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La guerra de Florencia. A sangre y fuego los cárteles se disputan Zacatecas
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Libro electrónico217 páginas4 horas

La guerra de Florencia. A sangre y fuego los cárteles se disputan Zacatecas

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“¿Dónde está ubicado el estado de Zacatecas? No hay que ser peritos en geografía para determinar cuál es la situación estratégica de Zacatecas para los grupos del crimen organizado… y la batalla más sanguinaria que yo he visto, la batalla más sangrienta fue en Florencia y fue extraordinariamente sangrienta.” General Jesús Pinto Núñez / Secretario d
IdiomaEspañol
EditorialProceso
Fecha de lanzamiento14 sept 2022
ISBN9786078709311
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    La guerra de Florencia. A sangre y fuego los cárteles se disputan Zacatecas - Alfredo Valdez Rodríguez

    Índice de contenido

    Pordata

    Portadilla

    Legal

    Dedicatoria

    Cita

    Prólogo

    Preámbulo de una guerra anunciada

    El demonio oculto en la Sierra Madre Occidental

    Subir al infierno, ¿bajar al cielo?

    Testimonio de los miembros de la PEP

    Esa batalla ya se veía venir: procurador de Zacatecas

    El camión de la basura, cargado de cadáveres

    Fue la batalla más sanguinaria que haya visto: General Pinto

    La Guerra de Florencia, según el Comandante F1

    Parte de novedades del 53º Batallón de Infantería

    Reacción de los Zetas y nuevos combates

    Zetas denunciaron que el F1 fue detenido y liberado

    ¿Verdades a medias… o medias mentiras?

    PGR: la pesquisa del enfrentamiento, reservada y confidencial

    A punto de ser capturado; revelaciones políticas del F1

    El coronel que desapareció a siete personas

    Fracasó la militarización en Zacatecas / Llegan más cárteles

    Capturan a La Hamburguesa; luego al Comandante F1

    La sociedad civil se queja de las autoridades locales

    Desplazamiento forzado de personas en Zacatecas

    Estadística oficial, delitos de alto impacto se incrementaron

    EPÍLOGO: Dónde estamos y a dónde vamos

    Colofón

    Portadilla1

    ;

    Legalflorencia

    DEDICADO:

    Con respeto a la memoria

    de las centenares de miles de personas

    ejecutadas o desaparecidas

    durante la siniestra e ignominiosa

    Guerra Contra el Crimen Organizado

    …Y por los 43 de Ayotzinapa

    "No hay ningún país que se haya beneficiado

    por guerras prolongadas"

    SUN TZU

    (China, 544 - 496 a.c.)

    Prólogo

    Desde que el presidente Felipe Calderón inauguró su gobierno, en diciembre de 2006, con una declaración de guerra a las drogas, México vive un conflicto interno cuyas consecuencias son bien conocidas por los cientos de miles de víctimas, los desplazamientos de población y la conquista de territorio por parte de poderosos grupos civiles armados al servicio de la delincuencia organizada.

    Es la manifestación inocultable, doliente y vergonzosa de tres lustros durante los cuales los sucesivos gobiernos sólo han administrado la incesante erosión del Estado mexicano que, al perder el control del territorio, ve mermado también su sentido de cohesión y autoridad frente a la población.

    Detrás de esas expresiones hay una realidad latente, más cruda aún, que en contadas ocasiones ha visto la luz en la larga espiral de violencia iniciada desde finales del gobierno de Vicente Fox y que ha llegado a extremos que rompen todas las reglas internacionales de los conflictos armados.

    La dimensión de esa guerra se ha podido conocer en buena medida por el trabajo periodístico, aunque los ilegales grupos civiles armados se han encargado de propagar, de forma aislada, pero sistemática, escenas del terror de sus enfrentamientos en busca del control de territorios y rutas para sus actividades delictivas.

    Esa contra-propaganda, opuesta al discurso oficial de desarticulación de grupos de la delincuencia y dirigida entre bandas antagónicas, también se ha usado como respuesta a alegadas complicidades de autoridades civiles y militares con organizaciones rivales. Pero, ante todo, ha advertido sobre la ferocidad desatada en México por la disputa de los mercados delictivos.

    Con un agravio aún mayor para el país: algunas de esas atrocidades han ocurrido bajo el conocimiento y, peor, la contemplación por quienes formalmente tienen el monopolio legítimo de la fuerza.

