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Cuentos De La Prisión Más Grande Del Mundo
Cuentos De La Prisión Más Grande Del Mundo
Cuentos De La Prisión Más Grande Del Mundo
Libro electrónico276 páginas3 horas

Cuentos De La Prisión Más Grande Del Mundo

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Las doce historias de este libro se relacionan como si fueran captulos de una novela. Son historias vividas dentro de las rejas y fuera de las rejas, con personajes reales que intentan sobrevivir en la prisin ms grande del mundo. S, en este ambiente enrarecido de bajas pasiones, el abuso carcelario, sexual y de poder, la degradacin moral, la violacin del derecho, el castigo a los que protestan, la agresin y la autoagresin como respuesta, la indefensin de los reprimidos, la corrupcin, la droga, se argumentan en este libro como producto de una sociedad que ha sido diseada bajo un estado policiaco. Chocar con esta realidad puede ser traumtico. Con asombrosa maestra en el uso del lenguaje y las tcnicas narrativas, el autor nos sumerge en sorprendentes anlisis, descripciones y acontecimientos difciles de olvidar.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento16 oct 2015
ISBN9781506509143
Cuentos De La Prisión Más Grande Del Mundo
Autor

Ismael Sambra

Ismael Sambra (Santiago de Cuba) ismaelsambra@nuevaprensalibre.com Ha publicado poesía, cuento, crítica, artículos y ensayos en boletines y revistas. Ha recibido premios y reconocimientos en Cuba y en el extranjero. Ha publicado entre otros libros Las cinco plumas y la luz del sol (cuento para niños), Hombre familiar o Monólogo de las confesiones (poesía), The art of growing wings (cuento para niños), Los ángulos del silencio (Trilogía poética), Vivir lo soñado (cuentos breves), Bajo lámparas festivas (poesía), The five feathers (cuento para niños) L’histoires des cinq plumes (cuento para niños), Cuentos de la prisión más grande del mundo (cuentos para adultos). Otros libros suyos permanecen inéditos. Ha sido traducido a varios idiomas. Es Miembro de Honor del PEN Club de Escritores de Canadá.

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    Cuentos De La Prisión Más Grande Del Mundo - Ismael Sambra

    Copyright © 2015 por Ismael Sambra.

    La pintura de portada: Control de la sombra (la persecución), óleo sobre lienzo, 79 cm x 129 cm, 1995. Y los dibujos interiores, son del artista plástico Maurice Sambra (1974) Graduado de la Escuela de Arte, Cuba. Con exposiciones nacionales e internacionales.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2015917088

    ISBN:   Tapa Dura   978-1-5065-0661-6

       Tapa Blanda   978-1-5065-0913-6

       Libro Electrónico   978-1-5065-0914-3

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    El texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

    Reina-Valera 1960™ es una marca registrada de la American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia.

    Fecha de revisión: 14/10/2015

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    712312

    Contenido

    A Manera De Prólogo

    Nota Del Autor

    Las Jineteras También Se Casan

    Testigo Mudo. ¿Testigo Mudo?

    Maleconazo En La Habana

    Disfrutar El Domingo

    Preguntas Y Respuestas De Un Peligroso Fugitivo

    Pequeño Análisis De Dos Opositores En Prisión

    Necesito Otra Dirección

    Allá Ustedes Si No Me Creen…

    Me Persiguen Los Celos

    Una Urgente Llamada

    La Entrevista De Una Mujer Con Pelo Largo

    Propaganda Enemiga

    Documentos Complementarios

    Ismael Sambra

    A mi hijo Guillermo y a mis amigos Manuel Benítez, Diosmel Rodríguez, Pedro Benito, José Frandín, Juan Carlos Castillo, quienes unidos formamos un grupo de siete en una huelga de hambre que duró cuarenta días en la prisión inmerecida.

    La verdad tiene un lenguaje sencillo que seduce a la más indiferente voluntad, los oídos se resisten en vano a ella. Ella tiene una fuerza secreta que convence, subyuga y conquista.

