Pobre Nación Rica
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Al describir el entorno de miseria e inseguridad, el autor examina una paradjica realidad que nos aleja del desarrollo (miles de comunidades como "El Barrio del Pozo" testimonian el retraso). Denuncia la desigualdad producto del desgastado modelo centralista que persiste disfrazado de federalismo.
En la trama, personajes singulares dan testimonio de una nacin antigua cuya adolescencia no ha sido superada.
Patricio O'Farrill G.
Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Nuevo León, PATRICIO O'FARRILL G. nació en Monterrey en los cincuenta. Aún muy joven, conoció las consecuencias de los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971, que despertaron su pasión por entender los fenómenos políticos y sociales que afectan el desarrollo de las naciones latinoamericanas. El ejercicio libre de su profesión a lo largo de 30 años le ha permitido conocer las entrañas del aparato gobernante. Sus investigaciones sobre las causas y efectos del centralismo son temas de este libro, al igual que los caminos de solución sugeridos para alcanzar el fortalecimiento regional; no sólo como un ejercicio puramente descentralizador de oficinas de gobierno, cuyo fracaso ha quedado demostrado en las últimas décadas; sino como un reencuentro con los principios de democracia y soberanía de las Entidades que federalizan el Estado moderno.
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Pobre Nación Rica - Patricio O'Farrill G.
POBRE
NACIÓN
RICA
Patricio O’Farrill G.
Copyright © 2004, 2013 por Patricio O’Farrill G.
Corrección de estilo: Leticia Damm y Norma L. Vázquez Alanís
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2013916446
ISBN: Tapa Blanda 978-1-4633-6601-8
Libro Electrónico 978-1-4633-6602-5
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 13/09/2013
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489016
ÍNDICE
BIOGRAFIA
INTRODUCCIÓN
CAPITULO PRIMERO El debate
Juego de niños
El desaliento
Lo inesperado
CAPÍTULO SEGUNDO La casa del viejo
El reencuentro
Tolerancia
CAPÍTULO TERCERO El Barrio del Pozo
Miseria y desorganización
Don Lupe
Presidencialismo
Sistema electoral
Sistema fiscal
Sistema judicial
Simulación
La cadena del cambio
CAPÍTULO CUARTO La universidad
Círculo íntimo
El gran día
CAPÍTULO QUINTO La protesta
El trabajo final
Los tres candados
GRACIAS A:
Angélica,
mi esposa, por sus ideas.
Escuchó y leyó este relato antes que nadie.
IGUALMENTE AGRADEZCO A:
Mis hijos,
dispuestos a conocer y teclear mis inquietudes.
Mis padres,
por enseñarme.
Mis hermanos, en especial Antonio y Magayola
por atender el manuscrito.
Mis concuños y cuñadas,
por su estímulo.
Leticia Damm,
correctora y amiga, cuya bondad hizo posible que esta fábula sobreviviera.
Jorge Alarcón, Ramón Calzada y
José Luis González,
por intervenir.
Ing. César Humberto Cadena Cadena,
por su solidaridad.
Carlos García, Carlos Dávila y Carlos Méndez,
(puros Carlos) por su apoyo.
Sandra Reynoso O’Farrill,
mi prima, por su interés.
Margarita Gaona,
mi secretaria, por traducir mis jeroglíficos.
La raza del Regio,
en especial a quienes me alentaron
A mis lectores,
que le darán razón de ser a este trabajo.
La obra POBRE NACIÓN RICA es un relato alegórico que propone mejoras, escrito en forma de fábula, para una sociedad cada vez más compleja, donde la letra didáctica compite en desventaja frente a los populares medios electrónicos.
Al describir el entorno de miseria e inseguridad, el autor examina una paradójica realidad que nos aleja del desarrollo (miles de comunidades como El Barrio del Pozo
testimonian el retraso). Denuncia la desigualdad producto del desgastado modelo centralista que persiste disfrazado de federalismo.
En la trama, personajes singulares dan testimonio de una nación antigua cuya adolescencia no ha sido superada.
