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Tras las líneas del narcotráfico, Panamá entre sicarios
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Tras las líneas del narcotráfico, Panamá entre sicarios

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tras las líneas del narcotráfico describe la insistente lucha de una periodista por llegar a la médula del homicidio del ex jefe antidrogas de panamá que murió en circunstancias extrañas, aún no esclarecidas. el imán que atrajo a la comunicadora a este caso fue tan fuerte que lo que pensaba que sería solo un reportaje noticioso copó cinco años de su vida en la investigación. la búsqueda por la verdad en esta venenoso caso alcanzó hasta las esferas del fbi donde acudió personalmente para tratar de aclarar la autenticidad de los documentos forenses emitidos en la embajada norteamericana en panamá como parte de la cooperación en las pesquisas forenses practicadas supuestamente para aclarar la muerte del ex jefe de la unidad especializada de investigaciones sensitivas.
en el camino de la investigación, la periodista se topó con un hoyo negro donde convergen agendas ocultas de las agencias de inteligencia norteamericanas, es ahí en ese punto, donde conoce a un italiano dedicado al estudio minucioso de la producción de cocaína que por esas casualidades de la vida entrelaza su teoría con las posibles causas del asesinato del jefe antidrogas.
la investigación sobre el tráfico de droga, que inicia desde colombia hacia los estados unidos, y utiliza a panamá como corredor hacia el norte muestra una ruta donde se entremezclan intereses y agendas ocultas que trastocan la lucha antinarcóticos por parte de quienes están encargados de combatirla entrando en un abismo en el que se confunden cifras, roles, y grandes intereses.

en este trabajo la comunicadora quedó expuesta a las amenazas que trae consigo en el antebrazo el poder del “stablishment” norteamericano y con ello se enfrentó a las coludidas fuerzas del poder supuestamente encargadas de la lucha contra el crimen organizado, no obstante, en esta ardua tarea, la periodista expone una realidad distinta a la clásica que se proyecta en discursos, estrategias y programas que citan a la transparencia como eje vertical de las acciones gubernamentales.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 abr 2013
ISBN9781301211753
Tras las líneas del narcotráfico, Panamá entre sicarios
Autor

Adelita Coriat

Adelita Coriat es periodista de investigación con mas de 18 de experiencia. Cuenta con tres premios nacionales de prensa y tiene un diplomado en “Peritaje con especialidad en ciencias forenses” del Instituto de Criminología de la Universidad de Panamá. Ha sido becada (2003) por el gobierno de EU donde trabajó en la cadena National Public Radio NPR, además fue invitada por este gobierno al Portaaviones George Washington. Adelita fue corresponsal de Infored para México por mas de 15 años. Fue conductora y productora del programa televisivo “En Directo” que se transmitía en RCM Tv, (2000-2007). Es columnista del diario Panamá América desde el 2009. Se desempeñó como directora del noticiero matutino de KW Continente (2011-12), así como del programa radial “La Hora 9” desde el 2009-13 en la misma emisora de lunes a viernes. Actualmente es la directora del portal www.melodijoadelita.com

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    tema interesante y da entender la corrupción a funcionarios de alto nivel en muchos países.

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Tras las líneas del narcotráfico, Panamá entre sicarios - Adelita Coriat

PREFACIO

Esta no es una novela: los hechos sucedieron y los personajes son reales, aunque sus nombres fueron trastocados. Podría ser una crónica periodística. Sin embargo, la sorprendente capacidad de las autoridades nacionales y extranjeras para desempeñar roles diametralmente opuestos a los que les encomiendan las leyes de sus respectivos gobiernos en materia de narcotráfico, así como su perniciosa voluntad de mostrar la realidad de manera verosímil, convierten esta narración en una novela.

CAPÍTULO I

Líneas de cocaína

Muelle de Balboa, Panamá, abril 13 de 2007.

Ese día pensé que no habría algo interesante para reportar. Trabajaba en Panamá como corresponsal de una de las principales radiodifusoras de la Ciudad de México. Sonó el teléfono. Era una llamada de la Fiscalía de Drogas, le habían dado un golpe fuerte al narco. Me dirigí al muelle de Balboa, lugar donde habían citado a la prensa. Desde el año 2000 la terminal de contenedores de ese puerto se había consolidado como una de las más importantes del país. Ahí llegaría la nave escoltada por autoridades panameñas y estadounidenses.

