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Procesos genocidas: Un diagnóstico integral
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Libro electrónico261 páginas3 horas

Procesos genocidas: Un diagnóstico integral

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IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ene 2022
ISBN9786074178272
Procesos genocidas: Un diagnóstico integral
Autor

Alvin López Retana

Estudió las licenciaturas en Química en la Facultad de Química de la UNAM y en Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la misma casa de estudios. Es maestro en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales FLACSO. Trabaja como docente adjunto en las asignaturas de Cooperación Internacional y Diplomacia Cultural, para la carrera de Relaciones Internacionales (FLACSO). Además, ha participado como asistente de investigación en proyectos relacionados con la cooperación internacional y las teorías de las relaciones internacionales. Actualmente realiza un doctorado en investigación en Ciencias Sociales en la misma casa de estudios donde realizó su maestría, desarrollando el tema de depresión y violencia en estudiantes de licenciatura.

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    Procesos genocidas - Alvin López Retana

    Imagen de portada

    Procesos genocidas

    Procesos genocidas

    Un diagnóstico integral

    Alvin López Retana

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    López Retana, Alvin David

    Procesos genocidas: un diagnóstico integral / Alvin López Retana. – México: Universidad Iberoamericana Ciudad de México, 2021. – Publicación electrónica.

    ISBN: 978-607-417-827-2

    1. Genocidio. 2. Genocidio – Filosofía. 3. Genocidio – Historia. 4. Genocidio – Historia – Siglo XXI. 5. Genocidio – Aspectos sociológicos. 6. Genocidio – Prevención. I. Universidad Iberoamericana Ciudad de México. Departamento de Estudios Internacionales.

    D.R. © 2021 Universidad Iberoamericana, A.C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    publica@ibero.mx

    Primera edición: noviembre 2021

    ISBN: 978-607-417-827-2

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México.

    Digitalización: Proyecto451

    Índice

    Portada

    Portadilla

    Legales

    Introducción

    I. Genocidio: práctica ancestral, término nuevo

    La recurrencia en la historia

    Las controversias en torno a la Convención de 1948

    Las definiciones académicas y sus tipologías

    Definiciones

    Tipologías

    Una propuesta de tipología y de un modelo de explicación integrador

    El modelo del ariete

    II. Explicar lo inexplicable: ¿Por qué ocurre un genocidio?

    ¿Solamente los monstruos cometen monstruosidades?

    Narcisismo

    Codicia

    Miedo

    Humillación

    Compulsión externa

    Obediencia ciega

    Presión social

    Inconsciencia

    El individuo como parte de la masa

    El líder psicopático

    III. El genocidio como proceso

    Primera etapa: señalización

    Segunda etapa: hostigamiento

    Tercera etapa: organización

    Cuarta etapa: exterminio

    La cuestión del posgenocidio

    IV. Modernidad, globalización y genocidio

    Burocracia y genocidio

    Modernidad y reordenamiento

    Las contradicciones de la globalización como factor de riesgo

    Multiculturalismo: ¿paraíso artificial o receta para el desastre?

    Nacionalismo, globalización y genocidio

    El fantasma del racismo

    Fundamentalismo religioso

    Nacionalismo, racismo y fundamentalismo religioso en la globalización: ¿existe una solución?

    V. La cooperación internacional y la prevención

    Los Estados

    Los organismos internacionales

    La sociedad civil

    Instrumentos jurídicos internacionales para la prevención de genocidios y otros crímenes

    La educación moral como medio para eliminar la discriminación y el fanatismo

    La promoción y respeto de los derechos humanos

    Consideraciones finales

    Bibliografía

    A Rico y Marianita, por acompañarme a cada paso que doy.

    Al doctor César Villanueva, quien durante muchos años

    ha sido amigo, guía y una inspiración para mí.

    A todas las víctimas y sobrevivientes de la violencia

    que aún aguardan por justicia.

    Aprender para no repetir.