    José Martí

    A Manera De Prólogo

    Salir para dar testimonio…

    Estas narraciones del escritor y poeta Ismael Sambra entrampan al lector. Son amenas y de fácil lectura; pero profundas, porque  muestran en toda su crudeza la descomposición de la sociedad bajo el totalitarismo.

    Desde la cárcel, en un ambiente represivo y de grandes limitaciones, Sambra se  fuga al universo cubano, incursiona en sus calles y se protege bajos sus palmas.

    No importan las rejas que le encierran, simplemente reafirma su compromiso de defender el derecho a pensar en libertad, a reconocer las diferencias y a ser tolerante y testigo directo frente a situaciones impredecibles.

    Nadie vio nada, nadie vio como ocurrieron los hechos. Ni siquiera J.J. Pérez desde su cama había visto entrar al negro que cortaba la leña en la cocina militar. El negro entró y sorprendió a Vitín quitándose las ropas, lujurioso, para entrar al baño después de verle las nalgas al muchacho. El negro musculoso se le acercó y lo agarró por la cabeza al mismo tiempo que le descargaba la terrible cuchillada. Era una vieja deuda que quería cobrar y había encontrado por fin la oportunidad. Al parecer todo había sido muy bien calculado y era evidente que otros habían actuado con complicidad en la relampagueante operación. Sólo J.J. Pérez reaccionó cuando oyó la gritería y vio al negro salir y cerrar las rejas.

    Sambra, sin aproximarse al panfleto político, expone las dificultades de ser un hombre que defiende sus derechos bajo un régimen totalitario. Demuestra cómo el derecho a disentir se convierte en un crimen y cómo un régimen opresor puede destruir a la persona humana, no en abstracto; sino en la realidad.

    Todavía no comprendía muy bien su nuevo estado y pensaba que era un pedazo de mierda su vida entera. Lloraba y gemía en la oscuridad; quizás no como el preso que encontraron a tiempo colgado de una sábana. La había amarrado a las rejas que cerraban el cielo de los baños al final del pabellón. El infeliz lloraba a cualquier hora. Lloraba y pedía para que acabara la pesadilla que apenas acababa de comenzar.

    En, Pequeño análisis de dos opositores en prisión, permite al lector avizorar las condiciones de vida y también conocer que las convicciones vencen las dificultades y limitaciones y que, las más de las veces, la conciencia del deber cumplido, nutre y fortalece el espíritu a instancias insospechadas.

    Él comía con aparente gusto lo que la mayoría aborrecíamos o comíamos porque no había otra cosa que comer. Por ejemplo, una morcilla hecha de sangre hervida, salada y apestosa, que cuando la entraban al destacamento venía viajando con infinidades de moscas alrededor, o una pasta hecha con harina y tripas molidas llamada Pasta alimenticia y a la que los presos le pusieron como nombre Bollo de vaca, porque decían que allí hasta se molía el culo del sacrificado animal, eran para él los más exquisitos manjares. Pues nada, que él se deleitaba tanto al parecer comiéndose la inmundicia, que uno no sabía si felicitarlo por su arresto o si caerle a bofetadas por su descontrol.

    En su cuento, Las Jineteras también se casan, se aprecia las miserias de Beatriz, pero también la de los otros personajes que la rodean.  La falta de escrúpulos, la voracidad por los bienes materiales y la doble moral de que hacen gala, es una forma  de mostrar al verdadero hombre nuevo que ha creado el totalitarismo castrista.

    Estando ella un día en el Parque Céspedes le pidió la billetera con el mismo pretexto de vender unos dólares a un fulano que la esperaba en la esquina. Pero luego se le desapareció en las propias narices y se fue de cumbancha con un negrito títere, un tal Rolo, que era como su sombra y saqueaba a la puta como le daba la gana. El infeliz de Robert tuvo que regresar sólo al motel con la cabeza caliente y dolor de verdad en el corazón, porque la Beatriz no volvió con la dichosa billetera.

    En, Propaganda enemiga, el último de los doce relatos del libro, expone la represión y la brutalidad del gobierno y cómo el ser humano es capaz de superar la desesperanza. Otro aspecto que se destaca es la forma en la que la dictadura viola sus propias leyes de manera sistemática y permanente, acorrala al individuo y lo obliga a la autoagresión.

