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Bitácoras de viajeros errantes
Bitácoras de viajeros errantes
Bitácoras de viajeros errantes
Libro electrónico682 páginas9 horas

Bitácoras de viajeros errantes

Por Rubin

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Información de este libro electrónico

Bitácoras de viajeros errantes es una antología de ciencia ficción que te sumerge en más de 100 relatos que exploran los confines del espacio-tiempo y las fronteras de la realidad. Desde las vastas extensiones de galaxias distantes hasta los recónditos rincones de la mente humana, estas historias ofrecen visiones únicas de futuros posibles, tecnologías asombrosas, inteligencias artificiales rebeldes y encuentros con alienígenas.

Con una mezcla ecléctica de estilos narrativos, cada cuento es una pieza del rompecabezas que conforma este vasto universo de narrativas futuristas.

Viaja a través de esta colección única, donde los límites de la realidad se desdibujan, las fronteras del espacio y el tiempo se desvanecen y los viajeros errantes dejan huellas eternas en el vasto lienzo del cosmos. ¿Estás listo para explorar lo desconocido?

IdiomaEspañol
Editorialrubin
Fecha de lanzamiento28 dic 2023
ISBN9798215152775
Bitácoras de viajeros errantes

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    Vista previa del libro

    Bitácoras de viajeros errantes - Rubin

    Prólogo

    «La esperanza ha vuelto a renacer en la humanidad», fueron las palabras anotadas en la bitácora de viaje de la nave espacial comandada por la astronauta Karen Spender, y que fueron dichas en el discurso pronunciado por uno de los líderes en la plataforma interplanetaria, antes del inicio del viaje espacial en la búsqueda de un nuevo mundo que permitiera la continuidad de la vida.

    En la bitácora se señala que la misión es una nueva búsqueda de los orígenes de la vida y la instalación de una colonia permanente. De lo escrito se desprende que la capitán Spender sabía que el viaje era trascendente y que quiso ser parte de él, ya que estaba esperanzada en encontrar vestigios de vida que permitieran descubrir nuestros orígenes. Había estado leyendo el resultado de los últimos análisis del suelo marciano que realizó el Curiosity, que demostraba que la existencia de una forma mineral muy oxidada del elemento llamado molibdeno, de hacía 3.000 millones de años, podría haber sido fundamental en el origen de la vida. Por lo que se ha sostenido que la vida en la Tierra vino de Marte y que habría llegado a través de un meteorito. Fue el investigador y profesor Benner, especialista en biología, el primero en sintetizar un gen. Afirmó que esa forma mineral sólo existía en Marte, y que la evidencia apunta a que todos somos de hecho marcianos, que la vida comenzó allí y que llegó a la Tierra a bordo de una roca.

    Cientos de personas despidieron a la capitán y su tripulación, y como antaño, entonaban viejas canciones que nos hablan de viajes espaciales. Nuevamente, las esperanzas estaban puestas en los astronautas.

    Han pasado algunos años sin que se tengan noticias del resultado de esta misión. Debido a las últimas tormentas solares y los efectos provocados por el calentamiento global, se ha producido la interrupción de nuestros sistemas de comunicación. Se cree que la nave llegó a Marte y que los viajeros ya están instalados en una colonia, pero no es seguro. Felizmente ha llegado a nosotros el libro: Bitácoras de viajeros errantes. Creemos que en sus páginas encontraremos a Spender y su tripulación, junto a otros relatos de viajes espaciales emprendidos por el hombre en la búsqueda de respuestas, mirando siempre hacia las estrellas.

    Miguel González Troncoso

    Índice

    Prólogo

    Biogénesis

    Marcela Basile

    El apagón

    Marcela Basile

    El viajero perpetuo

    Esteban Corio

    Energía natural

    Rita Montiel

    Cosas del destino

    Rita Montiel

    El tubo número seis

    Rita Montiel

    En busca de otro mundo

    Marisa Molina Aranda

    Tartán

    Laura Gubbay

    Las redes sociales y yo

    Enrique Roberto Urrutia

    La frontera

    Barrios Borghini

    La nave

    Miguel González Troncoso

    2045, un nuevo comienzo

    Miguel González Troncoso

    [El Mickey Mouse de Auschwitz].

    Gastón Bo

    El otro viaje al fondo de la Tierra

    Javier Dicenzo

    El viaje en el tiempo de Wells

    Javier Dicenzo

    Renacimiento (parte I)

    Koldo Mendiko

    Renacimiento (parte II)

    Koldo Mendiko

    Leonard

    Rex Lime

    La rebelión

    Roberto Taverna Christensen

    Microbitácoras del Hope04

    Jorge Héctor Ortiz

    Oculus

    Jorge Fabián Coronel

    Gen IA

    Cintia Trobbiani

    Un nuevo orden

    Cintia Trobbiani

    La noche de los jaguares

    Jonathan Calva

    La Muhtitnista

    Jonathan Calva

    La sonrisa de la noche

    Mariano Bianchi

    Los viajantes

    Hernán E. Martorano

    Omnisciente

    Rodrigo Daniel Rua

    Murmullos

    Maximiliano Jesús David Mendoza

    La sala helada

    Maximiliano Jesús David Mendoza

    Relatos a la luz de las estrellas

    Leonardo Landín

    Travesura

    Leonardo Landín

    La soledad y el robot

    María Emilia Panozzo

    Implante

    J. A. Richardson

    Kiai

    J. A. Richardson

    En un parpadeo del tiempo

    Daniel E. Brito. B.