    Introducción

    Durante siglos, ha existido un debate entre filósofos, sociólogos, antropólogos y psicólogos acerca de la verdadera naturaleza del carácter humano, en el sentido de si su esencia es noble o malvada y cómo la sociedad influye en ella y viceversa. Algunos pensadores como Maquiavelo, por ejemplo, sostienen que el hombre es malo por naturaleza y que la sociedad, mediante el gobierno, debe domarlo para evitar que se destruya a sí mismo. Otros intelectuales, como Rousseau, por el contrario, aseguran que la esencia humana es bondadosa y son las pasiones individuales y colectivas las que la corrompen. Los estudiosos se han dividido siguiendo una u otra línea, presentando argumentos convincentes en ambos casos que no permiten zanjar la cuestión de manera definitiva, dejándola pendiente hasta el día de hoy, aun cuando las evidencias para sustentar ésta o aquella postura siguen acumulándose, pues por cada acto cruel y egoísta habrá siempre una contraparte bondadosa y desinteresada que mantenga el debate abierto por mucho tiempo más.

    ¿Será acaso posible que las ciencias sociales alcancen alguna vez la respuesta definitiva? Sí y no. Cuando un observador estudia un fenómeno le imprime a éste parte de su perspectiva cultural, ideológica y personal, es decir, su análisis no estará exento de subjetividad, y en ese sentido, a pesar de que sus intenciones sean completamente puras y realmente pretenda efectuar un trabajo objetivo, su propia esencia le traicionará y sobre sus resultados permeará una postura preconcebida inconscientemente.

    Ante esta realidad, tanto si el estudioso concluye contundentemente que el hombre es bondadoso, como si se inclina por lo opuesto, sus argumentos serán igualmente válidos y los lectores podrán adherirse o no a sus conclusiones. Las ciencias sociales fundamentan su trabajo en la construcción de modelos ideales que ayuden a explicar la realidad, pero tales modelos se encuentran influidos por la subjetividad del observador, por lo que dependerá de cada lector tomar la perspectiva que su identidad cultural le haga sentir mejor identificado. A fin de cuentas, cada persona retiene en su memoria los recuerdos e imágenes de aquello que más le ha marcado y le parece significativo, y desecha lo que le es indiferente.

    En esta obra tomaré una perspectiva pesimista respecto a la naturaleza humana, intentando resaltar los dolores más intensos del mundo; aquellos que a pesar de los siglos no pueden ni deben olvidarse, ni callarse los lamentos y gritos que han liberado. La razón de decidir adentrarme en esta oscuridad puede encontrarse si parafraseo al novelista José Saramago, cuando dijo que solo a los pesimistas les interesa cambiar al mundo, porque los optimistas parecen estar encantados con lo que hay. Yo no diría que están encantados como sugiere el escritor, sino que son conscientes de esos dolores del mundo pero prefieren mirar a otro lado y buscar un arcoíris muchas de las veces inventándolo donde no existe, haciendo oídos sordos a los lamentos, porque así es más sobrellevadera la vida para encontrar un sentido que no sea la muerte.

    Sin embargo, como estoy interesado en cambiar al mundo, uno en el que al salir a caminar por sus calles encuentro niños hambrientos, ancianos olvidados, impunidad, injusticia y otras terribles manifestaciones de la violencia creada por la sociedad posmoderna, no puedo más que tomar la palabra a Saramago y asumirme como pesimista, mirando hacia la profundidad de las tinieblas de tal violencia y trayéndola a la superficie para estudiarla, comprenderla y contribuir a intentar domar el instinto del hombre para impedir que éste no sea violento, y en lo posible hacer que su violencia no sea tan intensa que provoque nuevos holocaustos. No es posible erradicar la violencia, pero sí contenerla.