BIOGRAFIA
Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Nuevo León, PATRICIO O’FARRILL G. nació en Monterrey en los cincuenta. Aún muy joven, conoció las consecuencias de los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971, que despertaron su pasión por entender los fenómenos políticos y sociales que afectan el desarrollo de las naciones latinoamericanas.
El ejercicio libre de su profesión a lo largo de 30 años le ha permitido conocer las entrañas del aparato gobernante.
Sus investigaciones sobre las causas y efectos del centralismo son temas de este libro, al igual que los caminos de solución sugeridos para alcanzar el fortalecimiento regional; no sólo como un ejercicio puramente descentralizador de oficinas de gobierno, cuyo fracaso ha quedado demostrado en las últimas décadas; sino como un reencuentro con los principios de democracia y soberanía de las Entidades que federalizan el Estado moderno.
INTRODUCCIÓN
En la fábula común, cuyo objetivo es enseñar una lección a los niños, los protagonistas son animalitos. Según el diccionario, el género es más amplio: relato alegórico del que se saca una moraleja
.
Si la alegoría es una ficción representada, tenemos que no necesariamente incluye animales. De ahí que los protagonistas sean individuos como usted o yo y la moraleja queda al entendimiento del lector, según el amor que le tenga a su patria.
En la trama, un viejo y un joven se enfrentan en debate buscando la candidatura a diputado por el mismo partido. El muchacho intenta un golpe bajo, pero recibe una sorpresiva descarga retórica y cae en estado de confusión y desánimo.
El relato se inicia cuando el joven protagonista es presa de la frustración y el diálogo entre ambos conduce al lector a diversos lugares y personajes, que dan testimonio de los graves problemas sociales de una Nación más cercana a la realidad que a la ficción.
Las situaciones no son exclusivas de México, pues la mayoría de países latinoamericanos como Colombia, Brasil, Argentina, Venezuela, Chile, El Salvador, Perú, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Guatemala, Nicaragua y Honduras padecieron, como el nuestro, lo más cruento de la Colonia durante tres siglos. Igualmente, conquistaron su independencia y cayeron en una gran confusión al intentar adoptar los sistemas del Estado moderno. Sufrieron las luchas entre centralistas y federalistas, deformaron los principios republicanos de democracia, tolerancia y alternancia en el poder, padecieron las pugnas de jefes militares, la anarquía y una sucesión interminable de usurpadores, presidentes y dictadores eternizados en el poder.
A riesgo de parecer presuntuoso, ante la pregunta de por qué los países latinoamericanos no acaban de progresar, intento sembrar una inquietud en la conciencia de quienes, como yo, están inconformes con el destino común que heredamos y heredaremos a nuestros hijos y a los hijos de éstos.
CAPITULO PRIMERO
El debate
Juego de niños
Fue la noche más larga de mi vida. Cada minuto se me hacía una hora y el tictac del antiguo reloj con caja de madera estallaba en mi cerebro como granada. Uno a uno, los recuerdos de los últimos meses desfilaban como un condenado a muerte frente a su verdugo, que era yo mismo. La oscuridad parecía el escenario ideal para que miles de monstruos me atacaran. ¿Por qué me metí en todo esto? ¿Qué pretendía remediar? Finalmente, ¿qué me importaba la pobreza? Tal vez era un falso idealista que sólo buscaba notoriedad, llevado por actitudes de la peor calaña, revestidas de falsa empatía por una sociedad tolerante, apática, desmemoriada. Pero no, no es así. Quería ser sincero, en verdad me preocupaba por el sufrimiento, la ignorancia y la injusticia.
Una y otra vez los mismos pensamientos. A mí qué me importa, total yo no parí a tanto desgraciado ni los dejé en la miseria, yo no los exploté, ¿por qué preocuparme? Si quisiera, todos mis problemas estarían resueltos sólo con doblar las manos y aceptar lo que mi destino familiar ofrece. Pero no, me gusta batallar. Que hereden a otros. Yo me basto solo y lo haré a mi modo. No voy a necesitar de nadie.