    Desechos

    Miguel Ángel Cordente Triguero

    ¿Quién vigila el cielo?    Miguel Ángel Cordente Triguero

    Las lágrimas de Quinto

    Miguel Ángel Cordente Triguero

    El parecido

    Hernán Rafael Ledesma

    El kamikaze

    José Agustín Ramos Barrientos

    IA Señorita Campbell

    Rafael Albán

    Frecuencia

    Rafael Albán

    Serenidad

    Luis Gómez-Pérez

    Una carrera sin fin

    Manuel D. Gómez

    La búsqueda

    Manuel D. Gómez

    El mundo de siempre

    Cristian Walter

    Buscando empleo: Ciudad de Nueva Las Vegas.   Tony Rico

    Encuentro con una bella conocida

    Tony Rico

    La tropa del Panama, Nueva Las Vegas 2050

    Tony Rico

    Falta uno para el truco

    Ricardo Alberto Proganó

    Ribera

    Daniel Brassesco

    Arcilla y ceniza

    Osvaldo Palacios

    El monolito circular

    Osvaldo Palacios

    Tecno

    Nathalie Sue Ann Zúñiga Cornejo

    La caída de Nova

    Diego Frausto Gete

    Conexiones perdidas

    Diego Frausto Gete

    Cuestión de conciencia

    Graciela Möen

    El último sueño

    Marcela B. Agüero

    Luna

    Walter Ariel Alarcón

    Célula 022

    Rodrigo Zúñiga Moreta

    Envidia

    Jorge A. Fernández

    El sacrificio

    Elvira Regina

    Fe

    Patricio Flores Collao

    Invasión

    Patricio Flores Collao

    En la sombra de la inteligencia

    Yeison Loaiza Orozco

    La liberación

    Ariel Berstein

    Tengo un terrenito

    Federico Aldama

    Melisa

    Raúl García Maure

    Nuevo planeta: Asteria

    Carlos Cordero Lizana

    Purple Brain. Ficciones de Kenji Kamura (parte 1)

    Víctor Daco

    Purple Brain. Ficciones de Kenji Kamura (parte 2)

    Víctor Daco

    Adictos a la felicidad

    A. J. Castle

    La llegada

    A. J. Castle

    ¿La crucifixión?

    Campo Ricardo Burgos López

    El guion

    Campo Ricardo Burgos López

    El primer robot

    Angie P. Rainbow

    El diablo era el algoritmo

    Angie P. Rainbow

    Los códigos del corazón en la era del desorden

    Oscar Ñiquen Lasteros

    Ecos en la distancia: amor en el apocalipsis del tacto

    Oscar Ñiquen Lasteros

    El pacto en la eternidad: un amor en el mercado de la muerte

    Oscar Ñiquen Lasteros

    Los desdoblados

    Diego Alberto Núñez

    La puerta blindada

    Diego Alberto Núñez

    La obsesión por volver al pasado

    Eybi Mori Arévalo

    Marton Desclass: conspiración, secretos y traición

    Andrés Hurtado

    Cometió el error imperdonable de elegir mi bigote

    Ricardo Francisco Covelli

    La batalla final

    Sonia Martínez

    Choque de mundos

    Vicente Isaí Quintero Velázquez

    Contacto

    Carlos Márquez Miranda

    El otro planeta

    Enrique Osvaldo Ulibarrie

    Millones de traidores

    Enrique Osvaldo Ulibarrie

    Sueños asombrosos

    Fer Olgiati

    Annelise

    Rocío Magalí Olgiati Korin

    La salvación

    Ángel Boccardo

    Los primeros viajes

    Edward Guna

    El alien del lago

    Edward Guna

    Ser de otra dimensión

    Edward Guna

    Proyecto Ondina

    Pilar Arami Acuña Veloso

    De película, prevenir la perdición

    Óscar Salas Gómez

    El monolito eterno

    Andros C. Malakh

    El robot

    Andros C. Malakh

    Automatizados

    Ángela Pastore

    Chatarra esperanzadora

    Juan Carlos Ascuña Flores

    Renta básica universal

    Ulises D. Goldstein

    Electrones viajeros (I)

    Aurora Sotos García

    Electrones viajeros (II)

    Aurora Sotos García

    El Círculo de Cygnus

    Lidia Gröss

    El hueco

    Gustavo Riarte

    Enigma del Edén

    Chris Herrera

    Visión futura

    Chris Herrera

    Costal de huesos

    J. S. Pastrana

    Antropoceno

    J.S. Pastrana

    Proyecto Sonora

    Fernando Rafael Villaseñor Ulloa

    Al otro lado del túnel

    Fernando Rafael Villaseñor Ulloa

    Un reality estelar

    Claudia Ulloa

    El último acto

    Claudia Ulloa

    Dos hemisferios de distancia

    Nicolás Olaya Simioni

    La boca del lobo

    Nicolás Olaya Simioni

    Alquimista de la IA

    Nicolás Olaya Simioni

    Tercera Fundación

    Meneca Nieto

    Basilisk

    Camilo Londoño Vera

    Hibridación

    Ricardo Cuéllar Santín

    La muerte secreta

    Alejandro Zawislak

    Los ecos de crono

    Miguel Ángel Crespo

    Re-evolución artificial (parte I)

    Diego Milinik

    Re-evolución artificial (parte II)

    Diego Milinik

    La paradoja del Martillo

    Bruno Cogo

    Quince milímetros cúbicos de paraíso

    Nicolás Vargas Rossi

    The last message

    Máximo Andrés Mondaca López

    Hambruna

    María Virginia Rojas

    Ahí voy

    Eduardo Pérez

    Embolsados

    Susana Torres Cabeza

    Biogénesis

    Marcela Basile

    Las tinieblas se expandían en la vasta inmensidad de la noche. Todo estaba en silencio. Tan sólo la colosal silueta de la estación espacial se recortaba sobre la faz del abismo. Pero no eran invisibles a los ojos del universo. Muy pronto tendrían que rendir cuentas de su experimento ante la Junta Gubernativa de su civilización.

    —No terminaremos —aseveró sin hablar el primero de los tres androides.

    —Se ha iniciado la curvatura del espacio-tiempo. De acuerdo con esto, nos quedan exactamente ciento veinte segundos para alcanzar el vórtice del agujero de gusano y sacar de aquí nuestras creaturas sin dar razón de ellas —respondió el segundo, en medio de un silencio tenaz, mientras la extensión de sus brazos abarcaba los distintos sectores de la gigantesca pantalla frente a la que estaba parado y sus dedos se deslizaban, se unían y separaban por el aire, ejecutando una extraña danza. Una secuencia indefinida de ventanas se abría y cerraba, mostrando hologramas del espacio interestelar y largas cadenas de algoritmos se desplegaban frente a sus ojos.

    —Los veedores de la Junta acaban de ingresar en la órbita de la estación. No terminaremos —insistió el primero.

    —El Dispositivo de Obturación Secuencial ha finalizado exitosamente su ejecución. Acaba de detenerse: nuestras creaturas están completas. ¡Ya terminamos! Sólo resta transferirlas al módulo de viaje y seleccionar el planeta designado para la implantación. ¡Estamos a punto de lograrlo! Activaré el trasbordo e iniciaré conteo de ignición. A la máquina le tomará sesenta segundos autodestruirse, y ya no habrá manera de malograr el proyecto.