    No obstante, el tomar una perspectiva subjetiva respecto a un fenómeno no exime al investigador de brindar una explicación satisfactoria de sus cualidades, dentro del marco que ha elegido para observarlo. Así, el haber tomado la senda de Maquiavelo y asumir como premisa básica la naturaleza violenta del hombre, obliga a explicar cómo es posible que considerando esa naturaleza, a su vez sea capaz de realizar actos tan nobles como entregar su vida para proteger a su familia, o de cooperar con los miembros de su comunidad para enfrentar desafíos severos que amenacen su existencia. Es decir, si se ha establecido que el hombre es violento, debería serlo con todos los demás, incluyendo a los miembros de su familia, pero a raíz de otros comportamientos como los ya descritos contradicen esa postura, por lo cual es menester reconfigurar los axiomas para tener un mayor grado de comprensión de la conducta humana para poder predecirla en la medida de lo posible. Con lo anterior, y construyendo un puente entre Rousseau y Maquiavelo, diré que el hombre es bondadoso con los suyos (1) y violento con los otros, puesto que existe suficiente evidencia para demostrar que cuando un individuo se asume como parte de un grupo y alcanza un grado de identificación peculiar, sus pensamientos y emociones dejan de ser personales y se transforman en identidades colectivas que moldean a la masa de tal forma que todos sus miembros piensan y actúan de la misma manera. Se puede decir que alcanzado ese nivel de identificación, el individuo ve a los otros miembros de su grupo como extensiones de sí mismo, por lo que una amenaza en contra de ellos es percibida como una amenaza en contra de él, y por tanto es capaz de reaccionar de maneras agresivas, lo cual explicaría los casos de violencia masiva, como los genocidios.

    Este reordenamiento de supuestos permite mantener la postura acerca de la naturaleza violenta del hombre sin sacar de la ecuación la bondad, preocupación y responsabilidad que expresa hacia los suyos, en lo que bien puede ser catalogado como un carácter ambivalente, que explica de mejor manera la evidencia de su conducta, sin caer en extremos deterministas que le otorguen o pura bondad o pura maldad a su esencia. Asimismo, dicha ambivalencia será un factor crucial para, posteriormente, profundizar acerca de la gestación de procesos genocidas, ya que en éstos las cuestiones identitaria y de pertenencia a un grupo, en contraposición con la aversión a los otros resultará determinante para poder comprender la dinámica de estos fenómenos.

    Ahora bien, para conocer y comprender esta parte de la esencia del hombre elegida en mi investigación es necesario revisar el pasado. Si se echa un vistazo a la historia, podrá reconocerse que en toda ella ha permanecido latente la acción social violenta en diferentes manifestaciones, (2) pues prácticamente no ha habido época en la que la guerra, la desigualdad y la destrucción no hayan estado presentes; de hecho, estas acciones han sido el motor del cambio histórico sin que ello implique necesariamente que no existan lapsos de lucidez y magnificencia en los que el desarrollo del espíritu humano expresado en las artes, la ciencia y la cultura no exista, lo que confirma la ambivalencia a la que he referido. Así, en un análisis más minucioso puede detectarse que estos actos de violencia se han desarrollado de manera colectiva, pues de manera general, en las sociedades existe un grupo dominador y uno dominado que entran en conflictos cuyos desenlaces son, como ya se dijo, responsables de las transformaciones históricas. Pero estos grupos no se encuentran conformados regularmente en función de clases sociales o de criterios estrictamente económicos, (3) puesto que la evidencia demuestra que existen otros factores de unidad social los cuales moldean las identidades de los individuos y sus sentimientos de pertenencia a un grupo; (4) factores que deben ser estudiados para lograr comprender la dinámica del colectivo y mediante ello poder predecir su comportamiento. Desde las primeras organizaciones tribales, hasta los enfrentamientos nacionalistas modernos, la civilización se ha marcado por la diferenciación entre un nosotros y un ellos, y en múltiples ocasiones ha sido causa primigenia de la violencia que aún persiste en la actualidad, por lo que comprender cómo es que se construye resulta un asunto cardinal para contener impulsos destructivos.