    ¿Por qué lo hiciste? preguntó desesperado.

    Me echaron un montón de años por decir la verdad. ¿Para qué quiere uno lengua donde no se puede hablar?

    J.J. Pérez, lo conoció en el hospitalito de la prisión, en las sesiones de fisioterapia. Era pequeño de estatura, de ojos grandes y saltones, de pelo amarillo y encaracolado. Supo enseguida que se llamaba Carlos Rafael Martín Calderín, que llevaba seis años de encierro y que estaba cumpliendo otra sanción de seis años más por el delito de Propaganda enemiga.

    Por último, Ismael Sambra se autorefleja claramente en el personaje J.J. Pérez, en varias de las narraciones de este impresionante libro Cuentos de la prisión más grande del mundo, que son realmente auténticas historias vividas y escritas en las prisiones de Cuba.

    Los militares que entraban a veces a inspeccionar, sólo hacían anotaciones de los infinitos problemas existentes, para dar la impresión de que estaban atentos y que resolverían. Pero terminaban como siempre echándole la culpa al embargo de los americanos. «¿Entonces, el bloqueo es culpable de que aquí no tengamos una escoba para barrer?», increpó J.J. Pérez la vez que un general de la provincia hizo su aparición. «¿Entonces, el barco que venía con las escobas fue bloqueado?». El tono irónico resultó desbastador. «Pero si en el monte tenemos material de sobra para fabricarlas». Los presos rieron y los represores rabiaron, porque eran demasiadas las evidencias de quiénes eran los verdaderos culpables de la escasez.

    Ismael Sambra es un experimentado escritor que rinde tributo a la solidaridad. Reconoce la ayuda de organizaciones internacionales que ayudaron en su liberación y destaca también cómo familiares, amigos, médicos y enfermeras, y hasta guardias de la prisión, sacaron sus manuscritos para que éstos pudieran algún día ser publicados.

    Con éstas, entre otras descripciones y situaciones, se alude además a una importante referencia histórica que el lector avisado podrá descubrir.

    Sufría las rejas, las torturas físicas y sicológicas, las requisas sorpresivas de sus libros y papeles, pero sobre todo la separación de sus hijos menores en la mejor edad. Se había determinado en actitud de protesta por la condena a tantos años de injusto encarcelamiento. Había vivido en sólo cinco años todo lo imaginado y por imaginar. Y estaba decidido a contarlo todo. Salir para dar testimonio de su experiencia era ya su obsesión.

    Felicitaciones por estos testimonios, historias vividas, vividas y bien contadas, y por haber sobrevivido con humanidad al infierno.

    Pedro Corzo

    Periodista, preside el Instituto de la

    Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo

    Nota Del Autor

    Estos cuentos y narraciones que doy finalmente a la publicidad, después de muchos años de estar trabajando en ellos, representan un paso importante en mi carrera, puesto que me pongo a prueba y pongo a prueba las técnicas narrativas junto a mi voluntad de experimentar y de brindar, de diferentes maneras, documentos, pensamientos y testimonios, la agonía vivida en las cárceles y en las calles enrejadas de mi ciudad, en esa gran prisión que el totalitarismo y la intolerancia oficializada nos impuso.

    Fui condenado a diez años de privación de libertad por expresar mis ideas en las llamadas elecciones de 1992. Escribí y distribuí panfletos que decían "No por Castro. Vote por la Libertad". Este fue mi crimen y ésta es mi historia de los casi cinco años que pase encerrado antes de ser liberado, gracias a la intensa campaña de Amnistía Internacional y, finalmente, el PEN Canadá, que me había declarado miembro honorario de esa prestigiosa organización que defiende la libre expresión de los escritores y periodistas en todo el mundo.

    Todas estas historias son reales, parten de hechos reales, aunque parezcan inverosímiles, así las viví o las escuché por boca de otros que corrían mi misma suerte detrás de las rejas. Aquí doy muchas veces nombres reales y fechas exactas de personajes y acontecimientos transitados y experimentados. Narro situaciones, describo ambientes, presento tesis, citas textuales, realidades, y todo con absoluta devoción y respeto a la verdad, y sin exageraciones.

