Mandando a Trump al infierno
Hace tiempo que me obsesiona la idea de mandar a Donald Trump al infierno. No se trata de algo figurativo, un modo de decir. Deseo fervientemente que habite un infierno literal, aquel lugar táctil y palpable donde sufren quienes causaron un grave daño a sus semejantes, sí, enviarlo a ese sitio perpetuo que las religiones han representado durante milenios mediante escenas de azufre y espantosos gritos de dolor.
Mientras más abusaba Trump de su poder en este mundo y mientras más eludía consecuencia alguna por sus crímenes, más crecía mi obsesión de evocar, aunque fuera en forma imaginaria, una realidad alternativa en la que él pagase sus pecados.
Fue natural, que al buscar modos de visualizar el trato que podría merecer ese hombre vil, recurriera a la obra de Dante Alighieri (1265-1321), el poeta italiano cuya Divina commedia plasma esmeradamente con su terza rima un panorama minucioso del más allá en tres volúmenes – Infierno, Purgatorio y Paradiso– que han sido considerados, con razón, entre los logros literarios mayores de la humanidad.
No había nada abstracto en el infierno que ese autor medieval compuso. Dante elaboró un viaje sumamente personal al mundo de ultratumba
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