    Siguiendo esta línea, es necesario reconocer que, al igual que en otros fenómenos sociales, la violencia se manifiesta en diferentes niveles e intensidades, llegando, por supuesto, a instancias radicales o incluso patológicas. Sin lugar a dudas, el genocidio ocupa un lugar en la zona más extrema de la violencia, ya que su incidencia representa una tragedia histórica no solo para las víctimas, sino para la humanidad como conjunto, dadas sus implicaciones sociales y éticas. Al comprender la esencia del genocidio (el exterminio de un grupo como tal por el simple hecho de serlo), resulta fácil percibir por qué es abominable y por qué su erradicación absoluta es indispensable, ya que no únicamente atenta contra el valor más sagrado, que es el derecho a vivir, sino que lo hace de una manera tan inverosímil que bien podría pertenecer a épocas prehistóricas en las que lo feral dominaba el mundo, y no a aquellas en las que el derecho, la democracia y la libertad son los estandartes de las distintas sociedades en el mundo. Si a esto último se suma el hecho de que el sistema de internacional contemporáneo se halla regido por los mecanismos de procesos globalizantes en los que la interacción entre diferentes culturas es un factor común a los pueblos del mundo, la necesidad de extinguir acciones, actitudes y posturas genocidas es clave, sobre todo si se desea que la construcción de vínculos sea un mecanismo tan institucionalizado que, en un momento dado, pueda fincarse una verdadera comunidad internacional.

    Sin duda de por medio, abordar fenómenos como el genocidio es una cuestión compleja, dados los múltiples contenidos que conlleva, y hacerlo desde la trinchera académica lo es aún más, puesto que el distanciamiento por parte del investigador de la verdadera esencia de su objeto de estudio, que solo sobrevivientes y perpetradores pueden retratar fehacientemente, podría propiciar una cierta frialdad objetiva que bien podría tacharse de inhumana o insensible, pero que no debe, sin embargo, obstruir el trabajo del estudioso, pues su propósito es intentar erradicar esta práctica, por lo que debe asumirse esa carga moral sin dudarlo.

    Como se demostrará a lo largo de las páginas de este libro, debido a que el genocidio es un proceso resultante de interacciones subjetivas históricas (es decir, no se trata de un fenómeno espontáneo impredecible, sino de un constructo social), la perspectiva que se utilizará aquí para abordarlo es la del constructivismo social, pues las características propias de un proceso de este tipo se ajustan con rigor a los postulados de dicho paradigma. En este sentido, la elección metodológica obedece a una cuestión bastante sencilla pero que en ocasiones se vuelve compleja porque no se hace de la manera adecuada: para estudiar un fenómeno se deben extraer sus características y después insertarlas en una teoría, y no al revés, es decir, no se debe buscar una teoría para después intentar forzar las características del fenómeno a que encajen en ella, ya que el obrar así conduciría a que la teoría no sea capaz de explicar con convicción la naturaleza y desarrollo del objeto de estudio, mucho menos predecirlo (Chalk y Jonassohn, 2010:28).

    Por lo tanto, al ser el genocidio un fenómeno que tiene profundas raíces ideológicas, dado que la segregación y percepción como amenaza de un grupo por parte de otro son resultado de los significados que para el grupo perpetrador tenga el grupo victimizado, y al ser el proceso una cadena de eventos que se construyen en función de las identidades, los intereses y, sobre todo, las interacciones históricas, resulta casi natural que el constructivismo social sea utilizado como marco teórico para explicar el fenómeno, pues dentro de sus supuestos se hallan precisamente estas cualidades recién descritas del proceso (Vitelli, 2014:149).

    Además, el constructivismo social considera que la realidad no es un ente objetivo dado, inmutable o prestablecido, sino que es un constante proceso que se construye a partir de las relaciones que los agentes tienen con las estructuras, es decir, que los actores dentro de un sistema influyen en éste y viceversa, de tal manera que para entender la realidad contingente es necesario tomar en cuenta factores históricos e interpretativos a la par de aquellos que son propios de la coyuntura, que terminarán por influir en el dinamismo de la sociedad (Barbé, 2011:92).

