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Cadena Del Delito
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Libro electrónico147 páginas2 horas

Cadena Del Delito

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Esta historia se construye sobre la recopilación de hechos de alguna manera alterados, pero que sin duda obedecen a la realidad donde las cadenas del delito someten causando daños difícilmente reparables.

La historia, que conduce al lector por una serie de impactantes acontecimientos, muestra la forma cómo las personas, una vez se vinculan al delito, se someten a una cadena que los ata, los consume y los lleva a la ejecución consecutiva de crímenes.

Acá, el autor les da vida, entre otros, a los personajes Guillermo Londoño, un ganadero que en su improvisada vida fue víctima del crimen y quien también cayó en la ejecución sucesiva de delitos; y Juliana, una joven que sufrió las consecuencias de esos crímenes. Guillermo y Juliana hacen un inesperado binomio de verdugo y víctima, atrapados en una cadena del delito.
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento7 jun 2016
ISBN9781483576381
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    Cadena Del Delito - Giovanni Davila M.

    perdón.

    MI LIBERTAD

    No sólo tras rejas se pierde la libertad

    Ese último día, yo caminaba hacia el patio de la prisión. La turbulencia, el desespero y el afán de algunos presos me traían memorias de los agitados años y las desenfrenadas correrías de mi vida.

    Francisco Bengoechea o Pacho, como yo lo llamaba, no contuvo sus lágrimas de alegría y a la vez de melancolía cuando se enteró de que mi boleta de salida de aquella prisión estaba lista. Mis últimas palabras hacia él fueron de consolación, de aliento e incluso de consejo. Hija, aunque estábamos obvia y evidentemente felices, esa también fue una muy nostálgica despedida tanto para Pacho como para mí.

    Me reuní con Pacho el domingo 20 de abril de 2008, como lo hacía todos los días a las seis de la mañana, al frente del rancho. Allí formábamos para después recibir el desayuno, que aunque no era malo, ya no nos producía mucha satisfacción; pues eso significaba ver al mismo ranchero, comer en los mismos platos, sentarnos en las mismas sillas, utilizar las mismas mesas, ver a los mismos compañeros de reclusión y seguir, como en todas las actividades de los casi siete años, una rutina que ya nos tenía completamente marcados y cansados.

    Después de recibir nuestro desayuno nos sentamos en una de las mesas del rancho, donde también compartíamos nuestro último trago de licor, sacado del arroz fermentado en botellas de gaseosa ocultas en las extremadamente malolientes cañerías del penal. Para empezar mi despedida, decidí contarle a Pacho mi historia, aquella que nunca había querido compartirle por temor a los efectos emocionales que esos horribles momentos causaban en mí. Ese día, quise hablarle de mi vida, sabiendo que ya no me desesperaría mucho, toda vez que ya me encontraba muy cerca de recuperar mi libertad.

    -Kaixo laguna. (Hola amigo)

    -Egunon. (Hola)

    -Ya que ahora salgo, es hora de que conozca bien mi historia y que, así como yo, aprenda mucho de ella.

    -Lo único que me interesa ahora es saber que no me olvidarás eh, buen amigo.

    -No se preocupe hombre. Como le venía diciendo, Pacho, quiero que conozca acerca de mi historia, sobre la que siempre me preguntó y nunca estuve dispuesto a hablar:

    Yo, como mi padre, era un reconocido ganadero en la región cafetera de Colombia, conocida como el eje cafetero. Vivía en una de las mejores fincas del Quindío, uno de los tantos hermosos departamentos de mi país. Lisa, mi novia, era la hija de una pareja de políticos igualmente prestantes de la región. Una mujer hermosa de apenas veintidós años. Yo me la disputaba con pesos pesados, gente importante, entre ellos un representante a la cámara y un futbolista del Deportivo Pereira; pero conté con la fortuna de que ella me prefiriera y fuera siempre fiel a mí.