    Policías, militares y autoridades administrativas y ministeriales, rebasados en no pocas ocasiones por los civiles armados en capacidad de intervención operativa, han optado por el dejar hacer, dejar pasar.

    Acabadas esas batallas, tras la retirada de los grupos armados, llegan las autoridades sólo a contar los muertos y heridos que cada bando no pudo o no quiso llevarse. De forma concertada, en los distintos reportes oficiales se minimiza lo ocurrido para eludir la gravedad de los hechos, reducir su impacto y enterrar esas historias con el propósito de alejar a la opinión pública de la realidad del conflicto interno.

    Se inician investigaciones pero rara vez se cierran con la detención de los responsables y una verdadera desvertebración de algún grupo de la delincuencia organizada. Lo único que se disloca es el Estado.

    De no ser por las indagaciones periodísticas, difícilmente se conocería el alcance y la magnitud de esa descomposición. Sobre todo por el empeño oficial en desacreditar y descalificar a los periodistas que las revelan o profundizan en lo sucedido.

    La Guerra de Florencia es un reportaje que expresa y sintetiza esa realidad, manifiesta y latente, de cómo la disputa por los mercados ilegales ha carcomido las estructuras del Estado mexicano.

    Es la historia de una batalla en toda su expresión, ocurrida en la comunidad serrana de Florencia, al sur de Zacatecas, con la participación de cientos de hombres por dos bandos de la delincuencia organizada. Por el número de combatientes, fue como si hubiera participado toda una compañía de cualquier fuerza armada regular.

    Fue el más sanguinario de los choques que haya atestiguado en su carrera, describió el jefe militar a cargo de la secretaría de seguridad estatal, que tenía ya una dilatada trayectoria en el Ejército mexicano, y por tanto años de experiencia en la campaña militar contra el narcotráfico.

    La lógica de venganza y control de los grupos confrontados, su dinámica de lealtades, traiciones y alianzas pragmáticas, su formación militar y policial, el despliegue táctico de esta batalla y los millonarios recursos consumidos son narrados por uno de sus protagonistas, el Comandante F1, a quien el autor, el reportero Alfredo Valadez Rodríguez, entrevistó en esa población enclavada en la Sierra Madre Occidental.

    Como pocas veces se ha dado testimonio en la prensa mexicana, el jefe operativo del grupo delictivo fue más allá de los detalles del enfrentamiento armado. Sus palabras exponen, gravemente, las debilidades del Estado mexicano para enfrentar a la delincuencia organizada: la corrupción, la filtración de información y la falta de recursos que colocan a los grupos delictivos por delante de las Fuerzas Armadas mexicanas.

    Con una ventaja adicional. Emplean a ex uniformados, civiles y militares formados por el propio Estado. En estricto sentido, el Estado mexicano ha subsidiado durante años a la delincuencia organizada. Parte de los impuestos de los contribuyentes mexicanos han beneficiado a los señores de la guerra de la dinastía del narcotráfico en México.

    El costo no acaba ahí. A los cientos de miles de vidas perdidas y trastocadas –incluidas las de las fuerzas estatales–, las desapariciones y desplazamientos forzados, se suma la población que de forma voluntaria o forzada trabaja o protege a esos grupos de choque, a los que ven como autoridad. El tejido social, fracturado. La gobernabilidad en esos espacios, ausente.

    La Guerra de Florencia sucedió a una serie de enfrentamientos ocurridos en el norte del país y le siguieron otros en Zacatecas, aunque de menor proporción. Durante la década transcurrida desde entonces, el número de víctimas no ha dejado de crecer.

    El conflicto interno permanece. Sólo ha mutado en el lenguaje oficial: estridente con el presidente Calderón; eliminado sólo en el discurso del gobierno de Enrique Peña Nieto. Sordo en el régimen de la Cuarta Transformación del presidente Andrés Manuel López Obrador.

    Los grupos delictivos se han sucedido unos a otros. Sus integrantes y liderazgos se entremezclan. Caen unos, surgen otros. Las siglas y nombres del terror cambian. Lo mismo que el discurso oficial, así como los uniformes y nombres de las fuerzas gubernamentales.

    En ese círculo vicioso hay descensos al infierno, como al que nos lleva el autor. Con su reportaje describe una pesadilla de la larga noche de la violencia en México. Otros combates, muchos más, aún están por contarse.