    Este es mi segundo libro de cuentos. A diferencia del primero Vivir lo soñado (Cuentos breves), estos son cuentos largos o narraciones que fueron escritas dentro de la prisión. Varios de ellos en el mismo instante en que ocurrieron los hechos. Se puede decir que primero tomé su fotografía para después recrearlos con un poco de técnica y de imaginación.

    Oculté muy bien los manuscritos para evitar que fueran confiscados en las constantes requisas carcelarias y así sacarlos poco a poco al exterior, mezclados muchas veces entre mis cartas y gracias a la ayuda de familiares y amigos, que siempre aparecen en los momentos que uno más los necesita. Entre éstos estaban, algunos guardias, enfermeras y médicos civiles que trabajaban en el hospitalito de las prisiones a donde fui confinado. Para ellos mi eterno agradecimiento.

    Estas son verdades necesarias que el lector debe conocer de antemano para que esté avisado del riesgo vivido y de lo que puede encontrar aquí antes de verse arrastrado por la dinámica, muchas veces explosiva, muchas veces repulsiva, de estas doce historias que componen el libro. Este es mi testimonio, mi documento, mi gran reto. No les pido que me crean. Allá ustedes si no me creen…

    El Autor

    40176.png

    La fuerza del dollar (tinta-lápiz color sobre cartón)

    Las Jineteras También Se Casan

    Para Reinaldo, su propia historia. Calabozos de Versalles-hospital de Boniato, febrero-mayo de l993.

    Yo no quería ir, y cuando vi llegar las figuras maltrechas y desaliñadas de los alemanes, supe que había hecho lo mejor. Me pidieron algo refrescante para beber, porque traían todo el sol de Santiago saliéndosele por los pómulos.

    Gunter parecía el más sofocado. Había servido de padrino de la boda y para la ocasión había comprado un traje azul en una de las tiendas de confecciones exclusivas para extranjeros, de esas que recientemente habían inaugurado en la ciudad con precios exagerados. Pero quería quedar bien con Robert, a quien acababa de conocer en el paquete turístico y sobre el cual llegó a sentir un afecto repentino, casi lastimoso, después que imaginó y luego comprobó la clase de tipa que era su prometida: una mulata flaca y desencajada llamada Beatriz, con más capacidad para aprovecharse de todo que para entregar nada.

    —Reinaldo —me dijo Gunter—, aquello fue un desastre. No había dónde sentarse. No comimos, no bebimos y además demasiada gente. ¿Así son las bodas aquí?

    Tuve que decirle que no, que seguramente fue porque todo se hizo con demasiada precipitación. Pude haberle explicado sobre la crisis económica, sobre las escaseces y necesidades del país, sobre el embargo yanqui, sobre los efectos del derrumbe del socialismo, que para eso nos habían dado un seminario político; pero no, no estaba para charlas y ellos tampoco. Además ellos eran otra cosa y seguro que no iban a entender.

    El día antes Robert me contrató para que le sirviera en algunas gestiones de la boda; porque, además, a Beatriz se le había metido en la cabeza casarse por la iglesia vestida de novia. ¡Qué descaro, después de haber andado y desandado tanto, pues tiene hasta un hijo de no se sabe quién!

    Alquiló un carro y le llenó el tanque. Él no quería conducir y tuve que servirle de chofer. Fuimos al Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre en las afueras de la ciudad, y a pesar de que el cura tenía ese día otra ceremonia, finalmente estuvo de acuerdo: Robert había colocado un billete de cincuenta dólares delante de la Virgen, donde otros valiosos ofrecimientos se exhibían, como la medalla del premio Nobel de Literatura Ernest Hemingway y que en más de una ocasión intentaron robar, pues los ladrones suponían que era de oro. «Comprendo, comprendo la necesidad que tienen, hijos míos, y no puedo negarme a la ceremonia… ¡Claro que pueden tirar fotos también!». Agregó.

    Robert siempre me buscaba para que le sirviera de guía y como ya habíamos hecho bastante amistad desde sus viajes anteriores, también me utilizaba como paño de lágrimas para sus penas; porque Beatriz era despiadada; porque sabía que el infeliz estaba enterrado hasta los cojones. Robert me preguntaba que si yo pensaba que Beatriz lo quería, y yo no sabía qué responder; pero terminaba diciéndole que sí, que lo demás era problema de su carácter que ella podría superar.