    En ese orden de ideas, el conocimiento y la manera en que éste se construye son cruciales para entender un fenómeno como el genocidio, puesto que el conocimiento moldea la manera en que los individuos construyen e interpretan el mundo, porque permite darle un significado a la realidad (Baylis y Smith, 2011:159). Así, un proceso genocida, y sobre todo el accionar de los perpetradores directos e indirectos puede intentar comprenderse tratando, en lo posible, de introducirse en su mente y descifrar su perspectiva y sentido del mundo, y mediante ello hallar las razones teleológicas que les condujeron a obrar de tal manera.

    Sin embargo existe una cuestión fundamental al estudiar el fenómeno del genocidio, que es la de encaminar los esfuerzos para intentar eliminarlo. Puedo expresar sin temor a equivocarme, que la pretensión de todo estudioso al respecto es contribuir a erradicarlo, y es en ese sentido en que las perspectivas varían, puesto que cada uno pondera distintos aspectos para emitir sus propuestas acerca de cómo conseguir tal propósito. Aquí, cobijado por el constructivismo y la importancia que este paradigma asigna a las normas y principios, propondré que el camino más viable y acorde a la realidad que hoy experimenta el mundo para el objetivo esperado, es el de la cooperación internacional, misma que se fundamenta en un trabajo colaborativo entre los diferentes actores de la sociedad, considerando la estructura normativa provista por el propio sistema, que le otorga al Derecho un rol sustantivo.

    Con lo anterior, el constructivismo brinda muchas herramientas para trabajar, ya que éste considera al aparato normativo como punto clave para la definición de las identidades y, por tanto, de los intereses, pues establece que a nivel del sistema, las normas internacionales socializan a los Estados de tal manera que indican cuáles son los comportamientos adecuados. Las instituciones, entendidas como complejos normativos, modifican las identidades y los intereses de los Estados (Barbé, 2014:93). Partiendo de esa premisa, es posible entonces valerse del Derecho Internacional y de las resoluciones emitidas por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y por los compromisos adoptados por sus miembros para exigir que cuando un proceso genocida esté en curso, los actores estatales actúen de manera efectiva y oportuna para erradicarlo y evitar que se cometan los mismos errores del pasado, como en Ruanda y Bosnia. Entonces, el aparato normativo se vuelve más importante que nunca, ya que éste no solo tiene la finalidad de regular prácticas, sino que de hecho las crea, es decir, si hoy es posible suprimir un proceso genocida, se debe a que existen los mecanismos normativos internacionales que lo permiten, pues de otro modo, toda acción resultaría ilegítima y contraria al Derecho (Seara Vázquez, 1996:134).

    El constructivismo explica también el porqué, ya que asegura que dentro de una organización social, nacional o internacional, se establecen reglas de juego que son aceptadas y promovidas por los miembros para que ésta funcione adecuadamente, y que tales reglas pueden surgir por iniciativa de los miembros líderes para después ser difundidas al resto por imitación o por conveniencia, hasta formar un bloque normativo homogéneo que sirva como patrón. Así, los organismos internacionales, las cumbres mundiales, la opinión pública y los académicos contribuyen a crear o modificar los sistemas normativos contingentes, de tal suerte que al consolidarse se vuelvan referentes y, por tanto, logren modificar las identidades e intereses de los actores (Baylis y Smith, 2011:164).

    Este mecanismo de socialización es cardinal para comprender la importancia de las normas en la prevención de un proceso como el genocidio, y de hecho, la resolución de la Cumbre Mundial de 2005, La responsabilidad de proteger, es un ejemplo de tal mecanismo, pues fue el resultado de los cambios en el sistema a raíz de la problemática que representan crímenes como el genocidio. Este ejemplo demuestra también cómo es que se vuelve factible modificar las identidades e intereses a partir de las normas, pues ahora los Estados se identifican con la idea de la prevención y supresión del genocidio y otros crímenes, y es su interés llevarla a cabo de manera efectiva, en comparación con periodos anteriores, en los que no existía un real compromiso para alcanzar ese propósito (Maldonado,

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