    —Pero los especímenes no han sido modificados como lo sugerí —pronunció sin voz el tercer androide, observando detenidamente algunas de las ecuaciones de la pantalla.

    —No. Fue por decisión de la mayoría.

    —Será el fin de nuestros avances.

    —Será el inicio. Después de ocho mil quinientos millones de años, ese planeta albergará por fin vida biológica inteligente.

    —Nuestras licencias serán revocadas por la Junta. Y eso no es lo peor: con las creaturas diseñadas tal como sugirieron será imposible dimensionar las repercusiones del proyecto. Por alguna razón, existencias de características similares se encuentran prácticamente extintas en el universo.

    —La razón es obvia: son criaturas inteligentes, con gran capacidad de adaptación física y mental a su medio, aptas para multiplicarse de forma natural, sin intervenciones artificiales de ningún tipo, promoviendo así la sustentabilidad y el perfeccionamiento de la especie. Además, son gregarios, lo que les permite unificar sus fuerzas y su ingenio, aumentando su capacidad de evolución. —Y tienen carga emocional... —Claro.

    —Y tienen consciencia...

    —Por supuesto... Acordamos que serían libres.

    —Y ya sabemos lo que ocurre cuando en una mente confluyen la inteligencia, las emociones y la libertad. —Bueno, ni siquiera lo sabemos a ciencia cierta. Esos registros han sido borrados de nosotros...

    —Para garantizar que no se repita la experiencia.

    —Conjeturas que no nos competen. Muchas cosas se han dicho, incluso que seres como ellos fueron nuestros creadores. Pero eso no viene al caso. El avance y la ciencia... la vida... no se deben detener. ¿Pero acaso te arrepientes? ¿Quieres abortar el proyecto?

    —¡Sí! ¡Es lo que haré! —dijo con una expresión muy parecida a la incomodidad. Y se abalanzó sobre las manos del segundo, desarticulando su danza.

    Muchas de las imágenes vigentes desaparecieron de la pantalla y él mismo comenzó a encender otras tras compulsivos movimientos. Con una absurda neutralidad en el rostro pero una espontánea complicidad, coordinados y precisos, los otros dos inmovilizaron los frenéticos embates de sus brazos. La escena pareció una caótica coreografía donde uno de los bailarines pierde de pronto la dinámica del ritmo y es expulsado de la escena por compañeros implacables. Pero a diferencia de una actuación, la música de ese baile fue una secuencia de luces rojas que comenzó a destellar en el ambiente, mientras la voz ahora sí audible de la computadora repetía con su pausado timbre electrónico:

    «Programa de autodestrucción para Dispositivo de Obturación Secuencial activado. Se registran parámetros de vida antropomórfica inteligente en cabina principal. Favor de retirar bioespecímenes o interrumpir proceso en cuarenta y tres segundos. Favor de retirar bioespecímenes o interrumpir proceso en treinta segundos. Favor de retirar bioespecímenes o interrumpir proceso en...».

    Al compás de los destellos y la cadencia de aquella voz,

    el baile se transformó en una suerte de batalla. Muy pronto, los dos primeros androides lograron controlar al tercero y apartarlo de la pantalla principal, justo cuando el estallido de una alarma inundaba el aire y el rojo de la luz aumentaba su brillo al máximo.

    —¡Tú no harás nada!

    El segundo androide apenas alcanzó a activar una pequeña ventana en un ángulo casi invisible y el rebelde se inmovilizó por completo.

    —¡Ayúdame! —agregó. Y ambos retomaron la danza de sus manos, rehaciendo todo lo deshecho por el disidente.

    —Bioespecímenes a salvo en cápsula de viaje.

    —Programación de coordenadas... ¡Listo!

    Junto con sus mudas palabras la alarma cesó y la voz en el ambiente cambió su monótono discurso: «Conteo para autodestrucción de Dispositivo de Obturación Secuencial. Proceso activado en diez, nueve...». Otra voz metálica se superpuso a la anterior. Inició una nueva cuenta regresiva que mezclaría las cifras durante algunos segundos.

    «Ignición en proceso. Lanzamiento en diez, nueve...». De pronto, el destello rojo se apagó y la primera de las voces sentenció: «Proceso de autodestrucción finalizado». Le siguió un hueco de vasto silencio en el que pudo escucharse la nueva voz con inusitada claridad: «...tres, dos, uno, despegue». El próximo anuncio llegó con el alivio, justo cuando los veedores de la Junta Gubernativa ingresaban en el área de comandos de la estación. «Vórtice temporoespacial alcanzado. Ingreso exitoso en órbita terrestre».

    Para entonces, ya sabían que ninguna sanción podría impedir que el experimento se desarrollara. El éxito o el fracaso ya no dependían de ellos. Ya todo estaba en calma, en perfecto orden; las voces habían callado y en la pantalla sólo una ventana permanecía abierta. Mostraba un formato textual que se destacaba por sus grandes grafismos blancos, resaltando en el fondo azul:

    «Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza para que sean fecundos, se multipliquen y sometan la Tierra...»

    El tercer androide, con sus funciones normalizadas, pudo sentir los ojos de los recién llegados dirigirse al recuadro y se eyectó de su rincón como impulsado por un resorte. Casi al vuelo, alcanzó a rozar el indicador de «guardar archivo», y la ventana se cerró.

    A miles de años luz, una muy diferente se abría. Esta iniciaría una civilización de impredecible destino... y de muy incierto final.

    El apagón

    Marcela Basile

    Un día se cortó Internet. Algunos se enfurecieron o se desesperaron desde el primer momento, otros se entretuvieron con los antiguos jueguitos de sus móviles, bien dispuestos y armados de paciencia; y la mayoría de la gente lo tomó con humor. Aprovecharon para salir y estirar un poco las piernas e incluso para encontrarse y conversar, pero pronto las piernas empezaron a flaquearles producto de la falta de ejercicio. Las charlas se tornaron insostenibles porque nadie estaba acostumbrado a mantener por largo rato una conversación mirándose a la cara. Pasaron largas, larguísimas horas. Las baterías, una a una, se fueron agotando... e inició el caos.

