos. Me dice que estoy pasando mucho tiempo frente a la pantalla. No me había dado cuenta, pero ya no miro más series ni películas con ella. Antes veíamos cosas juntos, pero ahora cuando me propone ver algo, prefiero escribir. ¡Es que la historia de Daniel me tiene atrapado! Ya van a leer ustedes mismos cuando salga, es genial.

    Debo reconocer que para Navidad y Año Nuevo, después del brindis, me quedé tipeando hasta las tres de la mañana. Es que cuando la creatividad fluye no hay que cortarla... tengo miedo que después me dé un bloqueo de autor y quede todo en la nada.

    19/02/2004

    Mes difícil febrero: discusiones y peleas con Elvira. Quizás tenga razón, no lo sé. Dice que estoy obsesionado con la escritura, que es una vía de escape, una droga. Me puse a pensar: es cierto que estoy escribiendo todos los días tres horas, a veces cuatro. No siempre escribo; releo, corrijo, edito, vuelvo a releer... Todo eso lleva tiempo. Cuestión que Elvira me echó en cara que hace mucho que no me afeito y que a veces pasan días sin que me bañe.

    Puede ser... es que mi mente vaga en el mundo de Daniel y sus personajes. Cada vez que escribo sobre él aprendo algo nuevo. Tenemos mucho en común, salvo lo del alcoholismo, yo apenas tomo un vinito en la cena. Me gusta descubrir cosas de él que a la vez son mías. Algunas me gustan, otras no tanto. Pero el mundo donde vive y cómo se cruza e interactúa con los personajes que él mismo creó, eso sí es atrapante, y da para muchas páginas.

    31/03/2004

    Hoy me pasó algo increíble: me echaron del trabajo. Me dijeron que me quedaba un mes para buscarme otra cosa, pero que debido a la disminución de mi performance, no podían retenerme. ¿Será que me estoy distrayendo demasiado con Daniel? La psicóloga de la compañía me diagnosticó depresión y baja autoestima. Pero yo tengo la autoestima bien, me gusta lo que hago —escribir— y lo hago bien.

    Pero eso no es lo increíble, ¡lo increíble es que en la calle me crucé con Daniel! Estaba caminando a la parada del autobús para volver a casa. Venía contrariado por la marejada de sentimientos encontrados que me había provocado la noticia de la pérdida de mi trabajo. Por un lado debería buscarme otra fuente de ingresos, pero por otro tendría todo el día para hacer lo que me gusta. Quizás podría incluso escribir para ganar dinero, ¡la novela de Daniel seguro se vendería bien! Venía cabizbajo, mirando al suelo, cuando a un tipo frente a mí se le caen unos papeles. Lo ayudé a levantarlos y me agradeció. Nos pusimos a hablar y, oh casualidad, el tipo se llama Daniel, ¡y es escritor! Le comenté que yo también escribía, y que justo estaba con una novela con un personaje con su nombre. Asombrados por la coincidencia, terminamos tomando un café en el bar de una esquina.

    05/05/2004

    Mi mujer se fue de la casa, me dejó. Me explicó que yo ya no era el tipo que la enamoró, que había perdido mi trabajo y que vivía frente a la computadora. Me lo veía venir. Hace tiempo que no teníamos intimidad, hablábamos poco y cuando lo hacíamos era para discutir.

    Se lo comenté a Daniel, y me invitó una copa. Me lo cruzo todos los días; a veces damos largas caminatas y nos contamos nuestras vidas, o simplemente nos tomamos algo. Un gran tipo ese Daniel. Está escribiendo algo muy bueno, solo me habló de ello, pero pronto me lo va a pasar para que lo lea. Me ayuda hablar con él, creo que he encontrado un gran amigo.

    25/05/2004

    Ayer —¿o fue antes de ayer?—, vino mi señora a casa. Me gritó a la vez que me miraba preocupada. Una mezcla de sentimientos que no supe entender. ¿Habrá sido por la botella de whisky en mi escritorio? Estaba en lo mejor de mi novela con Daniel.