Esperamos casi una hora. Cuando arribó el barco al puerto, no pude creer lo que vi. Era un verdadero alijo, en años de experiencia como reportera, hasta ese momento, nunca había visto tanta droga junta envuelta en sacos de henequén. Las autoridades panameñas, en conjunto con la Marina de Estados Unidos, mostraron a la prensa uno de los mayores decomisos efectuados a los narcos: 19 toneladas de cocaína del Cártel de Sinaloa. La droga provenía de Colombia, había sido embarcada en la provincia de Colón, en dos contenedores que no portaban placa, identificación o sello de los navieros que la transportaban, e iban en la cubierta de un barco granelero con bandera panameña con destino a México.

Las autoridades manejaron la hipótesis de que los contenedores podrían haber estado escondidos durante su travesía por el canal. Luego de cruzar la vía interoceánica, el barco fue interceptado a 19 km de la isla de Coiba, al sur de Panamá, por agentes de la Unidad de Muestra de Narcóticos de la Policía Técnica Judicial, la Fiscalía Segunda de Drogas, el Servicio Marítimo Nacional y el Servicio de Guardacostas de Estados Unidos. La detención, según las autoridades, se efectuó en forma pacífica, sin cruce de fuego. Como resultado de la operación hubo 15 detenidos entre panameños y mexicanos.

La mercancía representaba una cifra superior a los 570 millones de dólares, la mayor incautación en la historia panameña. El decomiso equivalía a lo que se incauta regularmente en un año en el istmo. En días anteriores se habían asegurado 11 toneladas que iban hacia Estados Unidos, por lo que en el tercer mes del año sumaban ya 30 toneladas de droga decomisada.

Por casi tres lustros, desde 1991, el total anual de incautaciones de cocaína en Panamá fue de entre 5 y 10 toneladas. Esta constante se interrumpió en 2005 y 2006, especialmente en ese último año los decomisos se cuadriplicaron. El Departamento de Estado de Estados Unidos y la Oficina contra la Droga y el Delito de las Naciones Unidas (UNODC, por sus siglas en inglés) confirman estos datos que dejan entrever parte de lo que sucede en el tráfico de cocaína en el istmo.

Sin embargo, como lo corroboran las estadísticas, los decomisos representan un modesto porcentaje de la cocaína que realmente se trafica, el cual es de apenas 10 o 20 por ciento del total de la droga que pasa por el país. Es decir, en esa época se estima que de 200 a 250 toneladas de cocaína pudieron haber pasado por territorio panameño en su ruta a Estados Unidos. Cifra que pudo haberse duplicado o triplicado durante 2007 y 2008, considerando los montos de incautación, que oscilaron entre 40 y 50 toneladas anuales.

Este enorme aumento de la cocaína en tránsito por Panamá se inició en los meses previos a la intoxicación de Lionel Wilford, jefe de la Unidad Especial de Investigaciones Sensitivas (UEIS) de Panamá, desde entonces se ha mantenido el nivel de incautación. Es imposible negar la relación de este hecho con la historia de Wilford.

Las fechas son tan significativas como las incautaciones. De acuerdo a la versión de un ex reo que entrevisté durante mis pesquisas sobre narcotráfico, en 2006 uno de los cárteles mexicanos de mayor poder se unió con los colombianos para garantizar el paso de droga y pagó varios millones de dólares para que desarticularan a los tumbadores. Para este propósito, era necesario buscar a las cabezas de la policía, así como a quienes controlaban las vías marítimas.

Lo que escuchó dicha persona en prisión concuerda con los informes de inteligencia que llegaron a manos del Consejo de Seguridad panameño, donde se delata la existencia del Corredor Norte, vía en la que un grupo de oficiales de mandos altos y medios, bien coordinados en diferentes zonas y áreas de la policía, proporcionaron seguridad y resguardo durante la distribución y paso expedito de drogas a cambio de grandes sumas de dinero. La operación se llamó así por la posición geográfica de Panamá respecto al norte, es decir, a Estados Unidos, destino final de la cocaína.

En mi investigación sobre narcotráfico encontré un reporte de Libera, organización antimafia sin fines de lucro con sede en Roma, Italia. Leí con atención el artículo titulado Coca made in CIA de Fabrizio Gatti, donde el reportero italiano denunció las operaciones secretas que se desarrollan entre Colombia y Estados Unidos. El texto cita al diario italiano Dall´espresso que siguió la pista de aviones utilizados por la Central Intelligence Agency (CIA) para transportar prisioneros a Guantánamo.