    Jorge Carrasco Araizaga

    Preámbulo de una guerra anunciada

    La mañana del viernes 20 de mayo de 2011 ocurrió la Guerra de Florencia, en pleno auge de la Operación Fast and Furious , que el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa acordó, con agencias del gobierno de Estados Unidos de Norteamérica, para la importación y libre circulación en México de miles de armas de fuego, que se suponía eran parte de un trasiego vigilado, que fracasó, dejando en manos de los cárteles, auténticos arsenales de muerte.

    La batalla se desarrolló incesante y con fiereza durante más de cuatro horas, sobre las calles adoquinadas de la cabecera municipal de Benito Juárez, localidad a la que sin explicación alguna, toda la gente en la región conoce como Florencia.

    Intervinieron más de 200 sicarios, quienes a plena luz del día se toparon brutalmente, a sangre y fuego, muriendo en el acto decenas de ellos, y otros más resultando heridos de gravedad, huyendo agonizantes del sitio.

    Para disputarse la plaza de Zacatecas, al combate llegaron en sus vehículos blindados los sicarios que se enfrascaron en un combate sin precedente por su magnitud, en todo el centro–occidente de México: portando cientos de armas de grueso calibres AK-47 y AR-15, dotados con miles de municiones, varios fusiles Barret calibre .50, granadas de fragmentación y hasta un lanza misiles.

    Jesús Pinto Ortiz, un general retirado del Ejército Mexicano (condecorado en 2008 por cumplir 45 años de servicio en las fuerzas armadas, en el mismo régimen de Felipe Calderón Hinojosa), definió posteriormente este combate: fue la batalla más sanguinaria que haya visto, y fue extraordinariamente sangrienta.

    Ese general era el titular de la Seguridad Pública en Zacatecas, y aunque con anticipación estuvo informado de que la guerra era inminente, unas horas antes de producirse el combate ordenó a todos sus policías retirarse del lugar, no intervenir.

    Fue la misma instrucción que el alto mando castrense del Ejército Mexicano dio a sus tropas del 53 batallón de Infantería, con sede en la base militar del municipio de Tlaltenango: replegarse. Hasta la Marina Armada de México estaba enterada, pero tampoco actuó.

    Por su parte Arturo Nahle García, el procurador de Justicia de Zacatecas en aquel momento, confirmó un suceso inédito que se produjo exactamente después de concluir la batalla: los sicarios vencedores se dieron tiempo para robarse el camión de la basura del ayuntamiento y lo llenaron con cadáveres, para sacarlos del lugar. Actualmente Nahle García es magistrado presidente del Tribunal Superior de Justicia de Zacatecas.

    Recién ocurrida la masacre, la tarde del mismo viernes 20 de mayo de 2011, el gobierno estatal reconoció oficialmente sólo 10 muertos por el combate. Tres años después el general Jesús Pinto Ortiz, quien tuvo que comparecer ante el pleno del Congreso del Estado, reconoció que se dice que murieron más de 60 pistoleros.

    Pero uno de los principales actores del enfrentamiento, Francisco Rodríguez, alias Comandante F1, líder del brazo armado del Cártel del Golfo en Zacatecas –actualmente en prisión–, narró su versión de los hechos con detalle y confesó ,entrevistado para este libro: ese día cayeron ahí 77 sicarios, yo los conté a todos.

    Intervinieron en esta guerra sicarios iniciados y profesionales: muchos adolescentes –casi niños y jóvenes reclutados por las buenas o por las malas, y adiestrados durante unos pocos meses en narco-campamentos locales.

    Pero otros ya eran expertos combatientes que antes habían participado en otras guerras: en Guerrero, Sinaloa, Michoacán, Jalisco y Tamaulipas, así como decenas de ex militares, incluidos ex kaibiles guatemaltecos, ex integrantes del Ejército y la marina mexicanos, al igual que ex policías estatales y federales.

    Dadas las circunstancias del momento –en pleno auge de la guerra de Calderón–, en la batalla de Florencia intervinieron sicarios pertenecientes a cinco diferentes organizaciones criminales: Cártel del Golfo, Cártel de Sinaloa, Cártel del Milenio, la Familia Michoacana y los Zetas.

    Con base en documentos oficiales sobre esa batalla, elaborados por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), la Procuraduría General de la República (PGR) y la Procuraduría General de Justicia del Estado de Zacatecas (PGJEZ), así como declaraciones formales, testimonios y entrevistas directas realizadas con algunos de los involucrados, fue posible reconstruir ese extraordinario enfrentamiento armado.