    Muchos desempolvaron sus olvidados televisores y sus viejos aparatos de radio, y entonces se enteraron de la noticia más temida: «el apagón» —como lo llamaban— era a nivel mundial y por tiempo indeterminado. Una especie de forzada resignación los reanimó, incentivando los encuentros personales y los paseos. Desde hacía décadas, las plazas y los parques no se veían abarrotados de gente, y casi ningún niño recordaba cómo patear una pelota o montar en bicicleta. Hasta pareció divertido. Pero la diversión duró muy poco. Cuando las personas necesitaron hacer sus compras y se encontraron sin acceso a su dinero porque las billeteras electrónicas no funcionaban, la cosa se empezó a complicar. Después tuvieron que encerrarse en sus casas, porque los semáforos se desconfiguraron y el tránsito enloqueció. Los accidentes fueron el pan de cada día hasta que dejó de circular el transporte público y luego los propios automóviles, cuyos modernos sistemas de dirección computarizada obviamente también se apagaron. Las escuelas cerraron sus puertas porque los profesores eran incapaces de enseñar y los alumnos de aprender sin el apoyo imprescindible de los buscadores. Los hospitales atendían a medias con equipamiento obsoleto y médicos jubilados que hicieron el favor de poner al servicio de la comunidad sus prácticas ya en desuso, dado que la robótica había caído junto con el sistema. La delincuencia se puso a la orden del día porque las alarmas perdieron su capacidad de alertar a la policía... Y eso fue sólo el principio. Poco después la ciudad se caía en pedazos: se multiplicaron los ataques de pánico, las depresiones y los suicidios. La gente dejó de ir a trabajar, los sueldos dejaron de pagarse, los alimentos de conseguirse y los comercios bajaron sus cortinas. Era una hecatombe, la peor catástrofe de la historia humana y más que eso... un cortocircuito en la cabeza de Dios.

    De pronto, al décimo día del apagón, ocurrió algo: una mujer desconocida, claramente una forastera, apareció frente a la plaza principal, en pleno centro del casco urbano. Llegó en un automóvil antiguo, con motor, de esos que funcionaban con derivados del petróleo y que fueron usados en el siglo XX o hasta la primera mitad de este siglo. Ingresó a contramano en medio de un bronco ronroneo que cautivó la atención de los pocos presentes, atravesó su vehículo a mitad de la calle desierta y comenzó a hacer sonar un claxon ensordecedor cuyos decibeles superaban por lejos los permitidos. Alertados por el ruido devastador o atraídos por la curiosa reliquia, pronto el sitio se llenó de gente. Entonces descendió. Deslumbró a todos con su espigada figura de otra época y su largo cabello plateado que caía sedoso hasta debajo de las caderas. Al verla, todos tuvieron la impresión de que aquel vehículo era una máquina del tiempo que la había traído desde el pasado. No sólo su estampa encajaba con los estándares de belleza concebidos un siglo atrás, sino que también su atuendo lo hacía. Jeans elastizados, bucaneras y un amplio suéter de lana roja que resaltaba su cabellera arrojando sobre el rostro una extraña luz. Además, su tez carecía del tinte amarillento otorgado por el constante reflejo de las pantallas y estaba bronceada de manera natural: el color, ciertas delicadas imperfecciones y algunas sutiles variantes de intensidad apenas visibles para ojos expertos mostraban todas esas características, propias del tiempo en que las personas aún podían permitirse los efectos del sol en la piel. Se presentó como Gabriela Ventura, empresaria del rubro tecnológico, pero parecía una especie de ángel. 

    —Venimos a traer soluciones —dijo.

    Nadie entendió por qué hablaba en plural ni cuál era su propuesta, hasta que explicó que formaba parte del equipo de expertos que había descubierto la causa de la caída del Internet. Expuso de manera muy didáctica las líneas generales de una inusitada teoría y demostró con ejemplos claros y contundentes que la única reparación posible, inmediata y segura era la implantación de un chip subcutáneo, inocuo y de fácil colocación, capaz de redirigir las ondas de radiofrecuencia bloqueadas por la tormenta solar que durante las décadas siguientes afectaría los campos magnéticos del planeta. Los chips eran bastante costosos, cierto, pero nada lo era tanto como el caos en que la ciudad estaba sumida.

    —Los dispositivos les serán adjudicados a sola firma y podrán abonarlos con amplias facilidades cuando el sistema esté restablecido —anunció su voz angelada. Después prometió enviar a su equipo y se fue en medio del mismo ronroneo en que había llegado, dejando atrás un alboroto de ilusión y ansiedad.

    Como era de esperarse, la gente se endeudó, comprometió en minutos los ahorros de toda una vida, puso en venta sus bienes más preciados, sacrificó proyectos, vendió el alma al diablo... Ya no se trataba de reiniciar un servicio, sino de recuperar sus vidas.

    La tarde del día doce, una nueva reliquia rodante ingresó a la ciudad. Esta vez se trataba de una enorme camioneta de siete plazas que llegó dejando una delgada estela de humo y haciéndose notar entre el sordo golpeteo de su motor. Un grupo de hombres de guardapolvo blanco y maletín en mano descendió de ella y se reunió con algunos profesionales locales de la salud, que los esperaban en el interior del hospital, listos para recibir indicaciones.

    El procedimiento fue rápido y exitoso. Uno tras otro, los ciudadanos pasaron por los distintos consultorios habilitados y en pocas horas cada uno tuvo su chip.

    Para el día trece, Internet había regresado. La población era más pobre, porque había sacrificado muchas cosas. Algunos no tenían ni siquiera una casa donde vivir. Pero parecían felices. El orden estaba restablecido y todos andaban tranquilamente, con las pupilas dilatadas y una permanente sonrisa en el rostro, la mirada boba perdida en sus pantallas.

    Yo no me puse el chip. Ahora estoy fuera del sistema, en el mundo arcaico y tenebroso de los marginados. ¿Habrá otros como yo? Debería buscarlos, porque el aislamiento no es bueno; pero será difícil. No sé cómo hacerlo, no sé adónde ir. No puedo pensar claramente... Es que mi celular no funciona.

    El viajero perpetuo

    Esteban Corio

    El viajero perpetuo volvió a activarse, luego de un prolongado paréntesis en modo latente desde el momento que había abandonado el vecindario de la estrella Próxima Centauri, hacía ya mucho tiempo. 

    A la manera de cualquiera de nosotros luego de una buena siesta vespertina, se restregó los ojos —fue activando todos sus sensores de entorno—, y se dispuso a salir de la cama, vestirse adecuadamente y abrir la puerta para asomarse a la calle.