    Hoy vinieron unos tipos a casa. Vinieron a llevarme. «¿A dónde me quieren llevar?» les pregunté con calma. «A un lugar más seguro para usted», me respondieron. No entendí por qué lo decían. Les dije que aguardasen, que Daniel estaba en una escena de riesgo: era perseguido por el antagonista de su propia novela, ¡su vida corría peligro!

    Está bien, quizás haya descuidado un poco la higiene de la casa... y la personal. Bajé algunos kilos, quizás, no lo sé.

    Al finalizar el párrafo en el que estaba, no pude resistirme, eran más fuertes que yo. Solo pedí llevar mi computadora conmigo para poder seguir escribiendo y salvar a mi amigo Daniel.

    09/06/2004

    Este lugar está bien, aunque extraño mi escritorio... y el whisky. Daniel me vino a visitar hoy, como todos los días. Me contó cómo un tipo lo había perseguido por unas calles oscuras la otra noche. Me asustó un poco. Se había escapado por los pelos. Me dijo que no me preocupe, que él estaba ahí para cuando lo necesite. Mientras tanto sigo escribiendo. Tuve que robar papel y un crayón porque me sacaron la computadora. Dicen que es parte de mi tratamiento. ¿Tratamiento de qué? Si yo estoy perfecto, amo lo que hago, y hago lo que amo, ¿qué más puedo pedir?

    ¿?/06/2004

    Estoy a punto de finalizar la novela de Daniel, pero por alguna razón él no me deja. Todavía lo veo de vez en cuando, aunque desde que me hacen tomar la pastilla verde me da mucho sueño y no siempre estoy despierto cuando viene. Necesito hablar con él, necesito saber cómo va su novela, qué avances ha hecho, y que me ayude a resolver la mía. En los últimos capítulos me he metido en un embrollo que no sé cómo remediar. Tengo sueño.

    ¿?/¿?/200...

    ¿Qué hago aquí? ¿Dónde está mi amigo Daniel? Hace mucho que no lo veo... que no escribo de él. A él. Creo que se fue... ¿No me vino a despedir? Daniel... amigo, ¿dónde estás?

    Solo duermo. Veo los árboles. Y escribo.

    Libro de biología o cómo nace la ciudad literaria

    Juan Fernando Mondragón

    Cuando los cuentos nacen poseen una estructura, diríase, unicelular, y sus funciones biológicas son básicas: les gusta mantenerse despiertos solo por algunos minutos, emitir alguno que otro sonido esencial y rudimentario, venido de lo profundo de sus entrañas elementales, para el resto del día dormir. Apenas alcanza uno a saber qué cosa cuentan. En la comunidad se ha llamado a estos seres primitivos nanorrelatos, o lo que en correcto anglosajón se conoce como flash-fictions.

    Se ha dado el caso de nanorrelatos que no les da la vida para madurar a un estado celular más complejo, y aun así, en perpetuo estado procariota, perduran, se quedan, la gente los sigue leyendo en su esencialidad celular. Pero la mayoría, haciendo valer la estricta ley de la evolución, crecen, se agrandan, procrean y multiplican. Pasan por una adolescencia frenética que los convierte en cuentos cortos y llegan a la adultez, en donde adquieren la debida carta de ciudadanía llamándose a sí mismos cuentos largos. En este punto, sus derechos y obligaciones ya son otros. Confiados de la fuerza que les confiere su extensión, viven convencidos de que llevan sobre sus hombros a toda la sociedad literaria, y les molesta la grácil rebeldía de los cuentos cortos, y miran a las crías, los nanorrelatos, de costumbres casi salvajes, con ternura y condescendencia, hasta que los años los acaban encogiendo también a ellos, bajo el fardo de la vejez, en una bolsa biológica de huesos encorvados, palabras cansadas y carne succionada, tan olvidadizos de sí que el cuento que cuentan se siente siempre de una nostalgia irremediable.