Sin embargo, horas en tormento. ¡Cuánto sudor, cuánta angustia, cuánta desesperación! Aquella seguridad se ha vuelto todo lo contrario. Sólo las dudas florecen en el decrépito jardín que es mi mente; la hierba crece sin control y la noche parece abonarla.
Ahora comprendo la sentencia de que el peor castigo es el ridículo. Pero, ¡cómo no! ¿diez a uno te parecieron pocos? Si tan sólo hubiera dado la batalla, unos cuantos más se habrían compadecido de mi juventud, si mis buenas intenciones los hubieran impresionado cuando menos un poco. ¡Pero qué manera de perder! En realidad no metí ni las manos. ¡Seco el puñetazo, entre ceja y oreja! Vaya que recibí una lección. Ese viejo mañoso sabía lo que hacía y hasta le pavimenté el camino al retarle ante la prensa llamándolo decrépito y falso redentor. ¿Pero en qué estaba pensando, que mi aspecto sería suficiente? ¿que mi sonrisa cautivaría a viejos y jóvenes, chavas y no tan chavas? ¡Iluso! Caí como ratón en la trampa. Fui tan torpe que yo mismo puse el queso.
La tarde del debate iba bien preparado. Creí tener la candidatura en mis manos. Repasé las cifras una y otra vez. Ensayé todas mis posturas. Imaginé sus respuestas. Todo saldría bien; después, la prensa se encargaría del resto y él quedaría humillado al echarle en cara su pasado. Conocía minuto a minuto cada una de sus fechorías. ¿Cómo podría aspirar ese hombre a ser diputado, teniendo un historial tan negro? Bastaría con desenmascararlo, mostrar algunos de sus muchos pecados; un simple empujón y se resbalaría en su propio estiércol.
Pero él atacó con fuerza antes de lo esperado. Me llamó mocoso chiflado y niño bien. Aseguró que la única gente pobre con quien yo había cruzado palabra eran mis sirvientes. Cuestionó que aspirara a proponer nuevas leyes, si sólo sabía de antros y desveladas. Afirmó que mis compañeros de pre-campaña y yo éramos un puñado de muchachitos burgueses y borrachos, incapacitados para cambiar este mundo. También dijo que carecíamos de iniciativas serias, que yo sólo era un niño fastidiado de mis juguetes y lo único que me había faltado en la vida era el hambre.
Yo no estaba preparado. Perdí la compostura y el aplomo de que presumía. No pude hacer ninguna propuesta. Simplemente enmudecí bajo la descarga, intuyendo que él había escogido cada palabra, cada gesto. Su actuación, francamente, fue genial, inesperada, certera. Cuando intenté reponerme ya era tarde: el mote de mocoso chiflado me pesaba demasiado. En un impulso fallido le llamé viejo testarudo. Replicó pronto y en tono firme, asegurando que en su caso era un atributo, pues ser viejo es una ventaja y él la tenía, que desdeñar la experiencia era otro de mis caprichos y que la política era cosa seria, no una diversión de niños.
De pronto yo estaba en su campo. El balón rodaba dominado por su pie y a su antojo. En el suelo, inerte, intenté oponerme a su retórica. El moderador me callaba al instante y me condenaba a escuchar lo más sórdido de la elocuencia de mi contrincante. Quienes integraban mi equipo de campaña, o lo que parecía serlo, nada más bajaban la mirada como buscando piedad. Yo pensaba que tiren una toalla, antes de que me destruya este tipo.
Después vino lo peor, uno a uno mis compañeros, estudiantes como yo, fueron dejándome solo. Aquel sueño compartido de ser alguien, de legislar para cambiar las cosas desde adentro se había convertido en pesadilla y la realidad hacía lo suyo. No estábamos preparados. Sólo éramos unos insensatos experimentando, jugando a ser adultos, queriendo sustituir lo que nuestra pasión inexperta juzgaba como insostenible, como nefasto. Carecíamos de rumbo. Buscábamos trascender, sin tener la menor idea de cómo lograrlo. Tal vez ese viejo tenía razón: pretendíamos jugar al estadista sin conocer la verdadera razón de los problemas de la patria. Criticar por criticar, maldecir por maldecir, sin tener una propuesta, sin