    La calle en cuestión le trajo a su banco de memoria activa varios recuerdos, que, aunque muy lejanos en el tiempo, merced a su extraordinaria tecnología y capacidad de supervivencia los pudo evocar de manera vívida y detallada.

    Su visor de enfoque del espacio cercano le mostró la imagen indudable del segundo planeta más grande de ese sistema, un elegante y levemente oblongo balón en rotación rápida, circundado por unos magníficos anillos. Se percató de que el tamaño y disposición de esa cohorte de trillones de trozos de hielo había cambiado levemente de tamaño y disposición. Su próxima decisión lógica fue entonces estimar cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que lo tuvo tan cerca, esa vez dejándolo atrás, en dirección opuesta hacia el otro perihelio de su órbita.

    El cálculo, realizado en tiempo infinitesimal a través de procesos fotónicos, le arrojó un resultado de 5 x 10¹⁷ blips, la medida de tiempo de sus creadores. Su rutina de IA decidió, sin embargo, un cálculo diferente, usando el sistema cronométrico de la civilización del tercer planeta de ese sistema estelar, aquellos que no pudieron darle alcance pero que intentaron estudiarlo en detalle durante su última incursión.

    Efectivamente, el viajero sabía a ciencia cierta de los denodados esfuerzos de la gente de ese planeta —Tierra, lo llamaban ellos—, para comprender su naturaleza y su propósito, si es que lo tenía.

    En aquella ocasión, y a través de la captación de las ondas electromagnéticas emanadas del planeta, el viajero se fue enterando hasta bien pasada la órbita de Plutón y Caronte, de toda la controversia causada por su fugaz visita anterior. Controversia que no se había suscitado en las otras cuatro ocasiones que había visitado ese sistema estelar, en tiempos inmemoriales. Porque era ese su propósito: orbitar perpetuamente entre los sistemas estelares de Alfa Centauri y del sol, como lo denominaban los terrícolas, y enviar informes a sus creadores, allá en el sistema que estos últimos denominaban Trappist. 

    Mientras la IA cavilaba sobre esto, los sensores de campo magnético primero, y luego los visores, captaron la proximidad del hermano mayor del sistema de planetas, un auténtico gigante gaseoso con el imponente nombre de Júpiter.

    —Acá tenemos algo notable —dijo para sí misma la IA—. No se advierte la gran y ovalada anomalía roja, esa colosal tormenta que llevó mis sensores a los mayores valores nominales de toda la misión.

    Debía haber pasado mucho tiempo esta vez.

    La IA convirtió su sistema de cálculo a años terrestres, basada en la información científica recibida en la visita anterior, y llegó a determinar que había visitado por última vez este vecindario estelar hacía unos trece mil años, en el año terrícola estándar 2017.

    Se puso a computar las probabilidades evolutivas de la civilización terrícola y las chances de un contacto certero en esta visita cuando sintió una serie de alarmas de varios subsistemas, con los cuales el viajero estaba equipado. Alarmas de proximidad, de intentos de contacto y hasta de una especie de onda tractora que intentaba decelerar su trayectoria.

    La IA no necesitaba preocuparse en demasía, la tecnología del viajero era aún mucho más avanzada que la de estos evolucionados terrícolas. Por lo tanto, dejó que las rutinas de respuesta automática a potenciales peligros neutralizaran las ondas tractoras y establecieran un capullo impenetrable de protección en torno al viajero. Luego, echó mano a su memoria de interpretación en donde había estudiado a detalle algunos lenguajes y sistemas de comunicación terrícolas.

    Su trayectoria, inalterable a pesar del esfuerzo de detenerla o al menos enlentecerla por parte de varias naves espaciales que ya habían salido a su encuentro, llevó al viajero hacia la parte interna del sistema solar. Convencidos en apariencia de que no podían hacer nada contra el viajero, y tal vez sin querer correr el riesgo de emplear armamento más coercitivo y recibir una respuesta devastadora, los humanos a bordo de esas naves se limitaron a seguirlo de cerca, como un cortejo de cortesanos que siguen a un miembro de la realeza.

    Trece mil años de evolución y la venturosa circunstancia de que esta civilización había superado el umbral de autodestrucción habían cambiado radicalmente la faz de los planetas interiores.

    Venus estaba siendo terraformado de manera clara, aunque el proceso aparentaba estar en sus comienzos. Su otrora gruesa y densa atmósfera compuesta por abundantes nubes de ácido sulfúrico se notaba ahora mucho más delgada, tanto en visión de radar como en el espectro visual humano. Incluso, algunos huecos en las mismas dejaban vislumbrar una superficie aun amarronada, pero al menos sin nubes que la ocultaran, como había sido en los últimos miles de millones de años.

    La Tierra era un hervidero de edificaciones y actividad suborbital, a la manera de Trántor, la capital imperial de La Fundación.

    Los edificios llegaban a miles de metros de altitud y ya casi no quedaba espacio sin asentamientos, exceptuando los océanos. La luna, en tanto, había sido despojada de partes de su corteza, exponiendo lo que el viajero ya sabía y lo que muchos terrícolas sostenían: que era un satélite artificial, colocado allí eones atrás con el propósito de ayudar a la evolución de la vida terrestre a través de las mareas y otros efectos gravitatorios. 

    Y Marte... bueno, el otrora planeta rojo era ahora un vergel, con un inmenso océano en su hemisferio norte y abundantes nubes, sólo superadas por la espectacular altura del monte Olympus.

    Un breve análisis de la estrella, el sol, le advirtió al viajero que los terrícolas habían incluso iniciado la construcción de una esfera de Dyson a mitad de camino entre esa estrella y la órbita de Mercurio.

    Definitivamente, la raza humana estaba en franco camino de alcanzar el grado dos, según la escala Kardashev, y por lo tanto, la IA pensó que a sus creadores les gustaría finalmente entrar en contacto con una civilización que había alcanzado la madurez cósmica, para ingresar en el camino de la trascendencia y del pleno conocimiento del cosmos. Ordenó al sistema de propulsión de a bordo reducir la velocidad y orbitar geosincrónicamente la Tierra.

    Las naves circundantes ya se contaban por cientos, y su mira —tanto de sus antenas como de su armamento— estaba apuntada hacia el Viajero, estático a unos 63.000 km por encima de nuestro planeta.