    Así van esperando su ocaso, con paciencia, en el asilo de los microcuentos, con la certeza de que lo que todavía pueden dar es sabio y justo. Yo puedo dar fe de ello.

    El elefante y la  paloma

    Ricardo Francisco Covelli

    Me obsesionaba saber si el borrador de mi último trabajo, El elefante y la paloma, podía atraer la atención y entusiasmar a mis lectores. Es una sensación repetitiva cuando creo haber culminado un cuento o una novela. La idea fija era tal que días y días implicaba un debate interno en saber si era correcto el enfoque que pretendía darle. Noches prolongadas intentaba ponerme en la piel del leyente y encontrar respuestas... imposible ser objetivo.

    Mi fatiga mental derivó uno de los tantos anocheceres en un sueño profundo casi real.

    Me encuentro en una gran ciudad gris, fría, cubierta por una copiosa nieve. Reconocí a Fiódor Dostoievski desde la vidriera de un bar de intelectuales en San Petersburgo, sentado frente a una mesa redonda donde se desplegaban hojas, plumas y un tintero.

    —Maestro, tendría unos minutos para dedicarme.

    —Por supuesto, siéntate. ¿En qué puedo ayudarte? —Interrumpió su trabajo y gentilmente se puso a mi disposición. —Soy escritor, tengo preparado un manuscrito... —Ya sé. Quisieras la opinión de un tercero. —Maestro, usted va a marcar un estilo... —¿Cómo sabes?, permíteme leerlo.

    Al cabo de una hora...

    —Te daré mi opinión. Noto que te gusta incursionar en el análisis de las emociones humanas, las patologías, las personalidades, los traumas. Es parte de lo que yo llamo el universo psicológico. Casualmente estoy escribiendo una novela, Crimen y castigo, también de carácter psicológico, con la que busco transmitir grandes cuestionamientos... Piensa que la novela psicológica puede entenderse como la novela del hombre interior.

    Al despertarme de ese sueño tan real, entendí que mi trabajo estaba enfocado dentro de esa estructura, pero me faltó saber si lo había aprobado.

    Entonces queda revisar las veces que sean necesarias, corregir y adelante...

    «Solía pensar que era la persona más extraña del mundo, pero luego pensé que hay tanta gente en el mundo. Debe haber alguien como yo que se sienta entraño y tenga defectos de la misma manera que yo».

    —Frida Kalho.

    El calendario indicaría jueves veintiuno de agosto de mil novecientos veintinueve. Los protagonistas de esta unión matrimonial, Frida y Diego, y una diferencia de más de veinte años entre ambos.

    Una mirada a ese cielo brillante con la luna de tonalidad naranja conformaba un paisaje inconmensurable, difícil de describir.

    Tomados firmemente de la mano.

    —Diego, fíjate la noche que este agosto nos regala...

    —Frida, no dudes que es mirando el cielo como nos hacemos planteos trascendentes. En mi caso, desde hoy sos y serás mi única musa inspiradora...

    —Cierro los ojos e imagino remolinos en el cielo, estrellas estilizadas, una luna radiante, un pueblo... ¡El nuestro, Coyoacán!

    —El cielo de Van Gogh es una representación onírica de toda su obra. No pierdas la perspectiva que expresa, lo turbulento de sus emociones y esos son los remolinos que se mueven a lo largo del lienzo. Entiende, en tus obras, lo onírico son tus rostros. Tus vestimentas típicas, tus sentimientos, tus contradicciones, tus fantasías...

    La presencia de amigos, artistas, militantes políticos le da colorido

    y bullicio a esa fiesta en una terraza del pueblo.

    Un banquete ambicioso con platos regionales acompañados de abundante alcohol, curiosamente bajo la supervisión de Lupe, exesposa de él que, a la hora de los postres, dio la nota desacorde, abalanzándose sobre Frida, levantándole la falda del vestido para dejar expuestas sus piernas desiguales.

    —Y esto, Diego, ¿me lo podes explicar?

    —Frida, está claro, lo hace por despecho... me quiere golpear a mí a través tuyo.