    Lisa era una mujer de principios, con grandes valores y de sentimientos muy profundos, a quien le causaba el más inmenso dolor cualquier injusticia que se cometiera. Era una persona enormemente caritativa. Aunque la quise mucho, yo no la valoré como debí haberlo hecho. Antes de seguir con mi historia, quiero pedirle que si comienzo a llorar, me recuerde que salgo mañana, para diezmar un poquito el dolor. – Vamos, ahora sólo hay motivos para reírnos, eh…– Tiene razón, hermano; entonces le sigo contando.

    A Lisa la conocí desde que cursábamos el undécimo grado. Ella tenía quince y yo dieciséis años. Era la niña más espectacular del colegio, por lo menos para mí era la mejor. Cabello negro y ondulado, piel blanca, ojos oscuros y lo que más me importa, un rostro, manos y pies perfectos; sobre lo demás sólo le puedo decir que era maravilloso.

    Entre mis planes estaba casarme con esa princesa después de que nos graduáramos de la Universidad, yo como Ingeniero Agrónomo de la Universidad de Caldas, en Manizales, y ella como Licenciada en Lenguas Modernas de la Universidad del Quindío; le encantaban los idiomas y además tenía gran vocación para enseñar, principalmente a niños. Su trabajo social de grado en la secundaria lo hizo enseñando geografía y algo de francés en una escuela de primaria.

    El hecho de que ella simpatizara con los idiomas representaba un punto a mi favor, porque yo, además de mi español cuyabrizado, ya por lo menos palabreaba el inglés, no perfecto, pero suficiente para ayudarle a mi padre en algunos negocios que varias veces él tuvo con extranjeros. Mi mamá sólo se encargaba de manejarle la platica que ganaba en cada negocio; ella era economista de la Gran Colombia, de Armenia.

    Nuestro matrimonio estaba previsto para el 20 de noviembre de 1986. A esa fecha ya completábamos alrededor de cuatro años de noviazgo. A mí me secuestraron casi cuatro meses después de terminar mi carrera, un 25 de octubre de ese año, a escasos veintiún días del matrimonio con la mujer de mi vida. Ya todo estaba preparado. Habíamos acordado irnos de luna de miel a Grecia. Ella consideraba esa una buena oportunidad para conocer sobre la historia de la humanidad en la antigua Grecia; otro tema que le apasionaba, en especial por lo que esa región representó para la filosofía, para la literatura y la evolución de las lenguas. Ella me ensenó que el significado de la palabra "eritrea" es rojo en griego y que fue talvez por esa razón por la cual el estado de Eritrea, ubicado al lado del mar rojo, recibe ese nombre.

    MI SECUESTRO

    Una injusticia cometida contra alguien en el mundo es una amenaza para todo el mundo

    Montesquieu

    -Me hablaste de un secuestro, Memo.

    -Si Pacho. Yo fui víctima de un secuestro, con el que comenzó mi trágica historia.

    Hasta el día de mi secuestro, yo era el hombre más feliz del mundo. Tenía la mujer que consideraba la más hermosa y bondadosa de la tierra, en mi condición de hijo único, mis padres exageraban en su afán de consentirme, de hacerme sentir bien. Tenía todo lo que una persona de mi región podía desear.

    Yo solía salir con mis amigos a rumbear; porque eso sí, yo pa’ la fiesta siempre estuve disponible; aunque últimamente estaba tratando de controlar el consumo de alcohol porque esa tomadera a Lisa le incomodaba mucho. Ella era un ángel y me tenía una inmensa paciencia. Yo permanecía con mis amigos pa’rriba y pa’bajo, también con mujeres muy atractivas, licor, los caballos que me encantan, escuchando desde música rock hasta vallenatos, cumbias y rancheras. Equívocamente creía que vivíamos como reyes.

    Yo era un esclavo del placer y de la rumba. Algunas veces rumbeaba en Armenia, otras en Manizales o en Cali, en Bogotá, incluso en ciudades de la hermosa y cálida costa atlántica como Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Sincelejo, o a donde mis amigos me llevaran. Yo era un vagabundo. Pregonaba, como creo haberlo leído por ahí, que la vagabundería era la mejor expresión de la libertad.