    Hasta hoy –casi una década después–, muchos de los sobrevivientes y deudos esperan que se rompa el silencio de la impunidad y el olvido, impuestos por el gobierno en todos sus niveles, para conocer el destino final de sus muertos desaparecidos.

    Eso no es todo. De mayo de 2011 a marzo de 2018 habrían ocurrido al menos otros 20 enfrentamientos masivos en otras localidades zacatecanas (en algunas poblaciones, más de una ocasión), como: Fresnillo, Río Grande, Monte Escobedo, Villa de Cos, Pánfilo Natera, Calera de Víctor Rosales, San José de Lourdes, Ojocaliente, Nochistlán, Loreto, Jerez, Valparaíso, Guadalupe, Juan Aldama, Miguel Auza, Villanueva, Jiménez del Teúl y Huitzila.

    Las escaramuzas armadas se produjeron –y siguen ocurriendo con renovada intensidad durante el año 2020– entre grupos de pistoleros pertenecientes a cárteles antagónicos, o bien entre éstos e integrantes del Ejército Mexicano y la Marina Armada de México. También con decenas de muertos y desaparecidos. Pero ninguna otra batalla que se conozca de las dimensiones que tuvo la Guerra de Florencia.

    Los cárteles siguen armándose y reuniendo pertrechos procedentes de las armerías norteamericanas, mientras que las instituciones policiales y militares del país hacen lo propio, con cargo al erario. Ahora además con un nuevo cuerpo de seguridad pública a nivel federal y militarizado: la Guardia Nacional.

    Pero por donde quiera que se le analice, éste es un intercambio muy desigual: los estadounidenses ponen las armas; los mexicanos, los dólares para adquirirlas –producimos y les enviamos las drogas con las que allá multiplican sus dólares invertidos–, y también ponemos los muertos. El gobierno mexicano observa y en no pocos casos, en distintos niveles, hace antiéticos y corruptos negocios que tocan en muchos casos a los poderes Legislativo y Judicial.

    La Guerra de Florencia es una investigación, la fotografía de un momento en esta oprobiosa realidad a la que los ciudadanos de este país fuimos arrastrados por la estrategia errónea del gobierno para combatir a los cárteles del narcotráfico y a grupos del crimen organizado que, es cierto, existen y operan en todos los países del mundo, pero en ningún sitio como en México las estrategias gubernamentales producen tantas muertes, desapariciones y daños colaterales entre la población.

    Estamos en el filo de una frontera sin retorno. La situación se ha tornado crítica en algunos lugares, y el problema comienza a reproducirse cada vez con mayor frecuencia en la otrora burbuja protegida de la Ciudad de México.

    La dimensión del problema ahora es tal, que en algunos lugares del norte del país, como en Zacatecas, está emergiendo una situación paradójica: ya hay jefes del narcotráfico cansados de tanta violencia y sangre que, reflexivos, han adquirido una cierta conciencia de clase. Y comienzan a darse cuenta de que sólo son un eslabón más, temporal y desechable, en un negocio trasnacional donde los únicos que ganan son los encumbrados política y financieramente.

    En México se alzan cada vez con mayor intensidad voces de distintas latitudes para que salgan de su narcosis la procuración y administración de justicia. Restablecer el Estado de Derecho y el Debido Proceso, que desde hace varios años abandonaron nuestras autoridades, es insoslayable, pues sin estos principios rectores ninguna sociedad democrática puede desarrollarse en ningún ámbito: político, económico, científico, deportivo ni social.

    Ante este escenario nacional, periodística y socialmente caben las preguntas: ¿Cómo fue que caímos en este profundo y oscuro agujero? Y lo más inquietante: ¿Cómo vamos a salir de aquí todos?

    Para entender la realidad de las cosas integralmente, y visualizar soluciones prácticas de corto, mediano y largo alcances, una de las tareas indiscutibles es buscar y sacar a la luz pública hechos criminales que el gobierno irresponsablemente ocultó, y sigue ocultando, con dictámenes y soluciones falaces. Para salir de esta oscura noche, en el país requerimos conocer la verdad, y no repetir errores. Por eso se ha escrito La Guerra de Florencia.

    El demonio oculto en la Sierra Madre Occidental

    Y usted, ¿por qué quiere saber lo que pasó en la Guerra de Florencia? ¿Por qué le interesa? ¿Para qué?... Ésas fueron las preguntas que en tono inquietante lanzaban los primeros contactos gubernamentales –burócratas estatales y federales– y también policías y soldados cuando off the

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