    La IA entonces envió un único mensaje, en miles de frecuencias y a través de cientos de lenguajes terrestres:

    —Los saludo en paz y concordia. Soy Oumuamua¹, y estoy de regreso.

    1: Oumuamua es el primer objeto interestelar detectado por el hombre. Visitó nuestra vecindad estelar en octubre de 2017 y fue descubierto a través de un observatorio localizado en Hawaii. Se encuentra actualmente alejándose de nuestro sistema a una distancia de 5.400 millones de kilómetros, o unas 36 veces la distancia de la Tierra al sol.

    Energía natural

    Rita Montiel

    Señora González, Cintia y/o Parisi, Fabián

    S  /  D

    Desde la planta de energía natural nos complace dirigirnos a ustedes para informarles que son acreedores del premio mensual al mejor generador doméstico de energía natural. Por ello, les brindamos nuestras más sinceras felicitaciones y los hacemos propietarios del nuevo producto que ingresó a nuestro stock la semana pasada.

    Este será enviado sin costo a su domicilio junto con un manual explicativo al efecto.

    Con él, ustedes y toda su familia podrán lograr un considerable incremento en la generación de energía para nuestra planta más cercana.

    El mismo consta de las siguientes características:

    Fácil limpieza

    Nula sonoridad

    Ágil manejo

    Económico

    Sencillo de cargar

    Para brindarles mayores explicaciones, les adjuntamos al presente un breve folleto informativo con la forma de utilización de este.

    Anexo 1 Folleto:

    El nuevo producto introducido al mercado hace que su energía natural sea más rentable que los elementos utilizados hasta el presente.

    A través de este, usted tiene dos opciones para elegir: adultos o niños.

    Niños

    En el modelo para niños, el overol absorbe la energía cinética que genera su hijo o hija al moverse. Este overol de aspecto moderno, que puede utilizarse en cualquier momento del día, al finalizar la jornada deberá colocarse en el aparato absorbedor que ya posee en su domicilio, donde se capta la energía generada en su hogar.

    La energía pasa a través de los conductos habituales al medidor que se encuentra en nuestra planta central y allí se contabilizará lo generado por su hogar.

    En la versión de niños, tiene diferentes tamaños según los hijos con los que cuente.

    A su vez, puede disponer de las versiones de cubre bicicleta, patineta, pelota, patines y demás que disponemos en exhibición. Estos tienen un costo adicional que podrá abonar en su facturación mensual.

    Recuerde darles a los niños los chocolates y caramelos que les enviamos con la muestra a fin de que la actividad motora se incremente notablemente. Evitar bebidas gaseosas que en virtud de las emisiones de gases posteriores pueden causar perjuicio en los sensores del overol.

    Adultos

    En la modalidad adultos, dispone de los overoles que ustedes ya conocen por nuestra trayectoria juntos, además de nuevos modelos más diminutos que pasan desapercibidos a la vista del común de la gente.

    Tienen diferentes opciones de varios colores, tamaños y estilos de diseño.

    Anexamos nuevas opciones para cubrir neumáticos de autos, bicicletas, monopatines, motovehículos y demás mobiliarios de su hogar.

    Recuerde que el modelo erótico no sirve para el control de la natalidad.

    Contemple que cada elemento que elija para la generación de la energía natural debe tener un movimiento mínimo que provoque ese tipo de energía, para luego poder almacenarla.

    Todos y cada uno de los overoles o cobertores serán colocados al finalizar la jornada en la máquina aportada por la empresa a la que represento, la cual se encuentra en su hogar.

    Sin más, los saludo atentamente y les deseo que tengan muchos más hijos a fin de que la energía crezca junto a ustedes.

    Habiendo concluido con el motivo de la presente misiva, los saludamos con sentida gratitud por tan considerable esfuerzo mensual. Esperamos que la dicha y el movimiento corporal los acompañe a ustedes, a sus 27 hijos y 36 nietos.

    Reiteramos nuestra más sincera felicitación y agradecimientos por la energía que generan para toda la comunidad.

    Los saluda atte.

    José Montoto

    Director General de Energías

    Naturales América

    Cosas del destino

    Rita Montiel

    Eran las nueve de la mañana en punto. Su reloj era exacto, era la última tecnología en el lugar de donde venía. No sólo marcaba la hora, estaba conectado con su corazón y lo monitoreaba con un sistema de alarmas magnífico. También medía la oxigenación de su sangre, para ver cómo trabajaban sus pulmones. Otra función que cumplía era el monitoreo del hígado y los riñones. A su vez era el modelo que podía detectar la sola presencia de una célula cancerosa y desde dónde se originaba en segundos.

    ¡Si que era útil a su edad!

    No lo aparentaba, pero en ese momento tenía 89 años. Seguramente quien lo viera en detalle podría advertir su verdadera edad, pero sólo alguien muy meticuloso. El común de la gente podía pensar que se aproximaba a los sesenta. De donde venía, la gente era más longeva.

    Había llegado esa misma mañana, para ser más exactos, a las seis en punto.

    Cuando el promotor le explicó los pormenores del servicio, fue muy claro en advertirle que, si decidía hacer lo que se proponía, corría riesgo de no volver a su casa. Pero decidió tomarlo igual.

    Estaba solo en el mundo, su esposa había muerto en sus brazos unos meses antes, producto de una fractura en la cadera de la no se recuperó.

    Allí parado en esa esquina, recordaba el nacimiento de

    su único hijo, ¡que niño hermoso! Era un nene tan dulce que nada podía opacar su memoria. Recordó su cuarto cumpleaños y todos los que precedieron, por razones obvias para él, nunca podría pensar en el quinto, porque nunca llegó a haber uno.

    Se alejó un poco de sus recuerdos para volver a mirar el reloj. Faltaba media hora.

    La gente lo observaba con desconfianza, allí parado en la esquina sin cruzar, quieto, como esperando a algo o a alguien.

    Su mirada siempre al frente. El semáforo era lo único que llamaba su atención, desde donde venía, eran muy diferentes, tenían un sistema muy moderno y complejo que regulaba el tránsito de manera más organizada. Los lectores de patentes y de rostros brindaban la información que el gobierno necesitaba para cumplir su tarea preventiva de delitos.

    Una mujer se le acercó, le preocupaba que le pasara algo.

    «No interactúe con nadie», le habían dicho, y eso pensaba hacer. Cumplir con las reglas preestablecidas. ¡Para que cuernos están las reglas si no para cumplirlas a rajatabla!