Las evidencias parten del accidente de un Gulfstream II en el 2007, jet lujoso de negocios que atravesaba el espacio mexicano con destino a la frontera de Estados Unidos. En el trayecto los motores consumieron más combustible de lo previsto, a pesar de haber distribuido homogéneamente entre los asientos las 126 maletas que contenían 3.3 toneladas de cocaína purísima. Los pilotos pidieron autorización para aterrizar en Cancún y el aeropuerto les negó el permiso; entonces intentaron en Mérida, pero también les fue denegado. Al perder carburante, el avión se estrelló en medio de la selva de la Península de Yucatán.

Los dos pilotos y un tercero a bordo se salvaron del accidente y al cabo de unas horas fueron interceptados por militares mexicanos, que se llevaron una gran sorpresa cuando vieron las maletas llenas de cocaína. La nave había salido del Aeropuerto de Ríonegro, en Medellín, Colombia. Ahí no acabaron los sobresaltos, porque cuando los periodistas buscaron las siglas en internet, la nave apareció en la lista que el Ministerio de Transporte en Londres entregó al Consejo de Europa, en relación a las investigaciones sobre los vuelos de la CIA y el secuestro de ciudadanos sospechosos de tener vínculos con el terrorismo.

Como el anterior, otros casos similares de aviones cargados de cocaína se han registrado desde 2001. Algunos de esos aviones siguieron apareciendo en rutas clandestinas entre Colombia y Estados Unidos.

Sandro Donati analizó el artículo de Gatti y afirmó que el documento refleja dos hechos gravísimos: en primer lugar, la producción real de cocaína es mucho mayor a la que indican la UNODC y el Departamento de Estado de norteamérica; y, en segundo lugar, las estadísticas oficiales publicadas por dichas instancias respecto a la producción y al tráfico de drogas son incongruentes y están siendo manipuladas.

El italiano basa sus conclusiones en la cantidad de droga incautada, la destrucción de laboratorios de producción de clorhidrato de cocaína y plantíos de coca en Colombia, versus la droga decomisada en distintos operativos alrededor del mundo. En particular, Donati señaló el hecho de que en el verano de 2006, la misma UNODC –que había estimado en años anteriores la producción mundial de cocaína en 687 toneladas– se sorprendió al constatar que la producción mundial en el 2004 realmente había sido de 937 toneladas. ¡Una diferencia de 250 toneladas! Nunca había sucedido antes que la estimación de la producción se diferenciase en una medida tan importante.

Para Sandro Donati los decomisos han aumentado en forma desproporcionada en comparación con la producción estimada por la UNODC y en una medida todavía menor que la asignada por el Departamento de Estado norteamericano. Esta contradicción hasta la fecha no ha tenido una explicación clara por parte de dichas instituciones que incluso han llegado a contradecirse con sus propias cifras.

Los informes sobre producción de cocaína en Colombia, en particular, muestran contradicciones con los de la oficina de la UNODC. Por ejemplo, según la revista de la Dirección de Investigación Criminal e Interpol o DIJIN (antiguas siglas en inglés de la Dirección Central de Policía Judicial e Inteligencia), la autoridades colombianas, a través del informe El comportamiento estratégico del narcotráfico 1998-08, indicaron que para el año 2000 se reflejaron los siguientes datos solo en Colombia:

Los cultivos de hoja de coca alcanzaron una cifra récord en la historia del país, al registrar 163,289 hectáreas, que, en comparación con el año anterior (160,119 hectáreas), ratificaba la tendencia sostenida de incremento del 2%; el departamento del Putumayo fue el de mayor afectación, con 66,022 hectáreas. Para este año se estimó la producción en 947 toneladas de cocaína. Se registró un incremento del 75% en el número de departamentos con cultivos de hoja de coca, al pasar de doce en 1999 a veintiuno en el 2000; los más afectados fueron, principalmente, los departamentos de Valle del Cauca, Santander, Boyacá y Cundinamarca.

En contraste, la UNODC reporta en ese mismo año 879 toneladas de producción de cocaína en Latinoamérica: Colombia en la delantera con 695, seguida de Perú con 141 y Bolivia con 43 toneladas. Además de que no coinciden la cifras totales (947 contra 695), la diferencia es abismal, ni la producción de cocaína de todos los países de Latinoamérica juntos llega a la mitad de lo que produce Colombia.

Este tipo de incongruencias, entre muchas otras, motivaron a Sandro Donati a realizar una revisión detallada sobre las estimaciones de la producción de cocaína y reportó las incongruencias a la UNODC. Con base en los estudios de Donati, la UNODC, en 2006, aumentó el estimado de la producción mundial en 250 toneladas. De tal manera, en los informes subsecuentes se fijó la estimación de la producción mundial de 2004 en 1,015 toneladas, 318 más que la estimación original.