    Uno de tantos días de rumba, se me acercó Carlos, una persona a la que yo estimo mucho; un gran amigo con quien yo había estudiado casi toda mi secundaria. Él había decidido ingresar a la escuela de Policía. Posterior a su graduación con honores, fue enviado a prestar su servicio en el departamento del Quindío, donde fue vinculado a la SIJIN o algo así. Ese día, creo que era un sábado de agosto, Circasia, un pueblo lleno de gente amable, estaba celebrando su aniversario. Yo, como era usual, estaba embriagado, a punto de perder los estribos. Carlos me llamó aparte de mis amigos y después de saludarme y de rechazar un trago de antioqueño me dijo. – Memo, debe tener mucho cuidado porque hay informaciones de que quieren secuestrar a un ganadero y de acuerdo a los perfiles que los analistas han identificado, usted podría estar entre los objetivos. – Yo no le paré muchas bolas y en medio de mis tragos le dije: Fresco Caliche, yo sé cuidarme. Sin embargo, él mencionó que iba a estar pendiente de mí, en la medida de sus posibilidades. Aunque me recomendó que mejor solicitara oficialmente protección de la Policía. Yo le agradecí pero no acepté. Le dije que me preocupaban más mis padres. Carlos supo que mi respuesta era una simple forma de terminar la aburrida conversación; entonces respiró profundo y con un gesto me dijo: este terco no tiene remedio.

    Dos días más tarde, la advertencia de Carlos se hizo pública, con el fin de prevenir a otros posibles objetivos.

    Respecto de esas informaciones, la Policía tomó medidas que incluyeron, además de la publicación de las hipótesis que arrojaron los análisis, la convocatoria de los principales ganaderos del departamento del Quindío a una reunión para advertirnos de lo que sucedía y para instruirnos sobre medidas básicas de autoprotección. Muchos no asistimos a la reunión, y otros mostraron su poco interés llegando tarde. Mis padres, por el contrario, sí respondieron diligentemente a la convocatoria y recuerdo que al regresar a la casa, compartieron conmigo un libro que les habían entregado en la reunión y que se titulaba el decálogo de medidas de autoprotección, el cual nunca leí y terminó como portavasos en mi mesa de noche.

    Como siempre, uno cree que las cosas malas sólo les pasan a los demás y a diferencia de seguir las recomendaciones policiales, seguí en mis andanzas como si hubiera estado inadvertido. Días antes de mi secuestro, mis padres pudieron notar la presencia repetitiva de personas desconocidas que rondaban el sector donde yo vivía con ellos. Nuevamente creí que la cosa no era con nosotros y una vez más hice caso omiso a tantos avisos.

    Finalmente, el doloroso 25 de octubre, en horas de la noche, mientras regresaba de Cartago, una ciudad en el Valle, hacia Armenia en el Quindío, después de hablar con un colega sobre la venta de un ganado, se me atravesó un carro de marca Chevrolet Sprint de color gris, en cercanías a Ulloa, también en el Valle. El Valle es un departamento de Colombia que ha sido muy nombrado por sus problemas de narcotráfico; los famosos carteles del norte del valle, que por cuenta de la Policía, hoy gozan de mucho menos poder criminal.

    Yo iba en un carro montero, color blanco. Cuando me interceptaron, se bajaron tres personas del automóvil, uno de ellos con un fusil. En esos tiempos yo ni siquiera sabía distinguir entre un fusil y una pistola, para mí todas las armas se llamaban pistola. Se acercaron al carro donde yo iba con Lisa. Creo que no sabían quién era ella; de lo contrario, también se la hubieran llevado.

    Después de ese momento sólo recuerdo que fui golpeado fuertemente en la cabeza hasta que me desperté acostado sobre paja para alimentar ganado. En aquel instante, sólo sabía que estaba en una finca a la que nunca había ido, que me encontraba en un clima caliente y que tal vez no estaba lejos de mi casa. Me preocupaba la situación

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