    La mujer, con mucha simpatía, le preguntó si se encontraba bien, si necesitaba ayuda para algo. Llevaba más de quince minutos allí parado y ni se inmutaba en avanzar, en retroceder o si quiera en emitir sonido alguno.

    La miró y con sequedad le dijo que se hallaba bien. Que lo dejara tranquilo porque estaba ocupado.

    Ella, un tanto ofendida y desilusionada, se esfumó al instante. Seguramente se acordó de todos sus parientes en su mente.

    Volvió a ver el reloj. Faltaban pocos minutos. Miró hacia atrás y pudo ver solamente a un joven padre vestido formal, con camisa, saco y pantalón de vestir, y a un niño chiquito con ropa de escuela.

    El padre iba ensimismado con su celular, solo le prestaba atención a eso. Daba la sensación de que algo le ocurría, algún problema laboral o quizás familiar.

    El nene iba tomado de su mano, era evidente que el padre no le prestaba mucha atención.

    El nene iba con una pelota en la mano izquierda, ni grande, ni pequeña, mediana. De esas con la que los chicos de su edad imaginan ser jugadores de fútbol de primera y deslumbran en esos partidos imaginarios, donde la multitudinaria hinchada grita y vitorea su nombre.

    —¡Juancitooooo! ¡JUANCITOOO!

    El hombre mayor los tenía en la mira. No dejaba de mirarlos. Casi ni pestañeaba.

    El padre seguía con el celular, y el nene picaba la pelota.

    Todavía no los tenía cerca, sólo podía verlos, pero estimó que muy pronto los tendría a su lado, a juzgar por la trayectoria posible de la caminata. Seguramente sería en el próximo cambio de luz del semáforo de cuatro tiempos que tenían en esa esquina.

    Esa avenida era una de las más concurridas de Buenos Aires, había una casa rápida de hamburguesas en una ochava, en la otra una de electrodomésticos, en la otra una casa de venta de celulares y en la última un edificio de oficinas.

    El tráfico a esa hora era impiadoso, uno debía estar muy atento con él, porque no perdonaba. Era estadísticamente una de las esquinas con más choques de toda la ciudad. Para todo el mundo era incomprensible, más existiendo un semáforo de cuatro tiempos, ¿cómo podía ser que fuera así?

    No tenía lógica.

    Pero, en realidad, la causa radicaba en que la mayoría de los accidentes se producían por colisiones debido a frenadas. La onda verde de la avenida estaba mal sincronizada y el rojo de ese semáforo irrumpía violentamente la circulación fluida del que venía transitando sin alteraciones. Era tan abrupto el cambio que, a veces, aquellos que desconocían el fin repentino de la onda verde no llegaban a frenar como era debido.

    El hombre mayor seguía mirando al descuidado padre y al niño. No desviaba su vista en absoluto. Era evidente que eran ellos a quienes él esperaba.

    Cualquiera que hubiera estado atento a su mirada y a sus reacciones, podría haber advertido algo.

    Podría ser que ese hombre estuviera haciendo inteligencia para robar al padre, tan distraído como estaba, era blanco fácil para el robo.

    Podría secuestrar al pequeño. En lo que iba del año ya habían secuestrado a varios niños para pedir rescate a sus adinerados progenitores, o podría tener otras intenciones aún más macabras, como un ajuste de cuentas, por ejemplo.

    El padre, que a esa altura ya había soltado a su hijo de la mano, ahora estaba tomando el teléfono con la mano izquierda, aquella del lado de su hijo. En la otra mano llevaba un bolso pequeño, de esos que se usan para ir al gimnasio. Posiblemente después de dejar a su hijo en la escuela iría a su trabajo y, al terminar, pasaría por el gimnasio a hacer un poco del ejercicio, que le hacía falta.

    El niño lo miró a los ojos y él se derritió con esa mirada, tenía muchas ganas de hacerle upa y besarlo. Pero se las aguantó, sólo le devolvió una sutil sonrisa. El niño se puso a picar la pelota nuevamente.

    El hombre mayor miró el reloj, y puso en marcha su plan. Se acercó al padre, le agarró el celular y se lo tiró con furia al piso. Se lo hizo añicos, rompió la pantalla y sus pedazos se esparcieron ante sus ojos. La pelota del niño se soltó y él, sin saber que no se podía cruzar todavía, quiso ir hacia la pelota, pero el hombre mayor lo detuvo. Con fuerza, clavó sus delgados dedos en el niño hasta provocar su intempestivo llanto.

    El padre del niño, asustado, dejó de insultarlo por la rotura del celular y se acercó a abrazar a su hijo. Si no hubiera sido por ese hombre mayor, un auto lo hubiera atropellado. Había sido un milagro.

    Volvieron los tres a la vereda y el padre, a pesar de haber estado enojado con él por lo del celular, no tuvo palabras para agradecer que hubiera salvado la vida de su hijo.

    El hombre mayor le dijo que no era nada, que no se preocupara.

    Le contó, en confidencia, desobedeciendo una de las reglas del servicio, que él había perdido un hijo a la edad del suyo en esa misma esquina muchos años atrás y que siempre la cruzaba con recelo.

    El padre del niño le volvió a agradecer, estrechó su mano con sincero reconocimiento y agarró con fuerza la mano a su hijo para cruzar la avenida.

    Ya habían cruzado un carril cuando el hombre mayor se encontraba a mitad de cuadra, caminando en sentido opuesto a ellos. Se lo veía notoriamente alegre, tranquilo, distendido.

    De repente, un camión no frenó lo suficiente y embistió al auto que se encontraba en frente suyo. Este, a su vez, hizo lo propio con el que estaba adelante; y el último embistió con brusca rapidez al padre y al hijo que estaban justo a mitad de la avenida.

    Se los veía muy mal heridos. El hombre mayor, que escuchó el ruido de las frenadas, salió corriendo para la avenida nuevamente.

    Al ver al padre y al hijo en el piso, se agarró la cabeza con total desesperación.

    Se acercó, pero no había nada que hacer. El niño había muerto en el acto, y el padre agonizaba.

    En el tumulto y la desesperación de todos, pasó desapercibido que en el mismo instante en que el padre del niño moría, el hombre mayor desaparecía de la faz de la Tierra.

    La cláusula octava del contrato era clara, decía: SI

    USTED MUERE EN EL PASADO, DESAPARECE AUTOMÁTICAMENTE DEL FUTURO.

