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Descenso al infierno. La prisión en carne propia
Descenso al infierno. La prisión en carne propia
Descenso al infierno. La prisión en carne propia
Libro electrónico145 páginas2 horas

Descenso al infierno. La prisión en carne propia

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Esta es una historia real, un drama que nos cuenta cómo un hombre cumple su condena en uno de los lugares más desesperantes, alejado completamente de la aplicación de la ley y en un ambiente hostil que se rige por sus propias reglas: la cárcel. Un lugar donde no existen los derechos humanos; por el contrario, este lugar es conocido por un sinnúmero de actos de crueldad. Recorramos junto con el autor estas reflexiones de vida, en donde cuenta, con sus propias experiencias, cómo en el presidio los responsables de un sistema de justicia son los mismos que ejecutan los actos más atroces y de una forma por demás arbitraria. Un fuerte y desgarrador testimonio que cuestiona la efectividad de las prisiones, pues con esta realidad, difícilmente podrán ofrecer una readaptación de los presos en la sociedad.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 feb 2021
ISBN9781005166038
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    Descenso al infierno. La prisión en carne propia - Miguel Angel Cárdenas

    Una persona cambia por tres razones: aprendió demasiado, sufrió lo suficiente o se cansó de lo mismo.

    El mundo carcelario es perversamente atractivo y poco frecuente cuando de la enseñanza jurídica se trata, especialmente en el derecho jurídico mexicano, que se caracteriza por su historia de persecución y por la perversidad que en sí implica la prisión; ésta se centra más en la idea de controlar a la sociedad por encima de la condición humana que subyace en el internamiento, lo que al mismo tiempo es una paradoja.

    La ejecución de una pena se convierte en la parte más oscura del proceso penal. Pese a que la reclusión ocupa el lugar más importante en los sistemas penales modernos, el autor muestra la parte cruda del sistema de prevención, procuración y administración de justicia mexicano para crear sensibilidad, conciencia jurídica y social de la política preventiva de las conductas ilícitas.

    La vida siempre es vida aunque se encuentre aprisionada en la cárcel. En busca de su destino, el autor reúne tres momentos, nos muestra el tiempo presente en el que se desenvuelve entre la descripción de la Casa Azul, la semblanza de la historia de los monos, mientras nos narra el pasado a través de viajes que se integran a una constante: la vida sometida en el tiempo, para, finalmente, unir estas historias llenas de incoherencias y darnos la interpretación del conflicto en el cual se desenvuelve el ejercicio del poder en el actuar cotidiano, que destruye, y la realidad circundante donde se ejerce.

    En un día normal nos muestra la condición humana del castigo, el dolor humano desde el punto de vista del sentido común, incluso nos desciende con él a ese mundo tenebroso para que presenciemos la realidad carcelaria donde tú, lector, tienes la última palabra, pues nos presenta parajes inclementes y dulces de la cárcel, rodeados de personajes primitivos, pasionales, bárbaros e indómitos.

    Aquello que de una u otra manera se considera justicia es el medio para ingresar a la prisión y evidenciar nuestro profundo tiempo de crisis humana, es un mirar abajo para darnos cuenta de que todos somos culpables.

    Esta historia demuestra qué es la prisión, propuesta desde la intensidad de los actos y la impotencia que genera la provocación de saber que el reo será carne de presidio; a la sombra de por vida, se ofrece la trayectoria del ciclo criminal, sin reparos en sacrificar la privacidad.

    Cada uno de estos temas forma la dinámica de la vida aprisionada en la cárcel. Allí donde la readaptación surge, en la medida que se recorren estos espacios, pero que delimitan el actuar a través del tiempo. No es una historia de amor, aunque, a través de él, muestra el enfrentamiento a un mundo hostil, un desorden gigantesco de la lucha sin cuartel entre los fuertes y los débiles.

    La belleza de las historias surge de la armonía interior con sus semejantes, pues estos narradores son el tamiz por donde se filtran las anécdotas de sufrimiento de la soledad, la barbarie civilizada en un mundo aberrante, cruel.

    El autor quiere regresar a casa, busca la anhelada libertad en un universo antagónico que lo impide de manera legal. ¿Cuál es la razón? Nos logra explicar en sus reflexiones finales por qué los operadores de un sistema de justicia son los mismos que ejercen la crueldad de manera más arbitraria; lo que corrobora que la cárcel no es el lugar para descansar de las penas, menos de los errores.

    Se aborda la realidad que impera en el sistema de justicia penitenciaria; la simple comprobación experimentada desde el infierno de la prisión en carne propia para comprender que es falso decir que el derecho regula las relaciones sociales; basta corroborar que el derecho penitenciario es el menos existente.

    La desobediencia a la ley nos conduce a un derecho feroz y arcaico ejercido por la lumpen presidiaria, en el que la pena de muerte existe, reforzada y controlada por el personal de seguridad (los monos) de las prisiones, donde se desafía cualquier paradigma legal y se comprende el mundo social verdadero. Si amas la libertad, lo básico es que leas lo que significa perderla.