    Recuerdo el año pasado —porque Robert comenzó a viajar a Cuba con más frecuencia después que la conoció—, estaban sentados a la barrita y yo les servía algunos tragos desde hacía un buen rato. «Reinaldo —me dijo de pronto—, me duele el corazón», y ella lo miraba con indiferencia, con una mezcla de desprecio y burla, más bien molesta, porque sabía de dónde le venía el dolor, a qué clase de dolor se estaba refiriendo. «¿Te duele no…, te duele…?», y salió sin dar explicaciones. A los pocos minutos entraba en el motel una estrepitosa ambulancia de la clínica exclusiva para extranjeros. Beatriz le indicó al médico quién era el enfermo, y tuve que abandonar mis labores para servir de intermediario. «Mi dolor es de amor, doctor», llegó a decir Robert finalmente en un español tropeloso. «Lo siento, señor, pero no entendemos de bromas. Debe pagarme cincuenta dólares además de la ambulancia», le dijo el doctor después de chequearle el pulso y la presión arterial al acongojado paciente.

    «Tú estás loca Beatriz, ¿por qué tú me haces eso?». Y Beatriz se reía como una loca de verdad, satisfecha como un niño de su travesura. «¿Tú no decías que te dolía…?», y se reía y se reía… «Eso es para que a la próxima aguantes». Robert me miraba sin saber qué hacer. «Beatriz, no me quiere, Reinaldo», y lloraba poniendo cara de carnero degollado, temblequeando en todo su enorme corpachón.

    Cuando salimos de la iglesia fuimos a ver lo del alquiler de la casa para la fiesta. Me habían hablado de un individuo que se dedicaba a este negocio en el Reparto Vista Alegre, cerca del zoológico. Cuando llegamos nos recibió, con exagerada amabilidad, un blanquito delgado y frágil hasta por la voz, que se había quedado solo con la enorme casa después que su familia se marchó para Miami, mucho antes del gran éxodo de cubanos por El Mariel.

    El trato quedó cerrado a cambio de que el alemán le regalara una pitusa marca tal y talla tal, que costaba 16 dólares solamente, pero que en el mercado negro podía valer hasta 1,500 pesos. «En dólares no me pagues, que me puede traer problemas. Mejor me regalas la pitusa y quedamos mejor».

    La sala de la casa era amplia y estaba muy bien decorada, con cortinas y adornos de porcelana y cristal en las repisas. Después que ultimamos los detalles le sugerí al blanquito que si no quería perder esos adornos tan bonitos que mejor los quitara. Él sonrió un tanto indiferente, pero se convenció cuando le dije que la novia y los invitados eran del Reparto Chicharrones. Beatriz vivía allí con su familia en una casita metida dentro de un callejón, por el que atravesaba, casi por el mismo centro, una zanja negra y pestilente.

    Se me cayó la cara de vergüenza la primera vez que fuimos a hablar con su familia. Salió la mamá, el papá, una abuela, una tía, tres hermanas, el cuñado y como cuatro o cinco chiquillos de diferentes colores y tamaños que de repente pusieron más oscura la pequeña sala, todos con una exagerada sonrisa y curiosidad. Robert p’aquí y Robert p’allá, y que bueno es Robert que nos compró tantos regalos en las tiendas exclusivas para extranjeros. En esas condiciones, era evidente que no se podría celebrar ninguna fiesta.

    Robert ya le había dado dinero suficiente a la Beatriz como para preparar cinco fiestas a todo tren, pero la muy hijep…, hijeputa sí, lo utilizó al parecer para otras cosas que no fueron precisamente su boda; porque se sabe que con dólares aquí baila hasta el mono y se puede comprar de todo lo habido y por haber, y que para el que tiene el dólar no hay embargo americano ni Período especial. Y daba más negocio vender los dólares en el mercado negro, pues para ciertas cosas se les sacaba más. ¡Infeliz alemán!

    Estando ella un día en el Parque Céspedes le pidió la billetera con el mismo

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