Solo al conocer el volumen de producción mundial de cocaína se puede entender mejor la repercusión del contrabando en países como Panamá. En efecto, la situación en Centro América es muy grave en cuanto al aumento del tráfico de cocaína proveniente principalmente de Colombia. Entonces resulta natural preguntarse: ¿es posible dar credibilidad a los reportes de narcotráfico emitidos por las Naciones Unidas?, ¿por qué los reportes de las Naciones Unidas respecto a la producción mundial de cocaína, particularmente de Colombia, discrepan sustancialmente con los del Departamento de Estado norteamericano?, ¿por qué los reportes oficiales de Estados Unidos sobre producción, tráfico y consumo de estupefacientes en el mundo hablaban de una importante destrucción de cultivos si la producción y el tráfico aumenta día con día?

+ + + +

CAPÍTULO II

Menú letal

Oficinas centrales de la Unidad Especial de Investigaciones Sensitivas, Clayton, Panamá, julio 3 de 2006.

Ese día, Lionel Wilford, jefe de la Unidad Especial de Investigaciones Sensitivas (UIES) de Panamá, almorzó a media tarde. Como siempre, trajo su comida de casa y la calentó en el horno de microondas de la oficina.

La versión oficial apuntaría, días después, que fue esa comida la que produjo su muerte. Las muertes por envenenamiento son bien conocidas en la historia pasada y reciente, y siguen siendo un método preferido por aquellos que desean cometer un homicidio sin dejar demasiadas huellas.

El caso de Lionel Wilford parecía otro de los tantos crímenes no aclarados que se reportan en Panamá y de los que nunca se llega a identificar ni a los autores ni los móviles. Lo que inicialmente me llamó la atención fue la muerte por envenenamiento ¿cuándo se había visto un caso similar? Se ven homicidios a plomo, atentados en sus vehículos, pero rara vez envenenados.

No supe exactamente cuál fue el imán que me atrajo. Averiguar sobre el tema era tan espinoso: ¿cómo era posible que alguien que empeñó su vida en el combate al delito, en particular al narcotráfico, cayese prácticamente en cumplimiento del deber, sin que su caso mereciera todo el interés posible de parte de sus superiores?

Entre los policías judiciales, Lionel Wilford era bien conocido por su empeño en las labores que se le asignaban, al punto que dejaba de comer con tal de cumplir una misión. Esa característica hacía que en varias ocasiones se le viese ingiriendo alimentos a deshoras, aunque siempre trataba de cumplir una norma que era poco atendida por sus colegas: la comida de la casa es la mejor.

Es decir, no era hombre que adquiriera sus alimentos con los vendedores ambulantes o en las fondas que se alzaban por los alrededores. Este hábito lo complementaba con cierta disciplina de ejercicios físicos y otros cuidados a su salud que le permitían cumplir cabalmente con la labor policial que desempeñaba.

Aquella tarde, Wilford calentó el almuerzo contenido en un recipiente de plástico que, una vez en el horno, dejó escapar su aroma. Se podía identificar el suave olor del arroz con coco, entre fuertes notas azucaradas de plátano maduro y los efluvios de salsa con filetes de pescado frito; lo que despertó el apetito a varios, incluso provocó suspiros por probar un entremés que les permitiera alcanzar el fin de la jornada.

El inspector comió solo y en silencio, algunos conflictos de corte profesional con sus compañeros parecían ensombrecer su ánimo. No siempre el ascenso de compañeros a los que se conoce desde hace mucho genera simpatías entre colegas; la mayor parte de las veces surge un celo recóndito que se manifiesta de varias maneras.

Wilford venía contestando acusaciones ante la Oficina de Asuntos Internos de la Policía Judicial, formuladas por subalternos o pares, de modo más constante a lo que hubiera preferido. Se trataba de acciones u omisiones administrativas menores, pero su acumulación pesaría demasiado en la hoja de vida de cualquier policía, impidiéndole el acceso a mejores oportunidades o ascensos en su carrera.

El trabajo de un policía judicial no es siempre comprendido por la ciudadanía, tampoco por los camaradas del oficio y menos por los superiores. Encaminado por un sendero que transcurre entre penumbras y sombras, debe cuidarse de mantener un bajo perfil que no lo haga carta de tiro para los cárteles del crimen organizado o los simples rateros a los que echa el guante.

Pero también debe cuidarse de saber que pisa en terreno blando, donde abundan los pozos que conducen a madrigueras

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