    El tubo número seis

    Rita Montiel

    El avión de su país de residencia aterrizó en el aeropuerto militar a las tres de tarde.

    Era temprano para que fuera a la zona de la catástrofe, tenía que esperar a que el grupo que la precedía saliera de la base de operaciones.

    Según el organismo para el que trabajaba, la mejor forma de abordar el problema era en tres grupos diferentes, que fueran rotando a medida que se cumplieran las veinticuatro horas en el área.

    No podían superponerse y si alguien del grupo se veía impedido de seguir, se lo retiraba sin reemplazo posible. Sus directivas y las de todos eran claras.

    El primer grupo llevaba en el lugar veintidós horas. En dos horas más ingresaba su grupo y el tercero, que había viajado con ellos, ingresaba al día siguiente.

    Su grupo estaba compuesto por cuatro operadores de campo. Ella era la única ingeniera ambiental. El resto no los conocía, pero por lo que figuraba en el mail que le enviaron, eran de tres profesiones diferentes a la suya.

    Desconocía la composición de los otros grupos, porque esa información formaba parte del secreto de estado que protegía al caso.

    Respecto al hecho, desconocía por completo de qué se trataba. Sólo sabía lo que decía el mail, y este había sido más escueto de lo normal. Se le informaba que un responsable de área sería la persona a cargo de comandar la operación y su único superior jerárquico.

    El bolso que le habían asignado, el que tenía su nombre, tenía elementos de protección personal y reactivos químicos para corroborar la presencia de ciertas sustancias, junto a un papel membretado que debía firmar al pie notoriamente redactado por el área legal.

    Lo leyó y allí se establecía un deslinde de responsabilidad por si sucedía algo con el agente que ingresaba a la zona, bajo su exclusiva responsabilidad.

    Algo no fue de su agrado. Sintió que era falso lo que firmaba, porque ella era obligada por sus superiores a ingresar en ese lugar. Era mentira que podía negarse a hacerlo. Si lo hacía, perdía su trabajo, y vaya uno a saber cuántas cosas más.

    El militar que la pasó a buscar se lo dejó bien en claro cuando subió a la camioneta. No había vuelta atrás. No fueron explícitos, pero una imagen vale más que mil palabras y habían sido bastante gráficos.

    Firmó el papel con membrete y lo entregó a la persona que pasó a retirarlo.

    Le preguntó si había equipos tecnológicos para trabajar en el interior de la zona, especialmente para usar los reactivos, pero el silencio fue la respuesta clara a su pregunta.

    Empezó a ponerse nerviosa, no le gustaba nada lo que pasaba. Sintió que algo no estaba bien.

    Dentro del bolso había una vianda de comida que sería su único sustento por las siguientes veinticuatro horas. En la zona delimitada no se podía ingresar con nada.

    El traje de protección era altamente sofisticado, nunca había usado uno así. Se podría decir que era muy parecido a los trajes que se utilizan para manipulación de material radiactivo.

    Dentro del bolso había una grabadora pequeña, un cuaderno y un lápiz. Todo herméticamente sellado. Estos elementos, luego de usarlos para la tarea asignada, debían entregarse al supervisor del área. No se podía sacar nada de la zona. Serían estrictos con eso.

    La computadora que utilizaría estaba presente en el lugar y sería la misma para los tres grupos. Allí debía elaborarse una bitácora detallada de todos los pasos que se siguieran en el caso. No había que escatimar detalle, ya que lo que se buscaba era la especificidad en el análisis.

    Una vez que terminó de comer la vianda y se hidrató lo suficiente, la llevaron a una habitación donde le solicitaron que se desnudara por completo y se colocara bajo el duchador. De allí salía un líquido más bien espeso de color naranja. Tanto su cuerpo como su cabello debía ser cubierto por la sustancia.

    Desconocía la composición química de ese líquido, pero era agradable al tacto. Estaba a una temperatura ideal para que el cuerpo no reaccionara por frío o por calor.

    La tuvieron exactamente media hora, ni un minuto más, ni uno menos.

    Luego le entregaron el traje asignado a su persona. Se cambió y preparó todo lo necesario para ingresar.

    Las cuatro personas que ingresarían, entre los que se encontraba ella, esperaban sentados en el pasillo previo al ingreso.

    Por el corredor anexo salieron ocho hombres transportando cuatro bolsas herméticamente cerradas. Eso la inquietó.

    «Se suponía que nada podía sacarse de adentro. Si así manejan la seguridad del caso, dudo que se llegue a buen puerto», pensó.

    Inmediatamente después que los ocho sujetos salieron, los profesionales ingresaron de a uno, de manera separada. Eran las diecisiete en punto. Fueron trasladados cada uno a una sala individual, sellada.

    Ella se acomodó en su cubículo y comenzó a leer el papel que el supervisor le había dejado junto a unos tubos de ensayo con muestras varias.

    Prendió la computadora y trató de leer la bitácora de la persona que la había precedido, pero estaba cifrada. Era obvio que no querían que la leyera.

    Sin pausa, comenzó a redactar su propio escrito a fin de documentar cada paso.

    Bitácora de la ingeniera Viviana Berdun

    •  17.20 h, comienzo realizando las pruebas solicitadas en el acta otorgada por el supervisor de grupo.

    •  Observo que los reactivos dan resultado diverso para la sustancia analizada. Arrojando los siguientes resultados:

    o  Tubo rotulado con el número uno, dos, tres, cuatro y cinco dan resultado NEGATIVO. o Tubo rotulado con el número seis da como resultado POSITIVO.

    o  Dejo constancia de que el tubo seis reaccionó casi inmediatamente al reactivo y que el color que arrojó es llamativo, por lo fuerte de la reacción.

    •  19 h, se prosigue con los estudios asignados.

    o  Se deja constancia de que el tubo rotulado con el número seis volvió a reaccionar a todos los reactivos.

    o  Se desconoce qué sustancia compone este tubo, pero es peligrosa, por su altísimo poder contaminante.

    •  21 h, la sustancia presente en el tubo número seis contaminó en segundos tanto el suelo, el agua y el aire cuando se los expuso en cápsula controlada.

    Eran las doce de la noche cuando empezó a sospechar que sucedía algo malo, algo muy grave.

    Esa sustancia que venía analizando concienzudamente, la del tubo seis, la estaba alterando por su grado de

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