    La novia soportó con templanza el desaire, aunque su alegría y humor fue menguando y su rostro lo expresaba.

    Luego del brindis y por la ingesta desmedida de bebidas, Diego comenzó a disparar con un rifle al aire ante la mirada atónita de los invitados. Muchos procuraban ponerse a resguardo, otros huyeron. Ella intentó detenerlo, él bruscamente la empujó, haciéndola caer al piso. Solo atinó a mirarlo fijo, molesta. Se retiró de la celebración.

    Sería el comienzo de una relación con dos personajes divididos entre sus deseos, pulsiones y aspiraciones artísticas.

    Años atrás...

    Frida había padecido serios reveses en su salud, como la poliomielitis a los seis años. De adolescente sufrió un grave accidente en el autobús en que viajaba, lo que devino en lesiones gravísimas. Necesitó treinta y dos operaciones para intentar reparar su castigado cuerpo. Durante el período de recuperación  y estando inmovilizada, no podía ver mas que el techo de su habitación.

    —Madre, necesito alguna actividad, hacer algo a pesar de mis limitaciones, tengo temor a enloquecer. ¡Quiero pintar!

    —Frida estoy para ayudarte... ¡Lo vas a lograr, no lo dudes, hija!

    Y así, con un caballete especial pinta su primer óleo inspirado en una amiga que la visitaba regularmente en su convalecencia y algunos autorretratos.

    En una etapa de mejoría, Frida tomó la decisión de ir a ver a Diego para mostrarle sus trabajos, aprovechando que él realizaba un conjunto de murales.

    —Maestro, me gustaría su opinión.

    —¡Tienes talento! Sigue pintando...

    Ella quedó embelezada con el hombre y el artista, amor a primera vista.

    Luego del casamiento...

    En lo que respecta a Frida, su obra marca un estilo propio: la indagación del arte indígena azteca y la exhibición de su sufrimiento físico y emocional, por sus graves problemas de salud y su huracanada vida junto al consagrado muralista.

    Asumía la idea que era menos que su marido y no por la contextura física de uno y otra, sino por considerarlo un talento superior...

    En ese contexto pintó un retrato que refleja la situación de la pareja luego de la boda. A él se lo ve portando en su mano derecha la paleta y los pinceles... los atributos del artista. El traje tradicional con su icónico poncho rojo vestía su físico diminuto. Ver cómo su mano descansa en la de Diego puede interpretarse como que él la sostiene. Ella en cambio no embelleció ninguno de sus rasgos femeninos y en cambio le agregó elementos antiestéticos.

    La infidelidad era una práctica continua. La olla desbordó cuando Frida se enteró de que la amante de turno era su hermana menor. La traición fue un golpe duro de asimilar. Amores lésbicos fue la réplica.

    El fracaso de su matrimonio puede verse reflejada en un lienzo, se la ve con un collar de espinas y un colibrí. La observación del mismo refleja la firmeza de su mirada y un rostro que trasluce dureza. Si bien el colibrí es un ser auspicioso, colgado muerto en un collar de espinas tiene una connotación opuesta... decepción. 

    Tuvo que superar un sinfín de alucinaciones y demonios que cruzaban amenazantes por las paredes azules y el techo del dormitorio de su casa, un paisaje tenebroso. Pensó que su vida se derrumbaba, pero su fuerza interior era superadora. ¡No la atemorizaba! Estaba acostumbrada... viejos conocidos de años que la acompañaban incondicionalmente y perturban largas noches de desvelo. 

    Le comentó a Chavela, su fiel amiga, que intentó ahogar sus penas en el alcohol, ¡pero las condenadas aprendieron a nadar!... Su vida estaba a la deriva.

    Su desahogo era pintar. Esa pasión que disfrutaba la transportaba a sitios que difícilmente existan en la vida terrenal, su verdadera y única terapia.

    Con su magia aparecen las flores, las aves, animales, autorretratos. Un universo colorido, un estilo sin ataduras que le permite respirar libertad y perder la noción del tiempo... hasta el éxtasis,

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1