    La bienvenida

    "Una vez dijo un sabio que para ser fuerte no hay que levantar mucho peso. Con levantar el tuyo cada vez que te caigas es suficiente".

    Mi vida entre cuatro muros ha sido de transformación y aprendizaje. Cuando cumplí 16 años encerrado, decidí dar una vuelta a mi alrededor para contarte, lector, con quién comparto la soledad. Dé- jame entrar. Acepta mi invitación, porque mis ojos están empujan- do las esposas que me atan… Mire, señor, ahorre su aliento y sus lágrimas, durante 20 años he escuchado las mismas explicaciones. No podía decir de manera correcta palabra alguna. A ver, muéstreme su dolor, haciendo referencia a dinero, para que entonces pueda calmar sus penas. Mire, yo necesito una declaración y tendrá que ser de un crimen, sé bien que todos cometemos errores, pero éste es mi trabajo… golpes, golpes, golpes...

    Mientras, suavemente alargo mi mano para avanzar y soltarme las cadenas. Hoy estoy malhumorado, me precedió una mala noche; se me ocurrió pensar en este tema para transmitir lo ganado. Mirando sin mirar observo mi entorno, veo rostros de todo tipo, cada quien en lo suyo. Todos, de una u otra manera, refunfuñan; viejos y jóvenes con rostros serios dan señales de que buscan algo en particular. Yo también lo hago. Cuántas veces de niño había hecho preguntas –pienso–, pero esto, esto es para gente grande. Camino con paso lento. Cada minuto, cada día, revivo instantes en el tiempo que duran un chasquido de dedos.

    En la primaria donde estudié solían realizar kermeses para recaudar fondos para el evento del Día de las Madres. Era algo raro, pero todo mundo cooperaba: llevábamos quesadillas, tacos dora- dos, dulces… Cada grupo tenía que levantar su puesto de fritangas; claro, no faltaba el Registro Civil, donde podías casarte y divorciarte el mismo día. Sin embargo, lo más sorprendente y extraño era saber que un salón sin luz se habilitaba como cárcel. Una vez me ingresaron, no traía dinero… y nadie me sacó. No me importó, desde aquel día me preguntaba cómo sería vivir en una cárcel de verdad. Aquello me marcó la vida, jugaba a la cárcel cada vez que podía; guardaba silencio, me gustaba estar así.

    Un día visité la capital, mi padre trabajaba en Santa Martha. Sin saber dónde se encontraba, ni qué era lo que estaban tocando mis manos; un edificio grande con bardas muy altas y un letrero enorme. ¿Qué es aquí?, le pregunté a mi padre. Es la cárcel, contestó. Me asombró tan extraño lugar. Cómo será por dentro, me pregunté… Lo demás es historia.

    La infancia fue una asignatura pendiente. Lo que inició como un juego en mi cabeza… 16 años después… Las preguntas fueron silenciadas, los sentimientos encerrados limitan mi ser, me hacen dócil, vulnerable. He recordado mi ingreso a prisión, observo la ciudad a lo lejos desde uno de los dormitorios. La mañana empezó con una fila como la que solíamos hacer en la secundaria, alrededor de una cancha de basquetbol; era un día de los que llaman de visita. Teníamos que formarnos muy bien acomodados, pero no estábamos alineados, todo lo contrario, algunos con una pierna del pantalón cortada hasta los genitales, otros muy mugrosos, unos rapados, otros madreados… Destacaban las órdenes castrenses de un hombre vestido con uniforme tipo militar, color negro: Fórmense, señores, aquí los huevos no son al gusto, a partir de hoy van a mamar; fórmense, porque el culero que no lo haga…. Azotaba entre sus manos un tolete. Qué te dije, ojete, me sorprendió mientras pasaba detrás de mí con un soberbio golpe en la nuca. ¿Dónde está tu cacharro?, preguntó. No tengo, señor, le contesté sin saber a qué se refería. Pues ve por uno, culero. Señalaba una montaña de basura que se encontraba al fondo. Miré a los demás y observé que las botellas de plástico eran cortadas a la mitad. Eso es un cacharro, comprendí, me dirigí al montón de la basura, encontré un vasito de unicel de sopa Maruchan; no estaba limpio, pero seguro me serviría, agucé la mirada alrededor y regresé a mi fila.

    Todos van a contestar con su apellido y no repito dos veces, refirió determinante nuestro vigilante. Cárdenas, contesté. Qué esperas, culero, aquí todos tienen que tragar, ningún perro se me ha muerto de hambre, me dijo con voz fuerte. Observé que se trataba de la hora del desayuno. Caminé por inercia hacia adelante, me dirigí adonde todos iban con el cacharro; acababan de montar dos ollas, una con

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